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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

martes, 30 de marzo de 2021

Mercado laboral y lucha de clases, en época de ficción política

 

España tenía en 2019 la tasa de temporalidad
más elevada de toda la UE, un 26,8 %. Eso según
datos de la Fundación BBVA
Por Arash

Desde hace demasiado tiempo, cualquier disparatada forma del "activismo" se confunde con la militancia, y lo que llaman anticapitalismo no es más que otro movimiento contracultural de las clases medias. Las ensoñaciones inoculadas desde fuera del sujeto político persiguen distraernos en lo ajeno a nuestras necesidades inmediatas.


Organización de clase

El mercado lo conforman el conjunto de los intercambios o transacciones comerciales. Sin cosas no puede haber mercado, y la fuerza de trabajo es una "cosa" que, aunque sea portada por alguien vivo y dotado de conciencia, es reducida y abstraída a una masa humana indiferenciada que es la fuerza de trabajo asalariada, cuando los empresarios se la intercambian como se intercambian las demás mercancías: por eso a estos últimos tampoco les importa la disimilitud de formas específicas en que se puede realizar, o lo que es lo mismo, el efecto socialmente útil del trabajo.

En el mercado laboral, la fuerza de trabajo la ofrece el proletario y la demanda el explotador: el salario es aquello por lo que el proletario vende la fuerza de trabajo que ofrece, o con lo que el explotador compra la que demanda para emplearla; y ese músculo, nervio y cerebro del proletario viviente es la mercancía humana por la que el explotador se apropia, a cambio del salario que le paga al propietario original de esa fuerza, del beneficio o excedente que crea cuando se activa cada hora, cada jornada, cada mes, es decir, cuando se intercambia.

De todos los sistemas productivos conocidos desde el período primitivo, el capitalismo es, sin lugar a dudas, el más productivo de todos ellos, aunque la propiedad privada del capital y demás medios técnicos impide el beneficio o usufructo social de todo ese excedente, y ello acaba por limitar e impedir el desarrollo y hasta el mismísimo empleo de todas las fuerzas que lo producen: la rentabilidad es la expectativa de apropiación privada del beneficio cuando esas fuerzas se emplean en las relaciones salariales y susceptibles de serlo, mientras que la empleabilidad tan sólo es la posibilidad técnica del empleo de las mismas.

Sin embargo, el sentido de la oferta y la demanda en la lucha de clases es distinto, porque esta no significa lo mismo que el mercado laboral, por mucho que tenga que transcurrir en el mercado laboral. En caso de aparecer, esa lucha se refiere a una realidad coincidente con la de ese mercado tan particular, pero las condiciones en que la fuerza de trabajo se emplea, y su precio en particular, no las "ofrece" el proletario que la ofrece, y si pretende hacerlo se trata de una iniciativa por seguro ineficaz.

Lo más frecuente es que el empleo sea ofrecido por el explotador: quien decide el salario y el tipo de contrato, el número de vacantes a ocupar, la inversión en seguridad laboral y equipos de protección individual (EPIs), organiza los aspectos fundamentales de la realización de las tareas y su reparto entre sus ejecutores, o de los horarios en que se desempeñan estas, y también el que contrata y también despide o despacha la fuerza de trabajo. Es decir, el que "crea" y "destruye" el empleo: el que efectiviza o deja sin efecto la empleabilidad.

Aunque se lo denomine de esa manera, la "creación" y "destrucción" del empleo no es ninguna creación ni destrucción en sí misma, porque el empleo no es una cosa, sino más bien el proceso de transformación y creación de las cosas, que tiene lugar en unas determinadas condiciones. Así pues, la oferta de empleo engloba todas esas condiciones salariales, laborales y por ende sociales que hay dadas en el capitalismo al desconsiderar una posible variable política, y en cualquier caso está sujeta a las leyes de la rentabilidad.

Pero en el capitalismo, el proletario puede demandar el empleo si se organiza como clase, con otros proletarios, para cuestionar, luchar y defenderse contra ese sistema salarial, y le conviene hacerlo porque el empleo no está garantizado ni siquiera por la Constitución de ningún Estado del planeta, por mucho que sea un derecho constitucional, que es algo que vale casi tanto como una promesa electoral, a pesar de la insistencia de unos en hacer creer lo contrario y de otros en creérselo.

En otras palabras, la demanda del empleo podría ser no sólo la solicitud o petición individual del proletario a la que estamos acostumbrados, cuando uno se apunta al registro oficial del paro, al de una empresa de trabajo temporal, multiservicios o a cualquier otra "bolsa" de empleo, cuando recorre de arriba para abajo la aplicación del teléfono móvil o cuando se divulga el nombre personal a través de conocidos de conocidos, sino que también podría ser una reivindicación o exigencia del proletariado organizado.

Cuando irrumpe una crisis de rentabilidad, esto es, cuando las expectativas del beneficio privado en la producción empiezan a mostrar las dificultades que tienen quienes la organizan para reinvertir su capital, y la oferta de empleo entra en crisis, es inevitable que aquellos "destruyan" más empleo del que "crean", arrojando a una parte de los proletarios a las listas oficiales y a las desconocidas del paro, al menos hasta que su gobierno reforma o ajusta el mercado laboral para volver a rentabilizarlo.


Parasitismo, dependencia y ejército de reserva

Una cuestión es el desempleo técnico o natural de la fuerza de trabajo, que como tal, o bien no es desempleo estríctamente hablando o, si lo es, también es legítimo porque brota de una necesidad excepcional; y otra complétamente diferente es el desempleo estructural del capitalismo, que incluye el que se provoca cuando se "destruye" el empleo.

Por un lado, la fuerza de trabajo puede aparecer, con el desarrollo físico y mental que subsigue al nacimiento durante la infancia y la adolescencia, y también desvanecerse ya sea de manera temporal o permanente, parcial o total, brusca o progresiva, reversible o irremediable en multitud de circunstancias de la vida: cuando se cansa, cuando se envejece, definitivamente cuando se muere, cuando se padece alguna discapacidad física o de otro tipo, de nacimiento o adquirida en un accidente, etc. Todos estos son ejemplos técnicos o naturales del desempleo que surgen, insisto, de una necesidad excepcional que debería ser cubierta como todas las restantes, y por supuesto, la prestación de toda esa cobertura exige o requiere del empleo personal de los demás.

Por su parte, y en relación con lo anterior, el desempleo estructural se refiere a una fuerza de trabajo desempleada que no está naturalmente desvanecida en ninguna medida; a una fuerza de trabajo desaprovechada. Por este y otros motivos, como la competencia comercial o su inevitable tendencia monopolista, en el capitalismo se desaprovechan enormes fuerzas productivas, y ello afecta de manera nefasta a la posibilidad de cubrir todas las necesidades.

Cuando se habla del empleo, usualmente se tiende a asumir las peculiaridades de esta organización productiva en particular. De esta manera, el aprovechamiento implica, como es lógico, la producción medial sin la que no habría producto que aprovechar, aunque se refiere también a su finalidad, o sea el producto mismo; pero el empleo se refiere más habitualmente a la producción en exclusiva, que en el capitalismo se pervierte en su finalidad convirtiéndose en un fin en sí mismo, o sea, ajeno a su carácter socialmente útil o a las necesidades de quienes la llevan a cabo y quienes no pueden participar en ella. El aprovechamiento de la fuerza de trabajo indica, pues, el usufructo del producto, o sea, de lo que se produce cuando se emplea, mientras que el empleo de la fuerza de trabajo remite más usualmente a la producción del producto, que transcurre en el sistema salarial, bajo su influencia.

En este sentido, el aprovechamiento de la fuerza de trabajo ajena data del usufructo de lo que ha producido otro y puede implicar opresión o no hacerlo en absoluto, mientras que cuando se habla del empleo de la fuerza de trabajo ajena sí se suele estar aludiendo con más frecuencia a una forma opresiva de aprovechamiento, que sucede en cualquier sistema productivo basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el capitalismo en particular, en donde la fuerza de trabajo empleada por cuenta ajena es una mercancía, está asalariada.

Sea como sea, el desempleo estructural incluye y se refiere, entre otras cuestiones, a lo que Marx denominó en su día como el ejército industrial de reserva, y que los marxistas contemporáneos y quienes tratamos de serlo, en vez de sumarnos al progresismo de las izquierdas, los pseudorradicalismos y otras corrientes "obreristas" del liberalismo más ramplón y descarado, conocemos como el ejército de trabajadores de reserva, potencialmente empleable en almacenes, fábricas y talleres, en fincas y campos, en oficinas y despachos, y en otros muchos sectores económicos existentes en la actualidad.

Se trata de un ejército anónimo por el que puede pasar cualquier proletario durante más o menos tiempo de su vida y con mayor o menor continuidad, al que el empresariado necesita mantener des-empleado, aunque esté técnicamente capacitado para estarlo, con el fin de promover la competencia entre los que sí vayan a emplearse en ese mercado laboral y poder abaratar así el precio de su fuerza de trabajo mediante una sobreoferta, o sea, poder disminuir su salario.

El parasitismo es el empleo de la fuerza de trabajo ajena, cuando se está en plenas facultades técnicas para el empleo de la propia (adultez, en edad activa y estado óptimo de salud) y no se forma parte del ejército de reserva, y en la sociedad capitalista tales circunstancias sólo se pueden dar simultáneamente cuando se trasciende en la competencia, para lo que no basta con "tener" estudios o estar más cualificado que otros. En el parasitismo, la principal fuente de ingresos personales procede, por lo general, del capital industrial, bancario, inmobiliario o de otros tipos, se posean estos en distinto volumen, tengan uno u otro precio.

Forman parte íntegra de las clases parasitarias, por tanto, los empleadores que viven de sus beneficios empresariales, y otros ociosos que lo hacen de una herencia o transmisión patrimonial, de intereses hipotecarios y crediticios de otra índole, y de alquileres de vivienda y otras propiedades, sin aportar nada al erario social, o bien externalizando en alguna medida cuotas variables de su participación personal en ese aporte, y beneficiándose de todo ese erario. Es decir, los explotadores que viven de las plusvalías diréctamente arrancadas a los asalariados, y el resto de los burgueses que lo hacen de aquellas de manera indirecta, viviendo de las rentas.

Por otro lado, lo que se acostumbra a denominar como dependencia apunta a una forma de aprovechamiento de la fuerza de trabajo ajena que a diferencia del parasitismo no es opresiva sino solidaria, y como decíamos puede tener un trasfondo natural o técnico, o bien característico de la estructura productiva del capitalismo, es decir, el paro. Debe tratar de cubrirse lo mejor y más ampliamente posible en cualquiera de ambos casos, y para ello tiene que haber una demanda efectiva del empleo, es decir, una tendencia a la reducción del desempleo estructural y al cuestionamiento de la relación salarial, para que más proletarios desempleados por cualquiera de tales motivos puedan aspirar a estar dentro de la cobertura y en sus modalidades más sociales.

Por lo tanto, no forman parte de las clases parasitarias, en absoluto, los temporeros y otros desheredados (des)empleados temporales o fijos discontínuos sea cual sea su jornada, los jubilados y el resto de pensionistas cuya invalidez les impide realizar un trabajo o que dependieron de núcleos en los que se vivió diréctamente de su desempeño, los enfermos y los discapacitados, los parados de una u otra duración y los excluidos, y cualquier otro proletario dependiente del Estado o en su defecto la familia, o complétamente desamparado y desprovisto de cobertura o protección alguna.

La formación profesional o la experiencia laboral pueden ser promovidas, por las asociaciones patronales y los sindicatos de concertación, como forma de competencia entre los propios trabajadores, si no hay organizaciones mediante las que se demande conjúntamente el empleo o si aquellas de las que sí dispone son débiles, o no tan fuertes como se cree cuando son idealizadas. Pero en el capitalismo, la competencia entre los propios trabajadores nunca tiene nada que hacer frente a la de los capitalistas, que compiten en otra liga.

Exceptuando a los directivos y ejecutivos, que incluso en muchos casos también son accionistas, la mayor diferencia económica entre los trabajadores asalariados que puedan estar compitiendo entre sí en vez de organizados como clase, es una mínima parte de esa diferencia que pueda haber entre los capitalistas: cuando compiten, los trabajadores lo hacen prácticamente al mismo nivel entre ellos, pero aquellos otros son los que de verdad  compiten por llegar a lo más alto de la estructura social.

La iniciativa que suelen denominar emprendedora o empresarial, y a menudo también de empoderamiento, en ciertas asignaturas académicas y también en varios movimientos sociales, o diréctamente en el mundo de los negocios del que procede este último vocablo (empowerment) es la de intentar formar parte de aquellas clases burguesas y acomodadas para liberarse de la necesidad de tener que emplear la fuerza de trabajo propia, y el proceso muy frecuentemente se queda en una ilusión más o menos frustrada, que ocasionalmente se disfraza de convicciones morales y una denuncia igualmente moral del capitalismo.

Cualquiera que sea la manera en la que se exprese, la emancipación está sujeta a las condiciones económicas y sociales de este sistema de producción y la irrupción de sus crisis periódicas y recurrentes, que son las que determinan cuántos pasarán por la canasta de la llamada movilidad ascendente. Por eso, este proceso suele ser intergeneracional, y atravesar un período de expansión de las clases medias, en las fases de crecimiento y "creación" de empleo, o bien de contracción de las mismas, en las de recesión y "destrucción" del empleo, o de creciente precariedad laboral, que viene a ser más o menos lo mismo.


Políticas de fomento del empleo y límite de las capacidades productivas

Por mucho que sea individual y ello le haga sucumbir ante la oferta (o ausencia) de empleo, siempre hay demanda de empleo porque el proletariado necesita trabajar. Por eso siempre hay oferta de fuerza de trabajo, que de hecho es una sobreoferta porque es superior a la demanda de esa mercancía, y ello permite, como dijimos, la disminución de su precio, en este caso el salario.

El ejército de reserva no puede desaparecer en el capitalismo, pero sí puede variar de tamaño (número total de quienes pasan por sus filas en un mismo período de tiempo y duración de la estancia de cada uno de ellos) en función tanto de si la demanda de empleo es individual o, por el contrario, está organizada, como de la propia lógica de la rentabilidad. Si desconsideramos la primera variable, la posibilidad de la organización de clase, resulta que cuando todavía no hay crisis de rentabilidad, el tamaño de ese ejército es más pequeño, mientras que cuando irrumpe esa crisis, aparece una tendencia creciente de su tamaño que, o bien se alterna provisionalmente, o bien se combina definitivamente con el empeoramiento de la calidad del empleo de quienes no forman parte de esa reserva en un momento dado.

El empleo de baja calidad es el que resulta de las políticas de fomento del empleo que aplican los gobiernos, y consisten en adaptar la empleabilidad a la lógica de la rentabilidad. Esta adaptación se traduce en un abaratamiento del despido (reducción de las indemnizaciones, descausalización de los contratos, priorización de la voluntad de las empresas por encima de la de trabajadores y jueces, etc), también en la parcialización y temporalización del empleo y el estancamiento de los salarios en relación a los precios (disminución del salario real, que es el precio de compraventa de la fuerza laboral respecto al de las mercancías que produce), y finalmente en el desempleo y la crisis vital y social del proletariado. Se trata de la desrregulación del mercado laboral, que es seguida de una nueva regulación.

A su vez, los bajos ingresos salariales, el empleo temporal y el desempleo (empleabilidad desaprovechada) cada vez mayor de la fuerza de trabajo, deja a los proletarios ante una cobertura estatal cada vez más exigua (menguante sistema de protección social) cuando padecen la lacra del paro o no pueden emplearse por algún motivo, porque la actividad laboral y productiva ya no permite abastecer esa cobertura, y su sostenimiento pasa a depender del capital financiero y la deuda contraída con sus acreedores, que el gobierno de turno se asegurará a conciencia de convertir en pública.

Por ejemplo, si en un lugar tuviéramos a 10 desempleados (estructurales) y a 90 empleados asalariados trabajando a cambio de 1000 €/mes, y de estos últimos fueran despedidos 45 que, por lo tanto, dejaran de cobrar el salario que le pagaban sus antiguos empleadores, una política gubernamental de fomento del empleo podría derivar en que la tasa de desempleo se redujese de nuevo al 10%, pero a lo mejor todos los empleados han pasado a cobrar 500 €/mes cada uno por el mismo trabajo, desempeñado en el mismo tiempo de duración.

También podría suceder que siguiesen cobrando 1000 €/mes trabajado, pero sus empleadores pudieran contratarles la mitad de meses al año (la mitad de semanas, de días y de horas) y despedirles o despacharles la otra mitad sin mayores trabas legales ni miramientos, y por lo tanto reducir igualmente sus ingresos salariales a la mitad, que son gastos para el empleador.

Cuando le conviene, el empleador puede servirse de la generación de poros en el proceso de producción que le permiten ahorrarse costes productivos salariales, algo perfectamente compatible con que pueda seguir intensificando los ritmos y la cadencia del trabajo cuando y en donde sí decida emplear a proletarios. Aunque, evidentemente, ni la generación de estos poros de desempleo ni la elevación del ritmo de las tareas es sostenible, sino otra anticipación de una crisis económica y social futura, y de nuevo, ello incumbe negativamente a todo tipo de cobertura al desempleo o servicio público.

El empleo puede segmentarse por años, por meses, por semanas, por horas... y esa segmentación resulta de la combinación entre el desempleo estructural de los parados crónicos (los de mayor continuidad en el ejército de reserva) y el empleo temporal y/o poco remunerado de la parte más flexible de la fuerza laboral (que pasa a estar en nómina de la empresa y se emplea disciplinadamente en los ratos exactos que desea el explotador), es decir, que resulta también de la complicidad de los gobiernos de distintos colores y de la aplicación de todas las reformas que han ejecutado y vamos coleccionando en los últimos cuarenta años, que son derrotas acumuladas una tras otra para la clase trabajadora desde que comenzaron a implementarse, aunque pretendan que todos las olvidemos lanzándonos unos u otros señuelos.

En España, uno de los ejemplos de cómo el aumento del tamaño del ejército de reserva (desempleo de la fuerza laboral) y el empeoramiento de la calidad del empleo se alternaron antes de combinarse, fue el breve período transcurrido entre, en primer lugar, el estallido de la gran burbuja inmobiliaria en 2008, con la "destrucción" de empleos en el sector de la construcción y otros ligados del resto de la economía nacional, y en segundo lugar, la subsiguiente reforma del mercado laboral, que se suma y añade a la lista de una larga serie de reformas implementadas desde los años ochenta. La colección de esa reforma junto con todas las anteriores, volvió a sincronizar y adaptar la legislación laboral, que es el marco regulador, al mercado laboral, y la lista de ataques se alargará en los próximos meses.

Así mismo, mientras se agota el sistema de protección al desempleo y se recorta el gasto público (coberturas de la sanidad, las pensiones, las prestaciones del paro, la educación... y todos los servicios sociales) para preparar el pago de la deuda contraída, los representantes progresistas del capital tratan de universalizar esa menguante redistribución de la riqueza hacia los trabajadores en la forma de exiguas prestaciones individuales, con las que tratan de contener la protesta obrera desde las instituciones y neutralizar la posibilidad de organizarse como clase, y mientras las embellecen en un aura peligrósamente fugaz de triunfalismo y "positividad".

Sin embargo, su ficción no puede resistir la realidad de que el empleo de baja calidad y el desempleo habidos, conducen irremediablemente a la desprotección ante el desempleo, y pronto aparecen escisiones y discrepancias entre unos más "pragmáticos", que juegan la carta del "esto es lo que hay", y otros más "creyentes" en la idea original, que es la de una cobertura independiente de ese desempleo y empleo de baja calidad. Se trata de las facciones ortodoxas y heterodoxas de quienes incluyen el desempleo y el subdesarrollo dentro de un supuesto límite y equilibrio natural, tal y como se lleva practicando durante decenios desde algunas corrientes posmodernas y del pensamiento débil. 

Los creadores de opinión justifican, unas veces, las políticas gubernamentales de fomento del empleo, ya que el capital necesita trabajadores vivos a los que poder extraerles la plusvalía (manutención de los pobres: asistencialismo y paliativos de la pobreza e ingresos salariales de miseria), mientras que otras veces presentan el desempleo y la ociosidad en general o incluso la flexibilidad como si fueran una virtud, y el empleo como una obsesión caprichosa o excesiva de comunistas desfasados, cuando se persigue sorprender al electorado potencial con algún disparate sacado de la chistera y no se tiene que pasar todavía la prueba del algodón de tener que demostrar su veracidad desde el ejecutivo.

El que en esas corrientes de la ideología dominante tenga más peso bien la justificación del empleo de baja calidad, bien del desempleo, depende de si lo que interesa en un momento dado es legitimar un gobierno y/o alguna de las políticas que aplica, o por el contrario, un recambio del mismo porque su legitimidad ya está agotada. Por el momento, la predominancia de una u otra justificación gira siempre en torno a la legitimación de la democracia, la estabilidad y el orden de la burguesía.

Tomemos el Ingreso Mínimo Vital como ejemplo, que está inspirado en una idea individualista de la prestación y, desde que fue diseñado, fue planteado junto a la Mochila Austríaca, como si por algún motivo debiera ser incompatible con las pensiones de jubilación de los propios solicitantes del mismo o de otras tantas coberturas dinerarias que recibe cualquier trabajador desempleado en el Estado español.

Hubo quienes confundieron su ilusión "del cambio", que son las expectativas que interiorizaron de la izquierda en campaña cuando esta perseguía ganar las elecciones y justificar la gestión de la crisis con su delirante utopismo de bondad caritativa y derechos regalados, con la de poder llegar a final de mes de los cientos y miles de potenciales perceptores legales de esa prestación, que son los más explotados, empobrecidos o incluso desamparados y excluidos de la clase trabajadora.

Sin embargo, en un tiempo récord, aquellos primeros pasaron a reconocer el fracaso del IMV sin acordarse, prácticamente ninguno de ellos, del entusiasmo que les suscitaba la idea original, lo que significa que andan tras las fantasías de los embaucadores y bufones del momento mientras sus referentes políticos preparan la próxima vuelta de tuerca contra las pensiones, el empleo, la cobertura del paro o los subsidios.

Antes de su implementación, se lo contemplaba con ese mismo melindre con el que las izquierdas tienden a embellecer la administración económica de sus gobiernos, aplaudiéndose que el hecho de que se pudiera recibir mientras se tiene un empleo (de baja calidad) no supondría desincentivo alguno del mismo: se trata de la entonces famosa hipótesis de que recibir una prestación estatal mientras se está trabajando para una empresa sirviera para incrementar el poder de negociación de los trabajadores, ya que les permitiría, decían, rechazar empleos de baja calidad y/o poco remunerados.

Este último argumento, de escasa o nula calidad, fue aireadamente divulgado porque le facilitaba a los actuales partidos gubernamentales en coalición, que son los designados y encargados de adaptar la legislación laboral y los ya deteriorados servicios públicos al mercado laboral y a las leyes de la rentabilidad, minimizar cualquier oposición crítica y de clase (no la hay dentro del parlamento) y arremolinar las aguas a su costado para la formación de un gobierno mediante la susodicha promoción de la "propuesta estrella", allá por enero del año pasado.

Se especulaba, pues, que se utilizasen descaradamente fondos públicos, del sistema estatal de protección social, para pagar parte de todo ese gasto salarial que el capital se ha estado ahorrando de tener que pagar a los trabajadores de las actuales y venideras generaciones a lo largo de los últimos cuarenta años de reformas legales y recortes laborales, como si ello no fuera a suponer un incentivo a los empresarios para empeorar nuevamente la calidad del empleo y los salarios. Los forofos, de los que andamos sobrados, se maravillaban con la medida y ni se despeinaban en las redes sociales.

Sin embargo, una vez implementado el IMV, la regulación estableció que dicha protección estatal se pudiera recibir teniendo un empleo sólo en la medida que complementase su remuneración hasta llegar a su importe íntegro si es que este era de tan mala calidad que no lo alcanzaba, o sea, a ese umbral "mínimo vital" (decidido por el gobierno) de cuatrocientos y pico euros mensuales por barba como mucho, y cuando a los trabajadores en apuros se les dejó con un ingreso todavía menor del que les habían prometido, o diréctamente se les colgaba el teléfono, a muchos forofos confesos y otros no tanto del progresismo se les pasó casi repentínamente su fantástica emoción.

Así que, como la realidad laboral y social en España es la que es, y como mandan la OCDE o la "troika", que se volvió mágicamente invisible cuando los de "la otra Europa con Tsipras" y luego sin él terminaron de pactar la deuda, hay que asegurarse bien de pagar la próxima y no pasarse demasiado con el gasto público, y sus representantes redujeron la magnitud de esa prestación que se puede recibir simultáneamente con el empleo, pero manteniendo esa idea de una cobertura independiente de su baja calidad y del desempleo, que fomentan sus políticas. Menos mal que sus huestes e intérpretes más "radicales", esos discretos influencers del movimiento obrero que a veces hacen como que saben sobre él, se mantienen fieles a la idea original de la prestación, que para eso está, para cubrir el desempleo, junto con el empleo que se ofrece.


Lo que nos queda

Lo mínimo es que quienes han solicitado esos pocos cientos de euros como mucho por lo menos puedan cobrarlos, pero en el rápido contraste anímico de aquellos que ayer les decían lo que esa idea se supone que iba a ser, y que luego se volvieron más silenciosos, hay una oportunidad para comprender los motivos principales de la frustración. Una cosa es que el Estado proteja todo lo que sea posible la situación del desempleo: para eso hace falta la implementación de una prestación pública, incluso en el capitalismo. 

Ahora bien, creer que se puede mantener, desarrollar o incrementar su gasto hasta convertirla en un ingenioso comodín de las luchas que estén por venir, en una poderosa aportación para el desempeño de las negociaciones y conflictos laborales, mientras sigue aumentando el desempleo contínuo o discontínuo con cada rebrote de la crisis y sus responsables desconectan su propuesta de esta realidad, es una chaladura además de una tomadura de pelo. 

Y aceptarla para, encima, no afrontar que lo que buscan sus promotores es hacernos olvidar las reformas laborales y sus consecuencias, tanto las que prometieron derogar, como todas las demás con las que nos han hecho tragar, como las que vayan a implementar en el futuro, es ya una imbecilidad. Nuestras necesidades no pasan por subsidiar a las empresas con dinero caliente de los impuestos que pagan los trabajadores: ni en la forma directa de las subvenciones y exenciones fiscales, ni en la indirecta de un complemento público al exiguo salario que pagan por nuestro trabajo, que es como premiarles por lo bien que lo están haciendo para que sigan así.

Sólo luchando por el empleo, organizándonos contra el paro y la creciente inestabilidad laboral y por la elevación de los salarios que cobramos por trabajar, podemos aspirar a detener la defenestración de las prestaciones y coberturas públicas y de los estándares materiales y de vida que hemos conocido. Ello tiene que ir unido a una mirada internacionalista que comience a plantear, como poco, la necesidad de la unidad de acción a escala europea.