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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Por una reducción real de la jornada: pero sin trampas


Por Arash

Ciertos sectores y organizaciones del mundo laboral y sindical objetaron [1], hace dos años, que la supuesta reducción de jornada que se había implementado en algunos lugares no era una reducción real de jornada porque, en realidad, lo que se había aplicado era solamente una jornada laboral concentrada en menos tiempo, en menos días a la semana. No hay error como tal en esa denuncia.

Sin embargo, también se ha llegado a sostener [2] que la mayor libertad que deriva de la reducción de jornada es necesariamente deseable, dando a entender que si disminuye el tiempo de trabajo, la jornada reducida "beneficiaría" a los trabajadores de manera automática, casi por arte de magia. 

En este sentido, según la primera de las referencias enlazadas se trataba de explicar «por qué concentrar el trabajo en 4 días como se ha aprobado en Bélgica no es sinónimo de mejores condiciones si no conlleva una reducción de la jornada laboral». O sea que, según ese planteamiento, si se reduce la jornada entonces ya sí que mejoran las condiciones de vida.

Aquí vengo a cuestionar esa tesis, el planteamiento libertario pero no se sabe exactamente en qué sentido, pues resulta un tanto ambiguo ya que una reducción real de jornada que redundase de manera social supondría dar por sentado que hay un cierto nivel de conciencia colectiva organizada y, por qué no, una expresión política de la contradicción fundamental capital-trabajo a nuestro favor, pero lo que hay en la actualidad son muchos políticos profesionales que miran por sus intereses personales, que no es lo mismo.

Está muy claro que la reducción efectiva de jornada no se puede conseguir tratando de "olvidarse" de la evolución de los precios, esto es, la inflación, ni tampoco de los aumentos de salario, que es el problema del que algunos tratan con descaro de escabullir. Como poco resulta preocupante que los sindicatos alternativos, en su total inacción y desmovilización, parezcan ir detrás o a rebufo de los partidos progres y sus promesas electorales.

La publicación es extensa, aunque creo que el tema lo merece porque la reducción de jornada podría ser una propuesta importante, pero hay quienes nos quieren tomar el pelo con ella y pocos se atreverían a negar que en esa tarea les haya ido fenomenal en los últimos tiempos, a no ser que su memoria se hubiera anulado por completo.

En primer lugar voy a justificar, a grandes rasgos, la importancia de tener en cuenta las condiciones laborales en su más amplio sentido, esto es, las circunstancias y criterios bajo los que tienen que desempeñar los trabajadores su actividad, dejando claro que la magnitud de salario y la remuneración por hora laboral siempre están afectados por el cambio o modificación de cualquiera de esas condiciones (incluida la duración de la jornada), y que tales condiciones en su conjunto siempre se insertan en el marco de una sociedad capitalista, o sea, asentada en la producción asalariada y por tanto construida sobre la explotación del trabajo.

De seguido expongo algunas consideraciones en el contexto general de la evolución de la jornada laboral, desde la fase expansiva del sistema productivo hasta el período imperialista o decadente, así como el problema de la relación entre el salario y la plusvalía, y su significación de cara a la explotación y la inversión capitalista. De la misma manera que en el caso de la reducción de la jornada, tampoco puede haber creación de empleo si se ignoran deliberadamente unas u otras condiciones laborales porque entonces supondría un gasto adicional y hasta prescindible para las empresas.

En último lugar se bosquejan algunas líneas o tendencias que los promotores de la jornada reducida previsiblemente están persiguiendo con su implementación, en base a la propia descripción de la propuesta que se ha desarrollado y al marco de implementación en el que aquella tendría lugar. Ser pleno partidario de las garantías democráticas no sólo es compatible, sino inseparable de construir y sostener una posición crítica, tanto en la teoría como en la praxis, porque eso es lo único que podría quitarle decibelios al ruido que envenena, y poder real a la serpiente que lo escupe.


1. Los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario

Se puede plantear que todo aquello que obtenemos en concepto de salario, ya sea esto percibido vía directa, por el acto laboral de uno mismo, o bien de manera indirecta y diferida, en el caso de la menguante protección en cualquiera de sus niveles y modalidades, es algo que se recibe siempre por la venta de nuestra fuerza de trabajo: tanta cantidad de esta última se transfiere (gastándose así el tiempo correspondiente) a los capitalistas que la explotan a cambio de la cantidad de salario recibido de parte de estos que nos la pagan.

Lo de menos ahora es preguntarse por el formato con el que se remunerase la fuerza laboral, ya fuera en especie como antaño o bien en forma dineraria, en papel y moneda o, como habitualmente se hace, en dinero bancario.

De una u otra manera, siempre nos referimos al salario de magnitud determinada o la fuerza de trabajo en su forma de mercancía (véase el concepto marxiano de la alienación) o bien, dicho de otra manera, a la cantidad de lo que se recibe a cambio de la cantidad de trabajo que se gasta para producir plusvalía, siendo esto último lo que se queda la empresa.

Junto con esa cantidad de lo que se recibe a cambio del tiempo de trabajo desempeñado en la producción de sus beneficios, hay un elenco de condiciones laborales considerables: cuestiones como la seguridad en el trabajo, la salubridad en el centro, la higiene del lugar o el ambiente laboral son algunas de las muchas que caben apreciar, pues constituyen aspectos inseparables o consustanciales de la magnitud del salario. En realidad no tiene sentido considerarlas cada una por separado de las demás.

Todas estas condiciones, y otras muchas que se quedan en el tintero, influyen en su conjunto, sea cual sea la dirección en que lo hagan, tanto sobre la salud física y mental, como en el mayor o menor estrés de los trabajadores, o en otras muchas circunstancias que abarcan no sólo el trabajo, sino también todo lo que hacemos y dejamos de hacer cuando finaliza nuestro contrato, se nos acaba la jornada, o terminamos la chapuza, según los casos. Se pueden dar diversas circunstancias antes de volver a nuestros hogares o ir a donde sea a la salida, pero en todas ellas, el trabajo y las condiciones bajo las que se desempeña extienden sus consecuencias al conjunto de nuestra vida, en innumerables ámbitos que van más allá del trabajo.

Es fundamental entender que así, consideradas en plural, todas las condiciones en las que ha de llevarse a cabo la actividad que fuese pueden estar recíprocamente relacionadas de diversa manera. Así pues, sirva como ejemplo, la adquisición de EPIs (equipos de protección individual) y por tanto la seguridad laboral, tiene siempre una traducción en términos de coste salarial de la empresa o lo que a esta le de por gastarse de su beneficio en aquellos para que puedan ser utilizados, de acuerdo o no con la legislación vigente.

La remuneración influye también en el estado de ánimo de los trabajadores de diversas maneras. Hay quienes acuerdan por su cuenta una reducción de jornada con la empresa, renunciando a todo o parte del salario con el que esta retribuye su actividad por la parte de la jornada que hacían antes de la reducción, siendo esto algo más habitual en empleos más cualificados, que son aquellos que permiten la posibilidad de negociación individual de los contratos, y también los menos numerosos de la realidad laboral.

Por su parte, de lo que tratan justamente otros trabajadores es de obtener un aumento de sus ingresos, lo que tampoco sería descartable que constituyera la norma o la tendencia en las aspiraciones dada la evolución real de los salarios desde hace ya varias décadas, sobre todo en economías terciarizadas y subsidiarias como la española. Las economías de este tipo son, dentro del contexto comunitario, las más desindustrializadas y en las que está instalado un elevado desempleo estructural, la temporalidad, u otras formas de la creciente precariedad en el empleo tanto público como privado.

En el estado de ánimo y la integridad física y mental que veníamos diciendo también influyen, seguramente, las actitudes que estén manteniendo los trabajadores, tales como el compañerismo, que no es lo mismo que el corporativismo o mentalidad de empresa; o bien el individualismo, que es muy compatible y hasta funcional con la anterior mentalidad, como también lo es el racismo y los tratos vejatorios de distinto tipo, que igualmente crean un clima hostil hacia la organización de clase. Así, todas estas inclinaciones pueden tener, según cuáles sean y de cómo se las trate, un efecto retroalimentador o, por el contrario, un efecto perjudicial sobre la disposición o voluntad para la lucha y la movilización, etc.

Y lo mismo sucede con el tipo de contratación legal, la cualificación del trabajo o la duración de la jornada, que son cuestiones que tienen también sus correspondientes implicaciones sobre nuestros ingresos y, por tanto, son aspectos de la relación laboral que también están ligados a las cuentas y cálculos que se hacen en las empresas, según la previsión que en estas se haga de sus gastos o costes productivos.

De manera muy sintética y en términos comprensibles, podríamos resumir lo dicho hasta el momento de la siguiente manera: 

Condiciones laborales = Salario + Seguridad + Salubridad + Ambiente + Otras condiciones

Y añadir de paso que, siendo en todo caso aspectos del salario, cada una de esas condiciones tomadas por separado siempre supone algo de las demás, estando sujetas sin excepción a las expectativas de beneficio que las empresas se hagan, o con las proyecciones de expansión que estas y sus valedores tengan para el mercado. Las condiciones laborales remiten a una determinada relación, esto es, a los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario, y no debemos plantear la relación laboral pretendiendo olvidarnos de cualquiera de esos aspectos o condiciones.

Lo que ahora nos concierne es la duración de la jornada laboral y sus posibles implicaciones, y el planteamiento que se ha estado barajando resulta un tanto problemático por las preguntas que permite adelantar y que constituyen, en el fondo, el quid de la cuestión: ¿cómo pasarían a relacionarse todas las variables que definen las condiciones de trabajo tras la hipotética reducción de la jornada?


2. Consideraciones y contexto general en la evolución de la jornada

Al principio, el incremento de la cuota de beneficios que van a parar a los bolsillos y las cuentas de los capitalistas se conseguía a partir del aumento de la jornada laboral. A medida que se extendían las relaciones salariales y se dejaba atrás el antiguo régimen feudal, el tiempo de trabajo se incrementó hasta muy elevadas cotas tanto para los trabajadores de las ciudades como para los del campo, terreno este último en el que con frecuencia ya eran habituales las jornadas "de sol a sol".

Esto quiere decir que en un período original del capitalismo, el incremento de la plusvalía resultaba de una extensión de la jornada laboral en términos absolutos: se producía más plusvalía porque se trabajaba durante más tiempo, mientras se aprovechaba el crecimiento demográfico para convertir a toda aquella persona a la que pudieran explotar en otro asalariado más. Tal fue la manera en que se generalizaron las 12 horas diarias de trabajo, y a veces incluso hasta más. Sin embargo, la situación empezaría a cambiar muy significativamente al menos desde mediados del siglo diecinueve.

Mientras las remuneraciones obtenidas por los obreros de la época apenas les daba para la más extrema subsistencia, sus asociaciones lograron sin embargo ponerle freno a un alargamiento desproporcionado de la jornada, alcanzando así, entre otras conquistas, la supresión del trabajo infantil, la consecución del día semanal de descanso, o las 10 horas laborales diarias primero, y las 8 posteriores que luego conocimos, al menos oficialmente y en los países de las principales economías.

Resulta vital tener presente por qué estos consiguieron acceder a una parte de la riqueza producida antes inaccesible: aún partiendo de la reducida capacidad adquisitiva que tenían lograron, mediante la lucha contra la explotación de su trabajo en los centros, contener o resistir la inflación de los precios, ya que es el trabajo la única actividad que añade valor en la economía.

Al empresariado no le interesa, en principio, más que ahorrar en mano de obra o salario, o sea en masa salarial, que es el valor de la fuerza de trabajo. Se ahorra en masa salarial de dos maneras: tanto inutilizando fuerza laboral, como descualificando esa masa salarial o fuerza laboral, tal y como corresponde en el capitalismo porque no son los trabajadores los que organizan la producción. Por lo tanto, sólo al haber logrado reducir así la jornada, por el histórico cuestionamiento del salario, el movimiento obrero pudo alcanzar una ventaja en la correlación de fuerzas.

Hay que tener claro, por tanto, el carácter progresivo de la reducción de la jornada laboral que constituyó una de las reivindicaciones entonces exitosas de la clase trabajadora dieciochesca y posterior, y como tal fue una exigencia secundada, entre otras, desde las filas del marxismo. Federico Engels, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx o Clara Zetkin fueron algunos de sus máximos defensores en los dos siglos pasados.

No obstante, en esa misma época, en la que decíamos que tuvo lugar el alargamiento de la jornada y la respuesta de los trabajadores para terminar con él, también se empezaron a manifestar de forma clara las primeras dificultades para mantener el ritmo de crecimiento de las ganancias capitalistas. A partir de ese mismo momento hacía falta, desde el punto de vista de los intereses de las clases dirigentes, llevar a cabo nuevas formas de reanudar la generación de tales beneficios, o lo que actualmente se conoce como la recuperación económica.

Lo que se obtiene al incrementarse el tiempo de trabajo más allá del nivel en que se reproduce lo que vale la fuerza laboral siempre es en principio plusvalía; y la inversión tecnológica, que es una de las maneras (la principal) en que técnicamente se podría incrementar la productividad, no es un recurso armónico, sino contradictorio con la producción de esa forma excedentaria y el conjunto de las mercancías.

Lo que esto significa es que en un régimen asentado sobre la propiedad privada del capital, este último no puede combinarse a gusto de todos junto con la fuerza de trabajo, sino reemplazar esta última para permitir mayores rendimientos a las empresas, como ya está ocurriendo a medida que siga teniendo lugar la robotización o la transición ecológica que están actualmente en curso. Pero cuanto más se inutilice la fuerza de trabajo, mayor será la presión contra los salarios históricamente arrancados: por tanto no sólo disminuyen los salarios que gastan o consumen las empresas mediante los despidos individuales y colectivos (EREs, ERTEs...) sino también directamente a través de la remuneración, o lo que se paga según las nóminas derivadas de los contratos de trabajo por el tiempo (en horas, por ejemplo) que se trabaja de acuerdo a tales contratos.

Tanto la prolongación de la jornada de trabajo que aconteció durante aquella primera fase histórica expansiva del capitalismo, que describíamos al comienzo, como la reducción de la cantidad disponible recibida por quienes desempeñan tal actividad (y en general el importe salarial desembolsado en gasto laboral), que es lo que siguió después de la reducción de jornada conseguida por la lucha obrera, sólo son dos maneras o "vías" diferenciables que el capital tiene de conseguir lo mismo: que la parte que sea de la riqueza pase a adoptar esa forma de valor inaccesible para los trabajadores, la que constituye el beneficio privado de los explotadores y los capitalistas de diversos sectores.

Es decir, la segunda de las variantes no es de ninguna manera relativa porque la evolución de las plusvalías pudiera ser en algún caso "independiente" de la de los salarios, sino porque aquellas pueden acrecentarse con respecto a la masa total que se hubiera producido en un período de recesión, que es cuando se ralentiza el crecimiento económico. Esto último es exactamente lo que refleja la evolución de las tasas tanto de productividad como de natalidad: la crisis de superproducción de mercancías, y es consecuencia de las incapacidades adquisitivas que resultan de los bajos ingresos salariales.

De manera análoga se puede razonar que la primera variante de explotación o apropiación privada del excedente tampoco es absoluta porque la plusvalía creada como fuese pudiera ser "inmaterial", "falsa" o "irreal": muy al contrario, remite en todo caso a algo tan real que, se obtenga de la forma que se obtenga, es precísamente de ello que se vive a costa de los trabajadores que la producen y siempre se resta del salario.

La primera de las mencionadas, la plusvalía relativa, se acrecienta de manera aún más acentuada en contextos depresivos y de crisis económica general como los que vivimos desde hace varias décadas, y que en cualquier momento se pueden sumar a recaídas agudas en la contratación y en el empleo, facilitadas por la flexibilidad de contratos y de horarios, o por el despido libre y el abaratamiento de las indemnizaciones, que se han estado imponiendo de nuevo en las legislaciones de todos los países de la zona en los últimos tiempos.

Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado tenemos la significación históricamente ventajosa que ha tenido -y podría llegar a tener, si no estamos dispuestos a que nos la peguen- la reducción de la jornada laboral. Pero por otro lado tenemos que también es posible, incluso con la jornada reducida, incrementar eso que se detrae de nuestra capacidad adquisitiva porque constituye la parte de la tarta -del producto- que se reparte entre los accionistas y dueños del capital.

La cuestión es que no se sabe de antemano si cualquier propuesta va a ser o no ventajosa, precísamente porque no está nada escrito: pero sí sabemos que el trabajo es la fuente de nuestros ingresos y que tales ingresos equivalen sólo a una parte del valor total que producimos. 

Si seguimos en la tendencia de aceptación renegada y la aquiescencia que impera desde hace ya más de una década, sin abandonar el desconcierto y la derrota, sin contestación laboral y social y sin la menor crítica hacia cada caramelito que nos lanzan unos gestores políticos del capitalismo que son más "amables" que otros, pero que no dejan de ser lo que son, entonces sí sabemos a ciencia cierta que nos la van a dar con queso, y tenemos experiencia más que suficiente para corroborarlo.


3. Más tiempo libre sí, pero... ¿para qué?

Mencionábamos al comienzo que había quienes trataban de olvidarse tanto de la tendencia inflacionaria como de las actualizaciones salariales. Estos sectores argumentan que una reducción de jornada tiene que ser obligatoriamente preferible a un aumento de salario. 

Sin embargo, esa suposición es al menos discutible, si no directamente disparatada, primero porque todo ha de tener un contexto que lo justifique (de lo contrario caeríamos en el dogmatismo), y segundo si tenemos en cuenta que un supuesto aumento de salario puede suponer de partida, ni más ni menos, tanta ventaja o desventaja (según lo real que sea) como una reducción de jornada, porque de nada nos sirve tener más tiempo libre si la capacidad adquisitiva sigue cayendo.

Es decir, la inflación no sólo anula los efectos materiales ventajosos del aumento de salario. Es muy significativo que en la formulación de los argumentos que se han esgrimido para justificar esa "jerarquización" o "relativización de demandas" también se hayan recurrido y mencionado las actualizaciones salariales que se acuerdan en el ámbito de la negociación colectiva.

Aunque los sindicatos pacten con las patronales el aumento de salario, como se siguen elevando muy por encima los precios de todo lo demás al final ese aumento se anula: el aumento de salario por convenio no se traduce en un aumento del salario real, pues nos quedamos con menos y por tanto acaba por disminuir, también en ese caso, nuestro poder adquisitivo. De la misma manera, si pretendemos la implementación de una reducción efectiva de la jornada laboral no podemos simplemente "olvidarnos" del contraefecto que tiene la imparable elevación del coste de vida y los índices de la inflación, porque la reducción de la jornada, por muy real que sea (e incluso si se prohibieran las horas extras) tampoco invierte así, como por "línea directa", la evolución o la tendencia real en la cuantía de los salarios, ni tampoco en la calidad de los empleos que hubiera.

¿Para qué se va a pretender aumentar sino el tiempo libre? ¿Para tener que echar más tiempo buscando empleo en el Infojobs, alguna otra aplicación del teléfono móvil, o para patearse los principales polígonos industriales y empresariales de Vallecas o de las periferias de otras grandes localidades? ¿Cómo se va a aumentar el tiempo libre con los actuales salarios? ¿Esa es la libertad que les vamos a "comprar" a los gestores políticos del estado o a los esbirros mediáticos y digitales del capital?

En su spot [3] para las pasadas elecciones generales del 23 de julio de 2023, la vicepresidenta segunda del gobierno y ministra de trabajo dijo lo siguiente:

"Hemos dicho que esta campaña no va del futuro de ningún político [...]. Por eso, hoy quiero haceros una propuesta [...]. Es revolucionaria porque el tiempo es lo más valioso para quienes no tenemos grandes propiedades ni apellidos importantes [...]. Tiempo para ser libres [...]. Habrá gente que diga que no se puede reducir la jornada laboral sin reducir el salario, que esto es imposible. Lo cierto es que la jornada laboral ha ido siempre reduciéndose a medida que mejoraba la productividad. [...] Hoy no estamos a la defensiva, y queremos seguir avanzando".

Eso de que «el tiempo es lo más valioso que tenemos» (time is money) está entre lo que más "gracia" me hizo, en medio de la orientación conciliadora de la izquierda, que jamás volverá a ser lo que llegó a ser conocido en el pasado: estaba claro que tampoco el anuncio que acabo de reproducir se iba a tratar de una campaña de concienciación política de los trabajadores ni sobre la naturaleza del sistema capitalista, sino de su campaña electoral. Pero ciñámonos al hilo que venimos siguiendo.

El caso es que mencionaba ella estos tres elementos, que son el salario, la jornada de trabajo, y la productividad, y en su anuncio los combinaba en parejas, de dos en dos, según lo estimó conveniente: primero para cuestionar implícitamente a quienes considerasen imposible la reducción de jornada sin recorte salarial, y después para constatar ella misma que hubo reducción de jornada y también aumento de la productividad.

Hay una pregunta obvia que estas declaraciones deberían suscitar inmediatamente al lector u oyente si este es atento: ¿y qué si la jornada laboral se redujo mientras se incrementaba la productividad? ¿Ha de ser tomado eso como alguna prueba de credibilidad en las supuestas ventajas, o como una garantía de la hipotética efectividad de la propuesta? ¿Cómo va a haber una reducción real de la jornada laboral con un hipotético incremento de la productividad?

Aunque las etapas y los tiempos en que se implementaría han ido variando tanto en función de los agentes sociales (gobierno, patronales y sindicatos) como también según han ido transcurriendo los meses desde que se comenzó a barajar la idea (el año pasado, en vísperas de las pasadas elecciones...) la propuesta consistiría, en resumidas cuentas, en una reducción de la jornada laboral sin recorte salarial y en promedio anual.

El requisito sería entonces que, al cabo de un año, desde el momento en que se hubiera empezado a contabilizar o se pusiera el cronómetro a cero en el ámbito que fuese, la media semanal no superase el promedio semanal establecido para cada etapa de la reducción. El salario no disminuiría con la jornada, así que como la propuesta sería con compensación salarial, se plantea entonces (habría que agradecerle a la señora Yolanda Díaz lo abierto y transparente de sus declaraciones) el ajuste de la empleabilidad a las circunstancias de la producción. En sus palabras [4]:

"Nuestra legislación sobre tiempo de trabajo debe establecer reglas de funcionamiento rotundas y claras, que impidan las jornadas infinitas. Debe ser una legislación que consolide la flexibilidad ante los imprevistos, o las necesidades puntuales, tanto de las empresas como de las personas trabajadoras".

Para que se entienda si no ha quedado lo suficientemente claro: la «rotundidad» que menciona es para «que consolide la flexibilidad», a pesar del ingenioso juego de palabras de connotaciones aparéntemente opuestas. Un lenguaje no demasiado diferente al del mundo empresarial y de la administración de la contratación y costes de personal, porque al final, eso tan liberal (y libertario, según algunos) de la flexibilidad no es, en cierto sentido, más que una forma más o menos estricta de disciplina (económica) en los centros de trabajo, y no precísamente en interés de quienes trabajan para la empresa. 

No sólo la inversión capitalista volvió innecesario que se alcanzaran «jornadas infinitas», siendo no obstante cierto que determinados segmentos o capas de trabajadores pueden padecer extensas jornadas de explotación: es que nunca le ha venido mal al capital aprovechar los «imprevistos» para incrementar la esfera de sus ganancias. 

Alguien confiado podría preguntarse inocentemente: "si realmente se reduce la jornada, ¿qué importará si un día se trabajan 5 horas, al siguiente no se trabaja ninguna, y al siguiente se presenta uno 7 horas para recuperar el tiempo de trabajo, y al siguiente lo que se recupera es el tiempo libre..., si al final se va a trabajar lo que sea que se trabaje?".

Estoy seguro de que los empleados en las oficinas de RRHH (gestión de los "recursos humanos", eufemismo para la fuerza de trabajo al que también recurren los que deciden quiénes trabajan y quiénes no y en qué condiciones), un currículo profesional y académico que junto con el de los estudios de ADE (administración y dirección de empresas) comparten curiosamente ciertos pretendidos paladines de la clase trabajadora que son columnistas y redactores en medios como Ctxt, El Salto u otros (¡menudos currículos los de estos revolucionarios!) saben mucho de ese aprovechamiento que se hace de los "recursos humanos".

Así que como tendríamos una jornada reducida pero se compensaría el salario, también se da por sentado que tendrían que haber subvenciones directas al sector privado empresarial para que no hubiera pérdida de beneficios. Tal y como están las cosas ni siquiera es esto lo que más me choca, pero la duda razonable que sí surge entonces es ¿cómo abrir, pues, un margen de ahorro que sirviera para aumentar la productividad? La respuesta es la ya aludida "innovación organizacional", que es a lo que también se refieren ciertos medios de la brunet mediática progre cuando hablan de abordar la cuestión desde un punto de vista cualitativo: se abre la puerta para nuevas reestructuraciones de plantilla o ajustes, o incluso a la redefinición de lo que se considera trabajo y lo que no.

 

Conclusiones

Hay que mantener cierta coherencia con respecto al gobierno legal y en funciones porque no olvidemos que, de entre todos los actualmente posibles gestores del poder y las políticas que los capitalistas consiguen de ellos, la parte concreta en la que ya no se tiene el mínimo respeto por las reglas más básicas de convivencia y desde la que se está sembrando el odio en las instituciones y en las calles, va tirando del brazo cada vez un poco más en políticas económica y laboral. Sacaron a ultras, nazis y fascistas de diverso cuño frente a sedes y en alguna plaza para evitar la investidura de los progres, no lo olvidemos.

Cuando se aplicaron las leyes Aubry en Francia, la implementación de la jornada reducida se descentralizó hasta el nivel de empresa con el fin de minimizar todo lo posible la intervención del movimiento obrero allí existente, básicamente por la mayor tradición combativa de ese país, en el que existían poderosas federaciones industriales de sindicatos. 

En España, sin embargo, diversas fuentes del gobierno han dejado abierta la puerta, también, para hacer lo que correspondería con respecto al caso francés, con el pretexto de que la propuesta aquí y ahora podría suponer una nueva reforma del llamado Estatuto de los Trabajadores. Los motivos son evidentes: los promotores de la propuesta saben perfectamente que con la desorganización imperante en nuestro país, basta con descentralizar la implementación de la jornada reducida al nivel de sector.

Creer en algún redentor o ir tras las promesas de algún prometeo será una quimera, porque el capital sí nos engaña a nosotros diciéndonos que todo lo que hace es por el bien común, pero nosotros no le vamos a engañar jurándole que es por el suyo. No estamos viviendo, ni de lejos, la historia del movimiento obrero en la España del primer tercio del pasado siglo. La lucha de los trabajadores por su existencia todavía conectaba entonces, aunque fuera de una manera inercial ya tras el punto de inflexión en el Ciclo Revolucionario de Octubre, con la emergencia económica y política de la clase obrera que tuvo lugar a nivel internacional. 

Sin embargo, aunque tengamos una mayor calidad de vida que por aquellos tiempos, lo cierto es que si la estamos perdiendo es obviamente porque en algo nos estamos equivocando, o sea porque, en efecto, que es lo que de verdad importa, no hay lucha de clases.

Al igual que cuando mencionábamos las actualizaciones salariales, la finalidad de los promotores de la reducción de jornada, que ya cedieron a la patronal cuando esta acusó de "intervencionista" al gobierno, era evitar que se implementara a través de la legislación, o sea, mediante leyes jurídicas que así determinasen esa jornada: pero cabe preguntarse por las posibles implicaciones de la jornada reducida cuando la negociación colectiva es el marco de implementación de la propuesta. Si el aumento de salario a través de los acuerdos (disposiciones de menor rango que las leyes) o convenios colectivos entre los agentes sociales era nulo, ¿qué puede suceder entonces con la reducción real de jornada? No he visto por ahí muchas convocatorias de movilización al respecto por parte de ninguna organización ni sindicato, no sé ustedes.

Esta especie de "reparto del empleo" sería previsiblemente reconvertido, pues, en objeto del diálogo social, lo que significa que las patronales acabarán decidiendo, con el previsible apoyo de los sindicatos, cómo es la distribución de horas semanales de trabajo a lo largo de cada año de conteo.

Además de denunciar las falsas reducciones de jornada de por ahí, en las que esta sólo se concentra en menos tiempo, el que se prohibieran las horas extras, algo que por supuesto sería deseable, tampoco es lo mismo que un conflicto como el que volvieron a sacar a la palestra los de Acerinox en Cádiz (antes hubo otros, y habrá más), que llevan en huelga indefinida convocada por la Asociación de Trabajadores del Acero (ATA) desde el pasado 5 de febrero, y que exigen lo que no podemos esperar de ninguna de las centrales sindicales mayoritarias a nivel nacional: la lucha contra las bajas remuneraciones y la indexación del salario a la inflación.

El Presidente de la CEOE se opone a ello [5]. ¿Por qué creen que a los grandes empresarios no les interesa?. También el Presidente de la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA, pero esta es otra "ATA" distinta a la de los metalúrgicos gaditanos), afiliada a la anterior patronal de capitalistas y plutócratas desde enero de 2019, Lorenzo Amor, que de hecho también es Vicepresidente de la CEOE, se opuso [6] a la actualización salarial a los precios.

¿Por qué creen que las microempresas alineadas con el gran capital nacional, la ATA (de los autónomos) [7], que está en contra de la indexación del salario a la inflación, está también en contra de la reducción de jornada? Háganse preguntas, nadie se queda calvo por ello.

¿Por qué creen que la CEOE en su conjunto, está en contra de la implementación de la jornada reducida por ley,  o en su caso prefieren la descentralización de la propuesta al nivel sectorial? [8] ¿Les incomodan las respuestas a alguno de ustedes los lectores, quizás? Porque parece que a los empresarios no les parece tan mal que sean sus patronales las que tengan la responsabilidad en lugar del gobierno: ¿acaso los sindicatos tradicionales están luchando en algo? ¿O será que estos últimos siguen perdidos en cuestiones o bien superfluas, o bien que no lo son pero a las que se plantean recurrir para evadirse de otras fundamentales?

Una reducción de la jornada laboral, aunque sea una reducción real de jornada, no sirve para defender la calidad de vida históricamente conseguida frente a los ataques a que está siendo sometida, si no hay lucha, entre otras cosas para resistir el aumento galopante de los precios, que es a lo que la clase obrera exige que se actualicen los salarios para que sí se pueda al menos mantener la capacidad adquisitiva.


 

No va a haber mucha diferencia entre concentrar la jornada laboral, y reducirla como se pretende hacerlo, si esa reorganización del trabajo va a correr a cargo de los mismos gestores que la han propuesto, y los que insinúan que sí representan los intereses de los trabajadores aceptan sus itinerarios.

No vivimos del tiempo libre, sino del salario efectivizado, porque estamos explotados en el capitalismo, y por eso hay que defender la reducción efectiva de jornada: para empezar por aliviar las condiciones laborales y de vida cada vez más asfixiantes y poder recomponerse de cara a los conflictos venideros, que brotarán por mucho que nos pillen mirando a las quimbambas como hasta ahora. Si se trata al menos de mejorar la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, hay que ponerse manos a la obra.

Pretender olvidar el aspecto cuantitativo del salario no es más que una gran mentira para vendernos como éxito cualquier mierda que haga este gobierno, cuando lo que deberíamos estar haciendo es organizarnos para cuestionar democráticamente cada nuevo señuelo de los social-liberales y progres -mejor estos que los ultras, sí, pero tampoco nos van a regalar absolutamente nada porque tampoco gobiernan ni legislan para nosotros- y aspirar así a arrancarles alguna ventaja: sólo de esta manera se podría recuperar la iniciativa antes de que vuelva la serpiente, a la que ya no tiene el menor escrúpulo en pastorear toda la parte despreciable y nauseabunda que se encuentra a la derecha parlamentaria.

Sólo me queda preguntarme una cosa.

¿Van a intentar los sindicatos alternativos (los que se supone que eran críticos con las confederaciones mayoritarias) organizar una respuesta y una movilización desde la base? ¿O van a tratar de simular la épica triunfalista de los partidos del progresismo? Por mi parte, si van a seguir a rebufo de estos y sus voceros mediáticos, en lugar de elaborar una agenda independiente, les perderé el respeto como se lo perdí hace unos años a otras organizaciones no sindicales, que son los citados partidos. 

Si es esto último, eso de seguir la épica de estas formaciones políticas, nos llevarán al fracaso o, en el menos malo de los casos, a que también tengamos que dejar de contar con ellos en el planteamiento de una resistencia de clase más allá de lo aislado y el ámbito local.

Con lo primero, aquello de la respuesta y la movilización, tenemos una oportunidad sin tener que esperar a "comprobar" que se trataba de dejarnos la opción de trabajar por algo exiguo, o comernos los mocos mientras esperamos el próximo turno o el siguiente empleo. Pero esa oportunidad no es la libertad con la que unos están encadilando, y con la que otros se están dejando encandilar.

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REFERENCIAS:

  • 1: "Reducción de la semana laboral, pero sin trampas". Federación Provincial de Valencia de la CNT, el 17 de febrero de 2022. Enlace.

  • 2: "Reducción de jornada, una reivindicación vigente". Iván Nistal en el Periódico de la CNT, nº 421, el 15 de diciembre de 2019. Enlace.
  • 3. "Yolanda Díaz propone rebajar la jornada laboral una hora al día". Yolanda Díaz, en su spot de la pasada campaña electoral para las generales del 23-J, reproducido en el Youtube de Expansión, el 23 de julio de 2023. Enlace.
  • 4: "Necesitamos una nueva regulación del horario de trabajo...". Yolanda Díaz, Ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda del Gobierno, en el acto de presentación del Estudio de fundamentación para la Ley de Usos del Tiempo y racionalización horaria, el 16 de junio de 2023. Enlace.

  • 5: "No se pueden indexar los salarios a la inflación". Antonio Garamendi, Presidente de la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales), en entrevista en Radio Nacional de España, el 13 de septiembre de 2022. Enlace.

  • 6: "ATA insiste en que indexar salarios a la inflación puede hacer que "todos seamos más pobres" ". Entrevista de Telecinco a Lorenzo Amor, Presidente de la ATA (Asociación o Federación Nacional de Trabajadores Autónomos) y Vicepresidente de la CEOE, y recogida por Servimedia, el 9 de mayo de 2022. Enlace.

  • 7: "Autónomos ven la reducción de la jornada laboral como un "hachazo" a las empresas". The Objective, otra vez en referencia a Lorenzo Amor, el 25 de octubre de 2023. Enlace.
  • 8: "CEOE rechaza reducir por ley la jornada laboral y lo crítica por "intervencionista" ". Rosa María Sánchez, en El Periódico, el 24 de octubre de 2023. Enlace.

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ES POSIBLE QUE TAMBIÉN LE INTERESE:

  • "Propuesta de exigencias al posible próximo gobierno de amplias alianzas". Marat, en su blog La Barricada Cierra la Calle pero Abre el Camino, el 1 de septiembre de 2023. El título de la publicación se debe a que esta fue escrita con anterioridad a la formación del actual gobierno en funciones. Enlace.

martes, 20 de febrero de 2024

ACERINOX EN LUCHA

 

 

Ya que el amplio espectro mediático silencia a su antojo y presenta las noticias como quiere según su libertad (la del dueño de la empresa), contando más bien tirando a nada de lo que realmente vale la pena en televisión excepto si le forzasen las circunstancias.

Ya que los escritorzuelos de aspiración mediática a sueldo también se callan lo que tampoco les interesa, y entre las gentes en general es difícil encontrar alguien que mire más allá de su nariz.

Ya que pasa lo anterior, doy difusión a los trabajadores del acero gaditanos de Acerinox, que llevan en huelga desde el pasado día 5 de febrero. Lo siento, sólo soy un pringao más y no tengo ninguna editorial como esas tan "modelnas" que todos conocemos, ni soy un columnista que "visibilice" e "invisibilice" según si estoy en algún gobierno o ya he salido, o en función de si aún tengo algún cacho que pillar en el congreso o ya se me acabó y estoy asfaltando los suelos.

Porque la clase obrera no necesita a ciertos redactores en diarios digitales que quieren ser  paladines de las masas trabajadoras (los hay de distintas marcas y afinidades mediático-políticas) y tienen otras aspiraciones y prioridades diferentes a las suyas, porque aquella ya crea sus propios liderazgos y elabora sus reivindicaciones.

No me quiero enterar del cáncer del rey de Inglaterra, cojones, ni de las tonterías de turno que se mueven en el Facebook o de X, actual Tonter pero con otro nombre.

La clase obrera exige:


INDEXACIÓN DE LOS SALARIOS AL IPC

ACTUALIZACIÓN SALARIAL A LA INFLACIÓN

AUMENTO DE SALARIO FIJADO A LOS PRECIOS

 

¿Cómo hay que decirlo para que se oiga?

sábado, 17 de febrero de 2024

Adiós, Lily

Akal, 2016

Por Arash

A mí también me apetece hoy tocarle las pelotas a alguien, que al final será un puñado. Imaginen lo que quieran, soy hetero pero también tolerante con aquello que creo que lo merece y con quienes creo que pueden tener un gran corazón.

Para juzgar a quien vale la pena no necesito meterme en sus picores internos. Aunque nunca le conocí en persona, me caía bien Shangay Lily por varias razones.

Fue un marica con conciencia de clase, sin complejos. Denunció (él hablaba del "gaypitalismo") el lobby que había detrás del movimiento LGTBIQ+ y del Orgullo. Y defendió al joven vallecano Alfon, represaliado por el Estado y unos miserables falsificadores de pruebas cuando la huelga general del 14-N, por ser comunista y para imponer un "castigo ejemplar" al que quisiera luchar.

Hasta 2014, la Coalición griega de la Izquierda Radical (SYRIZA) administró unas políticas económicas más antisociales incluso que las del bipartidismo. Ignoro, porque no he seguido demasiado la realidad de ese país en estos últimos años, si tras el fiasco de la legislatura de Alexis Tsipras los sucesivos gobiernos de Nueva Democracia (ultraderecha como el PP) han dejado el listón todavía más bajo. Sería lo normal.

Pero insisto en que hasta la fecha su ejecutivo implementó de los más salvajes recortes y las más brutales privatizaciones de lo público que se recuerdan en el período democrático, tras el final de la Dictadura de los Coroneles. Y de regalo lo hizo pasándose el "OXI" de aquel referéndum por el forro de los cojones.

Justificaban fuentes de su gobierno allá por 2015 que con la reforma del Convenio de Unión Civil, los homosexuales del país podrían acceder a una serie de derechos como consecuencia de la extensión del matrimonio legal al colectivo en cuestión. Hasta ahí, absolutamente nada que reprocharle por mi parte a estos progres tan agotadores de la esperanza, siendo bien pensado sobre la naturaleza de tales derechos.

Pero mientras argumentaban alguna ventaja económica que obtendría el colectivo homosexual por la reforma de la ley de matrimonio, pactaban con los "invencibles" plutócratas a los que habían prometido (en campaña) plantar cara, unos recortes millonarios en la caja de la Seguridad Social griega, de donde salen no las prestaciones de tal o cual colectivo por separado, sino las de toda la clase trabajadora del país, incluida la del colectivo en cuestión.

A quienes denunciaron esa doble faceta les dedicaron la peor retahíla de prejuicios anticomunistas que jamás haya visto en toda mi vida desde una organización socialdemócrata y de izquierdas. La esencia de ellos la volvemos a ver en redes sociales, espacio propicio para el desahogo de los bajos vientres.

Hablando de vientres: creo que te la debería pelar si la de arena te la dan en la misma ley o en otra diferente.

Dices que te "opones" (habría que verlo) al recorte en jubilaciones. Nombre de la ley: reforma del subsidio. ¿Recorte de qué?

En un futuro les vais a alquilar a los ricos hasta el vientre de vuestras hijas, porque los otros son burgueses y podrán utilizarlo. Para pagaros tiene que haber igualdad: entre el vientre de ellas y el dinero de aquellos.

Seguid desfilando en putas carrozas mientras continúan organizando el fascismo y poniéndoos de su lado.

jueves, 15 de febrero de 2024

Neoliberales, y la pertinencia del análisis económico marxista


Por Arash

En última instancia, y como bien se sabe, la teoría del valor subjetivo sostiene que el valor de las mercancías resulta de la voluntad de los sujetos implicados en el intercambio, y se corresponde con la creencia de que la búsqueda de los intereses individuales "suma" y conduce, de esta manera, al interés general. Es la vieja idea proveniente del liberalismo burgués de que la propiedad privada provee el bien común.

Así que como los productores de mercancías, y en general los consumidores, persiguen su ganancia y procuran en todo caso su bienestar personal, la sociedad se constituiría en lo esencial como una comunidad de intereses, y el mercado sería en principio una forma de distribución de la riqueza a la medida de las necesidades de todos. Todo aquello que lo desmienta, pequeñas "externalidades negativas" sin importancia.

En este sentido es muy comprensible que la vertiente político-jurídica de la doctrina en cuestión fuera una reinterpretación del Estado-nación, aunque reemplazando en sus comienzos el planteamiento hobbesiano -en el que se origina no obstante la principal ideología comunitaria que surge en la Edad Moderna- por el de un orden democrático-burgués.

De manera muy escueta podemos decir -más allá del hecho expuesto por Marx con claridad de que el valor implica, lógicamente, la transferencia de valor útil desigual entre personas- que la teoría del valor subjetivo sostiene que el valor de las mercancías depende básicamente de su valor útil.

La proporción en que se accede o no a las mercancías resultaría entonces del servicio que prestan esas mercancías cuando son consumidas, o las necesidades potencialmente satisfechas de los individuos, como consecuencia de las propiedades apropiables de esas mercancías en tanto cosas útiles o que sirven para satisfacerlas.

Tal es en resumidas cuentas la teoría del valor en consideración, y desde hace ya varias décadas se la acostumbra a presentar como la única perspectiva en todas las facultades de economía, de manera muy parecida a cuando se la empezó a plantear desde hace más de dos siglos como si estuviera regida bajo leyes naturales, pues la validez de estas últimas se consideraba "eterna", y por lo tanto una teoría presentada bajo su paraguas tenía que ir "a misa".

Otra cosa es el valor que nos encontramos en el mundo real, desde la luz o la vivienda cada vez más fuera del alcance para las familias trabajadoras o sus hijos, hasta las hipotéticas inversiones para diferentes segmentos de los propios empresarios con intereses en cualquier potencial nicho de mercado, pasando por supuesto por las hortalizas y verduras de los productores agrarios que se han movilizado en buena parte de Europa.

En contraste con esta teoría recién señalada, que hunde sus raíces en el liberalismo clásico, las teorías objetivas del valor no tienen su origen en ninguna pretensión positivista. Lo que caracteriza estas últimas es que asumen que el valor está fundamentalmente determinado por el trabajo, socialmente necesario, abstractamente humano, promedialmente considerado, tal y como en cierto modo se refleja en la misma Contabilidad Nacional y empresarial, y que hace falta para producir la sustancia o masa de mercancías que sea.

Esto es, las teorías objetivas no suponen de ninguna manera la negación de que las personas puedan interferir en el objeto de la ley del valor: más bien todo lo contrario, si se hace con inteligencia y de manera coherente con ese universo al que se refiere. Lo que se cuestiona de manera categórica es que la búsqueda del interés individual y la propiedad privada "sumen", al menos desde un punto de vista social y en el sentido solidario.

Al final la voluntad de unos sujetos se impone sobre la de otros, y también es por eso que cabe plantear el valor objetivo, por tanto objetivable. Los fundamentos de toda teoría objetiva del valor -trabajo solidificado o corporificado en la forma de un producto vendido- están en El Capital, una investigación a partir de la que poder comprender la realidad económica y social contemporánea, en todo caso mediante el desarrollo crítico de la teoría y no por ninguna "revelación" de supuestas verdades eternas, algo que en ningún momento de su vida pretendió su autor.

De esta manera y a modo de ejemplo, en la puerta de la tasca o en la terraza de algún bar, los allí presentes pueden llegar a compartir, más o menos, una misma escala de valores con respecto a lo necesarios que eran los respiradores durante la primera oleada de la pandemia del coronavirus: si se propaga una enfermedad que entre otros atributos es respiratoria, probablemente se podrían llegar a valorar, del 0 al 10, con un 9 ó un 10 lo necesarios que eran. Sin embargo, parece que por desgracia las prioridades fueron -y son- otras bien distintas.

El mundo es mucho más complejo que la taberna, el despacho de algún académico o columnista digital a sueldo del capital, o la habitación de los puñeteros influencers, y no sólo es una cuestión cuantitativa, que por supuesto también lo es: es que vivimos en sociedad, y además en una con ciertas peculiaridades, por lo que los valores que realmente aplican no tienen por qué coincidir con los que pudieran ser deseables, y de hecho no lo hacen. Así, para unos activistas los respiradores pueden ser muy valiosos, desde su subjetividad.

Pero resulta que en el capitalismo, esto es, si no nos abstraemos de la realidad, los respiradores del sistema nacional de salud no tienen ningún valor: por eso no los había en la medida en que los hubiéramos necesitado. Mientras tanto, la Presidenta de la Comunidad de Madrid en funciones desde antes de la pandemia (PP) abría el hospital Zendal (Propiedad Privada) en Madrid.

Isabel Díaz Ayuso es responsable directa de la muerte de miles de personas, entre trabajadores jubilados, enfermos y sectores vulnerables. Todas las formaciones electorales defienden este régimen basado en la explotación laboral, pero es evidente que hay quienes lo hacen de manera más extremista que otros. No seamos imbéciles, porque esos extremistas no tienen el nivel intelectual que están fingiendo. Sólo representan el papel que les tienen encomendado.

Juzguen por ustedes mismos sus palabras en la Asamblea de Madrid:

"¿Y sabe qué sucedió? Que había muertos en todas partes, en las casas, en los hospitales, en las residencias: todo colapsado. ¿Y sabe lo que sucedió también? Que mucha gente mayor, cuando iba a los hospitales, también fallecía, porque cuando una persona mayor está gravemente enferma con la carga viral que había entonces, no se salvaba en ningún sitio".

Una manera de aprovechar oportunidades de negocio y perspectivas de rentabilidad, es por ejemplo, por qué no, producir medios de producción que sirvan para producir respiradores que vender (plusvalía), producir materias primas que sirvan para producir los susodichos respiradores que vender (plusvalía acrecentada), y producir los respiradores en cuestión (plusvalía aún más acrecentada), por supuesto vendiendo efectivamente estos respiradores, ya que de lo contrario no habría plusvalía ni se acrecentaría en ninguna magnitud, pues sólo en el intercambio se efectiviza cualquier valor.

Ahora bien, si los respiradores se venden a hospitales públicos en los que se prestan servicios públicos mediante su personal laboral y sus medios técnicos, la plusvalía generada puede no ser suficiente de cara a esas expectativas, ya que al capital no se le está entregando todo lo que se le podría. Sí que hay una correlación de fuerzas, y a la clase trabajadora le están dando una paliza que podría quedar a la altura del betún en los años próximos.

El ejemplo de la vivienda también puede ser muy revelador en el mismo sentido: es mucho más rentable el alquiler que la venta, pues nunca se adquiere el derecho de propiedad, y por lo tanto jamás se deja de pagar (a la compañía inmobiliaria, a la aseguradora médica, etc). No reconocer algo tan básico puede responder, simplemente, a intereses electorales de ciertos políticos profesionales, que también van sólo a por lo suyo aunque al menos no amenacen ellos nuestras libertades fundamentales.

En el momento en el que se redistribuyen servicios públicos, los bienes o servicios no son en ningún caso mercancías, ni tienen por lo tanto valor alguno: la seguridad o protección social y de los trabajadores alcanzada en el pasado fue obra de los propios trabajadores organizados como clase.

Por eso esta protección no se explica en ningún modo de manera "pura" desde la lógica de la acumulación capitalista ni tampoco es una cuestión exclusivamente técnica, como aseguran o pretenden que se crea los fundamentalistas liberales, y en general los defensores del capitalismo. El neoasistencialismo por colectivos (barato) en que se está convirtiendo esa seguridad social, que son las detestables políticas progres, merecen su propio tratamiento: es una forma más suave de "gobernar para la gente", como dicen sus eslóganes.

A diferencia de los valores que se plantean en términos morales o culturales, los valores económicos son cosas, tan reales como las facturas que le pagas a "tu" proveedora de energía, o la cesta del supermercado. Siempre que en la crítica de la economía o en la teoría marxista de la misma se habla de valores, se está haciendo referencia, directa o indirectamente, de una u otra manera, antes o después, a lo material.

Lo que pasa es que en general, las cosas sólo son valores, sólo tienen valor alguno, cuando se le puede poner a alguien a producirlas con el fin de apropiarse privadamente de un excedente de esas cosas que se produzcan, esto es, cuando se puede obtener una plusvalía. Como con los respiradores, la vivienda, y todo lo demás.

Pero sin entrar en el análisis económico marxista como tal, conviene que quede claro que allá donde los haya, desde este punto de vista los valores son cosas. A la abstracción de los bienes o servicios que sean, o sea de las cosas, en la forma de valores, se refiere también el concepto marxiano del fetichismo de la mercancía: esa especie de culto de reminiscencias totémicas (como cuando antaño se adoraban objetos sacralizados) que se les rinde a los productos cuando estos, a parte de una forma natural, adoptan la forma mercantil.

No es que las mercancías "pierdan" las propiedades que las hacen útiles; en todo caso desaparece todo ese valor de uso y se dejan producir cosas que necesitamos  dónde y cuándo  las necesitamos según se va manifestando con claridad la crisis de superproducción: lo que pasa es que toda esa utilidad se vuelve complétamente secundaria frente a la propiedad fundamental que les confiere esa abstracción económica y social o transformación (y el reconocimiento de ello como tal) de producto a mercancía, esto es, la propiedad de ser intercambiables, en determinada proporción, por cualesquiera otras mercancías. Como el intercambio es la permuta de valores útiles privados, no "suma" nada, así como se pretende falazmente insinuar.

Hay dos principales actitudes hacia la economía: una escéptica y otra crítica, y por desgracia predomina la primera. Un posible miedo para atreverse -puedo decir que es muy difícil arrepentirse de intentarlo- podría ser la idea equivocada de que el análisis marxista tuviera algo que ver con llenar una pizarra de integrales o algo así hasta hacerla incomprensible: nada más lejos de la realidad.

Lo que sucede es que entre los teóricos de la escuela neoclásica en general se trata de recuperar esa vieja teoría del valor-utilidad, sólo que intentando "esquivar" el desarrollo que Marx inauguró de la teoría del valor, y por eso se recurre a un sofisticado aparataje matemático. No se me malinterprete: no se trata de negar la pertinencia que pudieran tener las matemáticas, de ninguna manera, y de hecho estas pueden ser convenientes. Pero en el recurso exagerado a las mismas, y particularmente en esa obsesión por el cálculo diferencial, se oculta una clara incapacidad para explicar los fenómenos que se declaran objeto de conocimiento.

Las escuelas neoclásica y austríaca pueden diferir más o menos al respecto de estas cuestiones menores, pero la escuela crítica y marxista cuestiona la validez científica de la teoría del valor-utilidad: el valor de las mercancías no se deriva para nada de la utilidad de las mismas, sino del trabajo que hace falta para producirlas y, por eso, en última instancia, de la rentabilidad prevista en el proceso de su producción, esto es, de las expectativas de obtención de plusvalía.

SI alguien fuera a una región del extranjero y no hablara el idioma local, y allí tampoco hablaran el idioma que hablase el visitante, no le entenderían si este les pide un vaso de agua a los anfitriones. Pero si logra explicarle mediante gestos que tiene sed, a pesar de la incomunicación inicial le podrán servir un vaso de agua.

Se conseguiría entonces un reconocimiento mutuo de la realidad externa y objetiva: las personas tienen sed y necesitan beber agua. Si me concede el lector la validez de la anterior analogía, el caso es que nos interesa y mucho saber qué es lo que nos están diciendo los economistas.

Consideremos la ley de la oferta y la demanda de la que todos hemos oído hablar, según la cual cuando la oferta de un bien o servicio disminuye, entonces el precio aumenta, y apliquémoslo por ejemplo al caso del agua dulce del planeta. Como la oferta de agua dulce -algo que en principio se encuentra en la naturaleza sin que se lo pase todavía por la lógica de la valorización- va agotándose, entonces se le pone un precio que antes no tenía: aumenta el precio.

Esta lógica que cualquiera podría calificar sin problema como maquiavélica o demencial, es no obstante la lógica que impone el capital en la sociedad burguesa. Pero ¿no era el agua dulce muy valiosa para la hidratación de los seres humanos? Sin embargo, como va escaseando cada vez más, pues que la aprovechen cada vez menos personas, y de hecho el agua dulce se la está privatizando, mientras los nuevos predicadores de la propiedad privada y el capitalismo siguen pretendiendo confundir asegurando que todo es por el bien común o el interés de todos, de la nación o de la patria, y demás milongas.

La actitud o el enfoque crítico permite, no obstante, no sólo plantear el porqué de la cultura de masas, sino cuestionar el poder mediático y corporativo que está detrás de su divulgación, oponiendo para ello un análisis necesario de la misma estructura social y productiva de los valores (economía, legislaciones, tradiciones arrastradas y nuevas inercias, etc) en lugar de la estéril contracultura, en la que podrían terminar ciertos ambientes de la izquierda que se están debatiendo entre el social-liberalismo y el liberalismo radical no facha, que no significa lo mismo que una opción comunista, democrática y revolucionaria.

Con el liberalismo radical no facha me refiero, a fecha de hoy, al de la parte de la clase media de formación universitaria, que es la parte aún nostálgica de alguna acampada: los otros liberales radicales, herederos de aquella escenificación mediática de 2011, son los que tienden a apoyar ya a individuos con tendencias psicopáticas como Milei, Trump o Bolsonaro, a Bukele o a Meloni. Al respecto de estos últimos, las versiones anarcocapitalistas y libertarianas más extremas y explícitas, nada que añadir.

En cuanto a aquellos primeros, los de la izquierda, diría por mi parte que ya tuvimos "suficiente" con la sociología constructivista y metafísica de la posmodernidad, y así lo atestiguan sus bazofias cada vez más intragables por sectores cada vez más amplios.

La actitud o el enfoque crítico, por su parte, es un camino que cada uno puede o no tomar en libertad. De momento.