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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Por una reducción real de la jornada: pero sin trampas


Por Arash

Ciertos sectores y organizaciones del mundo laboral y sindical objetaron [1], hace dos años, que la supuesta reducción de jornada que se había implementado en algunos lugares no era una reducción real de jornada porque, en realidad, lo que se había aplicado era solamente una jornada laboral concentrada en menos tiempo, en menos días a la semana. No hay error como tal en esa denuncia.

Sin embargo, también se ha llegado a sostener [2] que la mayor libertad que deriva de la reducción de jornada es necesariamente deseable, dando a entender que si disminuye el tiempo de trabajo, la jornada reducida "beneficiaría" a los trabajadores de manera automática, casi por arte de magia. 

En este sentido, según la primera de las referencias enlazadas se trataba de explicar «por qué concentrar el trabajo en 4 días como se ha aprobado en Bélgica no es sinónimo de mejores condiciones si no conlleva una reducción de la jornada laboral». O sea que, según ese planteamiento, si se reduce la jornada entonces ya sí que mejoran las condiciones de vida.

Aquí vengo a cuestionar esa tesis, el planteamiento libertario pero no se sabe exactamente en qué sentido, pues resulta un tanto ambiguo ya que una reducción real de jornada que redundase de manera social supondría dar por sentado que hay un cierto nivel de conciencia colectiva organizada y, por qué no, una expresión política de la contradicción fundamental capital-trabajo a nuestro favor, pero lo que hay en la actualidad son muchos políticos profesionales que miran por sus intereses personales, que no es lo mismo.

Está muy claro que la reducción efectiva de jornada no se puede conseguir tratando de "olvidarse" de la evolución de los precios, esto es, la inflación, ni tampoco de los aumentos de salario, que es el problema del que algunos tratan con descaro de escabullir. Como poco resulta preocupante que los sindicatos alternativos, en su total inacción y desmovilización, parezcan ir detrás o a rebufo de los partidos progres y sus promesas electorales.

La publicación es extensa, aunque creo que el tema lo merece porque la reducción de jornada podría ser una propuesta importante, pero hay quienes nos quieren tomar el pelo con ella y pocos se atreverían a negar que en esa tarea les haya ido fenomenal en los últimos tiempos, a no ser que su memoria se hubiera anulado por completo.

En primer lugar voy a justificar, a grandes rasgos, la importancia de tener en cuenta las condiciones laborales en su más amplio sentido, esto es, las circunstancias y criterios bajo los que tienen que desempeñar los trabajadores su actividad, dejando claro que la magnitud de salario y la remuneración por hora laboral siempre están afectados por el cambio o modificación de cualquiera de esas condiciones (incluida la duración de la jornada), y que tales condiciones en su conjunto siempre se insertan en el marco de una sociedad capitalista, o sea, asentada en la producción asalariada y por tanto construida sobre la explotación del trabajo.

De seguido expongo algunas consideraciones en el contexto general de la evolución de la jornada laboral, desde la fase expansiva del sistema productivo hasta el período imperialista o decadente, así como el problema de la relación entre el salario y la plusvalía, y su significación de cara a la explotación y la inversión capitalista. De la misma manera que en el caso de la reducción de la jornada, tampoco puede haber creación de empleo si se ignoran deliberadamente unas u otras condiciones laborales porque entonces supondría un gasto adicional y hasta prescindible para las empresas.

En último lugar se bosquejan algunas líneas o tendencias que los promotores de la jornada reducida previsiblemente están persiguiendo con su implementación, en base a la propia descripción de la propuesta que se ha desarrollado y al marco de implementación en el que aquella tendría lugar. Ser pleno partidario de las garantías democráticas no sólo es compatible, sino inseparable de construir y sostener una posición crítica, tanto en la teoría como en la praxis, porque eso es lo único que podría quitarle decibelios al ruido que envenena, y poder real a la serpiente que lo escupe.


1. Los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario

Se puede plantear que todo aquello que obtenemos en concepto de salario, ya sea esto percibido vía directa, por el acto laboral de uno mismo, o bien de manera indirecta y diferida, en el caso de la menguante protección en cualquiera de sus niveles y modalidades, es algo que se recibe siempre por la venta de nuestra fuerza de trabajo: tanta cantidad de esta última se transfiere (gastándose así el tiempo correspondiente) a los capitalistas que la explotan a cambio de la cantidad de salario recibido de parte de estos que nos la pagan.

Lo de menos ahora es preguntarse por el formato con el que se remunerase la fuerza laboral, ya fuera en especie como antaño o bien en forma dineraria, en papel y moneda o, como habitualmente se hace, en dinero bancario.

De una u otra manera, siempre nos referimos al salario de magnitud determinada o la fuerza de trabajo en su forma de mercancía (véase el concepto marxiano de la alienación) o bien, dicho de otra manera, a la cantidad de lo que se recibe a cambio de la cantidad de trabajo que se gasta para producir plusvalía, siendo esto último lo que se queda la empresa.

Junto con esa cantidad de lo que se recibe a cambio del tiempo de trabajo desempeñado en la producción de sus beneficios, hay un elenco de condiciones laborales considerables: cuestiones como la seguridad en el trabajo, la salubridad en el centro, la higiene del lugar o el ambiente laboral son algunas de las muchas que caben apreciar, pues constituyen aspectos inseparables o consustanciales de la magnitud del salario. En realidad no tiene sentido considerarlas cada una por separado de las demás.

Todas estas condiciones, y otras muchas que se quedan en el tintero, influyen en su conjunto, sea cual sea la dirección en que lo hagan, tanto sobre la salud física y mental, como en el mayor o menor estrés de los trabajadores, o en otras muchas circunstancias que abarcan no sólo el trabajo, sino también todo lo que hacemos y dejamos de hacer cuando finaliza nuestro contrato, se nos acaba la jornada, o terminamos la chapuza, según los casos. Se pueden dar diversas circunstancias antes de volver a nuestros hogares o ir a donde sea a la salida, pero en todas ellas, el trabajo y las condiciones bajo las que se desempeña extienden sus consecuencias al conjunto de nuestra vida, en innumerables ámbitos que van más allá del trabajo.

Es fundamental entender que así, consideradas en plural, todas las condiciones en las que ha de llevarse a cabo la actividad que fuese pueden estar recíprocamente relacionadas de diversa manera. Así pues, sirva como ejemplo, la adquisición de EPIs (equipos de protección individual) y por tanto la seguridad laboral, tiene siempre una traducción en términos de coste salarial de la empresa o lo que a esta le de por gastarse de su beneficio en aquellos para que puedan ser utilizados, de acuerdo o no con la legislación vigente.

La remuneración influye también en el estado de ánimo de los trabajadores de diversas maneras. Hay quienes acuerdan por su cuenta una reducción de jornada con la empresa, renunciando a todo o parte del salario con el que esta retribuye su actividad por la parte de la jornada que hacían antes de la reducción, siendo esto algo más habitual en empleos más cualificados, que son aquellos que permiten la posibilidad de negociación individual de los contratos, y también los menos numerosos de la realidad laboral.

Por su parte, de lo que tratan justamente otros trabajadores es de obtener un aumento de sus ingresos, lo que tampoco sería descartable que constituyera la norma o la tendencia en las aspiraciones dada la evolución real de los salarios desde hace ya varias décadas, sobre todo en economías terciarizadas y subsidiarias como la española. Las economías de este tipo son, dentro del contexto comunitario, las más desindustrializadas y en las que está instalado un elevado desempleo estructural, la temporalidad, u otras formas de la creciente precariedad en el empleo tanto público como privado.

En el estado de ánimo y la integridad física y mental que veníamos diciendo también influyen, seguramente, las actitudes que estén manteniendo los trabajadores, tales como el compañerismo, que no es lo mismo que el corporativismo o mentalidad de empresa; o bien el individualismo, que es muy compatible y hasta funcional con la anterior mentalidad, como también lo es el racismo y los tratos vejatorios de distinto tipo, que igualmente crean un clima hostil hacia la organización de clase. Así, todas estas inclinaciones pueden tener, según cuáles sean y de cómo se las trate, un efecto retroalimentador o, por el contrario, un efecto perjudicial sobre la disposición o voluntad para la lucha y la movilización, etc.

Y lo mismo sucede con el tipo de contratación legal, la cualificación del trabajo o la duración de la jornada, que son cuestiones que tienen también sus correspondientes implicaciones sobre nuestros ingresos y, por tanto, son aspectos de la relación laboral que también están ligados a las cuentas y cálculos que se hacen en las empresas, según la previsión que en estas se haga de sus gastos o costes productivos.

De manera muy sintética y en términos comprensibles, podríamos resumir lo dicho hasta el momento de la siguiente manera: 

Condiciones laborales = Salario + Seguridad + Salubridad + Ambiente + Otras condiciones

Y añadir de paso que, siendo en todo caso aspectos del salario, cada una de esas condiciones tomadas por separado siempre supone algo de las demás, estando sujetas sin excepción a las expectativas de beneficio que las empresas se hagan, o con las proyecciones de expansión que estas y sus valedores tengan para el mercado. Las condiciones laborales remiten a una determinada relación, esto es, a los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario, y no debemos plantear la relación laboral pretendiendo olvidarnos de cualquiera de esos aspectos o condiciones.

Lo que ahora nos concierne es la duración de la jornada laboral y sus posibles implicaciones, y el planteamiento que se ha estado barajando resulta un tanto problemático por las preguntas que permite adelantar y que constituyen, en el fondo, el quid de la cuestión: ¿cómo pasarían a relacionarse todas las variables que definen las condiciones de trabajo tras la hipotética reducción de la jornada?


2. Consideraciones y contexto general en la evolución de la jornada

Al principio, el incremento de la cuota de beneficios que van a parar a los bolsillos y las cuentas de los capitalistas se conseguía a partir del aumento de la jornada laboral. A medida que se extendían las relaciones salariales y se dejaba atrás el antiguo régimen feudal, el tiempo de trabajo se incrementó hasta muy elevadas cotas tanto para los trabajadores de las ciudades como para los del campo, terreno este último en el que con frecuencia ya eran habituales las jornadas "de sol a sol".

Esto quiere decir que en un período original del capitalismo, el incremento de la plusvalía resultaba de una extensión de la jornada laboral en términos absolutos: se producía más plusvalía porque se trabajaba durante más tiempo, mientras se aprovechaba el crecimiento demográfico para convertir a toda aquella persona a la que pudieran explotar en otro asalariado más. Tal fue la manera en que se generalizaron las 12 horas diarias de trabajo, y a veces incluso hasta más. Sin embargo, la situación empezaría a cambiar muy significativamente al menos desde mediados del siglo diecinueve.

Mientras las remuneraciones obtenidas por los obreros de la época apenas les daba para la más extrema subsistencia, sus asociaciones lograron sin embargo ponerle freno a un alargamiento desproporcionado de la jornada, alcanzando así, entre otras conquistas, la supresión del trabajo infantil, la consecución del día semanal de descanso, o las 10 horas laborales diarias primero, y las 8 posteriores que luego conocimos, al menos oficialmente y en los países de las principales economías.

Resulta vital tener presente por qué estos consiguieron acceder a una parte de la riqueza producida antes inaccesible: aún partiendo de la reducida capacidad adquisitiva que tenían lograron, mediante la lucha contra la explotación de su trabajo en los centros, contener o resistir la inflación de los precios, ya que es el trabajo la única actividad que añade valor en la economía.

Al empresariado no le interesa, en principio, más que ahorrar en mano de obra o salario, o sea en masa salarial, que es el valor de la fuerza de trabajo. Se ahorra en masa salarial de dos maneras: tanto inutilizando fuerza laboral, como descualificando esa masa salarial o fuerza laboral, tal y como corresponde en el capitalismo porque no son los trabajadores los que organizan la producción. Por lo tanto, sólo al haber logrado reducir así la jornada, por el histórico cuestionamiento del salario, el movimiento obrero pudo alcanzar una ventaja en la correlación de fuerzas.

Hay que tener claro, por tanto, el carácter progresivo de la reducción de la jornada laboral que constituyó una de las reivindicaciones entonces exitosas de la clase trabajadora dieciochesca y posterior, y como tal fue una exigencia secundada, entre otras, desde las filas del marxismo. Federico Engels, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx o Clara Zetkin fueron algunos de sus máximos defensores en los dos siglos pasados.

No obstante, en esa misma época, en la que decíamos que tuvo lugar el alargamiento de la jornada y la respuesta de los trabajadores para terminar con él, también se empezaron a manifestar de forma clara las primeras dificultades para mantener el ritmo de crecimiento de las ganancias capitalistas. A partir de ese mismo momento hacía falta, desde el punto de vista de los intereses de las clases dirigentes, llevar a cabo nuevas formas de reanudar la generación de tales beneficios, o lo que actualmente se conoce como la recuperación económica.

Lo que se obtiene al incrementarse el tiempo de trabajo más allá del nivel en que se reproduce lo que vale la fuerza laboral siempre es en principio plusvalía; y la inversión tecnológica, que es una de las maneras (la principal) en que técnicamente se podría incrementar la productividad, no es un recurso armónico, sino contradictorio con la producción de esa forma excedentaria y el conjunto de las mercancías.

Lo que esto significa es que en un régimen asentado sobre la propiedad privada del capital, este último no puede combinarse a gusto de todos junto con la fuerza de trabajo, sino reemplazar esta última para permitir mayores rendimientos a las empresas, como ya está ocurriendo a medida que siga teniendo lugar la robotización o la transición ecológica que están actualmente en curso. Pero cuanto más se inutilice la fuerza de trabajo, mayor será la presión contra los salarios históricamente arrancados: por tanto no sólo disminuyen los salarios que gastan o consumen las empresas mediante los despidos individuales y colectivos (EREs, ERTEs...) sino también directamente a través de la remuneración, o lo que se paga según las nóminas derivadas de los contratos de trabajo por el tiempo (en horas, por ejemplo) que se trabaja de acuerdo a tales contratos.

Tanto la prolongación de la jornada de trabajo que aconteció durante aquella primera fase histórica expansiva del capitalismo, que describíamos al comienzo, como la reducción de la cantidad disponible recibida por quienes desempeñan tal actividad (y en general el importe salarial desembolsado en gasto laboral), que es lo que siguió después de la reducción de jornada conseguida por la lucha obrera, sólo son dos maneras o "vías" diferenciables que el capital tiene de conseguir lo mismo: que la parte que sea de la riqueza pase a adoptar esa forma de valor inaccesible para los trabajadores, la que constituye el beneficio privado de los explotadores y los capitalistas de diversos sectores.

Es decir, la segunda de las variantes no es de ninguna manera relativa porque la evolución de las plusvalías pudiera ser en algún caso "independiente" de la de los salarios, sino porque aquellas pueden acrecentarse con respecto a la masa total que se hubiera producido en un período de recesión, que es cuando se ralentiza el crecimiento económico. Esto último es exactamente lo que refleja la evolución de las tasas tanto de productividad como de natalidad: la crisis de superproducción de mercancías, y es consecuencia de las incapacidades adquisitivas que resultan de los bajos ingresos salariales.

De manera análoga se puede razonar que la primera variante de explotación o apropiación privada del excedente tampoco es absoluta porque la plusvalía creada como fuese pudiera ser "inmaterial", "falsa" o "irreal": muy al contrario, remite en todo caso a algo tan real que, se obtenga de la forma que se obtenga, es precísamente de ello que se vive a costa de los trabajadores que la producen y siempre se resta del salario.

La primera de las mencionadas, la plusvalía relativa, se acrecienta de manera aún más acentuada en contextos depresivos y de crisis económica general como los que vivimos desde hace varias décadas, y que en cualquier momento se pueden sumar a recaídas agudas en la contratación y en el empleo, facilitadas por la flexibilidad de contratos y de horarios, o por el despido libre y el abaratamiento de las indemnizaciones, que se han estado imponiendo de nuevo en las legislaciones de todos los países de la zona en los últimos tiempos.

Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado tenemos la significación históricamente ventajosa que ha tenido -y podría llegar a tener, si no estamos dispuestos a que nos la peguen- la reducción de la jornada laboral. Pero por otro lado tenemos que también es posible, incluso con la jornada reducida, incrementar eso que se detrae de nuestra capacidad adquisitiva porque constituye la parte de la tarta -del producto- que se reparte entre los accionistas y dueños del capital.

La cuestión es que no se sabe de antemano si cualquier propuesta va a ser o no ventajosa, precísamente porque no está nada escrito: pero sí sabemos que el trabajo es la fuente de nuestros ingresos y que tales ingresos equivalen sólo a una parte del valor total que producimos. 

Si seguimos en la tendencia de aceptación renegada y la aquiescencia que impera desde hace ya más de una década, sin abandonar el desconcierto y la derrota, sin contestación laboral y social y sin la menor crítica hacia cada caramelito que nos lanzan unos gestores políticos del capitalismo que son más "amables" que otros, pero que no dejan de ser lo que son, entonces sí sabemos a ciencia cierta que nos la van a dar con queso, y tenemos experiencia más que suficiente para corroborarlo.


3. Más tiempo libre sí, pero... ¿para qué?

Mencionábamos al comienzo que había quienes trataban de olvidarse tanto de la tendencia inflacionaria como de las actualizaciones salariales. Estos sectores argumentan que una reducción de jornada tiene que ser obligatoriamente preferible a un aumento de salario. 

Sin embargo, esa suposición es al menos discutible, si no directamente disparatada, primero porque todo ha de tener un contexto que lo justifique (de lo contrario caeríamos en el dogmatismo), y segundo si tenemos en cuenta que un supuesto aumento de salario puede suponer de partida, ni más ni menos, tanta ventaja o desventaja (según lo real que sea) como una reducción de jornada, porque de nada nos sirve tener más tiempo libre si la capacidad adquisitiva sigue cayendo.

Es decir, la inflación no sólo anula los efectos materiales ventajosos del aumento de salario. Es muy significativo que en la formulación de los argumentos que se han esgrimido para justificar esa "jerarquización" o "relativización de demandas" también se hayan recurrido y mencionado las actualizaciones salariales que se acuerdan en el ámbito de la negociación colectiva.

Aunque los sindicatos pacten con las patronales el aumento de salario, como se siguen elevando muy por encima los precios de todo lo demás al final ese aumento se anula: el aumento de salario por convenio no se traduce en un aumento del salario real, pues nos quedamos con menos y por tanto acaba por disminuir, también en ese caso, nuestro poder adquisitivo. De la misma manera, si pretendemos la implementación de una reducción efectiva de la jornada laboral no podemos simplemente "olvidarnos" del contraefecto que tiene la imparable elevación del coste de vida y los índices de la inflación, porque la reducción de la jornada, por muy real que sea (e incluso si se prohibieran las horas extras) tampoco invierte así, como por "línea directa", la evolución o la tendencia real en la cuantía de los salarios, ni tampoco en la calidad de los empleos que hubiera.

¿Para qué se va a pretender aumentar sino el tiempo libre? ¿Para tener que echar más tiempo buscando empleo en el Infojobs, alguna otra aplicación del teléfono móvil, o para patearse los principales polígonos industriales y empresariales de Vallecas o de las periferias de otras grandes localidades? ¿Cómo se va a aumentar el tiempo libre con los actuales salarios? ¿Esa es la libertad que les vamos a "comprar" a los gestores políticos del estado o a los esbirros mediáticos y digitales del capital?

En su spot [3] para las pasadas elecciones generales del 23 de julio de 2023, la vicepresidenta segunda del gobierno y ministra de trabajo dijo lo siguiente:

"Hemos dicho que esta campaña no va del futuro de ningún político [...]. Por eso, hoy quiero haceros una propuesta [...]. Es revolucionaria porque el tiempo es lo más valioso para quienes no tenemos grandes propiedades ni apellidos importantes [...]. Tiempo para ser libres [...]. Habrá gente que diga que no se puede reducir la jornada laboral sin reducir el salario, que esto es imposible. Lo cierto es que la jornada laboral ha ido siempre reduciéndose a medida que mejoraba la productividad. [...] Hoy no estamos a la defensiva, y queremos seguir avanzando".

Eso de que «el tiempo es lo más valioso que tenemos» (time is money) está entre lo que más "gracia" me hizo, en medio de la orientación conciliadora de la izquierda, que jamás volverá a ser lo que llegó a ser conocido en el pasado: estaba claro que tampoco el anuncio que acabo de reproducir se iba a tratar de una campaña de concienciación política de los trabajadores ni sobre la naturaleza del sistema capitalista, sino de su campaña electoral. Pero ciñámonos al hilo que venimos siguiendo.

El caso es que mencionaba ella estos tres elementos, que son el salario, la jornada de trabajo, y la productividad, y en su anuncio los combinaba en parejas, de dos en dos, según lo estimó conveniente: primero para cuestionar implícitamente a quienes considerasen imposible la reducción de jornada sin recorte salarial, y después para constatar ella misma que hubo reducción de jornada y también aumento de la productividad.

Hay una pregunta obvia que estas declaraciones deberían suscitar inmediatamente al lector u oyente si este es atento: ¿y qué si la jornada laboral se redujo mientras se incrementaba la productividad? ¿Ha de ser tomado eso como alguna prueba de credibilidad en las supuestas ventajas, o como una garantía de la hipotética efectividad de la propuesta? ¿Cómo va a haber una reducción real de la jornada laboral con un hipotético incremento de la productividad?

Aunque las etapas y los tiempos en que se implementaría han ido variando tanto en función de los agentes sociales (gobierno, patronales y sindicatos) como también según han ido transcurriendo los meses desde que se comenzó a barajar la idea (el año pasado, en vísperas de las pasadas elecciones...) la propuesta consistiría, en resumidas cuentas, en una reducción de la jornada laboral sin recorte salarial y en promedio anual.

El requisito sería entonces que, al cabo de un año, desde el momento en que se hubiera empezado a contabilizar o se pusiera el cronómetro a cero en el ámbito que fuese, la media semanal no superase el promedio semanal establecido para cada etapa de la reducción. El salario no disminuiría con la jornada, así que como la propuesta sería con compensación salarial, se plantea entonces (habría que agradecerle a la señora Yolanda Díaz lo abierto y transparente de sus declaraciones) el ajuste de la empleabilidad a las circunstancias de la producción. En sus palabras [4]:

"Nuestra legislación sobre tiempo de trabajo debe establecer reglas de funcionamiento rotundas y claras, que impidan las jornadas infinitas. Debe ser una legislación que consolide la flexibilidad ante los imprevistos, o las necesidades puntuales, tanto de las empresas como de las personas trabajadoras".

Para que se entienda si no ha quedado lo suficientemente claro: la «rotundidad» que menciona es para «que consolide la flexibilidad», a pesar del ingenioso juego de palabras de connotaciones aparéntemente opuestas. Un lenguaje no demasiado diferente al del mundo empresarial y de la administración de la contratación y costes de personal, porque al final, eso tan liberal (y libertario, según algunos) de la flexibilidad no es, en cierto sentido, más que una forma más o menos estricta de disciplina (económica) en los centros de trabajo, y no precísamente en interés de quienes trabajan para la empresa. 

No sólo la inversión capitalista volvió innecesario que se alcanzaran «jornadas infinitas», siendo no obstante cierto que determinados segmentos o capas de trabajadores pueden padecer extensas jornadas de explotación: es que nunca le ha venido mal al capital aprovechar los «imprevistos» para incrementar la esfera de sus ganancias. 

Alguien confiado podría preguntarse inocentemente: "si realmente se reduce la jornada, ¿qué importará si un día se trabajan 5 horas, al siguiente no se trabaja ninguna, y al siguiente se presenta uno 7 horas para recuperar el tiempo de trabajo, y al siguiente lo que se recupera es el tiempo libre..., si al final se va a trabajar lo que sea que se trabaje?".

Estoy seguro de que los empleados en las oficinas de RRHH (gestión de los "recursos humanos", eufemismo para la fuerza de trabajo al que también recurren los que deciden quiénes trabajan y quiénes no y en qué condiciones), un currículo profesional y académico que junto con el de los estudios de ADE (administración y dirección de empresas) comparten curiosamente ciertos pretendidos paladines de la clase trabajadora que son columnistas y redactores en medios como Ctxt, El Salto u otros (¡menudos currículos los de estos revolucionarios!) saben mucho de ese aprovechamiento que se hace de los "recursos humanos".

Así que como tendríamos una jornada reducida pero se compensaría el salario, también se da por sentado que tendrían que haber subvenciones directas al sector privado empresarial para que no hubiera pérdida de beneficios. Tal y como están las cosas ni siquiera es esto lo que más me choca, pero la duda razonable que sí surge entonces es ¿cómo abrir, pues, un margen de ahorro que sirviera para aumentar la productividad? La respuesta es la ya aludida "innovación organizacional", que es a lo que también se refieren ciertos medios de la brunet mediática progre cuando hablan de abordar la cuestión desde un punto de vista cualitativo: se abre la puerta para nuevas reestructuraciones de plantilla o ajustes, o incluso a la redefinición de lo que se considera trabajo y lo que no.

 

Conclusiones

Hay que mantener cierta coherencia con respecto al gobierno legal y en funciones porque no olvidemos que, de entre todos los actualmente posibles gestores del poder y las políticas que los capitalistas consiguen de ellos, la parte concreta en la que ya no se tiene el mínimo respeto por las reglas más básicas de convivencia y desde la que se está sembrando el odio en las instituciones y en las calles, va tirando del brazo cada vez un poco más en políticas económica y laboral. Sacaron a ultras, nazis y fascistas de diverso cuño frente a sedes y en alguna plaza para evitar la investidura de los progres, no lo olvidemos.

Cuando se aplicaron las leyes Aubry en Francia, la implementación de la jornada reducida se descentralizó hasta el nivel de empresa con el fin de minimizar todo lo posible la intervención del movimiento obrero allí existente, básicamente por la mayor tradición combativa de ese país, en el que existían poderosas federaciones industriales de sindicatos. 

En España, sin embargo, diversas fuentes del gobierno han dejado abierta la puerta, también, para hacer lo que correspondería con respecto al caso francés, con el pretexto de que la propuesta aquí y ahora podría suponer una nueva reforma del llamado Estatuto de los Trabajadores. Los motivos son evidentes: los promotores de la propuesta saben perfectamente que con la desorganización imperante en nuestro país, basta con descentralizar la implementación de la jornada reducida al nivel de sector.

Creer en algún redentor o ir tras las promesas de algún prometeo será una quimera, porque el capital sí nos engaña a nosotros diciéndonos que todo lo que hace es por el bien común, pero nosotros no le vamos a engañar jurándole que es por el suyo. No estamos viviendo, ni de lejos, la historia del movimiento obrero en la España del primer tercio del pasado siglo. La lucha de los trabajadores por su existencia todavía conectaba entonces, aunque fuera de una manera inercial ya tras el punto de inflexión en el Ciclo Revolucionario de Octubre, con la emergencia económica y política de la clase obrera que tuvo lugar a nivel internacional. 

Sin embargo, aunque tengamos una mayor calidad de vida que por aquellos tiempos, lo cierto es que si la estamos perdiendo es obviamente porque en algo nos estamos equivocando, o sea porque, en efecto, que es lo que de verdad importa, no hay lucha de clases.

Al igual que cuando mencionábamos las actualizaciones salariales, la finalidad de los promotores de la reducción de jornada, que ya cedieron a la patronal cuando esta acusó de "intervencionista" al gobierno, era evitar que se implementara a través de la legislación, o sea, mediante leyes jurídicas que así determinasen esa jornada: pero cabe preguntarse por las posibles implicaciones de la jornada reducida cuando la negociación colectiva es el marco de implementación de la propuesta. Si el aumento de salario a través de los acuerdos (disposiciones de menor rango que las leyes) o convenios colectivos entre los agentes sociales era nulo, ¿qué puede suceder entonces con la reducción real de jornada? No he visto por ahí muchas convocatorias de movilización al respecto por parte de ninguna organización ni sindicato, no sé ustedes.

Esta especie de "reparto del empleo" sería previsiblemente reconvertido, pues, en objeto del diálogo social, lo que significa que las patronales acabarán decidiendo, con el previsible apoyo de los sindicatos, cómo es la distribución de horas semanales de trabajo a lo largo de cada año de conteo.

Además de denunciar las falsas reducciones de jornada de por ahí, en las que esta sólo se concentra en menos tiempo, el que se prohibieran las horas extras, algo que por supuesto sería deseable, tampoco es lo mismo que un conflicto como el que volvieron a sacar a la palestra los de Acerinox en Cádiz (antes hubo otros, y habrá más), que llevan en huelga indefinida convocada por la Asociación de Trabajadores del Acero (ATA) desde el pasado 5 de febrero, y que exigen lo que no podemos esperar de ninguna de las centrales sindicales mayoritarias a nivel nacional: la lucha contra las bajas remuneraciones y la indexación del salario a la inflación.

El Presidente de la CEOE se opone a ello [5]. ¿Por qué creen que a los grandes empresarios no les interesa?. También el Presidente de la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA, pero esta es otra "ATA" distinta a la de los metalúrgicos gaditanos), afiliada a la anterior patronal de capitalistas y plutócratas desde enero de 2019, Lorenzo Amor, que de hecho también es Vicepresidente de la CEOE, se opuso [6] a la actualización salarial a los precios.

¿Por qué creen que las microempresas alineadas con el gran capital nacional, la ATA (de los autónomos) [7], que está en contra de la indexación del salario a la inflación, está también en contra de la reducción de jornada? Háganse preguntas, nadie se queda calvo por ello.

¿Por qué creen que la CEOE en su conjunto, está en contra de la implementación de la jornada reducida por ley,  o en su caso prefieren la descentralización de la propuesta al nivel sectorial? [8] ¿Les incomodan las respuestas a alguno de ustedes los lectores, quizás? Porque parece que a los empresarios no les parece tan mal que sean sus patronales las que tengan la responsabilidad en lugar del gobierno: ¿acaso los sindicatos tradicionales están luchando en algo? ¿O será que estos últimos siguen perdidos en cuestiones o bien superfluas, o bien que no lo son pero a las que se plantean recurrir para evadirse de otras fundamentales?

Una reducción de la jornada laboral, aunque sea una reducción real de jornada, no sirve para defender la calidad de vida históricamente conseguida frente a los ataques a que está siendo sometida, si no hay lucha, entre otras cosas para resistir el aumento galopante de los precios, que es a lo que la clase obrera exige que se actualicen los salarios para que sí se pueda al menos mantener la capacidad adquisitiva.


 

No va a haber mucha diferencia entre concentrar la jornada laboral, y reducirla como se pretende hacerlo, si esa reorganización del trabajo va a correr a cargo de los mismos gestores que la han propuesto, y los que insinúan que sí representan los intereses de los trabajadores aceptan sus itinerarios.

No vivimos del tiempo libre, sino del salario efectivizado, porque estamos explotados en el capitalismo, y por eso hay que defender la reducción efectiva de jornada: para empezar por aliviar las condiciones laborales y de vida cada vez más asfixiantes y poder recomponerse de cara a los conflictos venideros, que brotarán por mucho que nos pillen mirando a las quimbambas como hasta ahora. Si se trata al menos de mejorar la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, hay que ponerse manos a la obra.

Pretender olvidar el aspecto cuantitativo del salario no es más que una gran mentira para vendernos como éxito cualquier mierda que haga este gobierno, cuando lo que deberíamos estar haciendo es organizarnos para cuestionar democráticamente cada nuevo señuelo de los social-liberales y progres -mejor estos que los ultras, sí, pero tampoco nos van a regalar absolutamente nada porque tampoco gobiernan ni legislan para nosotros- y aspirar así a arrancarles alguna ventaja: sólo de esta manera se podría recuperar la iniciativa antes de que vuelva la serpiente, a la que ya no tiene el menor escrúpulo en pastorear toda la parte despreciable y nauseabunda que se encuentra a la derecha parlamentaria.

Sólo me queda preguntarme una cosa.

¿Van a intentar los sindicatos alternativos (los que se supone que eran críticos con las confederaciones mayoritarias) organizar una respuesta y una movilización desde la base? ¿O van a tratar de simular la épica triunfalista de los partidos del progresismo? Por mi parte, si van a seguir a rebufo de estos y sus voceros mediáticos, en lugar de elaborar una agenda independiente, les perderé el respeto como se lo perdí hace unos años a otras organizaciones no sindicales, que son los citados partidos. 

Si es esto último, eso de seguir la épica de estas formaciones políticas, nos llevarán al fracaso o, en el menos malo de los casos, a que también tengamos que dejar de contar con ellos en el planteamiento de una resistencia de clase más allá de lo aislado y el ámbito local.

Con lo primero, aquello de la respuesta y la movilización, tenemos una oportunidad sin tener que esperar a "comprobar" que se trataba de dejarnos la opción de trabajar por algo exiguo, o comernos los mocos mientras esperamos el próximo turno o el siguiente empleo. Pero esa oportunidad no es la libertad con la que unos están encadilando, y con la que otros se están dejando encandilar.

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REFERENCIAS:

  • 1: "Reducción de la semana laboral, pero sin trampas". Federación Provincial de Valencia de la CNT, el 17 de febrero de 2022. Enlace.

  • 2: "Reducción de jornada, una reivindicación vigente". Iván Nistal en el Periódico de la CNT, nº 421, el 15 de diciembre de 2019. Enlace.
  • 3. "Yolanda Díaz propone rebajar la jornada laboral una hora al día". Yolanda Díaz, en su spot de la pasada campaña electoral para las generales del 23-J, reproducido en el Youtube de Expansión, el 23 de julio de 2023. Enlace.
  • 4: "Necesitamos una nueva regulación del horario de trabajo...". Yolanda Díaz, Ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda del Gobierno, en el acto de presentación del Estudio de fundamentación para la Ley de Usos del Tiempo y racionalización horaria, el 16 de junio de 2023. Enlace.

  • 5: "No se pueden indexar los salarios a la inflación". Antonio Garamendi, Presidente de la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales), en entrevista en Radio Nacional de España, el 13 de septiembre de 2022. Enlace.

  • 6: "ATA insiste en que indexar salarios a la inflación puede hacer que "todos seamos más pobres" ". Entrevista de Telecinco a Lorenzo Amor, Presidente de la ATA (Asociación o Federación Nacional de Trabajadores Autónomos) y Vicepresidente de la CEOE, y recogida por Servimedia, el 9 de mayo de 2022. Enlace.

  • 7: "Autónomos ven la reducción de la jornada laboral como un "hachazo" a las empresas". The Objective, otra vez en referencia a Lorenzo Amor, el 25 de octubre de 2023. Enlace.
  • 8: "CEOE rechaza reducir por ley la jornada laboral y lo crítica por "intervencionista" ". Rosa María Sánchez, en El Periódico, el 24 de octubre de 2023. Enlace.

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ES POSIBLE QUE TAMBIÉN LE INTERESE:

  • "Propuesta de exigencias al posible próximo gobierno de amplias alianzas". Marat, en su blog La Barricada Cierra la Calle pero Abre el Camino, el 1 de septiembre de 2023. El título de la publicación se debe a que esta fue escrita con anterioridad a la formación del actual gobierno en funciones. Enlace.

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