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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

martes, 12 de diciembre de 2017

La dependencia emocional en una sociedad enferma

Gran Vía de Madrid. Acogedora...
Yo llevo varios meses que no soy capaz de pisarla

Por Arash

Si uno navega y busca en la red sobre algunos de los problemas que caracterizan a la sociedad capitalista desarrollada, en concreto la ansiedad y la depresión, en seguida se encuentra con todo un catálogo de ofertas psicoterapéuticas. Lo realmente interesante es que en toda esa publicidad comercial abunda la literatura alusiva a la dependencia emocional o afectiva.

Sugerente, como mínimo, el empleo de una expresión a la que se recurre para discriminar o discernir, directamente o de manera derivada, a quienes sufren aquellos problemas de quienes no los sufren tanto, pero que, por sí sola, lejos de contribuir a la clarificación y la comprensión de aquellos fenómenos reales, equivale a no decir absolutamente nada de particular sobre aquellos individuos y sus padecimientos, en tanto que evoca de inmediato lo que no es sino la ficción del valor opuesto. Este valor evocado debiera ser obvio como tal -opuesto al que titula esta entrada, e irreal- para cualquiera que trate de elaborar un relato propio sobre aquello que sucede a su alrededor, se haga preguntas que vayan más allá de lo aparente y, por supuesto, no desconozca nuestra relación con la naturaleza ni el hecho de que nosotros mismos somos una parte constitutiva de ella.

Ese inexistente prototipo de persona que algunos presuponen, el "independiente emocional", no existe ni puede existir en la realidad. El presupuesto "independiente emocional" sólo es un dependiente emocional como cualquier otro, con la notable e importante particularidad de que tiene cubiertas sus necesidades emocionales en el momento en el que se le atribuye tal condición.

Es justamente esta última posibilidad, la relativa cobertura de la necesidad, lo que permite obviar o ignorar la dependencia que se manifiesta precisamente en una situación de insatisfacción de la misma, exactamente como ocurre con las necesidades de supervivencia y satisfacción del hambre y la dependencia de bienes y de servicios fundamentales para la vida (ocultación de la desigualdad social, en su sentido usual), a las que los propios teóricos en cuestión no dudan en asemejar la dependencia emocional como algo igualmente patológico, como una enfermedad natural en la que la especie humana, en particular los más asfixiados y apabullados, son tratados como seres demasiado exigentes con lo que les corresponde, "voraces", sospechados como manipuladores en el peor sentido, excesivos en sus demandas, e incluso con intenciones totalitarias, lo mismo en su demanda del pan que de las rosas.

El individualismo inoculado y asimilado como consecuencia de la implantación del liberalismo está muy presente en esto que se dice: lo público o social como equivalente de una forma de imposición despótica que impide el desarrollo personal de los individuos (sic), lo mismo en la empatía que en la planificación de la producción de acuerdo a los requerimientos humanos.

Estos teóricos y adeptos que se sirven de la posibilidad de engañar(se) con el imposible prototipo teórico de persona "emocionalmente independiente", pretenden y esperan, con cierto éxito, que los dependientes emocionales que no tienen tales necesidades satisfechas en un determinado momento, se asemejen a aquel cuando consigan progresar en su satisfacción emocional. Con ello, lo único que consiguen es promocionar la apatía y constituir una base teórica de legitimidad para la insolidaridad y el egoísmo con el otro, con el correspondiente y gratificante ahorro y descargo de conciencia que ello supone.

Los dependientes emocionales que no tienen satisfechas tales necesidades en un determinado momento, se encuentran en un estado especial de efervescencia emocional que es vuelto por la sociedad enferma en su contra, y que resulta obligatoriamente del sometimiento a cualquier necesidad insatisfecha.

Los teóricos de la "independencia emocional" y sus adeptos presentan y perciben al insatisfecho y al desposeído como "el inestable" y "el enfermo". Casi al instante, la insatisfacción emocional deja de ser un problema social, consecuencia del aislamiento con respecto a los demás, resultante del autoconvencimiento de una locura externamente atribuida y de la profunda, dolorosa e invasiva sensación desoladora y brutal de completa soledad, para comenzar a ser -a juicio de estos- un problema de responsabilidad exclusivamente individual, un padecimiento endémico, una herencia inevitable de la especie, familia o sangre, innegablemente genética.

Tener 24 años y padecer alguno de aquellos problemas, sentir la agotadora (y a veces brusca) alternancia entre el bienestar y el malestar, el esfuerzo permanente por resolver las contradicciones personales, las interpersonales, y por combatir la durísima pérdida ocasional de la perspectiva completa de los ciclos por los que se camina a lo largo de la vida, deja de ser una lucha encarnizada más de un joven con inagotables aspiraciones vitales que, frente a unas u otras circunstancias, consigue que su felicidad aflore entre los claros de una atmósfera plomiza, y pasa a ser algo completamente distinto: la expresión de una persona potencialmente hostil, débil pero agresiva, sobre la que marcar, como a una res con un fierro, la condena de la infundada sospecha eterna y la justificación de la egolatría de los defectos sociales.

Al individuo valiente y persistente en sus propósitos, constante en sus intenciones y decisiones, inteligente, adulto consciente de la certeza de su muerte futura y de su finitud en la vida, se le dibuja desde aquella teoría como un cobarde que debe odiarse y avergonzarse de sus deseos de sociabilidad ante sus congéneres, como un temeroso, mientras a aquel para el que hasta las condiciones sociales de su vida misma le pasan desapercibidas, se le convierte en un virtuoso.

La fortaleza de contar con los demás es falsamente presentada como un signo de debilidad. Incluso la solidaridad es tildada obscenamente, de la manera más repugnante, como una forma de opresión, de coartar la libertad del semejante.

Así mismo, el ignorar a alguien que está en apuros y que llama con desesperación a la puerta ruidosamente con sus manos o, ya desgastado, lo hace con su sincero y mortífero silencio, deja de ser una enfermedad de magnitudes épicas y catastróficas; deja de ser uno de lo principales males sociales y una de las principales causas del suicidio en España, Europa y todo el mundo desarrollado, porque el "problema" y la "enfermedad" pasan a ser el ignorado y el diferente, en vez de la ignorancia y la indiferencia.

Esta teoría de la "independencia emocional" logra, si es que podemos considerar un logro tal "valor", que el "enfermo" que se mira en su espejo se reconozca como tal. Cualquier individuo que consiga mantener una mínimamente saludable condición psíquica, cree enloquecer y caer en la desesperación por momentos cuando, ante la apatía colectiva y generalizada, se encuentra con esta "solidaria" oferta en la red, en las librerías, a su alrededor en la opinión pública y en el sentido común, sobre la que la víctima se convence y trata de recrearse en la idea autodestructiva de que es una pieza defectuosa -tal y como la presentan los teóricos en cuestión, que no le dejan otra opción en su profesión- mientras a uno tratan de embadurnarle la cabeza con sencillas frases autorreferenciales y egocéntricas que dictaminan lo que se tiene que pensar sobre uno mismo y lo que no, como pequeños recitales de una clase de religión que pretenden instalarse en el subconsciente en base a la repetición automática e irracional.

La respuesta que la sociedad enferma da a su propia consumición en la insolidaridad, es la aceptación colectiva de los libros y artículos en los que se hace proselitismo de la autoayuda. La verdadera psicología, aquella que realmente contribuye a aportar los medios para la erradicación de las enfermedades y males sociales contemporáneos, es sustituida por la psicología contra lo sintomático. La necesidad emocional de todos se convierte en una especie más de mercado, y la esperada empatía voluntaria del otro, deseada y hasta ansiada, es sustituida por la psicoterapia de pago.

La solución de la ansiedad, la depresión o cualquier otra de las afecciones vinculadas al desarraigo con los demás pasa por asumir la responsabilidad que tenemos, por desechar la versión individualista de nuestra existencia, por erradicar la indiferencia con respecto a quien se sabe que está sufriendo, por hacer nuestros los problemas afectivos de los otros junto con los propios y personales. Poder y querer hacerlo es una señal de buena salud mental. O eso, o engañarnos pensando que no tenemos nada que ver.