.

Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

martes, 8 de marzo de 2022

El capitalismo de estado sigue siendo el horizonte por las izquierdas


Por Arash

Cuando la ahora agonizante y, salvo notables excepciones, también desintegrada clase trabajadora irrumpió de lleno en el siglo que nos precede, los distintos experimentos socialistas de los viejos utópicos ya habían dado paso a otros de muy diferente y marcada tendencia ideológica, ya fueran estos encuadrados en procesos políticos más amplios o bien estuvieran más aislados y localizados bajo circunstancias particulares.

Toda esta última generación de experiencias, las del movimiento obrero una vez ya había superado su período más ingenuo hasta entonces, se pueden cuestionar tanto por la naturaleza de cada una y quienes fueron sus protagonistas como por los respectivos contextos en que fueron desarrolladas, aunque cada vez estoy más convencido de que es una imbecilidad de campeonato hacerlo cuando se están ignorando cuestiones mucho más elementales. 

Cuestiones más elementales se ignoran cuando, lejos de querer comprenderse el fondo de verdad del lógico y penetrante miedo con vistas a construir una realidad que se oponga a sus causas materiales, lo que se pretende es hacer bandera de aquel sentimiento y yuxtaponerle una esperanza, que es algo así como ponerse a "liberar chakras" frente la clara orientación fascista que va adoptando. Se pueden encontrar matices e inclinaciones diferentes, dentro de ese conjunto de emociones y supersticiones políticas que es la democracia parlamentaria.

Si me preguntasen, diría que el cambio de propietarios en determinadas empresas o centros de trabajo hacia quienes sí son técnicamente imprescindibles para su funcionamiento son ya palabras mayores, desde luego no un capricho de nadie. Pero qué más da si la idea, que como cualquier otra siempre tiene por supuesto quienes la refieran, puede sumar algunos seguidores más, de lo que sea.

Al respecto de aquellas experiencias se podrían mencionar desde el socialismo autogestionario de la antigua Yugoslavia hasta la colectivización agraria catalana de julio del treinta y seis, pasando por los consejos obreros antes y durante el gobierno de Imre Nagy o los mismísimos koljoses. Seguro que distintos predicadores muy españoles, por cierto, "ensalzan" estos últimos cuando se cumpla el puto centenario dentro de unos años, algo que creo muy diferente a la comprensión de la mayor o menor pertinencia que tuvieron este y otros acontecimientos en la historia moderna.

Su conversión en un objeto de consideración por parte de quienes jamás han tenido pretensión alguna de cuestionar el capitalismo, que a lo mucho habrán tenido que lidiar de la correspondiente manera interesada cuando fueron puestas en práctica, va mucho más allá de lo que parece y de lo que nos cuentan. A la acelerada creación de granjas colectivas en Rusia a finales de los años veinte, y es sólo un ejemplo de ello, la acostumbran a presentar muchos como un exceso en sí mismo, como una injusta requisación del grano en el campesinado.

Es lo que sucede cuando consigue hacer efecto el espíritu de quienes elaboraron la Declaración de Praga: que aparece como un exceso todo aquello que interese calificar de comunista, se parezca más, algo o nada eso que se califica de tal manera a esto último, que es lo de menos. En esos partidos de tendencia criminal que señalan a inmigrantes y en buena parte de los gobiernos que están levantando alambradas por toda Europa tampoco se tiene el menor reparo en servirse incluso de la propaganda de los nazis alemanes (Hearst) y colaboracionistas a la hora de pronunciarse para espetar su veneno.

Por su parte hay quienes, desde otras posiciones particulares, no dudan ni por un segundo de que ni la susodicha colectivización, ni la URSS, ni siquiera el mismísimo desalojo del Palacio de Invierno y la insurrección en la que tuvo lugar, hubieran existido sin aquel a quien rinden crecientemente su patético culto a la personalidad, porque en el fondo para ellos es todo lo mismo. Cualquier día nos los encontramos en Sol o por la Gran Vía de alguna capital con un gorro de orejeras puesto y bailando un trepak si hace falta.

Su grado de desconexión actual con el presente, no tanto en un sentido emocional o por el estado de ánimo predominante, que es lo que aspiran a capitanear, sino por lo que respecta al salto que imaginan, no se entiende en toda su magnitud sin tener en cuenta eso que algunos partidos declaran ahora que se haga con ciertas compañías energéticas, en estos tiempos que corren de una monumental y lucrativa subida de los precios de la luz y del incremento del coste de vida en general, que se están viendo enormemente agravados como consecuencia tanto de la aventura bélica del capitalismo ruso en Ucrania como de las sanciones que se han ido escalonando de manera unilateral. 

Lo que tienen los más ortodoxos es que manejan unas retóricas más contestatarias, curiosamente igual que se hacía desde la izquierda hace cien años. No discuto la medida en que eso por lo que apuestan sería una opción más o menos perniciosa y perceptible, sino a cómo la pintan y por qué. 

Así, el que en lugar de decir "tomar" o "control por los trabajadores" algunos digan "tomar el control" es una enrevesada e interesante composición lingüística que sería bastante significativa de las intenciones reales de quienes afirman reconocerse en la idea de la desaparición de todas las clases, de no ser porque al igual que ellos, el resto de quienes se plantean o hablan de "nacionalizar" también están pensando simplemente en estatalizar, lo que dadas las circunstancias supondría algo parecido.

Debe haber quienes están convencidos de que se avecina una nueva revolución social y de que tenemos a la vuelta de la esquina la constitución de unos sóviets a punto de asaltar las estaciones térmicas, eólicas o hidroeléctricas de las corporaciones energéticas. Como mínimo ha de estar habiendo una enorme y sostenida movilización de trabajadores con las cosas muy claras, como para que el Estado vaya a ponerse a repartir alegremente la energía u otras formas de la riqueza entre todos, si este pasara a controlar la economía.

Tampoco pondré en duda la capacidad de autopersuasión de quienes así lo creen, al margen de la propia percepción de las masas. Mientras en aquellas corrientes se han estado tratando de divulgar utopías de cada vez más cortos vuelos, o se va creyendo ver en el sectarismo una respuesta a la crisis, la parte de estas últimas que aún está organizada trata de oponer alguna resistencia efectiva frente a la paulatina defenestración de lo conseguido a partir del hace mucho terminado ciclo de octubre, cuando la realidad es que la mayoría de las mismas permanece indiferente y se limita a plantearse cómo coño sobrevivirá con el empleo de chico de los recados o cuando ya no quede más que la chatarra asistencial que necesitan los gobiernos para intentar mantener el orden.

Pero me da la impresión de que estamos sobrados de aspirantes a los consejos de gestión o administración pública incluso cuando el apelativo de comunista se "otorga" a diestro y siniestro, costumbre esta última que se practica ya sea para azuzar los peores prejuicios e instintos de la sociedad irguiendo los muñecos del pim pam pum del mañana, que se refieren a los mismos del ayer a pesar de que hoy tendrán que inventarse a muchos más, aunque también para colgarse medallas a uno mismo como un cretino, que no es sólo cosa de la nueva socialdemocracia al contrario de lo que se acostumbra a pensar en los demás partidos que han convertido la hoz y el martillo en un emblema.

Los que se identifican a título personal de tal manera, o lo han hecho alguna vez, desde las instituciones sólo representan a un sector que ya consiguió convertirse en una burguesía de Estado o algo parecido, y que conste que ni estoy diciendo, ni de hecho pienso en ningún modo, que ni ellos ni parte de sus pretendientes más próximos, que tratan de ganarse descaradamente un hueco en el sistema de partidos junto con los que ya tienen representación en el congreso, merezcan o deban ser en absoluto equiparados a lo que representan los principales partidos parlamentarios ajenos a la llamada mayoría de la investidura. Todo hay que decirlo, no vaya a ser que alguien se equivoque. Sería injusto e inexacto decir que son lo mismo que esa "suma" de aspiraciones delictivas que padeceríamos con creces de tenerlos en la Moncloa. 

Por eso mismo, pese a mi absoluto rechazo de la recuperación de la teoría del "socialfascismo", de aplicación tan extremadamente inoportuna como lo fue cuando la diseñaron en 1928 y señal inequívoca de la irremediable degeneración del polo comunista, me pregunto qué nivel de bajeza ha de tener también esa idea de sociedad que se dice perseguir a medida que uno se plantea la totalidad de la corroída diáspora (incluidos y especialmente aquellos a quienes la política profesional Yolanda Díaz se refirió, con razón, como marginales) vista la manera convencida en que los del extremo en esa tendencia se suponen a sí mismos algún tipo de alternativa frente al actual estado de cosas y frente a quienes tampoco han planteado la que necesitamos. 

No consideran ni pretenden estimar la validez de sus propias organizaciones por sus posicionamientos y por los resultados a los que estos las conducen, pero para captar adherentes a siglas o a colores siempre han estado los performances. Para tratarse de una respuesta a la pusilánime y frustrante posmodernidad y sus mil y una caras, también parece bastante exacerbada su inclinación hacia la iconografía y el simbolismo, por mucho que hagan el egipcio cuando se lo recuerdan, pero ellos a lo suyo como siempre. 

A parte de la cronología de fechas, que se concatenan como una secuencia de datos irrelevantes porque no son comprendidos por aquellos a quienes se dirigen quienes los exponen, el simple exhibicionismo de banderas ya era, por cierto, una botella a la que se le pegaban buenos lingotazos con las últimas convocatorias del PCE-IU, que es cuando las manifestaciones regresaron a sus orígenes históricos: las procesiones. 

Todo ello ya venía de antes pero, no por casualidad, se volvió mucho más agudo después de que se enamorasen perdidamente de quienes decían aquello inquisitorial del "sin banderas", a pesar de que trataban de expulsar a los propios asistentes afiliados a sus organizaciones y, por extensión, a todo el que mostrase alguna enseña "no inclusiva", que ya sabemos lo que eso significaba. En Italia hasta los llegaron a golpear. Los sectores marginales sólo son los despechados de ese amor inconfesado hacia lo que se profesaba en un movimiento que odiaban pero del que interiorizaron tanto su contenido, cambiando las formas. 

Si alguno de todos los anteriores se hubiera leído a Rosa Luxemburgo, en lugar de haber pasado la vista por encima de alguno de sus textos como mucho, seguramente se haría una idea más certera sobre los logros que obtuvo el gobierno bolchevique en los años inmediatamente posteriores a 1917, en vez de utilizarlos como mera propaganda de las insuficiencias o vergüenzas de lo que hoy llaman el "movimiento comunista". 

La trayectoria de esta marxista de origen polaco y alemán resulta tan tergiversada, por quienes se atreven a transmutarla en objeto de las mentiras de las feministas, como esta y la de Lenin lo son ambas por parte de la izquierda en su conjunto, o bien se la tiene a aquella por una mera teórica y política de segunda fila a la que relegan a la sombra con muy poco disimulo.

En aquel otro país, Rusia, la estatalización de los medios de producción había que consignarla y, en ese sentido, había que defender a la dirigencia del proceso frente a todos sus adversarios y los gobiernos extranjeros que lo confrontaron, pero porque en vísperas de lo que sería aquel desplazamiento insurreccional del poder, la clase obrera de la época estaba organizada o a punto de hacerlo en tanto dictadura de clase, o sea, en la forma de Estado si lo prefieren. Igual que ahora, vamos.

Me juego un almuerzo a que si alguno de los caudillos y twitstars que pueblan ese estercolero de egos y trending topics que son las redes sociales les instase a ello, más de uno sería capaz hasta de tomar el Puente de Monteolivete con un moshin nagant. Lo mismo da si un nuevo "don" Miguel Primo de Rivera se subiera al estrado de la presidencia con una docena de tanques como escolta en las puertas del edificio que alberga su sede. Alguien declararía ante toda la población que el socialismo está comenzando y se quedaría más ancho que largo.

Posteriormente, si fueron alcanzados unos elevados estándares materiales o de vida en el contexto de la sociedad de la época fue precísamente por la extensión de los koljoses en el campo, que siempre fueron mucho mayores en número y en importancia en relación a los sovjoses o granjas estatales. Incluso el propio sistema estatal de protección social, que de manera indirecta se volvió una referencia hasta en occidente, se comprende a partir de la formación de aquellos.

Pero los actuales campeones de la revolución ignoran que la importancia de esa colectivización se debió también a que la dirección revolucionaria había sido desplazada por la burocracia política. Antes, no después. Tratar de presentar al Estado como si hubiera sido lo mismo recién oficializado el poder soviético que según fueron pasando los años, es algo tan vulgar como pretender desarrollar una explicación sobre la involución de la revolución rusa a partir de una personalidad o de un congreso, que es a lo que tienen acostumbrados a sus escasos seguidores. Pero las últimas semanas vuelven a enseñar que no es tiempo de revoluciones, sino de cretinos que justifican invasiones como lo hace Putin cuando se presenta como justiciero.

La socavación de las bases de ese poder ya manifestaba entonces, apenas comenzado el período de entreguerras, importantes diferencias en la correlación de fuerzas, pero es que hoy la clase trabajadora se está reconvirtiendo, generación tras generación, en proletariado como en el siglo diecinueve, pero en el siglo veintiuno. Eso sí, hay quienes cada vez se atribuyen con más énfasis una autoproclamada condición no sólo comunista sino también de vanguardia desde la que se habla de colectivizar y de socializar.

Está claro. Si los liberales no distinguen entre una estatalización y la tendencia monopolista, más allá de esa ideología que profesan también se la pretende confundir con una hipotética expropiación socialista. Por cierto, la orientación del liberalismo es tan liberticida como puede llegar a serlo todo lo que queda fuera, ni más ni menos.

¿Alguien cabal que crea en la necesidad de organización de clase confía acaso en los guardianes de las esencias? Prefieren la retórica y la liturgia porque la actualidad les parece demasiado desagradable. Sí que lo es, poco a poco esto va tomando forma y no se parece en nada a la toma de la "Bastilla petrogradiense", pero lo será así y peor aún mientras ellos continúen convirtiendo esa pasividad en motivo para seguir evocando el pasado, que es lo que les sirve para invocar alguna supuesta correspondencia en el presente. Otros se ponían en círculo hace un tiempo para invocar otras cosas, personas o supuestas "cualidades".

Nada de eso es obviamente una alternativa creíble, y mientras siga sin haberla, el poder incuestionado del capitalismo contemporáneo, sea cual sea su color y signo político, seguirá encontrando la manera de ir ventilándose los niveles conseguidos de protección social, que queda como una inercia de otra época en vías de desaparición. 

El motivo no es ninguna fuerza sobrenatural sino que todas esas coberturas que constituyen dicha protección en su conjunto son parte del salario, y quienes resisten con su ejemplo no tienen quienes les tomen el relevo. Es perféctamente comprensible el agotamiento de los pocos que se deciden a tomar este otro camino.