Por Antonio Jiménez Barca
[Extraído de internacional.elpaís.com]
Nota editorial:
En España
pudimos comprobar cómo podía ser utilizada la ingeniería social
para movilizar a las masas, incentivar su participación en las
adornadas protestas (universidad, ciudadanía, precariado,... de todo
menos proletariado en sus consignas) de las clases medias durante los
ciclos económicos depresivos, y posibilitar así la formación de
gobiernos acordes a las exigencias momentáneas del sistema, con la
catalización que supone una crítica a la malentendida corrupción
política. El 15-M y las Elecciones Generales de 2011 fueron las
pruebas de ello. Los casos de corrupción de los 90 en Italia también
sirvieron para desplazar el Parlamento italiano hacia la derecha.
Quizás sólo
un partido político desnortado como el Partido de los
Trabajadores (PT) brasileño podría pretender que Nicolás Maduro y Felipe González tuvieran algo en común sólo porque ambos
hayan manifestado recientemente su apoyo a Lula da Silva. Maduro es
el heredero de una honrada pero inacabada Revolución Bolivariana
(nunca comenzó en su sentido socialista, sentido al que únicamente se
le ha satisfecho hasta donde se pudo hacerlo sin traspasar las
barreras de la legalidad de clase vigente); González es un anticomunista y
siempre fue un extremista de derechas decidido en su lucha contra el gobierno progresista
bolivariano.
Se dice en el periódico derechista El Mundo que, en la ciudad brasileña de
Congonhas, los acomodados manifestantes antigubernamentales –también
los hay en defensa del gobierno, sobre todo trabajadores—
gritaban consignas como «la bandera nunca será de color rojo».
Muy a la altura del «no hay carne, no hay huevo, en este Chile
nuevo», utilizado en el Chile de los años 70 contra el gobierno
socialista de la Unidad Popular y sus medidas políticas
redistributivas y contra la especulación de los empresarios, no porque el contenido político del PT brasileño en la actualidad sea comparable al de la UP chilena de entonces, sino por el característico olor que desprendía la oposición de esta última y el que parece que desprende la oposición actual en Brasil.
A lo mejor a lo
largo de estos días nos vamos encontrando en Brasil con el "pastel"
de que viven en una "dictadura" ("de partidos",
si la mierda viene con guindilla). Podríamos, entonces, decir que la
consigna anterior de los manifestantes se parece a lo de la
«dictadura castro-chavista» de los golpistas opositores de
la democrática Venezuela bolivariana. Al fin y al cabo, los
«vendedores, dueños de comercios, abogados, propietarios de
negocios o estudiantes, entre otros» sectores de las clases
medias que protagonizan las protestas, como se alerta en el artículo de a continuación, difícilmente
cargarían contra la dictadura capitalista porque, sin necesidad de
ser grandes multimillonarios, siquiera mediocres industriales y
financieros, participan de ella.
«Queremos fuera a estos comunistas del PT»,
decía una tipa que se hace llamar Marilda Feraz Curry el 12 de diciembre de 2015. «Intervención militar para acabar con esta basura de gobierno y cadena para el cavernícola meón», decía un tipo llamado Carlos Conde Guerreiro el 7 de mayo de aquel mismo año en Facebook. Si fisgonean un poco comprobarán que los tintes de estas movilizaciones no se alejan demasiado de los dos ejemplos referenciados.
Comienzo a escuchar con demasiado entusiasmo que las opciones revolucionarias de la izquierda podrían ocupar el lugar del PT. No parece que sea esa la alternativa realista.
¿Estamos ante
una de esas "revoluciones" de quienes desean un gobierno que retorne
a la ortodoxia liberal y promotora de la desrregulación del mercado
internacional, laboral...? De ser cierto, sería el PSDB una de las opciones que podría objetivar tal retorno. Ojalá me equivoque con la respuesta que no puedo quitarme de la cabeza.
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Brasil sale a la calle contra la política de Dilma Rousseff
En el vestíbulo de la estación del metro Faria Lima, en São Paulo, al
lado de la ventanilla de los billetes, una señora de unos 50 años
vestida con la camiseta amarilla de la selección brasileña enarbola un
cartel en el que arremete contra la corrupción de Petrobras, la marcha de la economía y, sobre todo, contra la —a su juicio— culpable de todo, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
No dice nada. No grita nada. Ni siquiera se mueve hacia el andén. Solo
muestra el cartel. Un hombre de la misma edad vestido con ropas más
pobres, de una clase social más baja, se dirige a ella y le dice: “Dilma
no se va a ir porque ella no robó”.
La señora del cartel mira al hombre y no le contesta, sigue muda con el cartel extendido durante un rato, con el gesto de alguien muy enfadado. Se llama Liliana, es psicóloga. “Dilma nos ha mentido. Pinta un país de color de rosa en la televisión. Dijo una cosa en la campaña, y ahora hace otra. Sube los impuestos. Y la luz. Y la educación sigue muy mal, y el transporte, y todo. Me gustaría vivir en el país que ella describe. No pido su impeachment [destitución]. Pido que diga la verdad a la gente”. Después, Liliana enrolla el cartel y se suma al río inmenso de manifestantes que se dirige a la línea que lleva a la Avenida Paulista, en el corazón de São Paulo, epicentro de la protesta contra Rousseff y su partido, el PT, en todo el país.
Un millón de personas solo en São Paulo, según la policía, y 210.000 según el sistema de medición utilizado por el diario A Folha de São Paulo, a las que hay que sumar varias decenas de miles más repartidas por todo Brasil, salieron este domingo a la calle para gritar, sobre todo, “Fuera Dilma”. La de São Paulo constituye la más multitudinaria de la democracia brasileña. Muchos, como la psicóloga del cartel, no piden directamente la destitución parlamentaria de la presidenta —origen remoto de la protesta— sino que buscan expresar un rechazo a la marcha de un país y a la actitud de una presidenta.
Los manifestantes que este domingo abarrotaron la principal avenida de São Paulo pertenecen a las clases medias más educadas, mejor preparadas y más informadas del país. Son médicos, profesores, informáticos, vendedores, dueños de comercios, abogados propietarios de negocios o estudiantes, entre otros. La inmensa mayoría vestía la camiseta de la selección nacional de fútbol y muchos se envolvían en banderas brasileñas. Se quejaron de que el país coquetee con la recesión, se quejaron aún más de que el Gobierno haya subido los impuestos, haya ordenado recortes y haya engordado las tasas de la gasolina y de la luz. Pero, sobre todo, se quejaron de que la presidenta les ignore: “En el discurso del domingo pasado Rousseff dijo que la culpa de la crisis la tienen los otros países, no asumió sus culpas de la corrupción y dijo que había que hacer recortes cuando en la campaña electoral ni los había mencionado. Nos toma por tontos. Y eso no”, decía José Arménio, un vendedor de material quirúrgico de 35 años.
La mayoría de los asistentes pensaba igual. Otros recordaban que Rousseff había mencionado sólo de pasada la corrupción que carcome la principal empresa del país, la petrolera Petrobras, como si ella no hubiera dirigido el país en los últimos cuatro años o no hubiera sido ministra de Energía antes de eso.
El incontestable éxito de la manifestación pone una pelota peligrosa en el tejado de un Gobierno ya de por sí atribulado. No ya por la petición de impeachment (pocos líderes políticos de la oposición se muestran favorables por razones jurídicas y políticas) sino por el enorme, creciente y público rechazo social —o de esta parte de la sociedad— que experimenta Rousseff, reelegida —por un estrecho margen— hace tan solo cinco meses. La legislatura va a ser dura. Hace dos días, una marcha convocada por los sindicatos en apoyo a Rousseff congregó en São Paulo poco más de 40.000 personas. Y muchas de ellas se manifestaron, además, en contra de las medidas del ministro de Economía, el liberal Joaquím Levy, el liberal artífice de los programas de ajuste.
Así, a la economía atascada, a la política enfangada (por la oposición del Congreso) y a la corrupción rampante, a Rousseff se le ha levantado un nuevo frente imprevisible: el de las protestas masivas callejeras. Y a juzgar por el número de manifestantes que han salido a la calle, no va a detenerse aquí.
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Extraído de: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/15/actualidad/1426448962_643061.html
Recomendado: "Inminente golpe contra Dilma y Lula en Brasil", por Vicky Peláez, en mundo.sputniknews.com
La señora del cartel mira al hombre y no le contesta, sigue muda con el cartel extendido durante un rato, con el gesto de alguien muy enfadado. Se llama Liliana, es psicóloga. “Dilma nos ha mentido. Pinta un país de color de rosa en la televisión. Dijo una cosa en la campaña, y ahora hace otra. Sube los impuestos. Y la luz. Y la educación sigue muy mal, y el transporte, y todo. Me gustaría vivir en el país que ella describe. No pido su impeachment [destitución]. Pido que diga la verdad a la gente”. Después, Liliana enrolla el cartel y se suma al río inmenso de manifestantes que se dirige a la línea que lleva a la Avenida Paulista, en el corazón de São Paulo, epicentro de la protesta contra Rousseff y su partido, el PT, en todo el país.
Un millón de personas solo en São Paulo, según la policía, y 210.000 según el sistema de medición utilizado por el diario A Folha de São Paulo, a las que hay que sumar varias decenas de miles más repartidas por todo Brasil, salieron este domingo a la calle para gritar, sobre todo, “Fuera Dilma”. La de São Paulo constituye la más multitudinaria de la democracia brasileña. Muchos, como la psicóloga del cartel, no piden directamente la destitución parlamentaria de la presidenta —origen remoto de la protesta— sino que buscan expresar un rechazo a la marcha de un país y a la actitud de una presidenta.
Los manifestantes que este domingo abarrotaron la principal avenida de São Paulo pertenecen a las clases medias más educadas, mejor preparadas y más informadas del país. Son médicos, profesores, informáticos, vendedores, dueños de comercios, abogados propietarios de negocios o estudiantes, entre otros. La inmensa mayoría vestía la camiseta de la selección nacional de fútbol y muchos se envolvían en banderas brasileñas. Se quejaron de que el país coquetee con la recesión, se quejaron aún más de que el Gobierno haya subido los impuestos, haya ordenado recortes y haya engordado las tasas de la gasolina y de la luz. Pero, sobre todo, se quejaron de que la presidenta les ignore: “En el discurso del domingo pasado Rousseff dijo que la culpa de la crisis la tienen los otros países, no asumió sus culpas de la corrupción y dijo que había que hacer recortes cuando en la campaña electoral ni los había mencionado. Nos toma por tontos. Y eso no”, decía José Arménio, un vendedor de material quirúrgico de 35 años.
La mayoría de los asistentes pensaba igual. Otros recordaban que Rousseff había mencionado sólo de pasada la corrupción que carcome la principal empresa del país, la petrolera Petrobras, como si ella no hubiera dirigido el país en los últimos cuatro años o no hubiera sido ministra de Energía antes de eso.
El incontestable éxito de la manifestación pone una pelota peligrosa en el tejado de un Gobierno ya de por sí atribulado. No ya por la petición de impeachment (pocos líderes políticos de la oposición se muestran favorables por razones jurídicas y políticas) sino por el enorme, creciente y público rechazo social —o de esta parte de la sociedad— que experimenta Rousseff, reelegida —por un estrecho margen— hace tan solo cinco meses. La legislatura va a ser dura. Hace dos días, una marcha convocada por los sindicatos en apoyo a Rousseff congregó en São Paulo poco más de 40.000 personas. Y muchas de ellas se manifestaron, además, en contra de las medidas del ministro de Economía, el liberal Joaquím Levy, el liberal artífice de los programas de ajuste.
Así, a la economía atascada, a la política enfangada (por la oposición del Congreso) y a la corrupción rampante, a Rousseff se le ha levantado un nuevo frente imprevisible: el de las protestas masivas callejeras. Y a juzgar por el número de manifestantes que han salido a la calle, no va a detenerse aquí.
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Extraído de: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/15/actualidad/1426448962_643061.html
Recomendado: "Inminente golpe contra Dilma y Lula en Brasil", por Vicky Peláez, en mundo.sputniknews.com