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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

martes, 12 de diciembre de 2017

La dependencia emocional en una sociedad enferma

Gran Vía de Madrid. Acogedora...
Yo llevo varios meses que no soy capaz de pisarla

Por Arash

Si uno navega y busca en la red sobre algunos de los problemas que caracterizan a la sociedad capitalista desarrollada, en concreto la ansiedad y la depresión, en seguida se encuentra con todo un catálogo de ofertas psicoterapéuticas. Lo realmente interesante es que en toda esa publicidad comercial abunda la literatura alusiva a la dependencia emocional o afectiva.

Sugerente, como mínimo, el empleo de una expresión a la que se recurre para discriminar o discernir, directamente o de manera derivada, a quienes sufren aquellos problemas de quienes no los sufren tanto, pero que, por sí sola, lejos de contribuir a la clarificación y la comprensión de aquellos fenómenos reales, equivale a no decir absolutamente nada de particular sobre aquellos individuos y sus padecimientos, en tanto que evoca de inmediato lo que no es sino la ficción del valor opuesto. Este valor evocado debiera ser obvio como tal -opuesto al que titula esta entrada, e irreal- para cualquiera que trate de elaborar un relato propio sobre aquello que sucede a su alrededor, se haga preguntas que vayan más allá de lo aparente y, por supuesto, no desconozca nuestra relación con la naturaleza ni el hecho de que nosotros mismos somos una parte constitutiva de ella.

Ese inexistente prototipo de persona que algunos presuponen, el "independiente emocional", no existe ni puede existir en la realidad. El presupuesto "independiente emocional" sólo es un dependiente emocional como cualquier otro, con la notable e importante particularidad de que tiene cubiertas sus necesidades emocionales en el momento en el que se le atribuye tal condición.

Es justamente esta última posibilidad, la relativa cobertura de la necesidad, lo que permite obviar o ignorar la dependencia que se manifiesta precisamente en una situación de insatisfacción de la misma, exactamente como ocurre con las necesidades de supervivencia y satisfacción del hambre y la dependencia de bienes y de servicios fundamentales para la vida (ocultación de la desigualdad social, en su sentido usual), a las que los propios teóricos en cuestión no dudan en asemejar la dependencia emocional como algo igualmente patológico, como una enfermedad natural en la que la especie humana, en particular los más asfixiados y apabullados, son tratados como seres demasiado exigentes con lo que les corresponde, "voraces", sospechados como manipuladores en el peor sentido, excesivos en sus demandas, e incluso con intenciones totalitarias, lo mismo en su demanda del pan que de las rosas.

El individualismo inoculado y asimilado como consecuencia de la implantación del liberalismo está muy presente en esto que se dice: lo público o social como equivalente de una forma de imposición despótica que impide el desarrollo personal de los individuos (sic), lo mismo en la empatía que en la planificación de la producción de acuerdo a los requerimientos humanos.

Estos teóricos y adeptos que se sirven de la posibilidad de engañar(se) con el imposible prototipo teórico de persona "emocionalmente independiente", pretenden y esperan, con cierto éxito, que los dependientes emocionales que no tienen tales necesidades satisfechas en un determinado momento, se asemejen a aquel cuando consigan progresar en su satisfacción emocional. Con ello, lo único que consiguen es promocionar la apatía y constituir una base teórica de legitimidad para la insolidaridad y el egoísmo con el otro, con el correspondiente y gratificante ahorro y descargo de conciencia que ello supone.

Los dependientes emocionales que no tienen satisfechas tales necesidades en un determinado momento, se encuentran en un estado especial de efervescencia emocional que es vuelto por la sociedad enferma en su contra, y que resulta obligatoriamente del sometimiento a cualquier necesidad insatisfecha.

Los teóricos de la "independencia emocional" y sus adeptos presentan y perciben al insatisfecho y al desposeído como "el inestable" y "el enfermo". Casi al instante, la insatisfacción emocional deja de ser un problema social, consecuencia del aislamiento con respecto a los demás, resultante del autoconvencimiento de una locura externamente atribuida y de la profunda, dolorosa e invasiva sensación desoladora y brutal de completa soledad, para comenzar a ser -a juicio de estos- un problema de responsabilidad exclusivamente individual, un padecimiento endémico, una herencia inevitable de la especie, familia o sangre, innegablemente genética.

Tener 24 años y padecer alguno de aquellos problemas, sentir la agotadora (y a veces brusca) alternancia entre el bienestar y el malestar, el esfuerzo permanente por resolver las contradicciones personales, las interpersonales, y por combatir la durísima pérdida ocasional de la perspectiva completa de los ciclos por los que se camina a lo largo de la vida, deja de ser una lucha encarnizada más de un joven con inagotables aspiraciones vitales que, frente a unas u otras circunstancias, consigue que su felicidad aflore entre los claros de una atmósfera plomiza, y pasa a ser algo completamente distinto: la expresión de una persona potencialmente hostil, débil pero agresiva, sobre la que marcar, como a una res con un fierro, la condena de la infundada sospecha eterna y la justificación de la egolatría de los defectos sociales.

Al individuo valiente y persistente en sus propósitos, constante en sus intenciones y decisiones, inteligente, adulto consciente de la certeza de su muerte futura y de su finitud en la vida, se le dibuja desde aquella teoría como un cobarde que debe odiarse y avergonzarse de sus deseos de sociabilidad ante sus congéneres, como un temeroso, mientras a aquel para el que hasta las condiciones sociales de su vida misma le pasan desapercibidas, se le convierte en un virtuoso.

La fortaleza de contar con los demás es falsamente presentada como un signo de debilidad. Incluso la solidaridad es tildada obscenamente, de la manera más repugnante, como una forma de opresión, de coartar la libertad del semejante.

Así mismo, el ignorar a alguien que está en apuros y que llama con desesperación a la puerta ruidosamente con sus manos o, ya desgastado, lo hace con su sincero y mortífero silencio, deja de ser una enfermedad de magnitudes épicas y catastróficas; deja de ser uno de lo principales males sociales y una de las principales causas del suicidio en España, Europa y todo el mundo desarrollado, porque el "problema" y la "enfermedad" pasan a ser el ignorado y el diferente, en vez de la ignorancia y la indiferencia.

Esta teoría de la "independencia emocional" logra, si es que podemos considerar un logro tal "valor", que el "enfermo" que se mira en su espejo se reconozca como tal. Cualquier individuo que consiga mantener una mínimamente saludable condición psíquica, cree enloquecer y caer en la desesperación por momentos cuando, ante la apatía colectiva y generalizada, se encuentra con esta "solidaria" oferta en la red, en las librerías, a su alrededor en la opinión pública y en el sentido común, sobre la que la víctima se convence y trata de recrearse en la idea autodestructiva de que es una pieza defectuosa -tal y como la presentan los teóricos en cuestión, que no le dejan otra opción en su profesión- mientras a uno tratan de embadurnarle la cabeza con sencillas frases autorreferenciales y egocéntricas que dictaminan lo que se tiene que pensar sobre uno mismo y lo que no, como pequeños recitales de una clase de religión que pretenden instalarse en el subconsciente en base a la repetición automática e irracional.

La respuesta que la sociedad enferma da a su propia consumición en la insolidaridad, es la aceptación colectiva de los libros y artículos en los que se hace proselitismo de la autoayuda. La verdadera psicología, aquella que realmente contribuye a aportar los medios para la erradicación de las enfermedades y males sociales contemporáneos, es sustituida por la psicología contra lo sintomático. La necesidad emocional de todos se convierte en una especie más de mercado, y la esperada empatía voluntaria del otro, deseada y hasta ansiada, es sustituida por la psicoterapia de pago.

La solución de la ansiedad, la depresión o cualquier otra de las afecciones vinculadas al desarraigo con los demás pasa por asumir la responsabilidad que tenemos, por desechar la versión individualista de nuestra existencia, por erradicar la indiferencia con respecto a quien se sabe que está sufriendo, por hacer nuestros los problemas afectivos de los otros junto con los propios y personales. Poder y querer hacerlo es una señal de buena salud mental. O eso, o engañarnos pensando que no tenemos nada que ver.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Revolución democrática, imperialismo e independencia

Por Arash

Es de sobra conocido que este planeta nos proporciona lo suficiente para que todos podamos vivir en paz, y que muchos de los graves problemas mundiales a los que nos enfrentamos como especie hunden sus cimientos en una errada forma de organización del conjunto de la sociedad.

También lo es que el avanzado recurso tecnológico para su transformación, no explica en sí mismo tales "retos" a superar, sino que lo hace el uso humano de dicho recurso tecnológico. La propiedad y los derechos de gestión del capital son ante todo privados, y el resto de la humanidad sólo conocemos indirectamente lo que "permea" de los beneficios que genera y que no poseemos, mientras pagamos diariamente sus peores consecuencias, en ocasiones incluso con decenas de millones de vidas humanas.

El estudio de las relaciones internacionales no puede ignorar ninguna de las dos premisas anteriores. En lo que concierne, en particular, al conflicto abierto por los catalanistas, es bastante preocupante cómo últimamente se lee y se escucha, en los ámbitos de la izquierda nacionalista, la paráfrasis de algunos teóricos y revolucionarios que lucharon contra el imperialismo, con el fin de argumentar la defensa de la tan aludida independencia de Cataluña.

Así mismo, todos los principales actores del conflicto catalán, alineados con los catalanistas o los españolistas, están jugando gratuitamente con el deseo de autodeterminación nacional y el "derecho a decidir" de los catalanes, sobre todo de los que no deciden nada de nada ni lo harían más que sobre su hambre tras la creación de una hipotética e improbable República independiente con efectos reales, justo como lleva sucediendo y sucede ahora que no existe dicha República.

En el último artículo que hice público, traté de explicar cómo el origen de algunos de los fenómenos sociales europeos del último decenio aparentemente dispares -en efecto tienen su diferencias- tales como el quincemayismo español o el independentismo catalán, responden a la crisis de amplios sectores de la clase media que perciben cómo su posición en la estructura de clase y su influencia en la sociedad burguesa -su soberanía- está amenazada.

Ambos ejemplos de movilizaciones parten del supuesto según el cual las actuales democracias parlamentarias son una vía efectiva para el ejercicio de la soberanía de las amplias mayorías. Nunca lo han sido para la clase trabajadora, aunque así es como se la venden los viejos y los nuevos partidos de la clase media.

La realidad es que para aquella clase, la trabajadora, las democracias parlamentarias europeas fueron únicamente una posibilidad para la representación política de sus luchas, lo que no suponía poco contra el silencio y la censura que se vierte hoy sobre la lucha de clases y la realidad de los explotados.

No obstante, eso ya es historia en la mayoría de Europa, tras la renuncia de la izquierda a lo que ya era un escaso programa de reformas políticas. Es tan sólo cuestión de tiempo, a mi parecer, que los partidos de izquierda terminen donde acabó la Internacional Socialista, la heredera de aquella que sostuvo la posición belicista en la "gran" guerra patriótica de 1914, renunciando completamente a los compromisos más elementales que un partido que se dice o presupone obrero debiera de tener con la clase.

En esta ocasión pretendo explicar cuándo y en qué situaciones pienso yo que los procesos independentistas deberían atraer y despertar nuestra simpatía, y cuándo y en qué ocasiones no debe hacerlo en absoluto.

En boca de algún académico de la disciplina de las relaciones internacionales he llegado a escuchar que la defensa de los derechos laborales por encima de los derechos humanos -estos últimos son la bandera que enarbolan la mayoría de quienes se especializan en ese ámbito- es inmoral o debiera hacernos echar las manos a la cabeza, porque claro, los trabajadores son seres humanos antes que trabajadores, algo que no es del todo cierto, según se mire.

Un bonito argumento de partida, pero resulta que el trabajo -la mejor definición de la naturaleza humana- enajena de sí mismo al ser humano cuando objetiva los deseos del patrón y el explotador y no los de aquellos que lo realizan. Tampoco son humanas la mayoría de las condiciones de trabajo y, por lo tanto, de vida, de la población mundial.

Mucho me temo que aquella "inmoralidad" sólo se trataba de una argumentación paralela al alejamiento que practicó la vieja socialdemocracia -con la que aquel académico que les mencionaba vagamente estaba vinculado- con respecto al mundo del trabajo y del socialismo, para convertirse en un nuevo tipo de administración del capitalismo y adentrarse en esa especie de terreno ideológico del humanismo vacío.

Lo cierto es que, más allá de que se hayan cometido muchos crímenes contra la humanidad en nombre de los derechos humanos, el trabajo sigue y seguirá siendo uno de los factores determinantes que expliquen cómo unos viven en la ociosidad mientras otros lo pagan con sus carencias, porque su acumulación en la forma del capital -el otro de los factores- al que Marx dedicase su vida a analizar, junto con su socio comunista, Friedrich Engels, así como el enrriquecimiento de sus propietarios, se hace a costa del trabajo que otros seres humanos, la inmensa mayoría, que viven en la miseria material se ven obligados a realizarles vendiéndose a sí mismos como individuos y perdiéndolo todo.

Es entonces cuando los derechos de los seres humanos se ven negados porque ni siquiera estos tienen algo que llevarse a la boca, y ello como resultado de la explotación del trabajo asalariado. Y esa lucha de clases y las relaciones sociales que antes o después se derivan de ella, vertebran de lleno las relaciones internacionales.

Duele de verdad que estas cuestiones hayan sido dejadas en la sombra del conflicto soberanista, y más aún que los pequeños burgueses pseudorrevolucionarios insinúen o comparen gratuitamente, siquiera de forma involuntaria, la situación de Cataluña con la de una nación explotada del tercer mundo, y la secesión de Cataluña con los procesos de independencia llevados a cabo contra el imperio.

En este sentido, el desarrollo más importante del análisis de las relaciones internacionales lo realizó Lenin, quien estudió la avanzada coyuntura del capitalismo en su fase superior, el imperialismo. La teoría del imperialismo explica detalladamente cómo el desarrollo del capital llega incluso a someter a las naciones explotadas.


Sobre nacionalistas y demócratas cortos de miras

El desarrollo extensivo implica la reproducción de las relaciones laborales, es decir, posibilita la creación de nuevas relaciones de producción y una tendencia creciente de empleo de la fuerza de trabajo. Por este motivo, aquel puede compensar, provisionalmente, las tendencias opuestas del desarrollo intensivo (innovación): reducción del salario en formas tales como los despidos de plantilla, reducciones directas de sueldo, especialización y división del trabajo, descualificación de la fuerza de trabajo, temporalización y parcialización del tiempo de trabajo, etc.

Pero incluso los propios economistas defensores del capitalismo se ven obligados a partir, en sus quehaceres profesionales, de una base empírica que intentan justificar teóricamente bajo el paraguas ideológico del liberalismo: lo que ellos llaman el "desajuste" entre la oferta y la demanda de mercancías, que se produce periódicamente en la economía mundial, con graves consecuencias para la vida en el planeta.

Este fenómeno se corresponde con las crisis periódicas o cíclicas que Marx estudió y denominó en su día como crisis de superproducción de mercancías: la producción, actividad lucrativa para la burguesía capitalista explotadora, pone en las estanterías muchos más productos de los que las amplias mayorías sociales -el proletariado- pueden consumir.

No es que sus necesidades básicas hayan desaparecido, evidentemente, sino que no pueden satisfacerlas como consecuencia de las incapacidades adquisitivas que resultan de las bajas rentas salariales, siendo esta la situación que afecta especialmente a las naciones subdesarrolladas como consecuencia de la (sobre)explotación de la fuerza de trabajo barata del tercer mundo, por parte de la burguesía imperialista.

En este sentido, cabe mencionar que Cataluña cuenta con sus propios explotadores nacionales de trabajadores, de los cuales una buena cuota de estos últimos son trabajadores que provienen de otras partes del territorio del Estado.

Las primeras manifestaciones históricas del desarrollo extensivo del capital no traspasaban las fronteras de las naciones en las que cada burguesía desempeñaba la actividad económica que le es propia. Los aranceles fronterizos establecidos por los Estados (mercantilismo) eran los principales impedimentos para la expansión comercial de la burguesía fuera de sus respectivas fronteras nacionales.

La expansión comercial por encima de las fronteras nacionales (libre comercio y surgimiento de un mercado libre internacional) fue una conquista burguesa para cuya ejecución y defensa, como con tantas otras, aquella hubo de prepararse, anticiparse y dotarse de un programa político, que es el que llevaron a cabo en buena medida durante las revoluciones democráticas.

Al referirnos a las consecuencias y los efectos de estas últimas, lo estamos haciendo también al marco político a través del que transcurren los procesos estructurales de transformación social. Estas últimas revoluciones consistían en el establecimiento de regímenes institucionales y de gobierno regulados por un ordenamiento jurídico.

Tales revoluciones no estaban subordinadas únicamente a la consecución del objetivo del comercio internacional libre de restricciones. De hecho, la centenaria revolución socialista de octubre de 1917 y la culminación de la revolución en Rusia y en los antiguos territorios imperiales, no fue posible sin su febrero. Pero aquel último, el libre comercio, puede tomarse como referencia con el fin de explicar el trasfondo de las revoluciones democráticas.

Antes, durante y después de estas revoluciones, la burguesía ejerce sus libertades como clase. El hecho característico y central de las revoluciones democrático-burguesas no era el ejercicio de la libertad burguesa, sino la imposición de la misma en la forma de leyes (derechos positivos). Así, la burguesía plasmaba la legitimidad para ejercer su libertad a través de un ordenamiento jurídico propio.

Esto es lo que hicieron los nacionalistas franceses en el final del reinado de Luís XVI, antes de que sus vertientes radicales lo decapitaran en 1793 en la entonces llamada Plaza de la Revolución, en París, durante el Terror jacobino. Dos años antes de su ejecución, Luis XVI había jurado la Constitución elaborada por la Asamblea Nacional Constituyente, que limitaba las competencias del rey y regulaba jurídicamente los derechos civiles y obligaciones de aquellos que poseían la nacionalidad francesa. Entre esos derechos positivos se encontraba la soberanía nacional.

Salvando las enormes distancias, a esto se resume la manera en que los nacionalistas han entendido la autodeterminación, algo plenamente aplicable al catalanismo. Los nacionalistas que protagonizaron los procesos de independencia coloniales también partían de ese planteamiento, si bien en tales casos la conclusión de estos últimos significaba un golpe contra el imperialismo. No es este el caso del "Procés" ni de la independencia de Cataluña. Cada generación es hija de su historia, pero las terribles y devastadoras experiencias bélicas del continente en 1914 y 1936/39 debieran haber hecho de todo nacionalismo un mal recuerdo del pasado.

Esa legitimidad de la libertad burguesa se expresaba en la legislación de unos derechos civiles que el mismo ordenamiento reconocía como extensibles y efectivos en el total de los ciudadanos de cada una de las naciones en las que triunfaban las revoluciones democráticas.

La potencialidad práctica de contar con un sistema institucional y jurídico que asuma los derechos civiles y que reconozca, de esa manera, las libertades de las mayorías es evidente, pues este plasma un marco para el desempeño político del proletariado explotado y potencialmente revolucionario. Pero resulta que tal reconocimiento jurídico tiene diferentes implicaciones reales según el grado de desarrollo capitalista de cada nación, y según la composición de clase que resulta de ello.

La burguesía tuvo, durante los períodos nacionales de transición hacia el capitalismo y, en particular, durante el transcurso de las revoluciones democráticas asociadas, importantes lazos en común con el proletariado rural y el naciente proletariado urbano: propietarios de pequeñas tierras autocultivadas, labradas de forma autónoma e incluso ocasionalmente con el recurso tecnológico, campesinos liberados de la servidumbre, maestros de los gremios, artesanos y otros obreros que aún no habían sido expropiados de sus herramientas de trabajo son sólo algunos ejemplos representativos y generales de la composición de clase característica del subdesarrollo del capital.

De lo que trataba (y trata) la burguesía era precisamente de liberarse de tales vínculos económicos con el trabajo y de su atadura social con el proletariado de las ciudades y del campo. Y eso es lo que significó y significa el progreso de la burguesía más poderosa en el mercado. El desarrollo del capital permitió la prosperidad y el surgimiento de una burguesía emancipada del trabajo, a la vez que el surgimiento de un proletariado moderno, asalariado, que complementa la ociosidad de aquella, y para el que quedan las sobras del régimen productivo. Esta es una de las características de una nación desarrollada: la existencia de una burguesía y de un proletariado asalariado bien diferenciados y enfrentados en la lucha de clases.

En las naciones desarrolladas la burguesía cuenta entre sus filas, pues, con amplias capas que han roto la práctica mayoría de sus lazos con el proletariado asalariado, y forma en su conjunto una clase diferente de este último, porque el trabajo del que aspira a emanciparse y se emancipa aquella es el que amenaza con esclavizar y esclaviza a este último; porque la división del trabajo que lo hace eficiente para el provecho de aquella es la que convierte el trabajo en infinitesimal y reduce la remuneración de este último.

Lo que ocurre entonces con los regímenes institucionales y jurídicos civiles que se establecen durante el desarrollo capitalista y tras las revoluciones democráticas, es que se convierten, una vez la burguesía está liberada del trabajo y separada del proletariado, en una inercia institucional y jurídica: una conquista que le pertenece al proletariado y que, en todo caso, debería aprovechar al máximo para ejercer sus libertades.

Sin embargo, en cualquier nación desarrollada, la burguesía nacional no está interesada en la defensa de los derechos civiles si no es como una mera formalidad y apariencia, porque no lo está en absoluto en la defensa de las libertades de la moderna mayoría social a la que condena al trabajo asalariado. Esto nos debería resultar igual de familiar tanto en España como en Cataluña.

La primera manera que tiene de terminar con las libertades del proletariado es, en primer lugar, subyugándolo cada vez más, tratando de ahogarle en la pobreza mediante la intensificación de su explotación y, en segundo lugar, vaciar poco a poco de contenido (también podría suprimirlos directamente) los derechos positivos que reconocen tales legislaciones.

Los nacionalistas catalanes han estado agrediendo constantemente, desde las instituciones autonómicas, las libertades y los derechos de los trabajadores exactamente igual que lo han estado haciendo al otro lado de la "frontera patria", tanto en lo que se refiere a la seguridad social (paro, jubilaciones) como en lo que respecta a la persecución y represión de trabajadores, a la dispersión violenta de manifestantes practicada por los Mossos d'Esquadra, o a la aplicación del Código Penal contra los militantes y sindicalistas que ejercen su derecho a la huelga.

La razón de ser de estos regímenes institucionales y jurídicos era consustancial al desempeño político de la burguesía revolucionaria en su propósito de emancipación del trabajo y de las amplias mayorías laboriosas a las que aún estaba ligada, y que participaron junto con aquella en los devenires de las revoluciones democráticas, pero a la burguesía post-revolucionaria ya no le interesa que el mayoritario y moderno proletariado asalariado ejerza hoy sus libertades políticas, y menos aún que lo haga al amparo de la ley. Ello tiene que ver con la crisis de las democracias parlamentarias que se está comenzando a vivir en todas las naciones europeas, en mayor o menor medida.

Para entendernos, la culminación del progreso burgués pone fin a sus necesidades de tolerar el ejercicio público de las libertades. Menos aún cuando el capital entra en crisis.


La independencia nacional cuando no hay opresión imperialista

El superdesarrollo del capital y la prosperidad de la burguesía de unas naciones -las naciones "centrales" del capitalismo- llega a suponer, en la fase imperialista, el sometimiento de naciones enteras a costa del subdesarrollo. Se trata de un desequilibrio internacional en el desarrollo capitalista. Del mismo modo que la burguesía puede excluir y excluye a sus competidores nacionales, también puede hacer lo propio, y lo hace, con sus competidores internacionales.

Durante el siglo XX, las revoluciones democráticas se expresaron en las naciones subdesarrolladas del planeta en la forma de los procesos de independencia. Debido al subdesarrollo en estas últimas naciones, la burguesía de las mismas que impulsaban tales revoluciones estaban vinculadas con el trabajo y con un amplio proletariado rural y urbano, al que la burguesía imperialista sobreexplota en relación a la explotación del trabajo en las naciones centrales. La burguesía imperialista imponía el subdesarrollo en las naciones sobre las que extiende su dominio comercial a través de los diferentes regímenes administrativos y económicos que ha conocido el imperialismo, limitando la inversión local y evitando así el surgimiento de nuevos competidores en el mercado internacional.

Esta es una de las características de las naciones explotadas: la burguesía de las naciones desarrolladas impone el subdesarrollo limitando la inversión en capital de la burguesía local, inmadura y muy vinculada orgánicamente con el trabajo y el proletariado.

Esta no es, ni de lejos, la situación de Cataluña con respecto a España. El capital catalán ha sido una de las principales inversiones de la burguesía española a través del Estado. Cataluña es una de las Comunidades Autónomas más desarrolladas de todo el territorio, y por esa misma razón los nacionalistas catalanes han estado amenazando con la secesión: la independencia institucional y jurídica de la Generalidad con respecto al Estado.

Pero unas instituciones y leyes independientes sólo podrían ofrecer derechos positivos, idénticos, diferentes o incluso más amplios, pero por seguro vacíos cada vez más de implicaciones y libertades reales para el proletariado que vive y/o trabaja en Cataluña, como ya está sucediendo.

Además de traducirse en la continuación de la regresión del sistema redistributivo de las rentas eliminando la posibilidad de que el proletariado del resto de España tenga acceso a las contribuciones de la burguesía madura y rica de Cataluña, la independencia responde también a la supresión de las limitaciones y regulaciones fiscales, jurídicas e institucionales en lo que se refiere a la ejecución de tratados comerciales internacionales, que en el caso de una improbable independencia efectiva serían llevados a cabo por el empresariado catalán con un estátus "nacional", al mismo nivel que las demás naciones europeas.

Todo esto al precio de llenar las calles de algunos de los sectores más reaccionarios de la sociedad española y catalana, enfrentados por cuestiones nacionales que ensombrecen la realidad social en uno y otro lugar, agitando las banderas identitarias y las emociones colectivas, y despertando la simpatía de todo el nacionalismo y la extrema derecha europea.

Las bases sociales del nacionalismo catalán, representadas por los demócratas, los republicanos y los radicales catalanistas (PDeCAT, ERC y CUP, respectivamente) o no lo desean bajo ningún concepto, o no están dispuestas a hacer nada efectivo por la salida de Cataluña con respecto a la Unión Europea, porque estas no dirigen su indignación contra las agresiones laborales y los recortes sociales que practican sistemáticamente sus gobiernos nacionales.

Nadie se engañe con la CUP y se ponga a divagar en vano sobre su trayectoria, ahora que la Unión Europea no ha reconocido finalmente la proclamada independencia de Cataluña. El seguidismo que lleva haciendo, durante todo el Procés, de la gran burguesía catalana y sus partidos, es suficiente para comprender cuáles son sus prioridades.

En el Parlament han prestado sus diputados a una causa para la que las condiciones de trabajo no son en absoluto un condicionante, y el día 1 del pasado mes de octubre participaron como fuerza de choque en la defensa de aquel y del Govern, cuando lo responsable hubiera sido no haber incitado siquiera a los catalanes a movilizarse por un referéndum y un proceso de secesión que muy previsiblemente iba a terminar con la durísima represión por parte del los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

La potencial represión de un proyecto no debe eximir del hecho de tratar de llevarlo a cabo, excepto si este es una farsa que, en el mejor de los casos, no será de utilidad alguna para los explotados ni revertirá ni una sola de las penurias que sufre y podrá padecer en un futuro, si no se organizan.

La democracia de base no es municipalismo ni referéndums, sino que pasa por el ejercicio de la autogestión obrera de los centros de trabajo, y la autodeterminación nacional vendrá de la mano de la construcción de la sociedad socialista, algo que queda totalmente fuera de las intenciones de la CUP.

Defender un programa de este tipo pasaría por faltar al respeto a los nacionalistas, pero por ahora son ellos los que faltan al respeto.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Soberanía y radicalización de las clases medias en Cataluña

Imagen tomada de la cuenta de
Twitter "@Amor_y_rabia"
Por Arash

A partir de 2011 en Europa, adquieren especial relevancia una serie de movimientos soberanistas que expresan la movilización generalizada de las clases medias.

Así se manifestaron a lo largo del último decenio movimientos de este tipo en países como Grecia, Ucrania, Italia, Francia o España, con diferentes escenarios resultantes y consecuencias distintas en cada país.

Evidentemente, no todos los movimientos sociales ocurridos desde entonces son homologables a los movimientos soberanistas en cuestión. El movimiento obrero y de clase también se ha manifestado en varias ocasiones en Europa a lo largo de los últimos años, en paralelo con aquellos aunque con objetivos políticos muy distintos.

Las frecuentes movilizaciones sindicales en Francia o en Grecia constituyen los mejores ejemplos de movimientos realmente liderados por la clase trabajadora. Ello les ha costado incluso hasta enfrentamientos físicos y violentos con algunos de aquellos movimientos soberanistas y sus fuerzas de choque, habiendo tenido que tratar de forma tan amable con toda condición de reventadores de manifestaciones y agentes provocadores, y siendo esos países en donde mayor respuesta proletaria ha habido contra la crisis capitalista.

Aunque sí que es cierto que los movimientos soberanistas han llamado la atención de los políticos, los académicos, los medios de comunicación y otros sectores de poder. El auge de estos movimientos se produce después de que terminase de estallar la crisis del capital en 2008, tras dos o tres años de maduración en los que aquellas clases han venido radicalizando su manera de entender y tratar de poner en práctica el viejo liberalismo burgués en materias y conceptos tales como la democracia, el poder y la representación. El soberanismo catalanista no es una excepción, en este sentido.

Así, como referente cercano de todo lo anterior (y a modo de profecía autocumplida) se jaleó y predicó en las plazas de muchas localidades españolas y catalanas la indiferencia con respecto a la izquierda y a la derecha parlamentaria ("no nos representan"), en un momento en el que aquella primera contaba, a pesar de su ideológica enfermedad endémica, con algún partido reformista medianamente implantado entre las clases trabajadoras y asalariadas del conjunto del territorio del Estado.

Eso ya es historia, y no se trata de repetirla. Pero merece mención, pues al sentimiento de repulsión hacia los partidos le subyacía entonces una carga ideológica propia de una burguesía liberal radicalizada tras su crisis, además de que no le era ajena cierto componente autoritario y corporativista.

Aunque eclosionara hace pocos años, el argumento se había ido cociendo desde hacía ya cinco o seis décadas, y consistía en que los partidos estaban perdiendo su capacidad de servir de canal o hilo conductor entre la voluntad del pueblo, de un lado, y las instituciones del Estado, de otro.

De esta manera, presentándonos un concepto meramente electoralista de la soberanía reconvertida en el fetiche banal del voto, los recientes movimientos soberanistas nos venden, a través de un cansino discurso de la representación que se asienta en la pérdida de influencia social de las clases medias, las reformas electorales como vía de acceso al poder de la clase trabajadora y de otros sectores populares empobrecidos, obviando la crisis que viven las democracias parlamentarias de toda Europa, valiéndose del aumento exponencial de las tertulias y demás "reality shows" sobre actualidad política como espacios de creciente capacidad de legitimación de las políticas de la clase dominante ante la opinión pública, e ignorando la producción de mercancías como terreno decisivo de la lucha de clases y del ejercicio del poder.

En más de una ocasión, se ha teorizado desde el marxismo sobre lo que puede llegar a suponer la radicalización ideológica y política de las clases medias de no existir una organización de la clase trabajadora lo suficientemente poderosa como para poder canalizar la crisis del capital y redirigir los acontecimientos sociales en un sentido revolucionario. Recurriendo a la historia europea, no es raro encontrarse con el crecimiento progresivo de alas radicales en el interior de los partidos de la burguesía liberal que terminaron convergiendo con el fascismo, durante la depresión asociada al "crack" de 1929.

Esto ocurrió en 1924, por citar un ejemplo, cuando los liberales, una de las principales fuerzas parlamentarias en Italia, convergieron con los fascistas para aprobar juntos, en contra de los socialistas y los comunistas, la contrarreforma electoral que le permitiría a Benito Mussolini alzarse como el "Duce" y terminar por la fuerza con el movimiento obrero soviético y revolucionario en el norte industrial de Italia.

El movimiento catalanista está liderado por la burguesía nacionalista y sus representantes ante las instituciones españolas y catalanas, entre ellos los pertenecientes al Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT) y al eurogrupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (grupo ALDE), y aquel movimiento ha recibido muestras de simpatía por varios de los líderes de partidos que ya entran en el campo de la extrema derecha y que recogen y canalizan buena parte del soberanismo de las clases medias en otros países de Europa.

Es el caso de Heinz-Christian Strache, dirigente del Partido por la Libertad de Austria (FPÖ), miembro del antiguo eurogrupo de la "Identidad, Tradición y Soberanía", por el que pasaron (para que se hagan una idea de la naturaleza de este contacto y de estas muestras de simpatía entre derechas nacionales) desde integrantes de la familia Le Pen, hasta una nieta de Benito Mussolini, la cantante, modelo y actriz Alessandra Mussolini, antigua senadora y diputada en la Italia postfascista hoy eurodiputada por la extrema derecha. Heinz-Christian Strache se mostró partidario del referéndum en Cataluña.

También es el caso de Nigel Farage, quien fuera exdirigente del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), miembro del eurogrupo de la "Europa de la Libertad y la Democracia Directa", otra alianza de la extrema derecha en la que comparte membresía con el UKIP el movimiento neofascista y antipartidos de indignación de clase media de las "5 Estrellas", liderado por Beppe Grillo, que un día acampaba a sus anchas en las capitales italianas pocos meses después de que esto sucediera en las plazas españolas. Farage se solidarizaba con las víctimas causadas por la represión violenta del Estado español en Cataluña.

Espero sinceramente que nadie se engañe con los "solidarios" propósitos sociopolíticos de gentuza tan despreciable como esta y qué es lo que realmente significa que la extrema derecha soberanista europea haya tenido este gesto con el soberanismo catalán, aunque igual soy demasiado optimista. Este último está sirviendo a la reactivación de las fuerzas sociales y políticas más reaccionarias, y así se han manifestado en los últimos días en las ciudades españolas en contra del proceso catalanista.

Al respecto del liberalismo radical y prefascista, la tendencias de reconfiguración de los Estados en los contextos de crisis del capital y de la burguesía pasaban antaño por el mayoritarismo en los sistemas electorales, mientras que hoy suele pasar por la proporcionalidad, pero el objetivo de este tipo de propuestas con respecto a las instituciones y la crisis económica, es exactamente el mismo en ambos casos: la estabilidad institucional tras la exclusión de la clase trabajadora de los sistemas de representación y de distribución de bienes y servicios básicos, y la credibilidad de las democracias burguesas.

En la lucha de clases no hay, a la larga, movimientos socialmente neutrales, tampoco los movimientos soberanistas ni, en particular, el movimiento catalanista. Todos los movimientos en el tablero del ajedrez pasan factura. Dicho esto, cabe decir también que el simple alteramiento de las instituciones del poder político, de sus administraciones y de las relaciones que todas ellas mantienen entre sí, es una contrarreforma política asegurada, y sólo es humo ofrecido por la burguesía a la clase trabajadora -si es que esta última se lo traga- mientras la continúa maltratando con los mismos niveles de explotación laboral y se respeta la base de dicho poder político: el capital y la ganancia, que son la esencia de los Estados. Una hipotética República Catalana no serviría de referencia al Estado español en otra cosa que no fuera la continuidad de la degradación de los derechos laborales y las libertades de los trabajadores.

El soberanismo catalanista, desde la derecha que lo lidera hasta la izquierda más vendida, está intentando alterar el régimen de relaciones entre la Generalidad de Cataluña, y el Estado español y su Administración.

Sin embargo, durante todo el tiempo que ha durado, el "Procés" ha estado completamente ausente de todo sustrato o contenido social, algo fundamental en cualquier proceso que realmente pretenda beneficiar a los explotados y a otros oprimidos.

La CUP, que parece que goza de bastante prestigio en un sector minoritario del soberanismo catalanista y constituye su izquierda, dice algo sobre su identidad que no creo que debamos ignorar, ni en esta ni en las organizaciones situadas a su derecha: "El proyecto de Unidad Popular que articulamos se divide en diferentes ejes que representan nuestra identidad: [...] La defensa de la lengua y la identidad nacionales".

Antoni Abad Pous, Presidente de la patronal
CECOT, junto con Artur Mas, Presidente del PDeCAT.
CECOT fue uno de los convocantes del paro
patronal del 3 de octubre en Cataluña
Es precisamente la ausencia de ese sustrato y contenido social, lo que explica que los pequeños y medianos empresarios y explotadores, así como las patronales catalanas (CECOT, PIMEC, etc) que los representan, hayan necesitado recurrir a la clase trabajadora desde el pasado 3 de octubre, ante el temor de que esta última se movilice de forma independiente abanderando un programa de reivindicaciones con contenido económico y social, algo para lo que el poder capitalista ha contado con la CUP, aunque sea para sacar a los trabajadores a la calle bajo el detestable estandarte del nacionalismo que impregna a los principales agentes dirigentes del "Procés", y para fingir que se les va a tener en cuenta: ¿será el PDeCAT que ayudó, con su abstención activa en el Congreso de los Diputados, a sacar adelante la contrarreforma laboral de la estiba impulsada por el Partido Popular, quienes tendrán en cuenta a los trabajadores de Cataluña sólo por ser sus "compatriotas"? ¿O bien los continuistas con la Unión Europea de ERC quienes defiendan la educación y la sanidad pública, gratuita y de calidad para la clase trabajadora?

Las organizaciones del soberanismo catalán, sumergidas en el radicalismo burgués, se mueven en otro terreno que el del sindicalismo obrero: mientras estas últimas paralizaron la contrarreforma laboral de la estiba desde los puertos y dieron el ejemplo de lucha de la clase obrera, aquellas juegan a la democracia burguesa en unos parlamentos ya agotados para la agitación política en defensa de los trabajadores, y se venden al corrupto empresariado catalán a cambio de la "autodeterminación" nacional.

Pero siendo los sindicatos organizaciones de composición obrera, han de ser cuidadosamente manejados por el soberanismo, partiendo del encuadre de este último en el contexto de la crisis de las clases medias y de su movilización social: la que pretende que la base de su renta siga intacta.

Por ello el intento de desplazamiento  de la lucha obrera desde las reivindicaciones socioeconómicas y de clase, desde los centros de trabajo, hacia las vacías reivindicaciones democráticas e institucionales, bajo su forma independentista en el caso del soberanismo catalanista. Las patronales catalanas han logrado  convocar un paro nacional y, además, sumar a la mayoría de sindicatos alternativos al mismo en Cataluña.

De este modo, como en el ejemplo del paro patronal del 3 de octubre, la burguesía nacionalista pretende utilizar a los obreros que viven y trabajan en Cataluña como arma arrojadiza. Es absolutamente "de cajón"  que durante la pasada jornada del 3 de octubre, estos fueron utilizados como herramienta para presionar contra los sectores de la burguesía que han desistido de la independencia, o bien abiertamente contrarios al soberanismo catalán, y que en esta jornada de paro se ha venido descontando la paga a los trabajadores del sector privado con motivo del mismo: una preferencia para la burguesía por encima de su identidad nacional o cualquier otra identidad subjetiva, pues estamos hablando de sus intereses de clase. Al tener la burguesía nacionalista la iniciativa del paro nacional, los sindicatos alternativos han actuado como transmisores de la presión que aquella ha ejercido contra la burguesía catalana contraria al "Procés", prefiriendo esta última ceder ante la opción del cierre patronal que ante la "huelga" de los sindicatos.

Quienes aún defiendan y se comprometan con la clase trabajadora no deben permitir que este último movimiento soberanista consiga cumplir su profecía, como ocurrió en el pasado con respecto a los aburguesados partidos parlamentarios. Es importante difundir, en este sentido, la información proporcionada por el Centro de Estudios de Opinión (CEO), institución estadística dependiente de la Generalidad de Cataluña, pues significa dar voz a la clase que vive de su trabajo asalariado en Cataluña, que no ha caído en el paternalismo nacionalista de sus explotadores locales y regionales. Que la burguesía ejerza a día de hoy su poder de manera indiscutida, no significa que pueda ejercerlo de cualquier manera.

Esta encuesta indica cómo el independentismo -el punto que encabeza el itinerario formal del soberanismo en Cataluña, por supuesto negociable en función del espacio y la libertad económica que el Estado conceda a la burguesía catalana- se va haciendo una postura relevante a medida que ascendemos en la estructura socioeconómica de clases de la sociedad catalana.

Así, la clase baja cuenta en Cataluña con un 27'6% de partidarios de la independencia, frente a un 60'5% en contra de la misma, mientras que esta distribución de opiniones se llega a invertir en el estrato de la clase media-alta, que cuenta con un 51'1% de partidarios de la independencia, frente a un 36'4% de opositores.

Vale que los sociólogos burgueses tienen la mala manía de clasificar a la sociedad olvidando el trabajo (particularmente el asalariado) como elemento central en la emancipación o, como les gusta decir, en la movilidad ascendente, pero es evidente qué clase acumula la riqueza y el patrimonio -patrones de estratificación similares a los utilizados en la sociología burguesa- aunque no se explicite la estructura social que hay detrás y que explica dicho reparto de la riqueza. El independentismo no está extendido, pues, entre la clase trabajadora de Cataluña, aunque esto es lo que ha estado intentando la burguesía nacionalista.

A la actitud del sindicalismo alternativo al mayoritario, en relación al paro patronal al que se ha sumado en Cataluña, ha podido contribuir en buena medida la influencia ejercida por diferentes organizaciones y partidos nacionalistas, siendo la CUP uno de sus ejemplos en el territorio catalán, que comete el mismo fraude de implicitar la estructura socioeconómica de clases catalana en sus estatutos.

Para defender a las clases populares y la igualdad, la CUP apuesta por "la redistribución de la riqueza" y por el establecimiento de "mecanismos de control popular de la economía".

En sus palabras, se trata de "una organización nítidamente socialista y tiene el objetivo de sustituir el modelo socioeconómico capitalista por uno nuevo, centrado en los colectivos humanos y el respeto al medio ambiente [...] [impulsando] cooperativas y otras formas de economía social y solidaria desde la máxima responsabilidad en la gestión y el control democrático de los recursos comunitarios".

Cuando se habla de "nuevo" modelo socioeconómico en lugar de sistema socialista, o de los "colectivos humanos" como beneficiarios del nuevo modelo de "economía social" sin protagonismo ni autogestión de la clase trabajadora (sólo cooperativismo de cogestión), o de la "máxima responsabilidad en la gestión y el control democrático de los recursos comunitarios" sin concretar quiénes han de responsabilizarse de la gestión y el control no ya de los medios de producción sino... ¡de los recursos comunitarios!; entonces lo que se nos vende es el capitalismo de la pequeña propiedad privada y/o el paternalismo del Estado y de la gran burguesía "solidaria" instalada en sus instituciones, nada nuevo entre quienes se mueven en la charlatanería teórica del socialismo pequeñoburgués.

Hablar de "recursos" en vez de capital y de poder, o bien de poder como sinónimo del "fluido" concepto de "recursos", dice algo bastante obvio sobre lo que está intentando vender la CUP, y al servicio y beneficio de qué clases sociales: la expedición de amplios estratos de la pequeña burguesía que no asumen el fin de un estado de bienestar que en España ha tomado la forma de la economía social de mercado, y que pretenden realizar sus aspiraciones emergentes en la estructura social capitalista.

Los conflictos que se articulan en torno a los partidos del Gobierno de Cataluña (PDeCAT) y del Gobierno de España (PP), expresan sobre todo la competencia económica y la pugna fiscal entre las burguesías española y catalana, dispuestas a darle otro empujón al monstruo del nacionalismo que se cierne sobre Europa, que ya ha enviado un guiño al respecto de los últimos acontecimientos en Cataluña.

Los que se articulan en torno a la derecha y la izquierda nacionalista catalana (desde el PDeCaT hasta la CUP, pasando por ERC) esconden la lucha entre burguesías que combaten por aumentar o mantener su cuota de poder en la estructura social del capitalismo catalán, la cuestión en la que, en principio, me he concentrado en este artículo.

Moverse en ambos ejes (nacionalismo catalán contra nacionalismo español, o nacionalismo de izquierda contra nacionalismo de derecha) contribuye a ensombrecer, en Cataluña y en todas partes, la voz de la clase trabajadora explotada y oprimida por la burguesía, de toda condición económica y nacional.

martes, 1 de agosto de 2017

Sufragio, soberanía, crisis bolivariana y "la Constituyente"

Por Arash

El republicanismo bolivariano que comenzó su andadura en 1992 trascendió lo que habrían sido, sin lugar a dudas, sus propios lastres insuperables de haberse aplicado a la realidad contemporánea el republicanismo bolivariano virgen de principios del siglo XIX, sin la actualización necesaria de la que le invistió el movimiento cívico-militar liderado por Hugo Chávez.

Sin estar exento, en ningún caso, del populismo característico de cualquiera de las alas varias del liberalismo en todo el mundo, este carácter distintivo y particular del republicanismo en el que se ha fundamentado el proceso bolivariano consistió, sin embargo, en el planteamiento abierto de la conquista de la soberanía por parte de las masas trabajadoras, y ello implicaba íntimamente a un proletariado potencialmente revolucionario, maltratado históricamente por los gobiernos precedentes, y que había estado excluido de la participación en la vida política del país hasta la formación del gobierno que lideró el comandante de dicho proceso.

El Movimiento V República inauguró, con la creación de la República Bolivariana de Venezuela, los primeros y más fundamentales pasos de la educación de los trabajadores y los campesinos pobres en muchos de los valores de la justicia social, a través de la universalización de un sistema de educación pública hasta entonces nunca conocido en el país, contribuyendo a su formación ideológica y política en los ideales socialistas.

Pero la última iniciativa llevada a cabo por un Presidente de la República que no ha estado a la altura de los acontecimientos, de convocar la Asamblea Nacional Constituyente en base al Artículo 347 de la Constitución, es una expresión bastante clara del alcance que ha de tener la revolución bolivariana según Nicolás Maduro: un intento de reforma constitucional sin cuestionamiento real y relevante del sistema productivo. En otras palabras:  hablar del socialismo sin ponerlo en práctica, y confundir el sufragio con la soberanía.

El fallecido comandante del proceso bolivariano, Hugo Chávez Frías, convocó un referéndum para la reforma constitucional en 2007, con el objetivo de medir las fuerzas de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo tras el golpe de Estado, patronal, financiero, internacional y mediático protagonizado por los sectores fascistas de la oposición venezolana, en el año 2002.

Esta última ofensiva reaccionaria no logró entonces romper el apoyo popular al Gobierno Bolivariano, pero sí infundir el terror frente al proceso revolucionario y socialista, tal y como quedó demostrado en el resultado de dicho referéndum.

Se había logrado que el Estado asumiera en gran medida la prestación de los servicios públicos básicos y la cobertura social necesaria de los sectores empobrecidos de la sociedad venezolana, pero hasta ahí llegó el cuestionamiento de la voluntad política de la burguesía: la redistribución de los servicios y del principal medio de consumo, la renta petrolera, entre las clases populares.

A diferencia de la iniciativa calculada de Chávez, Nicolás Maduro intenta recurrir a un proyecto de reforma política de las instituciones del Estado no con una intención calculadora, sino acrítica y voluntarista en lo que se refiere al proceso bolivariano, y además obvia, a diferencia de su predecesor, el proceso de transición hacia el socialismo en Venezuela.

Las fuerzas dirigentes no han logrado que el proceso bolivariano sobrepasase la condición, revolucionaria para el momento, de haber incorporado a la vida institucional del país y del Estado la voluntad política de los trabajadores y los campesinos, hasta entonces ignorada.

Las organizaciones obreras y campesinas que podrían haber sido pilares de una democracia de base en los centros de trabajo y en los barrios, fueron reorientadas y redirigidas en sus propósitos históricos de superación de los antagonismos con el capital, hacia la integración en la institucionalidad de su Estado, al estilo del sistema de la democracia popular, en lugar de haber permitido el progreso y extensión de la democracia obrera hacia formas que cuestionasen el poder organizado de los explotadores y avanzasen en la restricción e implosión de la democracia burguesa.

Esto último hubiera significado una oportunidad para la germinación de la verdadera democracia, la socialista y sin clases, y no esa ficción de democracia que se quiere imaginar en todas partes del mundo y que también se ha querido imaginar en Venezuela todos estos años.


La voluntad de la mayoría trabajadora siempre es fundamental, pero las fuerzas dirigentes del proceso en Venezuela obviaron que, en contexto, un desarrollo de las luchas de los trabajadores urbanos y rurales que pretenda avistar en el horizonte el socialismo, necesita del elemento revolucionario, no del soporte de un Estado cuyo carácter de clase nunca se ha llegado a combatir.

En lugar de avanzarse hacia la democracia socialista, se hicieron depender las iniciativas de propiedad socialista de la matriz del Estado, se permitieron ciertos partidos reaccionarios que deberían haberse ilegalizado, se admitió su actividad delincuente en la calle y en la Asamblea Nacional de Venezuela cuando dicha actividad debiera de haberse prohibido, y se liberaron a los dirigentes criminales de la oposición como Leopoldo López mientras intentaban integrarse, contra su naturaleza, dos modelos de libertades radicalmente enfrentadas.

De un lado, unas libertades demandadas por unas clases medias cortas de miras y desideologizadas en el sentido en que así es como se autoperciben. Su acceso es cada vez más restringido para cada vez más venezolanos que las abandonan, no por la actuación del Gobierno -una de sus garantías hasta el momento- sino por la crisis capitalista y la agudización de las contradicciones socioeconómicas.

De otro lado, las libertades que demandan crecientemente los asalariados y los campesinos pobres, a las que las fuerzas dirigentes no se atrevieron entonces a dar rienda suelta en su justa medida, renunciando a ese potencial revolucionario y sin comprender que, del mismo modo que la libertad de los explotadores significa la opresión de los explotados, la liberación de los explotados necesita de la opresión de los explotadores.

Las fuerzas dirigentes del proceso se han negado a profundizar en el terreno de la producción, sin dar pasos relevantes hacia la socialización, mientras intentan controlar el fin de las prestaciones y servicios públicos que demanda la crisis mundial de la economía y convocan "la Constituyente". Pero mientras nadie cuestione la contradicción entre el trabajo y el capital, este último agotará inevitablemente, antes o después, primero en un lugar y luego en otro, todas las posibilidades de la redistribución y de la representación de la que puedan valerse los proletarios. En Europa estamos comprobando ambas cosas.

Ahora, las masas trabajadoras cada vez se sienten más políticamente huérfanas con respecto a la dirección del proceso y, aunque en el país, continente y mundo en el que vivo, ese vertedero de basura llamado medios de comunicación y "prensa libre e independiente" cuyos locales sólo merecen arder en las llamas, esté imponiendo su censura al respecto, los fascistas (en absoluto los únicos integrantes pero sí la fuerza de choque de la oposición) queman viva a la gente en las calles después de acusarles espontáneamente de "ladrones", persiguen y degollan a las personas "sospechosas" de ser chavistas, y muestran sus cadáveres calcinados y linchados en público para sembrar el terror, como hacían en Chile los que prepararon el camino para la coronación de Augusto Pinochet y su régimen sangriento o, antes todavía, de los dictadores del período de entreguerras.

jueves, 1 de junio de 2017

La lápida del Frente Popular a un siglo de la revolucion rusa



Por Arash

"Las teorías comunistas, por supuesto, no descansan en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Todas son expresión en general, de las condiciones materiales, de la lucha de clases real y viva, de un movimiento histórico, que se está desarrollando a la vista de todos
(Manifiesto del Partido Comunista
Carlos Marx)

Nunca he entendido el polo comunista como una experiencia desensamblada de la del movimiento obrero. Tan heredero siento el camino que he decidido tomar, del anhelo de los revolucionarios de París de 1871, como de la esperanza de los de la Rusia de 1917, como del aliento de los de la España de 1936. Todos ellos expresaron de alguna manera la voluntad de construir una sociedad sin clases a través de la formación de los trabajadores explotados y de su organización autónoma y enfrentada contra sus explotadores.

Pero hay cierto hito en la historia de las revoluciones obreras que ha supuesto un antes y un después, siendo todos los acontecimientos posteriores peldaños consecutivos de una escalera que, cierto es, comenzó en los altos cielos, pero que no ha dejado de descender hasta la oscura situación en la que actualmente nos encontramos.

De todos los citados, el episodio que expresa la culminación jamás alcanzada de la lucha emancipadora de la clase trabajadora es la revolución rusa. No hemos conocido en la ya longeva historia del capitalismo un proceso de reapropiación y control obrero de la producción tan monumental, extenso y avanzado como el que reportó [1], en "Diez días que estremecieron al mundo", el periodista y militante estadounidense John Reed, expulsado del Partido Socialista de América tras el regreso a su país por las simpatías y convicciones que durante su visita había desarrollado, y exiliado de vuelta a la república soviética rusa cuando el gobierno del demócrata y racista Woodrow Wilson -el vigésimo octavo Presidente de los Estados Unidos- le acusó de espionaje y le persiguió para arrebatarle su libertad, probablemente para torturarle y ejecutarle como a otros tantos comunistas delatados les sucedió en esa "patria" en la que tanto se presume de libertad de crítica, prensa o asociación.

Una comparación breve y, por supuesto simplificada, de las dos grandes revoluciones puntuales del proletariado cuyo trazo lineal expresa la dirección del proyecto que los trabajadores han de hacer suyo en el presente, pone de manifiesto una determinada y particular relación entre teoría y praxis que se antoja como uno de los recursos útiles para comprender cuál es esa situación en la que nos encontramos.

Más de cuarenta años antes de la revolución rusa, los obreros organizados de París protagonizaban la primera revolución inminentemente comunista, enfrentándose por primera vez al poder organizado de los propietarios y elaborando continuamente las respuestas que consideraban la situación exigía, unas veces acertadamente, otras trágicamente erradas, pero siempre asentando su fuerza y la de sus decisiones en el conjunto de la clase.

Sirva el papel revolucionario -y hasta improvisado- llevado a cabo por la Guardia Nacional francesa como ejemplo de la precipitación de los acontecimientos, así como de la exigencia y altura circunstancial con la que los revolucionarios tuvieron que lidiar, quizás de manera un tanto desprevenida. Tras la derrota obrera, la Asamblea Nacional francesa disolvió la Guardia Nacional por su implicación en los hechos de París, a pesar de que ella misma la había creado, durante su fase constituyente en 1789, cuando la burguesía necesitaba enfrentarse a la monarquía de la Casa de Borbón en Francia -tan respetada aquí por los partidos parlamentarios- para construir su Estado de clase.

Los obreros organizados en la Rusia de 1917 se adelantaron, sin embargo, al ya previsible hecho de que habrían de enfrentar a las fuerzas conservadoras del viejo/nuevo régimen capitalista algo más que propaganda y comunas autogestionadas de trabajadores, y anticiparon ante sus compañeros la creación de la Guardia Roja para hacer valer la voluntad de los trabajadores, de los campesinos, y de su revolución.

Como se ejemplifica en la sencilla comparación anterior, la experiencia acumulada repercutía positivamente en la lucha emancipadora. Uno de los ejes de discusión de la I Internacional había sido precisamente la interpretación que se le había de dar a las formas de propiedad comunista que ya habían sido puestas en práctica en numerosas ocasiones por los trabajadores: una forma de autoorganización de los trabajadores del proceso productivo en sus puestos de trabajo (lo que significa la autogestión obrera) o, además de esto último, un ejército proletario dispuesto a enfrentarse con las armas para imponer ese régimen socioeconómico y una organización para defenderlo con uñas y dientes con todo lo que tuviesen a mano. La Comuna de París terminó siendo también esto último, justo como la posterior revolución comunista de octubre. En esta cuestión, la diferencia entre uno y otro episodio estriba en la capacidad de anticipación de los trabajadores.

Pues bien, la derrota de los obreros alemanes en 1918 y, sobre todo, la de los italianos en 1920, dejarían a la vista de todos la alta marca dejada por la revolución rusa en el tránsito frustrado hacia un orden de justicia social, y constituirían el punto de inflexión que separa un movimiento obrero revolucionario y ofensivo, de uno en repliegue. Este carácter defensivo es el que, con oscilaciones de más o menos amplitud, ilustra nuestra general situación descendente desde entonces, la retracción de la lucha contra el capitalismo.

Por supuesto, ha habido y hay muchos frentes de lucha obreros abiertos, unos más avanzados que otros, pero la ofensiva del capital desde entonces no ha hecho más que arrebatarnos esos espacios, empezando por los que más avanzados estaban. A partir de este momento, la experiencia acumulada dejaría de ser, poco a poco, una materia prima a disposición de los trabajadores y sus elementos revolucionarios, para convertirse en una especie de estúpida, odiosa e incomprensible arma arrojadiza de unos contra otros.

El comienzo de este declive tiene varias caras. En Alemania, la socialdemocracia de los aburguesados dirigentes revisionistas, convergió con el nacionalismo de los militares -llamados a filas en 1914 por aquellos, y desmovilizados tras la guerra- en la decisión de la represión contra los trabajadores, así como en el asesinato de Rosa Luxemburgo. Las ideas racistas ya tenían el caldo de cultivo patriótico e ignorante para poder penetrar entre los soldados, que provenían de las filas de la clase obrera. En Italia, Mussolini ya explicitaba, frente a la movilización proletaria, su propósito "sin falsas modestias", como él mismo dijo. A saber: "gobernar la nación. ¿De qué modo? Del modo necesario para asegurar la grandeza moral y material del pueblo italiano".

Tropas capitalistas e imperialistas
desfilando sobre Vladivostok, Rusia,

Incluso en la propia Rusia, la guerra civil que continuó después de la insurrección proletaria, dejaría en la estructura económica, social e institucional heridas que, siendo francos, jamás volvieron a ser cerradas, y que marcarían todas las decisiones políticas en adelante. Los soldados de los ejércitos de catorce Estados capitalistas marcharon juntos contra la revolución, enarbolando unidos la bandera blanca de sus opresores (no la de la paz, que era roja y ondeaba en Petrogrado y en Moscú), cuando sólo unos pocos años antes habían estado contaminados -y aún lo estaban- del belicismo internacional más fratricida que les había enfrentado unos contra otros.

Todo esto era síntoma de algo muy claro: sin duda alguna, la lucha de clases estaba dando un gran vuelco, también ideológico. Es a partir de este vuelco cuando se vuelve tentación el tomar la experiencia y los acontecimientos históricos como si fuesen revelaciones divinas, pretendiendo reservar la verdad de su interpretación sólo a ciertos redentores de la humanidad -enfrentados entre sí- y no a la razón. Las derrotas temporales de una revolución siempre tienen efectos monumentales. De repente, como si no quisiéramos aceptarlo -porque la derrota de la Revolución de Octubre ha sido muy dolorosa- todo aquello que en un pasado jugó un innegable papel revolucionario, continúa brillando mientras en su interior empieza a descomponerse. A veces, un análisis dialéctico puede ser muy duro de afrontar, aunque es igualmente imprescindible el hacerlo. Qué va a brillar más en la historia para un comunista que todo lo que tuvo que ver con aquel octubre rojo, y todo lo bueno que de ello pervivió en la Unión Soviética. Incluso para mí, que soy de una generación que sólo coexistió con el derrumbe de sus restos en 1993 [2], cuando ni siquiera tenía conciencia de mí mismo.

En esta ocasión sólo voy a centrarme en una de esas experiencias en la que se justifican determinadas y monolíticas posiciones políticas. Dejo claro que no confundo tales con la individualidad misma que nos caracteriza a la raza humana -la única en la que creo- desde que el humanismo renacentista dio a luz al racionalismo ilustrado, y este último a la ciencia moderna. Los individuos son seres humanos conscientes de su propia racionalidad. Incluso ciertas posiciones políticas no demasiado racionales o absolutamente irracionales, pueden presentarse en personas que sí que tienen una correcta posición en otras cuestiones. Y lo más importante: la razón nos permite corregirlas.

La experiencia a la que quería referirme es la del Frente Popular. Este fue realidad en España y en Europa para quienes lo vivieron en el pasado, y sólo una experiencia para nosotros en el presente. Su explicación y justificación está atravesada de lleno por la retirada del movimiento obrero de la que somos testigos y víctimas desde el inicio del agotamiento de la experiencia de octubre, y sobre aquella experiencia -como con otras que ignoraré- prácticamente todas las organizaciones comunistas del presente han construido su petrificada lápida propia, sea para erigirse en promotoras de su reutilización, sea para explicar a partir de ella todas las derrotas históricas de los demás excepto la suya propia. Esta cuestión sea la que afecte, probablemente, a la órbita del marxismo-leninismo, y a la de las corrientes, totalmente marginales y minoritarias, de la llamada "izquierda comunista", respectivamente, en cuya absoluta desconexión recíproca actual no creo del todo, más allá de las declaraciones formales.

En la década de 1930, que fue testigo de una leve recuperación económica, pero que llevaba ya consigo la semilla de la frustración asociada al "crack" del 29, la revolución socialista había perecido en toda Europa. El fascismo era la prueba misma de la involución del movimiento obrero, en el que aquel hubo de penetrar necesariamente para alzarse en la fuerza triunfadora y realmente amenazante de las conquistas en el continente.

La Internacional Comunista no lo ignoraba. Sus secciones nacionales, los Partidos Comunistas, llamaban desde entonces a los sectores progresivos de la burguesía a sumarse contra el amenazante fascismo, y para abrir las puertas a la invitación se hubo de renunciar, obviamente, al programa revolucionario.

Los Partidos Comunistas trataron de unificarse, en unos casos con éxito y en otros sin él, con cada uno de los demás partidos obreros existentes en sus países, intentando de esta manera crear algo así como un "núcleo de seguridad obrero" que evitase, retrasase o lo que fuese, la disolución completa de la clase trabajadora y de todo su proyecto en el de las clases burguesas democráticas que se iban a sumar, y se sumaron, al Frente Popular.

Los trabajadores, aunque a la defensiva, venían al fin y al cabo de las luchas de hacía poco más de un decenio, que encontraron su expresión más plena en la revolución soviética: no es para nada descartable el que los trabajadores conservasen una conciencia de lucha y llevasen consigo, como lo hicieron a lo largo de los oscuros años que les depararían, la determinación de resistir y mantener las conquistas dolorosamente logradas los años anteriores. La URSS lo pudo hacer posible. Retengamos en la memoria de esta lectura, pues, esa fuerza efectiva de la clase trabajadora que, aún habiéndose iniciado la retirada mundial, conservaba de la revolución de octubre de 1917 una voluntad organizada de resistir, y que residía en su unidad como clase, como no podía ser de otra manera.

El caso es que, a pesar de esa fuerza, se produce desde este momento un cambio, particular en este ambiente general de involución social del que hablamos y afín al mismo, que tuvo una importancia crucial y con el que todavía carga el inmóvil comunismo actualmente en descomposición. Los Partidos Comunistas, entonces mucho más poderosos entre la clase de lo que lo puedan ser ahora, dejan de proclamarse exclusivamente en vanguardias proletarias, y comienzan a proclamarse de la condición de vanguardias populares, nacionales o sociales. Si la audiencia de este artículo tiene el mínimo de formación marxista básica, no debería hacer falta que mencione que en el seno de cada pueblo, de cada nación, de la sociedad en definitiva, hay una batalla constante entre clases con intereses antagónicos.

Pueden ustedes comprobar cómo en los estatutos de muchos de esos Partidos Comunistas -algunos ostentando los gobiernos de los Estados que fueron aliados de la URSS, otros en la oposición en los países nunca dudados como capitalistas- se puede corroborar esta condición en nuestros tiempos. Al menos en un origen, de lo que tratarían los PP.CC. con todo esto, en general y a nivel global, era de asumir las tareas que, en los países en los que todavía se sostenían regímenes de corte autoritario, los partidos de la burguesía democrática estaban "retrasándose" en asumir, siendo el caso particular de la versión europea del Frente Popular no la conquista de tales libertades políticas sino su defensa. No interesa ahora el trasfondo ideológico ni la justificación particular que se haga del recurso al Frente Popular.

Lo que nos interesa es algo más trascendental. La justificación anterior del Frente Popular se puede resumir de otro modo: se trataba de ganar las elecciones parlamentarias y afianzar un régimen institucional democrático en el Estado perfectamente compatible con el carácter de clase del mismo en ese momento. En muchos de los Estados Socialistas que se crearon allí donde las victorias de las coaliciones democráticas del Frente Popular fueron respetadas -algo que sucedió fundamentalmente gracias a la presencia del Ejército Rojo- los PP.CC. no renunciaron necesariamente a sus tareas de propaganda; pero la participación de los comunistas en los procesos electorales ya no obedecía, en realidad, al itinerario leninista que había llevado al poder a la clase obrera en Rusia, el del parlamentarismo revolucionario, precisamente porque se le había recortado su carácter revolucionario.

Aclaro, por cierto, que con la expresión "Estado Socialista" me estoy refiriendo en esta ocasión, no concretamente al Estado que durante la centenaria revolución de octubre representó la dictadura de los trabajadores sobre sus explotadores, sino de manera amplia -y ello incluye el caso anterior- a todos los Estados en los que muy respetablemente se constitucionalizaron los objetivos de la revuelta obrera europea de 1917, la construcción de una sociedad socialista.

Según lo dicho hasta el momento sobre la retirada del movimiento obrero, pueden afirmarse tres características sobre el histórico Frente Popular.

Obreros saludando a Hitler. En la foto, señalado
August Landmesser, el obrero valiente que
se negó a saludarle

La primera es que el planteamiento de un repliegue estratégico fue necesario. La revolución comunista daba síntomas de agotamiento en Europa desde los años 20, y la contrarrevolución fascista era un hecho en los años 30. Por más que sea cierto que se produjeron episodios revolucionarios esporádicos en distintos puntos de Europa, es muy cuestionable el que estos pudieran materializar el éxito que reivindicaban, aislados de otros sectores del proletariado europeo bajo la influencia clara de las ideas retrógradas y reaccionarias del fascismo. El alineamiento de la práctica totalidad de los gobiernos europeos y mundiales con las fuerzas contrarrevolucionarias en España y su abstención activa contra los partisanos, brigadistas y combatientes democráticos del país y venidos del extranjero, así lo puso de manifiesto.

La segunda de las características es que, en el contexto de la revolución en Europa, fue indeseable. Si esta no hubiera perecido, no se hubiera necesitado recurrir al Frente Popular y a la alianza que este conllevaba entre clases con intereses antagónicos. No merece mayor comentario ni aclaración.

La tercera, aunque abierta a crítica, por supuesto, es que la búsqueda de una alianza entre clases fue posible. La clase trabajadora tenía todavía la integridad y la fuerza subjetiva para soportar la presión de la inclusión de ciertos segmentos de la burguesía en un Frente de estas características, sin diluir completamente su liderazgo y todo su programa en ella, aunque hablemos en todo caso de un programa de reformas económicas y políticas. Aunque algunos teóricos y políticos comunistas lo exagerasen, lo que los trabajadores conservaban de la llama revolucionaria de Rusia era precisamente la voluntad de seguir luchando, esta vez por defender no sólo sus derechos laborales sino también sus derechos y libertades políticas.

Además, también podría sostenerse con cierta consistencia que existía un compromiso democrático entre las filas de otras clases que gravitaban alrededor de la voluntad democrática de la trabajadora y que daban sentido a la llamada del Frente Popular. Ejemplo de esto fue un sector minoritario de la burguesía republicana en España, que había progresado significativamente desde su ruptura con los sectores reaccionarios de la misma, algo que le había llevado irremediablemente a converger con los marxistas en su defensa de la república en varias ocasiones, hasta del socialismo -aunque profundamente diferentes en su concepción de este último- pero, en lo que aquí interesa, en la defensa de las libertades.

Como se dijo al principio en este artículo, a partir de las derrotas obreras de los años 20 se comenzó a gestar la contrarrevolución, y esta inició una ofensiva brutal sobre los frentes y espacios de lucha obrera más avanzados, de gran presencia revolucionaria. En los años 30 ya era evidente la fortaleza de la contrarrevolución. Para revertir las conquistas laborales y democráticas que resultaron de la movilización de la clase trabajadora cuando esta se encontraba todavía en plena ofensiva revolucionaria y a la cabeza de la lucha de clases, los Estados -poder político y organizado de la burguesía- se reestructuraron en formas fascistas.

Mucho antes de los Estados de bienestar, del liberalismo social, y de la doctrina económica del sacralizado Keynes (no lo han momificado como otros hicieron con Lenin, sólo por guardar las apariencias de su dogmatismo liberal), tuvo que pasar algo horrible en Europa sobre lo que los defensores explícitos o encubiertos de este orden económico y social no fardarán nunca jamás en público, a pesar de que, por desgracia, fue igualmente necesario para salir de la crisis capitalista en un sentido reaccionario -es decir, temporal y a costa de la fuerza de trabajo-, aunque lo nieguen y lo oculten. Estoy hablando de la segunda guerra mundial. Y el fascismo fue la primera expresión que la contrarrevolución tuvo que tomar para llevar a cabo esta guerra genocida. Conste que el fascismo, en este sentido, no está sólo localizado en el bando del Eje, porque el capital y los gobiernos burgueses de los países Aliados fueron precísamente quienes apoyaron sus regímenes y donaron dinero caliente a los partidos que los afianzaron [3], al menos hasta que cumplieron con su misión.

La crisis capitalista de superproducción de mercancías, esto es, ese desajuste crónico, recurrente e inevitable de nuestro bendito sistema económico entre una sobreoferta obscenamente enrriquecedora y una infrademanda causada fundamentalmente por las bajas rentas salariales y sus consecuentes incapacidades adquisitivas, fue atajada "de raíz" durante la guerra a través de la destrucción masiva del capital sobrante, tal y como Marx predijo un siglo antes.

Después la contrarrevolución se expresó de otras maneras, y poco a poco, el movimiento obrero y la vasta influencia que en él tenían los Partidos Comunistas fueron sucumbiendo ante aquella. La reinversión de la posguerra permitió un tramposo período de relativa tranquilidad, en el que la clase trabajadora fue narcotizándose poco a poco y perdiendo su posición de liderazgo en la lucha de clases. Esta vez, los Estados ayudaban a la reinversión, tal y como estipuló Keynes, el economista liberal por excelencia de la época, por su agudo análisis de los factores sociales potencialmente revolucionarios.

Para combatir la agitación entre la clase trabajadora sobre la base de las contradicciones radicalizadas con el capital, Keynes promovió, inspirado en el vasto sistema social soviético de la época, el intervencionismo estatal en ciertos sectores estratégicos del mercado tales como la sanidad, la educación u otros servicios, logrando de este modo un redondeo y una suavización del pico o mínimo económico depresivo, remontando rápidamente las tasas de producción prebélicas (o ampliándolas a otros sectores no armamentísticos) que permitieran un nuevo proceso de acumulación del capital y la riqueza, y reduciéndose así -en el antiguo epicentro revolucionario, Europa- las contradicciones económicas y sociales entre las clases al gotear parte de las rentas a algunos sectores de la clase trabajadora. Utilizando otras palabras: las enormes tasas de ganancia del capital posibilitaron que la fuerza de trabajo pudiera olisquear una parte de la riqueza social.

La enorme capacidad de influencia que tenían los Partidos Comunistas en la lucha de clases europea, fue utilizada por sus dirigentes para cercar todas las posibilidades revolucionarias que los trabajadores llegaron a atisbar a lo largo de diferentes momentos, algo perfectamente coherente con la penetración paulatina de las ideas keynesianas y social-liberales en ellos y en sus "frentes de masas".

Mientras la vieja socialdemocracia renunciaba por completo al marxismo (y los PP.CC., aunque todavía respetables y en menor medida, también lo estaban haciendo en más aspectos), caía en la trampa de ese eurocentrismo que tanto se criticaba en el mundo de la "izquierda" radical, que acabó engrosando las filas de sus partidos, por cierto. Se insinuaba que la relación entre el capital y el trabajo ya no era antagónica, sólo porque algunos sectores de la clase trabajadora habían elevado sus rentas salariales de manera significativa junto con los capitalistas -estos últimos sobre todo-, algo que, como hemos visto, sólo fue consecuencia de las luchas que se llevaron a cabo en toda Europa y las conquistas sociales en la que se plasmaron. Pero lo que sucedía, en realidad, es que estos "teóricos", políticos e "intelectuales" no querían mirar más allá de sus propias narices europeas y estadounidenses.

Lo que se forzaban a ignorar mientras adoptaban sus nuevas y caprichosas creencias, pues, es que fuera de este bonito oasis del bienestar que habla por sí sólo de los "éxitos" del capitalismo, la realidad era bien distinta. Un enorme monto de inversión capitalista estadounidense y europea monopolizaba la propiedad y la riqueza en los países pobres y explotaba de manera brutal a la clase trabajadora en los mismos, pagándoles una basura de salarios, y de donde obtenía unos beneficios que, sólo después, goteaban a la clase trabajadora de los países del bienestar, que compartían nacionalidad con sus opresores nacionales e internacionales. Crueles dictaduras afianzaban los regímenes económicos y sociales sometidos a los intereses capitalistas de la todavía embrionaria Unión Europea y, sobre todo, de allí de donde surgió el modelo federal en el que se inspira, los Estados Unidos.

Mientras tanto, en los PP.CC. también se seguían afianzando otras creencias erradas, en particular aquella de la que quería hablar. El innegable elemento de contención del capitalismo que significó la URSS durante toda su existencia, también fue utilizado para crear, alrededor de ella, una ficción revolucionaria, que incluye también al mismo Frente Popular.

Ese impagable elemento de contención era moral e ideológico, pues desde allí irrigaba hacia occidente la esperanza en el porvenir y la emancipación humana. Aunque no sólo fue una contención moral e ideológica, que es a lo que se suele reducir con frecuencia. A través del suministro económico y armamentístico, se financiaban los procesos de liberación nacional que permitían la expulsión del capital neocolonial y la nacionalización de las industrias locales.

Todos ellos tenían un claro componente nacionalista, pero junto con la URSS expresaban en el tercer mundo una lucha contra esa sobreexplotación laboral en la que se fundamentaban las altas rentas capitalistas nacionales de los países del bienestar. Algunos incluso llegaron a adoptar formas internacionalistas y comunistas, a la par que parte de los Frentes de Liberación Nacional tercermundistas de la segunda mitad del pasado siglo en los que se canalizaban buena parte de tales procesos independentistas, se convertían en Frentes Populares. Es incuestionable la fuerza que provenía de la URSS en la lucha contra el capitalismo, aunque fuera a la defensiva en la lucha de clases mundial. Muchos de estos procesos se retroalimentaban entre sí, caso de la agradecida ayuda de Cuba -liberada de sus alimañas en la revolución de 1959, hoy de nuevo carcomida por el capital privado- destinada al proceso de liberación angoleño.

Pero aquel objetivo histórico que quedase plasmado en el Tratado de Creación de la URSS [4] -la expansión de la revolución socialista- no era parte de su Constitución desde 1936 [5]. Ya estaba agotado, tal y como dijimos antes, desde la misma derrota revolucionaria en el período de entreguerras y el éxito subsiguiente del fascismo. En parte, la coexistencia pacífica entre los Estados soviético y estadounidense, también significaba como continuación de la Constitución de la URSS de 1936 -es decir, además de un esfuerzo soviético por la paz mundial- la coexistencia (imposible) entre el proyecto que fundamentó su creación y el capitalismo, por mucho que aquel tuviera los días contados en el gigante soviético .

De manera paralela a sus últimos suspiros, la burguesía terminaría erigiéndose en vanguardia de prácticamente toda movilización social a finales del siglo pasado, y las conquistas sociales, históricamente logradas por los trabajadores, entraban en fase terminal. Entre esta mencionada pérdida de la iniciativa, por un lado, y el inicio de la fase terminal de las conquistas sociales, por otro lado, estaban brotando las condiciones que en los años 2007 y 2008 permitirían la emergencia social de la última de las facetas que adoptó la contrarrevolución consideradas en este artículo, y sobre el que el involucionado y descompuesto comunismo no presenta síntomas de estar superando completamente, aunque sí que haya resistido la primera oleada de su embuste.

Grandes procesos especulativos que jugaban con el dinero bancario comenzaron a generarse tras la nueva gran crisis capitalista que comenzó en la década de 1970. A la difusión territorial de la crisis de superproducción de mercancías alcanzada a través de la explotación del trabajo del tercer mundo, le sucedió la difusión temporal de la misma lograda a través de la financiación crediticia de la (infra)demanda.

Los obreros estaban comenzando a ver amenazados sus salarios y sus derechos laborales tras las privatizaciones (neo)liberales, otros fueron mandados al paro mientras veían cómo vendían o destruían sus industrias. La crisis había comenzado para muchos de ellos, pero la burguesía todavía podía tirar de sus estratos más débilmente situados en la oferta mercantil para salir del paso. Se financió la iniciativa económica privada, el autoempleo, o el emprendimiento empresarial, y también la compra de segundas viviendas, muchas de las cuales fueron reconvertidas en bienes comerciales o incluso en capital inmobiliario. La dinámica del mercado exigía pagar poco a los empleados, ejercer la corrupción empresarial en las propias empresas o en las instituciones del Estado, o el descuido absoluto de las viviendas en alquiler y las penosas condiciones de vida de las familias trabajadoras más pobres. Ya no hablamos tanto de los años 60 en la Europa que conoció el bienestar, sino más bien de los años 80 y 90 en adelante, por supuesto.

Cuando a la anterior se sumó la crisis de superproducción financiera, la burguesía salió a protestar como lo habían estado haciendo los trabajadores en los centros de trabajo y en la calle con más o menos continuidad, a lo largo de varias huelgas regionales, sectoriales y generales desde los años 70. Hasta entonces, las protestas laborales y los intereses de los trabajadores le había importado a aquella poco más que un mojón pinchado en un palo, es decir, justo como entonces y como a partir de entonces. Excepto por una cosa: que los trabajadores se rebelasen contra los aburguesados dirigentes que habían estado acaudalando sus protestas y, apoyándose en las bases de sus viejas organizaciones o en otras nuevas, volvieran a poner en marcha una contraofensiva como la que conoció el continente a principios del último siglo.

Pero su mensaje fue significativamente distinto al histórico de la clase trabajadora. En cuanto tales clases se echaron a la calle, a los platós, a las plazas, a la prensa, a los parlamentos y, en general, se indignaron, comenzaron a definirse como un movimiento incluyente y aspirante al bien común: como esencialmente ciudadano. Y como borregos, muchos les hicieron caso, ya entrasen en la piscina como el bañista que hace el "salto bomba", ya sea metiendo tímidamente los pies y tanteando por dónde podrían entrar en tal movilización para realizar "agitación comunista". Pero una cosa estaba clara: qué clases sociales tocaban y tocan la flauta, y si no se lo creen, cuenten todas las vastas huelgas generales que se han llevado a cabo desde aquel lejano 14 de noviembre de 2012, y miren el parlamento, a Podemos, a IU y a los ayuntamientos y candidaturas municipales del "cambio".

La burguesía lidera las movilizaciones sociales más vistosas y publicitadas en la actualidad, a excepción de las luchas auténticamente laborales que se siguen llevando a cabo en los centros de trabajo, con muy poca reverberación en las calles (apenas los propios trabajadores que las reproducen en ellas) y casi nada en los medios de comunicación. Y lo peor es que la clase trabajadora corre el riesgo de disolverse en tales movilizaciones de la burguesía, y descartando a los sectores concienciados de nuestra clase -que los hay, aunque muchos no les quieran hacer caso- existen amplios sectores de la misma que se sienten subjetivamente identificados con aquellas, mirando hacia el mismo lado que quienes las dirigen para el provecho de su propia clase.

Ahora, un Frente Popular no sólo sería indeseable. Podría pensarse que es necesario, vista la amenaza de las libertades en toda Europa, pero, ¿acaso es posible un Frente Popular? O mejor dicho: ¿acaso es posible defender las libertades democráticas con un Frente Popular?

Estos meses muchos han estado "celebrando" el centenario de la Revolución de Octubre. Todo el mundo aparentemente comunista quiere frotarse con la bandera roja de la hoz y el martillo. Pero ya no nos separan escasos diez o quince años desde ese hito revolucionario, como cuando se propuso en la extinta Internacional Comunista el Frente Popular, sino todo un siglo entero. Ya no estamos descendiendo los primeros escalones, que partían casi de los cielos revolucionarios, sino los últimos y, lo que viene después, si no le ponemos el remedio adecuado, es el fascismo. La involución del movimiento de los trabajadores, medido de manera general, regional o internacional, es ahora mucho más longeva que antes.

Ya vale de la nostalgia irracional que se respira y del derrotismo de muchos. Lo que tienen que hacer los marxistas es un análisis científico, honesto y realista de la situación. La clase trabajadora ha perdido su iniciativa desde hace mucho tiempo, y lo estamos pagando.

Lo que sostengo, sin más titubeos, y basándome en mi propio uso de razón, es que el Frente Popular no es posible o, dicho de la manera realmente correcta: el Frente Popular no puede servirnos para la defensa de las libertades democráticas en el marco del capitalismo, mucho menos para terminar con este último y avanzar hacia una sociedad socialista. No cuentan las filas de la clase trabajadora con la suficiente fuerza subjetiva como para poder resistir una llamada a la "burguesía democrática" que, me atrevo a sugerir, será como gritar en el espacio exterior, porque no existe esta última. No puede existir en estas condiciones. La burguesía no tiene más solución con respecto a la crisis capitalista que la que se ha insinuado o directamente explicitado en numerosas ocasiones a lo largo de este artículo, y la clase trabajadora, la auténtica fuerza motriz de todo cambio social duradero y la única que podría crear un aura democrática a su alrededor y en otras clases -el marco de libertades que necesita para su propósito histórico- está desorganizada.

Entonces, lo que los comunistas han de hacer es trabajar para la reorganización de la clase trabajadora y por la independencia de su voluntad subjetiva. Esta cuestión toca en algo a otra de las "lápidas" que han sido construidas, y sobre la que los comunistas ya están operando [6]. Me refiero a la cuestión de las organizaciones que pretenden ser vanguardias de un sujeto político que les ignora, y que no distinguen bien entre la línea que separa la agitación entre las masas trabajadoras para el surgimiento de las condiciones subjetivas propicias para la revolución, de la pretensión del pastoreo. Esta confusión es la que resulta cuando se siente y se tiene un profundo y sincero rechazo por los límites de las luchas que son impuestos por las condiciones subjetivas actuales que toda la clase debe superar. Tales límites, bajo las condiciones actuales, son la reversión de las modificaciones laborales realizadas desde 2007 y la elaboración y defensa de un auténtica reforma laboral y social que posibilite una acumulación de fuerzas. La desafección por los límites actuales de la lucha de la clase trabajadora impuestos por las condiciones subjetivas, impide precisamente modificar tales condiciones.

El reformismo de la clase trabajadora es espontáneo: tan pronto como surge en un trabajador la posibilidad de movilizarse para realizar una huelga, el sindicalismo amarillo y burocrático la frustra, o quizás la idea ni siquiera llega a materializarse y dejar de ser precisamente eso, una idea en la mente de un trabajador.

Pero el reformismo de la clase trabajadora es afortunadamente inevitable. La clase trabajadora es la única que sostiene todo el peso de la organización social y económica y, por ende, la única que porta en potencia el derrocamiento del poder capitalista y la conquista de la sociedad sin clases: otra cosa es que se quiera utilizar esa potencia. Ello no quiere decir que no puedan existir otros movimientos populares que se sumen al propósito, pero lo que sí quiere decir es que el sujeto motriz del cambio social, el sujeto político de la revolución socialista, es la clase trabajadora.

Se me podrá contraargumentar que, una vez la clase trabajadora tenga la iniciativa de nuevo, y ello comience a materializarse en nuevas conquistas laborales, sociales y políticas, volvería a existir una clase trabajadora concienciada; y por tanto la posibilidad crear otro "núcleo de seguridad obrero" -recurriendo a la expresión que antes utilicé- lo suficientemente fuerte como para poder articular un Frente Popular a su alrededor.

Pero, para entonces, ¿por qué habríamos de necesitar, más allá de la posibilidad mencionada de que otras clases subalternas se sumen a la revolución social, diluir el proyecto de la clase trabajadora, renunciar al programa revolucionario y someter a los trabajadores al riesgo de disolverse en una alianza entre clases, que es lo que significa el Frente Popular tal y como se planteó en la Internacional Comunista y como lo entienden todos los partidos comunistas en la actualidad?

Además, la estrategia del Frente Popular no sería nada radicalmente diferente a la estrategia de unión entre clases que mantiene la burguesía desde hace aproximadamente ocho o diez años, cuando comenzó a preocuparse por la situación paupérrima de la clase trabajadora y el descenso del consumo, porque le afectaba directamente a ella y a sus intereses privados de clase.

Un Frente Popular sólo sería una continuación de la estrategia de conciliación entre clases que llevamos padeciendo estos penosos ocho o diez años sólo que, esta vez, con un sello comunista que indique a los frustrados de su fracaso quiénes han de ser los objetivos del próximo linchamiento colectivo.

Necesitamos recuperar lo mejor y más valioso de la paciente tarea de aquellos bolcheviques y aquellos espartaquistas que supieron aprovechar, como buenos receptores de la filosofía científica del materialismo dialéctico (y los mejores aplicadores que hemos conocido, con sus aciertos y sus errores) aquellas fuerzas asociadas a las contradicciones sociales y económicas, en favor de la revolución social.

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REFERENCIAS:

[1]: "Diez días que estremecieron al mundo", de John Reed (1918.1919): https://www.marxists.org/espanol/reed/diezdias/prefacio_del_autor.htm

[2]: Corto en Youtube de la Agencia Rusa de Información Novosti (RIA Novosti): https://www.youtube.com/watch?v=8EdwVybe7ZQ

[3]: "El apoyo de las grandes corporaciones a Hitler", de Darío Brenman, en Izquierda Diario: http://www.laizquierdadiario.com/El-apoyo-de-las-grandes-corporaciones-a-Hitler

[4]: Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1924 (versión en inglés): http://web.archive.org/web/20161201171303/https://faculty.unlv.edu/pwerth/Const-USSR-1924(abridge).pdf

[5]: Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1936: https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/constitucion1936.htm

[6]: "¿Leyes mordaza o algo más? Hablemos de represión política de clase", de Marat, en el blog La Barricada Cierra la Calle, Pero Abre el Camino: