.

Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

sábado, 28 de enero de 2017

La convergencia, otras formas de la desunidad de clase, y apuntes varios

Nikolái Miaskovsky a la izquierda,
junto con Serguéi Prokófiev
Por Arash

El magnífico compositor soviético Nikolái Y. Miaskovsky tuvo que vivir la contradicción, infiero que impactante en su vida, de haber sido bolchevique y haber tenido un padre del bando de los "blancos", ejecutado por el Gobierno Revolucionario establecido en Octubre de 1917. Puede que por ese motivo, su corazón estuviera dolorosamente dividido en dos, pero su razón siempre fue única y firme, y nunca dejó de ser ni militante del Partido, ni "rojo" ni comunista hasta el día en que, después de haber sobrevivido a la heroica y victoriosa insurrección del Ejército Rojo de los Obreros y los Campesinos, la muerte se lo llevó, el 8 de agosto de 1950.


Aquí un ejemplo particular de la dura realidad que afrontó un comunista. Aunque no se lo crean algunos, hubo un tiempo en el que el arte tenía mensaje crítico y de denuncia social. No busquen ni en este artículo, ni en la colosal obra del artista, una provocación gratuita. Él fue de las personas que pusieron su granito de arena para disponer la cultura al servicio de los explotados y vapuleados.

Como la de miles de proletarios de todo el mundo, la vida de este artista de origen ruso-polaco me parece un ejemplo de una vida digna en lo que se refiere a la asunción de su deber, a pesar del dolor que ello le pudo conllevar. Y es que hacer algo por los demás puede ser doloroso.



0. ANTES QUE NADA: SOBRE LAS CONTRADICCIONES ELEMENTALES Y LOS RETOS QUE LOS HOMBRES Y LAS MUJERES HEMOS DE ASUMIR EN ESTA VIDA

La historia de la humanidad es la lucha de clases. Desde la sedentarización de las primeras comunidades humanas, la aparición de las primeras sociedades asentadas, y el surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción, la humanidad ha estado dividida en minorías opresoras y mayorías oprimidas, en el sentido en que diversas clases sociales han ido alternándose y arrebatándose el control, la gestión y la administración de los medios de producción de la riqueza y, con ello, apropiándose de la misma.

Las fuerzas progresistas y motrices que han logrado transformaciones sociales integrales, que han servido de "checkpoints" o puntos de referencia históricos en las luchas democráticas y progresistas han sido las fuerzas productivas, que han contenido siempre en sí mismas, el antagonismo existente entre la dura realidad y un inagotable instinto por abandonar para siempre el estado de miseria que normalmente ha caracterizado sus vidas, que desgraciadamente no siempre encuentra el derrotero adecuado y termina con frecuencia en desastrosos callejones sin salida [1].

En todas las históricas revoluciones sociales triunfantes que las llevaron al poder, desde la desestabilización fatal que los hombres no libres practicaron al sistema económico esclavista del Imperio Romano, hasta la imposición del libre mercado y de las relaciones sociales capitalistas en Europa, las fuerzas productivas y revolucionarias de los distintos estadios socioeconómicos (esclavos, campesinos, proletarios asalariados) han sido testigos y víctimas de una conflictiva escala de radios de influencia de su acción transformadora que, ya sea justificada desde el tradicionalismo familiar y la caridad eclesiástica, ya sea argumentada desde el individualismo y el egoísmo burgués, a menudo se ha hecho pasar por una vía de liberación o emancipación social o "común" y, sin embargo, ha sido el armazón más blindado de la sociedad dividida en clases.

Los más socialmente despreocupados de entre aquellas personas se cuentan por millones, y son y han sido los que aceptan pasivamente una realidad inmensamente cruel para los demás explotados, los odiosos y desalmados indiferentes para quienes la especie humana es sólo una más, y para quienes la competencia y el enfrentamiento con sus congéneres es algo deseable para la consecución de sus intereses particulares y sus propósitos egoístas. Pisando las cabezas de sus más débiles pero semejantes, ellos superan los obstáculos apoyándose en el resto, e intentan una ascensión de la jerarquía socioeconómica que, a veces, tiene éxito


Sin embargo, a diferencia de los anteriores, los propósitos y voluntades de los casos opuestos, que cabría considerar como "solidarios", tenían en el pasado un límite. Todas las pasadas revoluciones, nacidas de la opresión generalizada, sólo liberaron de la explotación, sin embargo, a minorías de las históricas clases trabajadoras. La última transformación revolucionaria de la sociedad que lo puso (casi) todo patas arriba fue el inicio de un nuevo sistema de opresión social. El flujo de la renta entre propietario y trabajador  se invirtió con la desaparición de la relación señorial y la aparición de la relación salarial, la renta de la tierra fue practicamente sustituida por la del trabajo y la del capital. Sin la colaboración de los trabajadores rurales de la Europa feudal, nada de esto, ni la conquista del derecho a la remuneración por el trabajo, ni tampoco ninguna insurrección contra la esclavitud o los privilegios habría podido triunfar.

En el transcurso de las revoluciones que tumbaron, en particular, el modo de producción feudal, la clase campesina protagonizó las primeras insurrecciones contra la aristocracia propietaria. Ellos usualmente clamaban en sus protestas que la propiedad de los medios de producción contemporáneos a la sociedad en la que malvivían, debían de ser de quienes los labraban y hacían funcionar. «La tierra para quien la trabaja», dijo Emiliano Zapata, líder campesino de la revolución mejicana.

El propio desarrollo económico se terminó traduciendo inevitablemente en que una minoría de campesinos y segmentos sociales procedente de aquellos, sin embargo, pactaron con la clase terrateniente y consolidaron el inicio del período contrarrevolucionario y antagonista a los intereses del resto de la clase trabajadora rural. La colaboración campesina se había roto, pues. El lento desarrollo y limitado progreso económico durante la edad media mantuvo a la clase campesina "a la espera" de las condiciones objetivas propicias para la revolución durante siglos, los que transcurrieron mientras acumulaban las fuerzas suficientes para dar el impresionante y respetable salto, pero cuanto más progresaba aquella en su lucha contra el feudalismo, cuanto más cercana le parecía al campesino la socialización de la tierra, tanto más excluido quedaba el campesino de las rentas de subsistencia, tanto más se asalarizaba el trabajo rural. La solidaridad de los valientes trabajadores del campo que no se resignaron a aceptar su realidad sino que le plantaron cara, de los campesinos que no sólo cargaron consigo mismos sino con el conjunto de la clase, perdía su fuerza y estos se veían cada vez más forzados a asumir las nuevas dificultades de una auténtica revolución social y económica que lo cambió todo y que sin embargo, les había marginado de la emancipación; había encontrado un obstáculo histórico en su unidad, infranqueable dada la condición estructural del momento.

Esa minoría de la clase de los campesinos logró acumular cierto excedente de la producción agrícola, escindiéndose de la misma clase para adquirir intereses de clase propios. La acumulación del excedente de la simple subsistencia rápidamente puso en funcionamiento un mercado y una circulación de productos. Era el nacimiento de una primera burguesía, la formada por los comerciantes de las materias primas del campo y de los productos transformados procedentes de la manufactura artesanal, en las recién surgidas ciudades (o burgos), situadas en las intersecciones de las principales rutas comerciales, puntos económicamente estratégicos y principales centros de la nueva acumulación de la riqueza.

Comienzan a aparecer las relaciones sociales modernas del capitalismo más avanzado. La división del trabajo dispara la productividad, el sistema de propiedad feudal comienza a resquebrajarse y dejar paso al sistema de propiedad burgués, e incluso algunos, los que más prosperaban, llegan a liberarse de la necesidad de trabajar. Va apareciendo con más nitidez la clase destinada a suplir las carencias de la nueva clase ociosa y las necesidades del nuevo sistema productivo: la clase proletaria asalariada, al principio asentada en las ciudades y luego, según triunfaba la revolución, en el campo.

Con el desarrollo tecnológico, los comerciantes y los campesinos más ricos, se convirtieron en inversores, y comenzaron a industrializar primero las ciudades, después la tierra y el campo, al menos una mínima parte de este último. Era el surgimiento de una burguesía formada por los medianos industriales, que luego fueron acrecentando sus riquezas hasta convertirse, una parte de ellos, en grandes magnates e incluso en monopolistas. Algo de tiempo después, fruto del deseo de la nueva clase en el poder de retrasar lo inevitable, apareció la clase de los banqueros y los financieros, que postergarían en el tiempo el inicio de los ciclos depresivos del capitalismo con la prolongación de los de crecimiento, y que también, a su vez, alargarían los primeros y los agravarían profundamente.

El establecimiento de la "monarquía popular" de Napoleón Bonaparte, puede ser tomado como culminación de la síntesis entre los ideales de la revolución en Francia y, simultáneamente, los intereses de la aristocracia conservadora con la que en realidad aquella terminó pactando, marcándose poco a poco, no el final de la época de transformaciones sociales posibles y necesarias ni  el final de la sociedad de clases, sino una transición entre sujetos colectivos revolucionarios, necesariamente en favor de las nuevas fuerzas productivas del nuevo régimen industrial, que serían los nuevos protagonistas del cambio social. Con este pacto, hablamos de Napoleón, de familia noble, que lideró el Estado francés y en nombre de la revolución adquirió el título nobiliario y real de mayor valoración, el de Emperador del mismo, pero también hablamos del ennoblecimiento de políticos y dirigentes que procedían frecuentemente del pueblo; de multitud de burgueses que fueron líderes intelectuales o revolucionarios de la lucha contra el absolutismo y la dominación ed la clase latifundista, y que terminaron siendo reconocidos por el Vaticano; de los Estados subsidiarios directamente de la oligarquía nobiliaria; del vasallaje directo a la nobleza real, etc.

Fotografía tomada por Martín Santos Yubero
en el verano de 1936, Extremadura.
Las fuerzas productivas y revolucionarias del antiguo régimen sólo pudieron, según se iba consolidando su revolución y esta daba signos de agotamiento, pactar con la reacción y convertirse en servideras de los interese privados de la nueva clase en el poder, o bien asumir la barrera que supondría y supuso para la unidad la transición al capitalismo. Asumida, pues, la vieja clase oprimida campesina todavía sierva y la nueva clase obrera asalariada pudieron volver a afrontar, frente a todo tipo de solitarios escaladores "sociales" profesionales, el inevitable compromiso de transformar la sociedad desde la base, y de volver a poner en marcha la revolución.

Hoy, hay oportunistas de todo tipo, ajenos al conocimiento de los descubrimientos de Marx y Engels y reacios a un proyecto de emancipación inspirado por la ciencia. Para algunos de ellos, la emancipación sólo es un ideal y no una posibilidad social real. Ahogan a la clase trabajadora en un sueño irrealizable mientras ignoran la realidad capitalista en la que se desenvuelve cotidianamente, a la vez que la naturaleza opresora y clasista de la sociedad burguesa, porque afirman que no es posible objetivar nada, afirman que la realidad es incomprensible o que sólo tenemos acceso a sus representaciones, subjetivas ante nosotros. Son quienes reniegan del programa político o nunca lo han tenido porque, no habiendo nada potencialmente objetivable ni universal, no siendo posible una justicia para todos los seres humanos (sic) pierde su sentido la puesta en marcha de cualquier iniciativa de compromiso duradero con ese futuro a conquistar, momento en el que aparece la fluidez, el "nuevo" pragmatismo, el movimiento contínuo hacia ninguna parte en particular, el medio como fin en sí mismo. Son quienes sólo piensan que hay que destruirlo y sabotearlo todo. Esto es lo que ha ocurrido con unos que evocaban a la izquierda desde el vertedero ideológico de la Complutense y que sabían mucho, vaya que sí sabían, de la emancipación del trabajo. Los "empoderados" más espabilados abandonaron el suelo frío de la facultad y terminaron viviendo de las instituciones burguesas, sentados sobre los aterciopelados sillones del Congreso de los Diputados.

No es un fenómeno nuevo. El sistema capitalista lo es en la cultura, y la clase dominante ejerce también allí y en los espacios en los que se difunde, su dominio brutal. En el pasado, también hubo quienes trataron de ignorar la innegable huella que ha dejado para siempre el capitalismo en nuestra historia: quienes se negaron a asumir la superioridad económica y social de la realidad capitalista frente a todo tipo de ilusiones infundadas y peligrosas, y pretendieron el "salto directo" del feudalismo al socialismo, ignorando la gran productividad del nuevo estadio capitalista.

Pero ni la incorporación de la mayor parte del campesinado al conjunto del proletariado moderno, la clase trabajadora, tras la abolición de la servidumbre, la conquista del derecho a la remuneración laboral y la asalarización del trabajo rural; ni tampoco la posterior incorporación de los nuevos trabajadores asalariados de los servicios en el siglo pasado junto con la histórica clase obrera que un día fue la única clase trabajadora, ha modificado en absoluto la necesidad de la unidad de las fuerzas productivas y revolucionarias del estadio capitalista. La unidad de clase ya no es solamente una voluntad de los oprimidos ni la revolución socialista puede contar con intereses privados.

Hemos de asumir subjetivamente el actual régimen del capital en toda su magnitud y esencia antes de poder siquiera planear su expropiación para el total de la sociedad. Las clases sociales transmutan, reorganizan internamente su posición en la jerarquía social, se fraccionan, se alían, como la gran burguesía del Estado español está aliada con los restos fecales (feudales, latifundistas quería decir) [2] en contra de los trabajadores y campesinos pobres. Pero siempre en un marco de productores y ociosos, desde hace unos siglos proletariado y burguesía; sin romper nunca con la sociedad capitalista, demostrando inequívocamente que la movilidad "social" ascendente es una mentira que en realidad fomenta el enfrentamiento entre los explotados, y que la "sociedad abierta" es tan sólo el cuento contrarrevolucionario y anticomunista de la actual socialdemocracia.

En la gran contradicción que divide a las sociedades modernas capitalistas, y asumiendo el horizonte de progreso social que ha de servirnos de guía en nuestra militancia, la decidida y convencida toma de partido por el trabajo y las fuerzas productivas es el requisito fundamental previo para resolver la desigualdad social y acabar con aquella de una vez y para siempre, una vez la industria, los servicios y los avanzados conocimientos científicos y procedimientos tecnológicos sean uno mismo con la humanidad entera, y estén a su pleno servicio y disponibilidad. La clase trabajadora es necesaria, la clase capitalista es ociosa y prescindible, y no está contenida en, ni es parte de la nueva y futura sociedad socialista.

Y esa toma de partido requiere, a su vez, de que en lo interior de nosotros mismos, le echemos lo que hay que echarle, y no seamos temerosos de decir las cosas tal y como son, de que no tengamos miedo de ser señalados por decir la verdad, y actuar en consecuencia.

La revolución de la clase de los proletarios, es la única que terminará con la sociedad de clases, acabará con las contradicciones socioeconómicas, emancipará al conjunto de la humanidad y de grupos oprimidos marginados y, lo diga alguien o no, marcará el fin de la historia con una bandera roja como baliza de la superación humana de la injusticia. Los comunistas del mañana sabrán cuando ha triunfado la revolución socialista. Empecemos por declararle la guerra, como clase, por segunda vez en la historia, al sistema del trabajo asalariado y de la propiedad privada.



1. LAS NUEVAS/VIEJAS CONCEPCIONES BURGUESAS DE LA DEMOCRACIA Y SU INFLUENCIA SOBRE LA UNIDAD DE CLASE

«En los últimos días del año 1975 y en el contexto de una crisis económica, política, social, religiosa, universitaria, nacional e internacional, la muerte del general Franco ha agudizado todas las contradicciones. Los cambios están a la orden del día.

Las grandes acciones de los días 11, 16 y posteriormente de diciembre, en Madrid, Cataluña, Asturias, Galicia, etc., contra la congelación de salarios, por la amnistía y por las libertades, reflejan no sólo que los trabajadores no están dispuestos a cargar sobre sus débiles espaldas la pesada crisis del sistema, sino que en la actual coyuntura política, queremos estar presentes y dar nuestro peso y nuestra talla en estos momentos críticos de la historia del Estado.

Se trata, de una presencia social y política de nuestra clase, que no admite hoy, y menos aún, mañana, ser marginada en un guetto; que no admite ser puesta en cuarentena. Somos conscientes de que existen fuerzas interesadas en recortar las libertades, o en darlas con cuentagotas. Vemos con claridad cómo los que durante los últimos 40 años nos impusieron a la fuerza un sindicato unido, a la fuerza, fascista, para con una explotación despiadada hacer la mayor acumulación capitalista de la historia del Estado español, tratan hoy (hablando de unas libertades que siempre nos negaron y que estamos consiguiendo contra su voluntad, por nuestra lucha y sacrificios) de dividir al movimiento obrero sindical, de crear o potenciar varias centrales sindicales. Es decir, tratan de mantener los mismos monstruosos beneficios del pasado con la división sindical, hoy como ayer lo consiguieron con la domesticada unidad fascista. Repetimos: frente al capitalismo monopolista de Estado, frente a los grandes bancos y a las multinacionales, los trabajadores tenemos que poner en pie un movimiento obrero sindical unido y organizado en una sola Central Sindical de nuevo tipo, Federación o Confederación, de carácter sociopolítico, si no queremos asistir a un suicidio de clase.

Está claro que los que ayer fueron los mayores defensores del verticalismo totalitario, mañana lo serán del pluralismo, de la división; a través de diferentes formas, su objetivo permanece inalterable: explotarnos al máximo, impedir a través de la atomización sindical nuestro peso específico en la sociedad.»

("Charlas en la prisión", Marcelino Camacho. La letra en negrita es modificación del autor de este blog)



Otra figura que nos es más cercana que aquel músico soviético, que también tomó partido por la clase trabajadora, y que asumió valientemente la contradicción entre el "ser" y el "deber ser", fue Marcelino Camacho, que mantuvo ciertas "Charlas en la prisión" con otros de sus camaradas, de igual manera encerrados y privados de su libertad por sus compromisos militantes.

Yo no tuve la experiencia sensible de su implicación en las luchas, pero lo bueno de la capacidad de pensar y razonar que tenemos los seres humanos (ser conscientes de ella es lo que creo que nos hace individuos), es que puedes llegar a conocer a alguien -vale, quizás no tanto como quienes compartieron celda, piquete y barricada con él- a través de la huella que ha dejado en la escena de la lucha de clases, sobre la que uno puede construir conocimiento, como trataré de demostrar a continuación. Y creo que él ha dejado su gran huella a nuestro favor.

No estaría de más que en el presente mirásemos de una vez a nuestro alrededor y comprobásemos si la presencia social y política de nuestra clase, la trabajadora, no está precísamente marginada en un guetto, tal y como temía Camacho.

A Marcelino Camacho le preocupaba el miedo, la sensación que los opresores sitúan de la parte y el anhelo socialista que tiene todo trabajador, como dijo alguna vez el líder comunista búlgaro Georgi Dimitrov. Por eso el histórico impulsor de las Comisiones Obreras, los organismos de acción unitaria de clase con los que estaba especialmente comprometido, amaba las libertades políticas y la democracia en todos sus sentidos y en su máxima expresión, la comunista.

Quizás es por esa misma razón que Alfonso C. Comín le preguntara irónicamente: «¿Os imagináis, Marcelino, clase obrera, saliendo, hablando por televisión, diciendo la verdad obrera por televisión, clamando amnistía por televisión?» [3]. Alguien con esos compromisos no merece ser publicitado en vida por los medios de comunicación del capital de este país (ironía si pensamos la afirmación en boca de unos y, a la vez, verdad sincera para los trabajadores), para quienes la libertad de prensa se reduce a su libertad burguesa. ¡Qué va!.

El capitalismo y la democracia nunca han ido de la mano, y Marcelino y la valiente clase obrera de antes y de después de la transición política (Astilleros Euskalduna, Reinosa, etc) se ganaron, con su dedicación y sus luchas, su propia visibilidad social, sin necesidad de mendigar ni de venderse a ninguna de esas compañías mediáticas, como tan acostumbrados estamos ahora a observar, con el cubo al lado, en la mediatizada y falseada democracia burguesa de este país.

Ahora comparen esta actitud de los obreros, de Marcelino mismo, con la del que dijo que los platós de televisión debían ser los verdaderos parlamentos y, de paso, si han adivinado a quién me refiero, pregúntense sobre este en nombre de qué clase lo dijo: no caigan en el error de pensar que él y los suyos gobernarían para todos, por mucho que sean interclasistas en lo discursivo. Piensen en Pablo Echenique subcontratando a un asalariado, no a medio centenar de ellos, para ahorrarse las cotizaciones a la Seguridad Social, o en Ramón Espinar adquiriendo una sola vivienda protegida, no cuatro, para obtener un beneficio procedente de la venta especulativa del inmueble. Será que los medios de comunicación están en su contra porque no desean «el cambio» (aquellos lo están sólo parcialmente porque estos siempre fueron sus infiltrados contra la oposición reformista) y por eso equiparan interesadamente en televisión las corruptelas e inmoralidades de los violetas con las de los "populares".

Esos odiosos anticomunistas que se dicen "de izquierda", quieren persuadirnos de que una lucha democrática puede contar con Atresmedia y lo que esta y otras corporaciones deciden que es la progresía. También afirman ellos que tenemos que ignorar las contradicciones a las que debiéramos hacer frente, y que una lucha por la democracia -si es que no han renunciado también de manera formal a ella- implica que tenemos que hacer caso omiso de la realidad de clase. Es esa "izquierda" la que, desde nuestro lado del frente, cava las trincheras que termina utilizando el enemigo objetivo de la clase trabajadora.

En el objeto de entender de qué formas se ha destruido y se destruye hoy la unidad de clase y, con ello, aspirar a la posibilidad de volver a ser actores  y espectadores de unas luchas progresistas que recuperen el testigo de las luchas pasadas, las charlas mantenidas por Marcelino Camacho resultan ser un recurso de necesaria recurrencia.

Señalemos, no obstante, un par de cuestiones que hay que tener en cuenta para entender lo expuesto por Marcelino y su indudable relación con la situación actual, que han de estar presentes en varios puntos a lo largo de este escrito.


Primero, estáticamente hablando, la coyuntura política de los años 70 era bien distinta. Entonces, la cuestión de las libertades democráticas era esencial e inmediata para la clase trabajadora en el ciclo de luchas ofensivas que esta abrió entonces, en cierta medida era suficiente por sí misma para definir un programa de izquierda. Las reivindicaciones democráticas elementales se convirtieron en medidas insuficientes para tal fin cuando se lograron, «con cuentagotas», dichas libertades, con la contraparte pagada de asesinatos y represión salvaje.

Segundo, la imposición de la desunidad de clase que intentó ese golpe de Estado de la oligarquía contra la República, se logró con abierta violencia durante la guerra y la posguerra que le sucedieron, cuando el gran capital se hizo con el poder político. Ya no puedo sorprenderme cuando un buen amigo actual y de la infancia, hasta hace poco currante de la rama industrial de artes gráficas, me cuenta las anécdotas que vivió sobre el patrón y el encargado fascistas de la empresa en donde trabajaba, que saludaban con el himno nacional a sus empleados y que decoraban sus despachos con banderas o pequeños souvenires franquistas, además de por las consideraciones xenófobas que manifestaron -aquellos dos sinvergüenzas- contra los vascos y los catalanes cuando su empresa hubo de imprimir propaganda electoral de alguna organización de tales condiciones nacionales.


El navío Zagorsk llega al puerto de Barcelona.
El caso es que, siguiendo con la exposición de esta segunda cuestión, la oligarquía fascista, junto con sus títeres, impusieron su Sindicato Vertical gracias a la capacidad que le confirió a aquella el haberse consolidado como usurpadora ilegal del poder político, algo que apenas le importó a una parte relevante de la comunidad internacional, con sus honrosas y valiosas excepciones. A pesar de que en algunos lugares han estado cerca (lo que significó la semivictoria electoral del M5S en Italia), y de que aquellos clásicos con quienes coincidirá en un futuro el neofascismo light lo han hecho parcialmente en algunos lugares (elementos de partidos fascistas en el gobierno ucraniano; Ministerio de Educación ucraniano ostentado por los neonazis del Pravyi Sektor tras el golpe de Estado), los nuevos antecedentes y precursores del fascismo de este siglo no han llegado a tocar, en general, "ese poder", por lo que la vía en que intentan vender a la clase trabajadora su proyecto corporativo ha de guardar las formas educadas con la democracia liberal que aquellos prefascistas todavía respetan, a pesar de que es profundamente hostil a la misma y a sus principios.

Sí, hostil a la misma y a sus principios, y no precisamente porque esconda bajo la manga ninguna alternativa comunista, tan necesaria ahora pero nunca tan envilecida por la oferta electoral del presente, como es propio de los siervos de la oligarquía de quien están enamorados los comerciales de tal oferta [4].

Sí, hostil a la misma y a sus principios, porque un partido político que se erige en movimiento y representante simultáneo de todos aquellos que poseen la ciudadanía o nacionalidad española, sea Ortega el de Inditex, el empresario fascista del que les hablaba antes, el panadero de la esquina o mi compañero obrero de artes gráficas; un partido político que hace eso es, en primer lugar, un partido que se hace eco de la autoridad de los poderosos, dirigido por demagogos y oportunistas que carecen de proyecto político y prácticamente de programa electoral, como lo son Pablo Iglesias, Carolina Bescansa, Iñigo Errejón y toda la familia de "líderes" morados, pero que buscan indiscriminadamente el voto de los ciudadanos afines a cualquiera de los existentes, arrebatándoselos a los demás partidos y al resto de organizaciones, incluidas las comprometidas con alguno; y en segundo lugar, un partido cuya proposición modélica de la representación social, ámbito en el que reducen la propuesta de administración de la dictadura de clase que practica tal partido y que sus hombres "de Estado" exportan en potencia como su futura alternativa, excluye y vacía las funciones ahora repartidas entre los demás partidos en el marco del actual sistema político e institucional del país.

Apenas importa que este partido no sea efectivamente el que asuma las funciones de la nueva sociedad de corte corporativa. Como ya hemos dicho, sus hombres "de Estado" y los lameculos que, en el futuro a la vista, han exterminado a la izquierda reformista en el parlamento de manera irreversible, ya han tanteado el terreno que otros habrán de recorrer.

Así pues, asumiendo estas dos aclaraciones, sigue siendo absolutamente cierto el que, como Marcelino Camacho logró apreciar durante su combativo servicio a la clase trabajadora y al movimiento obrero sindical, las formas con las que se erosiona su unidad de clase aún siguen estando expuestas a la posibilidad de que transmuten, en función de los intereses de la oligarquía, de las necesidades del resto de la burguesía, de los caprichos arbitrarios de las masas. Es sobre estas formas sobre las que pretendo indagar.

Conociéndolas es posible averiguar pistas que permitan entender cómo las poderosas organizaciones de la clase trabajadora del siglo pasado han sido sustituidas a lo largo del último lustro por las "redes" del mundo del alternativismo; cómo la solidaridad característica y necesaria del movimiento obrero y de su causa redentora, que en la progresiva materialización de sus intereses confiere derechos a los trabajadores y les demanda a cambio el compromiso necesario para conquistarlos, ha dejado paso a la nueva y desclasada caridad secular con los "pobres" y el "precariado" y a la administración de la miseria que practica tanto el reformismo cortoplacista como las nuevas formaciones procedentes del mundillo de los "empoderados", tanto las que se han quedado en la facultad como las que han llegado a las Cortes Generales; cómo las militancias políticas o sindicales han sido en gran medida exterminadas frente al "activismo" tipo campista, agitamanos y desclasado; cómo una nueva gama de "radicales" han usurpado el sentido de la izquierda y de la propia revolución social, para luego renegar de ambas e imponerse como la reacción y la contrarrevolución en su nombre.



2. SOBRE CÓMO SE VACÍAN DE SIGNIFICADO LAS IDEOLOGÍAS EN GENERAL, Y EL MARXISMO EN PARTICULAR: POR UN PROYECTO SOCIALISTA EN CONSTANTE INTERACCIÓN CON LA EXPERIENCIA DE LA LUCHA DE CLASES

Tras la manifestación, hace ahora ocho años, de las consecuencias del punto de inflexión depresivo del ciclo económico capitalista abierto en la década de 1970, la ofensiva contra el Gobierno social-liberal del PSOE de la IX Legislatura parlamentaria y la administración conservadora (PP) de las recetas liberales y antisociales de la Unión Europea que llevamos cuatro largos años padeciendo, la exterminación de la oposición de la izquierda en el Parlamento Europeo y en prácticamente todos los parlamentos nacionales de los Estados europeos, y la emergencia de populismos de diversas apariencias, se ha puesto de relieve una serie de elementos que, más que nunca, han de incitar a la construcción de una teoría sobre la práxis política y revolucionaria, al menos en lo que a los comunistas se refiere.

El pinchazo en 2008 de la burbuja financiera y de la construcción, un punto de inflexión importante dentro de la crisis capitalista, movilizó a buena parte de los sectores de la clase burguesa de la nación, especialmente los que eran receptores del crédito (emprendedores, pequeño empresariado, algunas rentas mixtas y profesiones liberales...) y los que rentabilizaban el capital inmobiliario (propietarios de pisos, alquileres y demás renta inmobiliaria).

La pequeña burguesía, siempre en relación de dependencia con respecto a los grandes mercados que tienden, más que nunca, a convertirse en monopolios y a excluirles del beneficio, estrechaba hace unos pocos años su amarga "relación de amor" con la banca y expresaba su desdén con la moderada gestión social-liberal de la crisis capitalista. «Banqueros, ladrones», o «fuera políticos y banqueros», gritaban indignados los campistas de los espacios públicos hace no tanto tiempo. A la clase trabajadora de rentas salariales medias, con una capacidad de consumo que le permitía el acceso financiado a la vivienda en propiedad, sólo se le tenía reservada la última fila de asientos del espectáculo bochornoso que desde el inicio de la depresión económica hace ocho años en adelante, comenzaría en el Club de la Comedia Política Nacional.

Se trataba de fingir que se la tenía en cuenta mientras la ofensiva capitalista comenzaba contra la clase trabajadora más vulnerable y de rentas bajas, parte importante de la cual (no toda) se encuentra en el sector industrial, y para la que la crisis ya había comenzado mucho antes que para las demás, como es el caso de los trabajadores de Sintel, o de los trabajadores despedidos tras las distintas oleadas de la desindustrialización en el norte del país.

A través de la segmentación por renta y de la desideologización ciudadanista de las clases medias trabajadoras, se logró en buena medida su desvinculación con respecto al resto de la clase. El clásico truco del capital, sus gobiernos y sus aparentes oposiciones, consiste en agredir a unos segmentos de la clase trabajadora, mientras se les desmoviliza e ilusiona a otros sectores de la misma para que no se unan junto con los que ya están en plena lucha por la defensa de sus derechos frente a las agresiones de aquel, en una ofensiva generalizada contra el trabajo todavía encubierta por las burocracias sindicales que se niegan a asumir el fin del pacto social y que incluso lo demandan sin ningún tipo de vergüenza.

Después, debilitados estos últimos, el capital va a por aquellos.

Reducción de derechos laborales, descentralización de la negociación colectiva y retirada del posible papel de intervención según los casos, priorización de la capacidad decisoria de la patronal, modificación de la redistribución secundaria de la renta en beneficio del capital y en perjuicio del trabajo, facilitación del despido, eliminación de las pensiones y el paro, presos políticos, impunidad policial, una Ley Mordaza todavía vigente, agudización de los mecanismos represivos del Estado y encarcelamiento de sindicalistas... Lo de las contrarreformas laborales, fiscales y políticas de los últimos gobiernos reaccionarios pone sobradamente de manifiesto que el criterio de las políticas gubernamentales discriminan por clase social, y no fundamentalmente por renta, mientras quienes han venido hasta ahora seduciendo a los trabajadores intentan patéticamente dirigirse a todas ellas con su deplorable populismo, ciudadanismo, patriotismo, nacionalismo u otras tantas alternativas a la realidad de clase.

La actitud de la izquierda mayoritaria española -la europea ha sido similar- con respecto al fenómeno anterior (la crisis alcanza el capital financiero y al los sectores sociales dependientes del mismo) parece que demuestra claramente que esta había estado dormida en los laureles. Quizás si se hubiese idolatrado menos a un economista liberal como Keynes, y un sector marxista hubiera extendido su influencia en el seno de la misma, no hubiera carecido esta de la capacidad preventiva de lo que se le avecinaba a ella y a la clase trabajadora en su conjunto. La izquierda mayoritaria del país ha sido salvajemente derrotada, desde dentro y desde fuera de sus organizaciones, frente al populismo, el ciudadanismo y la nueva derecha emergente.

Pero, como veremos a continuación, otra parte de la izquierda que ha tenido la virtud y el innegable valor de evitar la tentación de dejarse llevar por las masivas movilizaciones de signo conservador vistas y revistas una y otra vez en todas las portadas y televisiones, tampoco ha tenido precisamente una actitud adecuada con respecto a dichos acontecimientos.

Antes de hacerlo reproduciré, con el susodicho propósito, una cita de una extraordinaria revolucionaria que muchos "radicales" intentan arrastrar en vano hacia su terreno, sólo porque se cuestionase, en un principio para sí misma (con la sabiduría propia de una estratega) la forma particular en que el Gobierno soviético estaba llevando a cabo la administración política y económica en Rusia poco después de la insurrección de Octubre, como si ello significase de alguna manera una negación de que la responsabilidad del poder de la clase obrera y sus consecuencias nacionales e internacionales hubieran estado asumidas durante todo el período revolucionario por su vanguardia, el Partido Bolchevique, cosa que ella sabía.

Aquellos se sorprenden de que Rosa Luxemburgo le dedicase una crítica a Lenin y demás bolcheviques, porque están acostumbrados a pasar por encima de ella en su proceder cotidiano. En cuanto se encuentran ante una crítica, adoptan la actitud del moderador de plató de televisión que se recrea en la carnaza y en un ruidoso «tonel vacío» (en que intentan convertir la crítica frente a la que se encuentran), pero ignoran que aquella siempre es constructiva y está llena de sentido. En el fondo, les aterroriza el conflicto y están enamorados de la inclusividad y del consenso. Sorpresa, en la teoría del marxismo es imprescindible avanzar a través de la crítica, cosa que los ideólogos de lo nuevo/viejo se pueden permitir ignorar. Pues resulta que, además de la forma organizativa del Partido Espartaquista que ella lideró junto con Karl Liebcknecht, Rosa y los dirigentes revolucionarios alemanes en 1918 también tienen esto en común con el leninismo:


«¿Podemos contraponer la revolución social, la transformación del orden imperante, nuestro objetivo final, a la reforma social? De ninguna manera. La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por las reformas es el medio; la revolución social es el fín»

(Reforma o Revolución, Rosa Luxemburgo)

Entre las tareas de un marxista debe estar, sin duda, la de localizar y establecer las líneas del frente de la lucha viva y real de clases, y también las fronteras de la pugna ideológica. Si nos alejamos demasiados metros por delante de la línea del frente, nos quedaremos sin la cobertura del resto de la clase y aislados como un grupo de paracaidistas quedándose sin munición. Si por el contrario, retrocedemos más atrás de la línea del frente, nuestras palabras y nuestra acción política no llegará nunca a hacer un gran daño al capital. Los auténticos comunistas han de estar justo un paso por delante de la clase trabajadora para asumir los impactos de los proyectiles que ahora nos lanza la clase capitalista y asumir, aunque sea por un período de tiempo, que deberán ser el blanco de toda la ira de la burguesía: medios de comunicación, gobiernos que desean acallar su voz, "oposiciones" controladas y ficticias o meros charlatanes. Sólo así podrán incentivar la reflexión, la crítica y la lucha obrera con fines emancipadores.

Desde el punto de vista del dogmatismo que se apodera de buena parte de la izquierda aún existente, también de parte de la que se identifica como comunista por desgracia, la realidad carece de una dimensión fundamental, descubierta por Hegel. El mundo político del "socialismo" dogmático -algo que nunca podría ser el socialismo-, en este sentido, ha permanecido indiferente ante la finiquitación de la izquierda mayoritaria de este país que siguió a la explosión de la burbuja financiera y de la construcción, refugiándose mientras tanto en el sectarismo o en el determinismo del devenir humano. Localizaron gratificante y correctamente el problema, y detectaron suficientemente la naturaleza de los últimos movimientos sociales, pero no la respuesta adecuada que habían de dar al respecto.

Esa dimensión de la realidad de cuya capacidad perceptiva carece el dogmatismo y este mecanicismo instalado en la izquierda, inclusive en aquella que está definida más o menos por apuntar hacia el derrocamiento del poder burgués -la comunista, en realidad, es otra cosa distinta- es la que permite contemplar que los proyectos políticos, e incluso las demandas sociales y económicas de tipo más básico y elemental, se construyen unas sobre otras según su mayor o menor grado de elaboración teórica racional y universalidad: son dialécticas, en otras palabras.

Los dogmáticos ignoran o desconocen, igual que lo hacen en la dimensión teórica e ideológica, la estrecha conexión existente entre cada paso, cada premisa que sirve de manera imprescindible para la construcción del proyecto comunista y la progresión de la lucha de los trabajadores. Esta es, sin duda, la explicación de la aversión existente, en esta izquierda, no por tal o cual candidatura, coalición, organización o cargo de la misma (sólo expresiones), sino por las exigencias actuales de la clase trabajadora del país y del reformismo económico y social que, aunque de manera alternada con unos indiscutiblemente mayoritarios períodos de paz social, ella ha demandado en los últimos tiempos y en las últimas movilizaciones puntuales de naturaleza de clase, que hoy parecen tan lejanas a los "nuevos" tiempos que corren.

Dicha aversión que siente esta izquierda bloqueada de la que estamos hablando, la mantiene en ese marco de relaciones mecánicas con una realidad social que es distinta de la época en la que sí que jugaron, según los casos,  su papel revolucionario, irremediablemente alejada de la posibilidad de influir significativamente en la lucha de clases actual, al menos el hacerlo en beneficio de la fuerza de trabajo, y parte de aquella se ha sacudido los hombros con un desprecio por el reformismo cuando no había (ni hay) nada más, y que en muchos casos se excusa con frecuencia en el "antirrevisionismo".

Ya no es que hayamos perdido de vista, hasta dentro de mucho, mucho tiempo, el reformismo de los Gobiernos: dejando al margen las ofensivas reaccionarias contra el de Lula y Dilma en Brasil o el fin del bolivariano en Venezuela, el último coletazo que se me ocurre pensar en Europa, como la tormenta nival en primavera, o mejor dicho como el "veranillo" rodeado antes y después por el frío y la lluvia otoñal, es la iniciativa del antiguo Gobierno francés, durante la XI Legislatura de la Asamblea Nacional francesa, de reducir la jornada laboral a las 35 horas semanales, tal y como se intentó desde el Ministerio de Trabajo galo con Martine Aubry a la cabeza, en la década de 1990, brutalmente boicoteada por el Movimiento de Empresas de Francia (MEDEF, patronal) y por los medios de comunicación. Ahora es que el reformismo ha desaparecido definitivamente de los Parlamentos y de la oposición, hace relativamente muy poco tiempo.

A pesar de que no deja de ser desconcertante y lamentable el que la mayor parte de las organizaciones contemporáneas de izquierdas se hayan definido en el pasado reciente, en cierta medida, por lo que ignoran, como si fuera la escena parlamentaria una especie de carnaval de disfraces en el que hay que adivinar quién es quién, lo cierto es que organizaciones como Izquierda Unida (IU) y su principal (no único) sostenedor, el llamado oficialmente Partido Comunista de España (PCE) (este asumió primero la Reconciliación Nacional, luego renunció a la combativa estructura celular para adoptar una estructura federal, luego renunció a la revolución social, luego al leninismo...) fueron en el pasado la nueva socialdemocracia representativa del reformismo de las clases trabajadoras del país, y a pesar de su electoralismo descarado, su absoluto y ciego convencimiento de la vía legal-parlamentaria y estatal-burguesa para lograr hacer progresar indefinidamente a la clase trabajadora, y su cierta contaminación de importantes elementos keynesianos que la empujaban definitivamente fuera del campo ideológico socialista (por moderado y reformista que fuese, creo que más que otros antiguos reformismos europeos) en el que se encontraba parciamente a la par que en el de la derecha social-liberal (Izquierda Abierta...), algunos antiguos puntos de su proyecto electoral como la nacionalización de la industria o de la banca todavía servían de orientación para la lucha de una gran parte de la clase trabajadora, y conservaban la capacidad de cohesionar algunas protestas laborales y sindicales como la de los trabajadores en defensa de la sanidad ya semiprivatizada, las de los obreros industriales en contra de la desindustrialización y el desempleo, o las de los trabajadores en contra de la segregación del ferrocarril público de la antigua RENFE, hoy partida en al menos dos entes estatales y unos cuantos privados.

El papel de impulso de las luchas que jugaron aquellas era sencillamente así porque, la crisis capitalista que ya a finales de los años 70 hizo a los países de la Unión Europea cuestionarse (en la medida en que lo hubiesen implantado) su estado de bienestar, implicaba que, utilizándose sobre todo la capacidad coercitiva del Estado, la iniciativa privada asumiera los costes productivos que suponía la fuerza de trabajo hasta entonces asalariada de las administraciones públicas (Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones, Consorcios entre algunas de ellas...). Y si no había iniciativa privada para pagar sus platos de comida, a la puta calle (que había que ahorrar en Gasto Público, fuese como fuese), como echaron a la puta calle y prejubilaron a tantos obreros industriales en el norte, incluido mi abuelo en los Altos Hornos de Bizkaia. Al menos la clase obrera que se fue de la empresa a la calle, no se fue de la calle a su casa, y cuando la policía nacional y compañía fueron a hacer la voluntad de los patrones, estos se llevaron algún moratón.

Estas dos organizaciones llevan caminando desde hace algunos años, hacia la derecha, y a saltos agigantados. Han renunciado a todo lo que tenían de incómodo para el capitalismo, y han entrado de lleno en el campo de lo absolutamente despreciable. Yo no tengo dudas al respecto. Las personalidades mediáticas correspondientes decidieron una irreversible alianza y demostraron de lo que son capaces: que asuman su responsabilidad de que los trabajadores conscientes, que los hay, no se desclasen y reideologicen en la derecha junto con ellos.

Quienes sólo tienen cabeza de urna, voten a sus representantes o no lo hagan porque todavía no tienen a los de su secta particular y se conforman con un poco de ilusión, pensarán -y aclaro que no me refiero a los antiguos reformistas ahora convergentes con el populismo, sino a los que se dicen convencidos de la revolución pero que no quisieron estrechar lazos con los trabajadores, fuesen estos lo que fuesen- sólo en alianzas electorales, pero hay mucho más espacio en los centros de trabajo y en la calle. Sé que es injusto generalizar, pero pienso que, en este sentido, se ha echado en falta una mayor implicación de parte de la identidad comunista en una realidad en la que los trabajadores no están demandando el poder, como lo hacían en Rusia en 1917 (y como nos gustaría), sino reformas económicas e incluso una resistencia por defenderse de las agresiones y contrarreformas del capital, algo que sucede, precisamente, porque parte importantísima de tal identidad permaneció aislada del día a día de los trabajadores, como jamás debieran haber hecho los que auténticamente lo son más allá de la adscripción subjetiva de tal condición.

En un extremo, y a nivel internacional, la degeneración sectaria ha llegado hasta el punto de que organizaciones como la de los estalinistas de la antigua formación caribeña Bandera Roja, se opusieran al proyecto reformista bolivariano, que lideró el Gran Polo Patriótico (GPP) y su cabecera, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), estableciendo una alianza electoral para tal fin con la antichavista, reaccionaria y semifascista Mesa de Unidad Democrática (MUD). El Partido Comunista de Venezuela (PCV) no lideraba el GPP, como podría esperarse de una coalición frentepopulista de los años treinta, cuarenta o cincuenta, pero una actitud todo lo crítica que se quisiera como la tenía el PCV, sin oponerse por ello a los derechos populares y de los trabajadores que han conseguido estos en el marco de la República Bolivariana instaurada en 1999 hubiera sido respetable por su parte, y no deplorable como lo fue y seguirá siendo por siempre la actitud de aquellos otros. Otros muestran a día de hoy su desprecio por la República de Trabajadores de 1931 en este país y por el conjunto de reformas que en ella fueron conquistadas por y para la clase trabajadora, y no me refiero sólo, como dije, a los reformistas que niegan el vínculo entre esta y la futura República en este siglo, o a los que directamente han renegado de república cualquiera, sino también a los que, escudándose vergonzosamente en el carácter burgués del que nunca se llegó a desprender, se oponen a la misma como parte de la memoria histórica socialista y como una conquista deseable para el futuro de la clase trabajadora en la actualidad.

Después de la caída del Muro, de la implosión de la URSS y su Academia de las Ciencias, y la ofensiva de intelectuales y académicos democristianos, liberales y conservadores, cuando las Universidades han sido reconvertidas en centros de propaganda ideológica de la clase dominante y en simples mecanismos de cualificación laboral, no puede extrañarnos que el materialismo dialéctico y el profundo impacto del marxismo en la filosofía y en el pensamiento humano hayan sido ignorados de la forma más grosera y anti-intelectual posible. En la actualidad no es que de la Universidad salgan a tutiplén personalidades de marcada talla e impronta intelectual como David Ricardo o Carlos Marx, precisamente. Miren ustedes la televisión y verán algunos ejemplos de los "intelectuales" de hoy. Miren en algunos medios "alternativos" y verán a otros [5].

Esta pérdida de la visión dialéctica ha golpeado constantemente a los Partidos Comunistas desde mucho antes de la mitad del siglo pasado, a pesar de lo que se suele creer. La poderosa y masiva influencia de los mismos entre el resto de la clase trabajadora fue utilizada, en general y con sus valiosas excepciones, para evitar a toda costa cualquier finalidad revolucionaria, cualquier prolongación de las luchas hacia la superación del capitalismo, cualquier proyecto económico, político y social hacia el socialismo.

Este desgaste de los Partidos Comunistas hizo que junto con el PCE, el Partido Comunista Francés (PCF) o el Partido Comunista Italiano (PCI) liderasen el trayecto hacia la nada revolucionaria que terminó significando el eurocomunismo. Todavía permanecieron como organizaciones en la que muchos comunistas decidieron permanecer militando, por su capacidad de influir en la lucha de clases en la promoción y defensa de las auténticas reformas laborales (aunque hablemos de un reformismo muy corto de miras), y no las basuras que han impuesto hasta ahora las organizaciones del bipartidismo, aunque su actividad parece haber sido copada definitivamente por unas direcciones que nunca estuvieron interesadas en la revolución social. Excepto el último caso, el del PCI, que llegó incluso a negarse en su condición meramente reformista desde el momento en que decidieron ingresar en la mal llamada Internacional "Socialista".

El KKE supo soportar ese desgaste. Nunca renunciaron al programa por el derrocamiento del poder burgués y al establecimiento del poder de la clase  trabajadora, y es hoy una organización fuertemente implantada en la clase trabajadora griega, con un programa revolucionario ciertamente sólido y con una determinación democrática heredada del papel que jugó en la organización de la resistencia griega (el Frente de Liberación Nacional y el Ejército Popular de Liberación Nacional) contra la invasión de las tropas de Mussolini y de Hitler, y que puede combatir a la reacción fascista que, desde hace unos años, está amagando por el neo-nacionalsocialismo y la xenofobia racista de Amanecer Dorado (XA), pero que puede golpear por cualquier flanco.

Pero los que no han soportado la decadencia de los PP.CC., o bien han intentado salvar, como decía, su más o menos masiva influencia entre la clase trabajadora renunciando por completo al programa revolucionario (ejemplo del PCE de antes y durante la transición, hoy ya directamente vendido al patriotismo del populismo emergente), o bien han tratado de salvar dicho programa emancipador renunciando a su influencia y al contacto con la realidad social, olvidando que una auténtica teoría revolucionaria sólo puede alimentarse de lo que ocurre en aquella. El KKE es la valiosa excepción europea a esta norma.

De entre estos dos "tipos" de derrota, el último fue inaugurado después de la irrupción en escena de los Partidos Comunistas (marxistas-leninistas), también denominados en otros lugares como Partidos Marxistas-Leninistas, que comenzaron a escindirse de los PP.CC. poco después de 1956, cuando el XX Congreso del PCUS manifestó las primeras consecuencias de la involución del movimiento político de los comunistas tras la muerte de Stalin, y la corriente antirrevisionista del marxismo-leninismo se independizó de la oficial que, durante unas décadas más, seguiría aceptando tal condición, la m-l. Sólo estaba comenzando la diáspora comunista.

Si un síntoma de la victoria de la ideología dominante es el propio hecho de que se les ha arrebatado a los explotados la conciencia dialéctica de la realidad social y de la ideología, más aún lo es el haberles despojado de la concepción materialista de la vida. La "izquierda" alternativa llevaba tiempo empujando a los marxistas hacia fuera de la escena académica (o diréctamente se "tragó" a muchos de los que supuestamente lo fueron), sustituyendo progresivamente la socialización de los medios de producción y la lucha de la clase trabajadora como elemento nuclear del programa político, por las luchas identitarias utilizadas como opio de la revolución social, y esto se manifestó en diversas partes del continente.

El goteo constante de la "nueva izquierda" desde las aburguesadas instancias intelectuales hacia la arena política (en las universidades occidentales se hablaba y se habla todavía hoy, sobre todo, de Foucault, de Bourdieu, etc) hizo que los maoístas del Movimiento Comunista (MC), que era ciertamente una de las tantas expresiones de la penetración de la ideología radical y pequeñoburguesa, se unificasen en 1991 junto con la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en la llamada entonces Izquierda Alternativa, como si una tendencia política del marxismo-leninismo hubiese resuelto, de la noche a la mañana, las profundas divergencias teóricas y pragmáticas con el trotskismo del Secretariado Unificado de la IV Internacional.

En realidad, estas divergencias ya no importaban. El desgaste al que los académicos burgueses sometieron a la ciencia y al proyecto ilustrado de la modernidad, ya había hecho entrar en profunda crisis la idea del progreso hacia la justicia social, lo mismo que hacia la razón. No desearía cebarme intensivamente en el antiguo MC en particular, sino sobre la "izquierda" radical y alternativa en su conjunto. Como en la vida misma, las ideas de los hombres chocan unas contra otras continuamente y generan contradicciones. Lo que ocurre es que cuando se reniega de la voluntad de avanzar hacia su resolución, se aglutina de manera desordenada el tocino con la velocidad, creando una apariencia de unidad de algo amorfo, cuando lo cierto es que solo se estaba retrasando un conflicto que más valía siquiera por empezar a asumir de verdad, con honestidad y sinceridad.

En el caso de la Izquierda Alternativa (MC-LCR), estoy convencido de que lo que se había creado era una ficción indeseable de unidad de comunistas (la mayor parte de ellos no estaban allí) sobre un suelo frágil que pronto hizo que el tejido de organizaciones de izquierda se volviese a dividir, con el precio añadido de haber restado fuerzas en el vano intento, y haber dejado a la intemperie a la clase trabajadora un poco más de lo que ya lo estaba.

Las diferentes federaciones MC-LCR en los territorios del Estado (Liberación, Revolta, Acción Alternativa...) se disolvieron sólo en un par de años, manteniéndose la unión algo de tiempo más sólo en Galicia -Inzar-, País Vasco -Zutik- y Navarra -Batzarre. Los restos de estas uniones terminaron formando la Federación Acción en Red, que hasta hace algún tiempo disponían en su página web oficial [6], como pude comprobar personalmente en su día (hoy ya lo han eliminado), el logotipo de la "Obra Social Fundació La Caixa", sucursal de quien reciben subvenciones, y que son un ejemplo de la vergonzosa degeneración en que han caído muchas de las organizaciones que se fueron desprendiendo de la clase trabajadora, y que terminaron fundando ONGs caritativas, como si se hubiesen fundido con la Iglesia en su propósito de hacer del capitalismo un sistema "humano".

Con el tiempo, la idea de la convergencia a cualquier precio, por encima de toda contradicción, ha ido carcomiendo poco a poco más y más espacios ideológicos. En los inicios del nuevo milenio, eurocomunistas, trotskistas, anticapitalistas, marxistas-leninistas, libertarios, ecologistas y feministas liberales, ya no deseaban sus propias convergencias particulares sino una sóla entre ellos, estrategia atrapalotodo que en Grecia culminó con la creación de una coalición que aglutinó a lo que ya se había convertido en la "izquierda" radical, que luego centralizó sus competencias con la transformación en partido político, y que hoy está aplicando desde el Gobierno heleno una de las más dañinas políticas contra la clase trabajadora jamás vista en todo el continente europeo.

De esta manera, y por poner un sólo ejemplo del conjunto vegetal que caracteriza tal convergencia, la Izquierda Innovadora Comunista Ecologista (AKOA) de Ioannis Banias terminó por fusionarse junto con la Izquierda Griega (EAR) de Leonidas Kyrkos, a pesar de que había manifestado esta última sus intenciones de abandonar la identidad marxista-leninista en la línea del eurocomunismo de la época, y aquella su voluntad de conservarla mezclando planteamientos del "ecosocialismo" y el ecologismo de los verdes.

El daño ya estaba hecho en ambas organizaciones, y en otras que no mezclaron planteamientos característicos del ecologismo (u otros "movimientos") pero que igualmente "superaron" todo antagonismo mezclándose con corrientes ideológicas enormemente alejadas las unas de las otras, como la de los antirrevisionistas de la Organización Comunista de Grecia (KOE), el Movimiento para la Unidad de Acción de la Izquierda (KEDA; también m-l, al igual que el KOE se separaron del hoy poderoso KKE), o la Izquierda Obrera Internacionalista (DEA, trotskistas). Y muchas más. El mejunje es elegante. Estos casos forman parte de la sintomatología más básica de la penetración profunda de los postulados del radicalismo y de ese anticapitalismo reaccionario que lo es de las consecuencias sociales más acabadas de aquel modo productivo, ni de lejos de las consecuencias intermedias ni mucho menos de sus raíces estructurales.


El materialismo dialéctico es el descubrimiento filosófico que (lejos de ser un objetivo en sí mismo) a pesar de la complejidad intrínseca e interna que la caracteriza, permite conocer el fundamento último y definitivo de toda idea humana, que reside en la realidad, y de cómo interacciona esta última con aquellas, como se transforma una y otra. En el pasado, cuando después de haber expulsado del terreno intelectual a los fisiócratas absolutistas, la burguesía revolucionaria del campo y de la ciudad se encontró con que los primeros Estados modernos y las monarquías obstaculizaban su desarrollo económico y material, y los nuevos ideólogos y economistas mercantilistas legitimaban la contención de la expansión de la burguesía con su promoción de la autarquía y el cierre de las fronteras frente al comercio internacional, aquella adelantó, como lo hace una verdadera vanguardia de la revolución social, la toma del poder a través de la denuncia a la nobleza real y a los regímenes autoritarios que esta sostenía.

Esta burguesía denunció fervientemente como una calamidad el que la soberanía fuese concentrada por un sólo hombre -los monarcas, que "casualmente" eran los dirigentes de los Estados absolutos, que defendían el poder y la renta terrateniente obtenida a través de los impuestos, el "Satán" del liberalismo-, momento en el que se comienzan a teorizar las soberanías colectivas. Los sectores más ricos de la burguesía, que ya podían prescindir de la revolución social para la consecución de sus intereses privados de clase, se hicieron pronto eco de la soberanía nacional: para poder ejercerla (activa y pasivamente) había que conocer el folclore (cultura, historia, costumbre...) de una determinada patria. Las clases populares quedaban sistemáticamente excluídas de la posibilidad de acceso a un sistema educativo y formativo en valores nacionalistas que discriminaba en función de ingresos. Nacen, pues, los regímenes de sufragio censitario. Mientras, los sectores continuístas de la burguesía pretendían extremar la revolución, se hacían eco de la soberanía popular, del sufragio universal, del laicismo, de la república, etc.

El liberalismo es una ideología que representa los intereses de la burguesía. La grande y mediana burguesía se hizo gala del liberalismo clásico moderado, y la pequeña burguesía del liberalismo que hemos estado llamado radical. Por su parte, la marginación del campesinado pobre fue aprovechada por buena parte de la clase terrateniente para oponerse a un desarrollo capitalista que le distanciaba económicamente -al campesinado pobre- de la burguesía industrial cada vez más. Este sentimiento de oposición anticapitalista hizo del campo, en numerosas ocasiones, un bastión de defensa de los intereses de los latifundistas, vinculados con el conservadurismo ideológico y profúndamente antiliberales, y conforma además las raíces de esa clase de anticapitalismo del que se han hecho siempre eco fascistas de todos los colores, empezando por este país con los falangistas. El fascismo, en general, demuestra de dónde viene porque ensalza sus "verdades absolutas" a costa de erosionar la legitimidad de la discriminación crítica entre lo que es justo y lo que no lo es, entre lo que apunta hacia la igualdad y lo que apunta a la conservación del orden vigente.

Lo fundamental de lo dicho hasta ahora sobre el materialismo dialéctico consiste en entender que tras el repliegue del marxismo y de la ciencia y la irrupción de la postmodernidad, el espontaneísmo y la improvisación a mediados del siglo XX, se ha impuesto la errónea convicción de que la ideología no (co)responde a la condición social; de que la ideología se puede entender en sí misma con independencia de los resultados de su realización constante para con las distintas clases sociales enfrentadas en el seno de la estructura social, al margen de predicción alguna.

La coherencia interna de los sistemas (ideo)lógicos desaparece cuando se desjerarquizan en su interior las condiciones, las premisas; cuando la pereza, el escepticismo y la resignación de la labor de conocerlos y crearlos se junta con la nostalgia irracional de quienes buscan la "convergencia" en la descontextualización de... ¿de qué?: del partido de vanguardia y del partido de masas, de la participación electoral y del abstencionismo parlamentario, y de todas las cosas que se deseen abstraer libre y mezquinamente de su contexto original. Así, la nueva cultura popular de la sociedad enajenada convierte las herramientas que nos ayudan previamente a entender la realidad social que se desea transformar en un presente-futuro, en poco más que un montón de palabras que sólo pueden satisfacer a los desalmados que buscan con urgencia algo con lo que identificarse, pero que ni se corresponden con la realidad y que ni siquiera guardan su propia lógica interna en muchos casos. Esto es lo que hace la "izquierda" radical, que penetra silenciosamente casi sin que nos demos cuenta: mezclar churras con merinas. El resultado es un monumental fracaso.

Con la clase obrera del naciente capitalismo moderno, me detendré un poco más que con la burguesía. El surgimiento del sindicalismo está profundamente relacionado con las miserables condiciones laborales y materiales del proletariado europeo, particularmente en la Inglaterra del siglo XIX, como bien relató Federico Engels.



3. SOBRE LA UNIDAD DE LA CLASE TRABAJADORA Y LA CONCIENCIA DE CLASE: LA LUCHA DE MASAS DE CLASE Y LA SINCRONIZACIÓN DE LAS FORMAS ORGANIZATIVAS CON LA REALIDAD DE LA LUCHA OBRERA

Antes de la industrialización a gran escala de los medios de producción urbanos, la división del trabajo ya operaba en el seno de los talleres. La mayoría de los artesanos comenzaban a ser privados de sus herramientas de trabajo mientras algunos de ellos, sin embargo, se apropiaban de las mismas. Frente a los gremios, los obreros artesanos se organizaron en sociedades obreras. Fue uno de los primeros calambres de la lucha de clases en la sociedad capitalista en defensa del trabajo, y a la defensiva, se dedicaban a su propia autoasistencia económica.

Los gastos de la industrialización corrieron a cargo de los otros obreros artesanos que prosperaron en el escalafón gremial, y que comenzaban a  mecanizar el trabajo, a especializarlo, e iniciaban su progreso en el contexto de las revoluciones burguesas. La clase trabajadora no tardaría en responder a las nuevas necesidades organizativas.

Para entender el origen del sindicalismo, resulta imprescindible discernir entre la teoría y la praxis. Como fenómeno real, físicamente observable, el sindicalismo surge como manifestación de los primeros síntomas de organización de los obreros industriales (los de las empresas tecnologizadas, maquinizadas, con elevado grado de división del trabajo), particularmente en Inglaterra, contra las agresiones cotidianas de los nuevos empresarios de la industria que, en el siglo XIX, no tenían límites legales en diseñar y ejecutar las políticas de clase a su libre albedrío. El surgimiento del sindicalismo, en este sentido, tiene que ver con los movimientos instintivos de clase en una sociedad contradictoria.

Por otro lado, como fenómeno teórico, el sindicalismo es un pensamiento obrero que, en su origen, significó un primer tanteo reformista frente al societarismo (a pesar de que al igual que este todavía se organizaba por oficio) y buscaba canalizar las demandas más básicas de la clase obrera dentro de un marco conceptual liberal que pivotaba sobre el supuesto del "Bien Común" nacional. Es por ello que en aquella época, en la doctrina y el mundo del sindicalismo los dirigentes, los representantes y los obreros intentaban adelantar mejoras económicas inmediatas a través de la negociación con los burgueses, bajo el prisma del pacto social, y en un principio eran ajenos a la lucha consciente contra los patrones, por mucho que esta se llevara realmente a cabo.

El sindicalismo evolucionaría, desde el "amarillismo", hasta la integración en la Primera Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores, de la mano del desarrollo del sindicalismo autogestionario de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW) en Estados Unidos y el ejemplo que este significó para los obreros de todo el planeta. A partir de entonces, los grandes y cada vez más poderosos sindicatos socialistas evolucionarían en Europa hacia posiciones variadas.

En la Confederación General del Trabajo (CGT) francesa, se terminaría asentando una lógica marxista y los trabajadores organizados y sindicados desarrollarían unos importantes y poderosos vínculos militantes con el Partido Comunista, que mantuvieron como hegemónicos durante buena parte del siglo XX. En Italia, la Confederación General del Trabajo (CGL, por sus siglas en italiano) adoptó el sindicalismo revolucionario, no tanto un sindicalismo mixto de resistencia y de combate por reformas económicas, sino más bien una forma de organizar la sociedad y la producción. Por su parte, con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que había recogido el legado del sindicalismo revolucionario, así como de la vertiente libertaria de la Internacional (representada por parte de las ideas de Bakunin, y representativa en España), se inauguraría nítidamente el anarcosindicalismo.

El sindicalismo de clase significó la asunción de un horizonte socialista de sociedad, una primera comprensión por parte de la clase obrera de sus intereses en el socialismo y en el control y la autogestión obrera de la producción. A diferencia del tipo de formación laboral en los valores de la competencia, el individualismo y el liberalismo al que las actuales, involucionadas y degeneradas burocracias sindicales, junto con el Ministerio de Empleo, nos tienen tan acostumbrados, el sindicalismo de clase fue, y lo sigue y seguirá siendo hasta donde nos alcanza la vista, parte imprescindible en la formación y concienciación de la clase en otros valores muy distintos: la cooperación, la solidaridad (internacionalista) de los trabajadores y el socialismo. Todavía hoy existen, afortunadamente, sindicatos combativos y con estos compromisos, que forman conciencia de clase, conciencia de que los trabajadores son un sujeto colectivo que sufre una explotación similar, y que tienen un mismo interés económico definitivo a corto, medio y largo plazo.

De cara a los sindicatos de trabajadores, hay dos aspectos que los marxistas tuvieron y han de tener en cuenta. Por un lado, las reformas económicas y sociales en defensa de la fuerza de trabajo no tardaron en ser comprendidas como parte de una acumulación de fuerzas del trabajo no simplemente para arañar la renta capitalista, sino para cuestionarla en su conjunto. A la vez, los marxistas asumieron que las revoluciones liberales, exclusivamente políticas y no económicas ni sociales, habían transformado el sistema de representación, que ahora gravitaba en torno a los parlamentos burgueses, pero a diferencia de otras corrientes socialistas habían buscado y finalmente detectado la contradicción fundamental de la dictadura del capital en la coyuntura correspondiente: esta sostiene una democracia burguesa en la que se discute cómo y cuándo se ejecutarán las políticas reaccionarias de clase contra los trabajadores y, a la vez, es propagandista de la democracia liberal y de partidos, a los que concede una pequeña cuota de diferentes subintereses sociales sometiéndolos formal y legalmente, en todo momento, a un pseudo interés general, al que aún a estas alturas dicen que tienen los trabajadores y empresarios en este sistema económico los defensores de tal dictadura de clase.

Ello hizo que el Partido Comunista, aún cuando no estaba organizado de manera independiente con respecto a los elementos con los que rompería posteriormente en la IGM, asumiese la representación de los intereses de la clase trabajadora en los parlamentos burgueses, rompiendo la paz social dentro de los mismos, y con la consciencia de que el sistema ideológico y legal que legitima la discusión política parlamentaria excluía y excluye abiertamente a los proyectos políticos que cuestionan la dictadura del capital. Esto lo comprendieron bien, en particular, los bolcheviques del Partido Comunista en Rusia, que agitaron la Duma zarista con la amplificación de las reivindicaciones de la clase trabajadora hasta el momento en que, llegada la ocasión, se volcaron en la revolución social junto con el resto de la clase.

La síntesis de estas dos premisas en la lucha de masas de clase, daría lugar a que los trabajadores comenzaran a hacerse eco de reivindicaciones políticas, con vistas a largo plazo, de reformas no simplemente económicas y cortoplacistas. La clase trabajadora entendió que sus reivindicaciones no podían resignarse a las conquistas parciales sin una aspiración al derribo del régimen capitalista en su conjunto, porque ello la conduciría a un callejón sin salida y terminaría en la reversión reaccionaria de todas las conquistas conseguidas.

La clase trabajadora en el siglo XIX, pues, había creado una teoría y una forma de proceder en la lucha de clases que, a principios del siglo XX, comenzaría a ser testigo de ciertas insuficiencias teóricas y metodológicas, que no innecesidades, que quede claro.

Los revolucionarios de principios del siglo pasado trabajaron en el Ciclo de Octubre, y fueron intentando adaptar sus estructuras organizativas de acuerdo a las reivindicaciones (y sus consecuencias) en progresivo grado de radicalización del conjunto de la clase trabajadora. Marcelino Camacho identificó, de una manera extraordinaria, las limitaciones del sindicalismo en España en los años 60, unas cuantas decenas de años después del agotamiento de la Revolución de Octubre, sin renunciar a la imprescindible tarea formativa de los sindicatos y a su instrumentalización en defensa de las reivindicaciones inmediatas de la clase trabajadora (organización de clase sobre lo económico-social), y además detecta la evolución necesaria del movimiento obrero hacia la proyección (socio)política de las reformas:

«Podríamos decir, resumiendo, que el sindicalismo clásico, si bien es cierto que ha tenido grandes éxitos en la lucha reivindicativa, en las mejoras económicas, sociales, culturales, etc., de los trabajadores, no es menos cierto que esos éxitos no han cambiado la condición de los trabajadores en la sociedad; seguimos produciendo plusvalía; seguimos siendo clase explotada además de oprimida. Vendemos nuestra fuerza de trabajo a mejor precio, pero seguimos obligados a venderla  para seguir existiendo. No hemos logrado la emancipación real, que era el objetivo a largo plazo del sindicalismo, aunque éste fuera también el objetivo de los partidos obreros y no podamos culpar de este «fracaso» sólo a los sindicatos.

Por eso, cuando hablamos del carácter socio-político, tenemos en cuenta lo anterior. Ya las CCOO, al defender los intereses de los trabajadores en la etapa histórico-concreta actual y proyectarlos en la dirección de una perspectiva de clase, al presentar reivindicaciones inadmisibles por el régimen, aunque naturales de toda la clase; es decir, para poder defender eficazmente nuestras reivindicaciones socio-económicas, tenemos necesidad de conquistar el derecho de huelga, de reunión, de manifestación, etc. En una palabra, para afirmarnos como clase tenemos que negar el régimen existente. Para nuestra libertad como clase tenemos que negar la dictadura de la oligarquía fascista.

Lo socio-político, hoy como mañana, no significa invadir el terreno de los partidos políticos obreros, pues no debemos olvidar jamás que los partidos obreros son o deben ser la conciencia organizada de la clase, mientras que el nuevo movimiento obrero debe ser la clase en su conjunto, toda entera; no debemos olvidar jamás que la clase, homogénea en lo económico-social, lo es menos en lo político, y que si actuáramos en lo fundamental en esta última dirección, la empujaríamos inexorablemente por el camino de la división sindical

("Charlas en la prisión", Marcelino Camacho. 1976)



Proponía complementar la proyección política de las reformas, con las formas organizativas propias de los sectores más concienciados de la clase trabajadora, que señalaban con sus luchas el ejemplo de todas las demás luchas obreras, el control de la producción:

«Por ello, nuestra incidencia en lo político nos viene dada apartir de lo social, esto es, cuando nuestras reivindicaciones concretas, naturales, no pueden ser integradas. O sea que, debemos tener conciencia de que el paso de las reivindicaciones puras (remuneración en dinero, a la hora o a la pieza) a la reivindicación salarial integral, que puede y debe comprender, ritmos y cadencias de producción, organización y horario de trabajo, etc., etc., conduce inevitablemente a un cierto grado de control de la organización de la producción en la empresa, lo que significa penetrar en el santuario del sistema y empezar a negarlo.

El futuro y próximo movimiento obrero sindical, debe ser una especie de síntesis creadora de Consejos Obreros y de Sindicatos, elaborado por abajo en los centros de trabajo y, por arriba, en colaboración con todas las tendencias sindicales de clase.
»


("Charlas en la prisión", Marcelino Camacho. 1976) 

El carácter socio-político y no simplemente socio-económico de las Comisiones Obreras había de ser, necesariamente, adquirido por los trabajadores, y una parte importante de estos llegaron a hacerlo durante las luchas democráticas que precedieron a la transición. Algunas de las libertades democráticas prohibidas durante la dictadura franquista, tales como el derecho de huelga, de reunión o de manifestación, resultaron ser objetivos políticos -y no simplemente económicos- por los que el movimiento obrero sindical debía combatir hasta su efectiva conquista, y cuya vigencia continúa hasta los peligrosos momentos del presente. El movimiento obrero sindical de las Comisiones o Comités Obreros en las empresas era o debía ser, para Camacho, expresión de una clase trabajadora sabeedora del papel opresivo y coercitivo de la oligarquía (oficialmente fascista en su día, supuestamente democratizada hoy), que impedía una lucha efectiva por las reivindicaciones socio-económicas y las necesidades inmediatas de los trabajadores.

La reivindicación salarial integral sólo podía ser comprendida por la clase trabajadora después de que hubieran sido asumidas las «reivindicaciones puras», a la vez que el carácter retorcido del empresariado y el capital nacional, que podía y puede renunciar a parte de su beneficio en un lugar y aumentarlo en otro, que puede ceder a una demanda salarial en un sector y despedir a la mitad de la plantilla en la empresa de otro sector, lo que en definitiva se traduce en que el capital mantiene constante su tasa neta de ganancia, a través de una extracción del valor del plustrabajo similar al anterior, antes de la victoria parcial de unos trabajadores y la derrota de otros distintos en otro lugar, de otro color de piel, con otra cualificación peor, de "otra" condición sexual.

A su vez, la reivindicación salarial integral era requisito, como comprenderían los trabajadores pronto, para asumir la reivindicación de reformas políticas y de mayor alcance, porque es sabido que la dictadura del capital utiliza toda la maquinaria represiva y legal de su Estado para hacer valer su poder, que se traduce en ganar terreno al salario aumentando la proporción de plustrabajo (de donde extrae su beneficio), disminuyendo la proporción del trabajo remunerado.

He aquí un ejemplo de la dialéctica del proyecto político que, la autodenominada izquierda comunista que tan ejemplarmente ha localizado en los movimientos sociales tipo 15-M (y sucedáneos) a la pequeña burguesía en crisis a la cabeza de las "clases medias", ha ignorado sin embargo durante todos estos años en su aislamiento y marginación con respecto a la realidad de la clase trabajadora. Unos más y otros menos, pero quien se atreva a hablar de cambios exitosos en la situación general española no sólo en los últimos 8 años, sino en los últimos 50, es que tiene un poco descalibrada y mirando hacia el suelo su mirada "comunista (y habría que sospechar del radicalismo postmoderno antes mencionado y de los malabaristas e improvisadores sin-proyecto [7]) y, sobre todo, una concepción un tanto empobrecida de lo que son y deben ser los comunistas.

Los comunistas eran conscientes de las limitaciones del sindicalismo en los años 60. Frente a ellas, Marcelino Camacho comprendía que era necesario potenciar una forma de organización que permitiera la unidad de acción de la clase trabajadora, en el marco de la dictadura. Las Comisiones Obreras nacen con este propósito.

Estas se organizaron en cada empresa en Asambleas de trabajadores. La estructura de las Comisiones Obreras organizaba a los trabajadores, por un lado, en los distintos niveles territoriales: comarcal (Comisión Obrera Comarcal), provincial (Comisión Obrera Provincial) y por nacionalidad en su caso (una Comisión Obrera Nacional para Euskadi, otra para Cataluña y otra para Galicia). A su vez, como requisito indispensable para la unidad de clase, y como característica fundamental de las CC.OO. en los años 60 como organización unitaria, los trabajadores estaban organizados funcionalmente, por sectores económicos, ramos e industrias, a imitación de la estructura del Sindicato Vertical, en el que lograron infiltrarse.

Al igual que los cuadros conscientes del PCE (de los que formaba parte Camacho) jugaron entonces un papel clave en el impulso de la reorganización de la clase trabajadora en las CC.OO. durante los años 60 y70, en otros países de coyunturas similares también sucedió un proceso análogo de reorganización y reagrupamiento de la clase trabajadora.

En Grecia, el dictador Georgios Papadopoulos había logrado después de la IIGM, con la ayuda de Estados Unidos y la OTAN, dar un golpe de Estado y derrotar al Frente de Liberación Nacional impulsado por la principal organización antifascista que llevó prácticamente todo el peso de la resistencia contra los invasores, el Partido Comunista de Grecia (KKE), y sus milicias de trabajadores armados, el Ejército Democrático Griego.


Los cuadros comunistas del KKE siguieron siendo el elemento central sobre el que se reorganizó la clase trabajadora en Grecia y, en 1999, su actividad política y militante adquirió especial relieve después de la creación del Frente Militante de Todos los Trabajadores (PAME), que hoy agrupa a la principal fuerza de choque de la clase trabajadora en toda Europa, y que sólo ha sido puntualmente seguida, de lejos, por las movilizaciones proletarias de Francia durante la última Huelga General en dicho país, que hubieron de ser combatidas por el autoritario gobierno francés a través de un largo estado de emergencia (el sinvergüenza de su presidente no necesita allí de la injerencia extranjera para aplicarlo, como le sucede a otros gobiernos que sí que defendieron a las clases populares frente al imperialismo) y la arbitrariedad presidencialista que este supone. El PAME organiza a los trabajadores de
Fotografía tomada durante la última
Huelga General en Francia
todos los sectores, los ramos y las industrias, unificando las luchas del conjunto de la clase en Grecia, y ha sido un elemento indiscutible de resistencia frente a las movilizaciones reaccionarias de la pequeña burguesía indignada, parte de la cual acampaba en las principales plazas de las ciudades, y que alternaban con la recurrencia puntual a motines (en ocasiones incluso contra los trabajadores); movilizaciones que en países como Italia terminaron con el movimiento neofascista y antipartidos "5 estrellas" como segunda organización más votada para las Elecciones al Parlamento Europeo de 2014 (se aliaron electoralmente con la extrema derecha europea, representada en el Reino Unido por el UKIP), y que en España terminaron por acaparar el espacio mediático y derrotar a la izquierda reformista.

En Grecia los indignados también intentaron acampar, sabotear manifestaciones obreras y dinamitar las protestas reformistas y de resistencia de los trabajadores, pero ni de lejos la clase trabajadora golpeada por la crisis capitalista iba a permitir allí que un grupito de "iluminados", ni campistas ni insurreccionalistas, les arrebataran el protagonismo de las luchas pagadas con el sudor de sus frentes, en el día a día del trabajo, justo lo que también intentaron en Francia en la última huelga general [8].

En febrero de 2016, el PAME ya había convocado su tercera Huelga General contra las ofensivas capitalistas acatadas por el gobierno de la "izquierda" radical (SYRIZA) liderado por un anticomunista sin vergüenza y sin escrúpulos llamado Alexis Tsipras, que lidera con diferencia la peor administración de las últimas decenas de años en lo que a retrocesos populares y agresiones laborales se refiere, peor incluso que las que realizaron el PASOK y ND, las organizaciones representativas del antiguo bipartidismo griego. El ritmo de movilizaciones que los trabajadores griegos han llevado a cabo de la mano de su poderosa herramienta sindical es vertiginoso y parte de las huelgas generales son convocadas y duran hasta 48 horas.

Las organizaciones de la "izquierda" radical, mientras tanto, se movían en el otro terreno de las identidades culturales. En Grecia, el mar de siglas de SYRIZA se enfrentaba entonces contra el KKE y desviaba el rumbo de las luchas obreras hacia el reformismo sistémico y el simple parlamentarismo burgués. Mientras que en España, tiempo atrás, los cuadros de comunistas conscientes, muchos de ellos dentro del PCE de entonces, luchaban por crear una forma de organización unitaria de los trabajadores e impulsaban el movimiento de Comités o Comisiones Obreras, muchos maoístas estaban, como vimos antes, con su "movimiento comunista" (MC) y su convergencia con la LCR.

Mientras que, por un lado, las CC.OO. actuaban sobre la línea socio-económica para lograr la unidad de clase, siendo la inclinación socio-política un constructo que necesariamente debe ser dialécticamente más completo (porque ningún progreso de la lucha obrera ni cadena de reformas iba a lograrse sin su previa unidad), ellos intentaban actuar en la línea socio-política, fomentando la división obrera, como volvieron a hacer con sus banales experimentos artificialmente asociativos con los trotskistas de la LCR y su posterior (y casi me atrevo a decir necesaria) división, sólo dos años después. Mientras que las CC.OO. unificaban las luchas nacidas de la realidad laboral de los trabajadores, el MC y la LCR obstaculizaban el proceso introduciendo entre los trabajadores el desclasado elemento cultural y meramente identitario en que habían convertido sus ideologías y que, en el caso de los primeros, no era más que un bulto con el que cargaban desde que lo heredaron de su organización y cosmovisión ideológica matriz: ETA y el nacionalismo.

Generaciones de escisiones de los PP.CC. posteriores a la primera oleada, la antirrevisionista, fueron las que, tras una serie de reestructuraciones, darían lugar en España a organizaciones  como el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) o el Partido Comunista Obrero Español (PCOE).

La primera de ellas, el PCPE, estuvo involucrada en un reseñable intento por avanzar, en el sentido que nos ocupa en este ensayo, con los Comités para la Unidad Obrera (CUO). Aunque sus intenciones no eran en absoluto negativas, y estos Comités Obreros estaban en cierta medida inspirados en los de los años 60 y 70, no pudieron desprenderse del todo, sin embargo, de su mecánica condición socio-política de partida, lo que impidió que la mayoría de estos se implantasen como herramientas efectivas de combate útil para la clase trabajadora como lo fueron las históricas CC.OO., si se admite que debían servir de estructura organizativa a un nivel territorial nacional, claro está.

La estrategia del movimiento obrero griego de crear no Comités dispersos, aislados y parcialmente inspirados por una línea de actuación sociopolítica como se ha intentado en España desde el PCPE, sino un Frente Sindical construído sobre la realidad socio-económica de la clase trabajadora, que conecte fábricas, empresas, sectores, ramos e industrias enteras, es sin duda más deseable: como no podía haber sido de otra manera, es sobre tal condición sobre la que el Frente Sindical griego transfiere un carácter socio-político a las luchas de la clase trabajadora del país. Pero parece que una iniciativa así dificilmente puede partir y ser impulsada desde unas organizaciones que carecen de implantación real significativa entre los trabajadores de aquí. Los comunistas del KKE sí que pudieron hacerlo, y ahora los trabajadores tienen allí un armazón imprescindible para las luchas que están por venir.



4. SOBRE LA UNIDAD DE LA CLASE TRABAJADORA Y SU RELACIÓN CON LA BURGUESÍA: LUCHA DE MASAS POPULAR, DERROCAMIENTO DEL PODER DEL CAPITAL, Y ESTABLECIMIENTO DEL PODER OBRERO

«En consecuencia, existe una necesidad obvia de la táctica del frente único. El lema del III Congreso, "para las masas", es ahora más importante que nunca. La lucha por establecer el frente único proletario en toda una serie de países está apenas comenzando. Y sólo ahora hemos empezado a superar todas las dificultades asociadas con esta táctica. [...] La internacional Comunista requiere que todos los Partidos Comunistas y los grupos se adhieran estríctamente a la táctica del frente único, ya que en el período actual es la única manera de guiar a los comunistas en la dirección correcta, hacia el triunfo de la mayoría de los trabajadores»

(Tésis sobre la táctica de la Comintern, IV Congreso de la Internacional Comunista, 1922)

El VII Congreso de la Internacional Comunista puso fin a la política internacional de clase contra clase, como muchas veces se la ha denominado, y que es a la que se refiere el fragmento anterior. El Partido Comunista había defendido, desde antes de su oficialización en los III y IV Congresos, hasta el séptimo, la táctica del Frente Único, a través de la cual debía lograr concienciar a la clase obrera de la necesidad de un derrocamiento violento de la dictadura de la burguesía y el establecimiento de una de los trabajadores.

El Frente Único pretendía ser a la vez un terreno común para el combate de la clase obrera por sus demandas y necesidades primarias y económicas, y un espacio para el trabajo de masas del Partido.

A pesar de que esta confrontación abierta de clase contra clase, que es consecuencia de la constitución de un Frente Único, sea interpretada en ocasiones desde un punto de vista descontextualizada y pretendidamente más ultraizquierdista que ninguno más, esta política no debe ignorar nunca nuestras relaciones sociales, no debe dejar nunca de estar asentada sobre un análisis riguroso de la coyuntura y la relación que guarda la clase trabajadora con la clase burguesa  en un momento dado, ni mucho menos renunciar a la posibilidad de que elementos de la burguesía rompan con el resto de su clase y cortejen las luchas sociales de vanguardia de la clase trabajadora.

Esto ha sucedido, en realidad, en todas las crisis estructurales de la historia, al menos en los momentos críticos que preceden objetivamente a las revoluciones sociales que transforman de raíz la estructura productiva y, sólo entonces, también la distribución de la riqueza y el consumo. El fenómeno en un principio mencionado, sobre cómo la burguesía, frente a los elementos más radicales de la misma, comenzó a poner límites y frenar el ritmo de la revolución con su alianza con algunos segmentos de la clase terrateniente, también puede y debe ser interpretado en el sentido inverso, pues significó, en los casos pertinentes, un impulso de la lucha contra la aristocracia más reaccionaria. En la Revolución Francesa, algunos nobles y clérigos llegaron a sumarse a las iniciativas del pueblo en constituirse en Asamblea Nacional al margen de todos los demás nobles y clérigos (la mayoría de ellos grandes propietarios), elemento de suma importancia para la toma del poder político por la burguesía. En la realidad que nos ocupa, la lucha contra el capitalismo no ha de despreciar la suma de tales elementos aislados de la burguesía a las
luchas de los proletarios, sino que ha de asegurar que son las luchas de los proletarios las que orientan y sirven de vanguardia a todos los demás, si se parte del propósito de la abolición de las clases sociales y la desigualdad social que estas manifiestan.

A diferencia de otras clases, la clase trabajadora, fuerzas productivas de la sociedad capitalista, goza de la capacidad intuitiva de poder iniciar y desarrollar luchas democráticas y socialistas aún cuando esta desconoce lo profundo de la estructura social, algo que sucede precisamente porque puede y debe conocerla. La experiencia cotidiana del trabajo, el conocimiento empírico del mundo laboral, es el mejor elemento de aprendizaje que los proletarios pueden tener en general, ahogados en la opresión en sus empresas y arrebatados de más tiempo libre del que puede parecer observando simplemente la jornada laboral. La aparición de las llamadas "redes sociales" y la difuminación de la barrera separadora entre el tiempo de trabajo y el tiempo "libre", ha significado que cada vez se tiene y se tendrá menos tiempo siquiera para la cobertura de las necesidades "inferiores" y capacidades elementales, ya sea morar, dormir, desahogarse... La alienación, el desconocimiento o la ignorancia en el que muchos se recrean (ello involucra a las "redes sociales"), es un elemento que conduce hacia la reacción y la opresión de los seres humanos, como lo ha sido siempre. La clase trabajadora tiene la posibilidad -y sin duda alguna debe hacerlo y lo hará- de conseguir elevarse sobre la sociedad enajenada y sobre el pueblo narcotizado y manipulado.

Esta capacidad, única en este sentido, de transformación social que posee la clase trabajadora fue ignorada estratégicamente y a voluntad en cierto momento histórico por la Internacional, y todavía hoy no ha sido abandonada del todo por la mayoría de organizaciones comunistas, afanadas en su posición nacional-popular, una que mantienen desde que los Partidos Comunistas, durante los últimos momentos del colonialismo durante el siglo XX, intentaran resolver el subdesarrollo internacional y la carencia de libertades políticas en el tercer mundo de entonces intentando liderar no sólo al proletariado en lucha por la revolución socialista, sino también a los pueblos y naciones en su conjunto, que se estaban retrasando más de lo esperado en su lucha por las revoluciones democráticas. Como ya se ha visto, la burguesía necesitaba apoyarse en el resto del pueblo en su conjunto -incluída la clase proletaria- para instaurar su dictadura de clase: de manera necesaria, la lucha de la burguesía por establecerse como clase dominante y tomar el poder, necesitaba de la fuerza de trabajo, y prueba de ello fueron las conquistas democráticas del derecho para reunirse, organizarse, asociarse, que a medida que se iban ampliando empezaban a cuestionar el modo de producción.

La culpa de la explotación y la opresión no la tiene la clase trabajadora, sino los oportunistas que desvían su voluntad y capacidad liberadora, emancipadora y redentora del ser humano. Lo que tiene la clase trabajadora desde que existe ese sistema de explotación y opresión llamado capitalismo, es la responsabilidad de darle fuego para siempre en la eternidad, algo que me da por llamar responsabilidad social proletaria, y más vale materializarla pronto y enfrentarla a ese cuento de la empresarial que no se lo puede tragar nadie con dos dedos de frente. Esto fue muy bien expresado por la Internacional de los trabajadores: ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador; nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.

En Europa, y sin que ello signifique, ni mucho menos, que se rompiese a nivel internacional con las mencionadas intenciones de que los Partidos Comunistas fuesen vanguardias populares y nacionales, la nueva política que rompió definitivamente con esta estrategia de clase contra clase en su sentido original, nacía justificada de manera particular por el Congreso de la Internacional como una exigencia de la cierta coyuntura peligrosa que vivía la clase obrera en la década de 1930, cuando el fascismo y el anticomunismo crecían en todo el continente. La creación de un Frente Popular necesitaba del abandono del programa socialista inmediato y revolucionario del Partido, con el fin de posibilitar la colaboración con los sectores democráticos, soberanistas y antiimperialistas de la burguesía. Esta política se propuso cuando se sabía que el movimiento obrero del continente entero estaba ya en repliegue, tras la contrarrevolución imperialista y la agresión contra las repúblicas soviéticas y proyectos de repúblicas soviéticas del centro y el este de Europa (Baviera, Eslovaquia, Hungría, el bienio rojo italiano, Galitzia, Donetsk, Rusia...), ahogadas en sangre por tropas comandadas por élites ultraconservadores, fascistas, nazis y ultracatóĺicas.

Así mismo, con la intención de asegurar el protagonismo y la unidad en la representación de los trabajadores en el Frente Popular, los partidos obreros y los partidos que representaban sus intereses y demandas de mayor o menor alcance y que, de alguna manera, aspiraban a llevar a cabo un proyecto socialista, intentaron una unión que no parece que gozara de demasiado éxito, no al menos hasta que ya era tarde para detener el genocidio que los gobiernos de la oligarquía tenían preparado.

Así es como en buena parte de Europa, los Partidos Comunistas intentaron coaligarse con los Partidos Socialistas y con los Partidos Socialdemócratas en la formación de los Partidos Socialistas Unidos y los Partidos Obreros Unificados, con la intención de asegurar la importancia relativa de la clase trabajadora en el Frente Popular, que incorporó a los (minoritarios) sectores progresistas de los Partidos Liberales, de los Partidos Radicales, de los Partidos Republicanos, o de los Partidos Nacionalistas.

A medida que el Ejército Rojo liberaba Europa de la peor tragedia de su historia, se fue marcando un antes y un después en lo que al éxito o fracaso de las políticas frentepopulistas se refiere. Analizaremos en primer lugar los intentos exitosos que sucedieron a la IIGM, y después, los intentos fracasados que le precedieron, para servirnos de ambos desarrollos y obtener una serie de conclusiones.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estrategia dio sus frutos con la formación del Frente Nacional Democrático en Rumanía, o el Frente Nacional de la Alemania Democrática en el este del país, por citar sólo un par de ejemplos de entre todos los casos existentes en los que las coaliciones democráticas ganaron las elecciones parlamentarias. La política frentepopulista se había aplicado tarde con motivo de ciertos caprichos burocráticos de fatales implicaciones, lo que no es motivo para despreciar el valor democrático que tuvo la misma, entre otros momentos cuando la ocupación norteamericana del occidente europeo amenazaba con sustentar nuevamente a gobiernos autoritarios, idóneos para contrarrestar de nuevo (como habían hecho antes de la guerra las multinacionales) la influencia comunista que provenía de la URSS, como sucedía con la instalación de las bases norteamericanas de la OTAN en España tras la visita y el estrechamiento de manos entre los generales Dwight Eisenhower y Francisco Franco.


Reunión de los sectores del
KPD y del SPD partidarios de la colaboración
contra el fascismo
En la República Democrática de Alemania y tras la experiencia del nazismo, la estrategia frentepopulista logró que dos organizaciones que heredaban un rencor mútuo pero cuya unidad antifascista era imprescindible, el KPD y el SPD, se unificasen en el Partido Socialista Unido de Alemania (el SED), y que estos se aliasen junto con los segmentos progresistas de otras clases no proletarias-asalariadas, como el pequeño campesinado dueño de pequeñas parcelas, representado por el Partido Democrático Campesino, u otros sectores de la pequeña burguesía democrática.

El Partido Comunista Rumano, por ejemplo, no logró la unificación con la socialdemocracia del país, aunque sí una alianza con esta, y con los sectores del Partido Nacional Liberal y del Partido Nacional Campesino que, liderados por Tatarescu y Alexandrescu, respectivamente, mantenían una postura amistosa con respecto a la creación del Frente Popular y a la conservación de las libertades democráticas. Las corrientes mayoritarias de tales partidos, como sucedió en prácticamente toda Europa (siendo especialmente destacable la postura amistosa del Partido Liberal Italiano con el Partido Nacional Fascista de Mussolini) otorgaron su confianza a la alternativa fascista.

En estas alianzas, como decía, puede que se encuentren las pistas de por qué Estados Unidos y sus aliados no pudieron sustentar en unos territorios (es decir, en los que el Frente Popular democrático logró hacerse respetar) gobiernos autoritarios como el de la República Federal de Alemania en el oeste germano, o el de la República de China en la isla de Taiwán (país liderado por el militar Chiang Kai-shek, y luego por su hijo Chiang Chink-kuo hasta 1991), y sí pudieron incluso sostener sangrientas dictaduras militares en otros tantísimos lugares, como la de los Coroneles en Grecia entre 1967 y 1974.

La puesta en marcha de una estrategia frentepopulista exige, independientemente de que sea más o menos deseable, la existencia de una burguesía con vocación democrática lo suficientemente significante como para que tenga sentido el planteamiento de un Frente Popular. La estrategia frentepopulista debe descartarse rotúndamente de la realidad española y europea en la actualidad.

Que los marxistas no pueden permanecer al margen de lo que sucede en el día a día de la clase trabajadora, es un requisito de la acción política más elemental y que precede a toda voluntad revolucionaria. Es un hecho el que los comunistas del pasado se aliaron con las fuerzas antiabsolutistas cuando en Alemania pervivían las ruinas del feudalismo y el Antiguo Régimen, aunque ello implicase buscar alianzas provisionales con organizaciones ajenas al ideario socialista. Era una exigencia de los trabajadores el que se les reconociesen sus libertades de reunión, de asociación o de huelga, elementos imprescindibles para lo que no sería dentro de mucho la lucha contra el capitalismo, la lucha por el socialismo. Mientras, en Francia, donde la revolución liberal ya había pactado en perjuicio del proletariado y el campesinado pobre, los marxistas fueron parte de alianzas exclusivas con socialistas de diversas tendencias.

«Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios, en que reivindican siempre, en todas y cada una de las luchas nacionales proletarias, los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad; y que cualquiera que sea la etapa histórica en que se encuentre la lucha entre el proletariado y la burguesía, atiende siempre al interés del movimiento obrero en su totalidad.

Los comunistas son pues, en la práctica, la parte más decidida de la totalidad del movimiento obrero, la que siempre lo impulsa hacia adelante. En la teoría, aventajan a las grandes masas del proletariado, en su clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales a los que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas, es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios en general: formar conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía y llevar al proletariado a la conquista del poder.
Las teorías comunistas, por supuesto no descansan en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Todas son expresión en general, de las condiciones materiales, de la lucha de clases real y viva, de un movimiento histórico, que se está desarrollando a la vista de todos.»

("Manifiesto Comunista", Carlos Marx. 1848)


En este sentido, el tipo de relación que la clase trabajadora ha debido de establecer con las diferentes clases burguesas, ha sido una cuestión teórica y práctica de constante relevancia en el progresar de los comunistas, a lo largo de la historia del capitalismo.

Hay ciertos estratos de la burguesía que componen en el mercado la parte más vulnerable de la oferta de bienes y servicios, frente a la grande y mediana clase propietaria. Cuando esta pequeña burguesía se topa con la crisis capitalista, tiene dos vías principales de fuga de la crisis.

Puede encontrar alternativas de futuro en un marco de confrontación con la oligarquía y el capital monopolista, a la par que se subordina simultáneamente a un proyecto de emancipación socialista liderado por la clase trabajadora. En este caso, la pequeña burguesía estará comprendiendo que su integridad, en una economía competitiva que genera necesariamente desigualdad social y que tiende a la formación de monopolios, se verá profúndamente amenazada, que la gran burguesía le seguirá empujando irremediablemente fuera del mercado y estrechará más y más su beneficio, y que una economía socialista puede y debe depararles un futuro próspero.

Por el contrario, puede suceder que su oposición consecuente a los monopolios y al gran capital, sea fatalmente redirigida contra la integridad y el futuro de la clase trabajadora. En este caso, la oligarquía capitalista habrá logrado, de facto, hacerse con el control del descontento de la pequeña burguesía, que esta última renuncie al proyecto de emancipación socialista, que permanezca en los estándares ideológicos de la emancipación individualista y excluyente característica de la economía capitalista y que, a medida que los monopolios se hacen más poderosos, esta responda necesariamente a la frustración de su progreso en el mercado con el anclaje de sus ilusiones al pasado que nunca volverá. Los voceros oligarcas que consigan manipular su voz, en este supuesto, marcarán y dictarán como hasta ahora la opinión a disposición de las masas pero, en esta vez, con un componente claramente autoritario, conservador y fascista que la educarán, como en el pasado, en los cánones del nacionalismo xenófobo, el patriotismo, u otras formas desclasadas de oscurecer la realidad de clase y los fundamentos estructurales de la crisis capitalista. La sensación de estancamiento de la pequeña burguesía penetrará dentro de la trabajadora a través de una total omnipresencia de una ideología que, inspirada por el miedo de perder sus privilegios y descender en la jerarquía de clases hacia el proletariado, romperá definitivamente la unidad de clase de tal proletariado, a través de la descontextualización de su (como parte de la burguesía propietaria en su conjunto) responsabilidad de la crisis capitalista en diferentes colectivos, como el judío, el extranjero y el comunista lo fueron antaño. Llamativo que la gran burguesía y la oligarquía financiera se enrriquezcan a través del crédito, y que exceptuando su forma hipotecaria, la mayor parte de este vaya a parar a la pequeña burguesía emprendedora, que es la que le paga la renta a aquellas. Claro, es justamente lo que desea la oligarquía financiera, mantener la rueda del capitalismo sin renunciar a su interés, que necesita del beneficio del resto de los burgueses: precisamente para ello legisla primero para sí misma, e inmediatamente después en favor de aquellos, es decir, permanentemente en contra de la clase trabajadora y su salario en todos los sentidos, siendo la "Reforma" laboral de Mariano Rajoy el último golpe oficial, y sin duda el primero de una serie que está por venir en este país y que cualquiera de las opciones electorales podría administrar.

No es cosa de confundir estos dos horizontes hipotéticos de futuro cargados de experiencia histórica acumulada, con las tendencias europeas realmente existentes en sí mismas, pero en lo que respecta a la primera posibilidad, Europa permite, a mi juicio, hablar de al menos una excepción en particular que será mencionada más adelante. Por lo general, sin embargo, un análisis de la realidad europea desde 2008 demuestra lo contrario: que la pequeña burguesía se está refugiando en la nostalgia del pasado y en el conservadurismo, y que es caldo de cultivo y materia fértil para el crecimiento de los fascismos del presente siglo.

La pequeña burguesía parece precisamente la más extasiada con un pasado idealizado que ya no es realizable -el senil e irrecuperable Estado de bienestar, asentado sobre un pacto social ya destruido- y han tratado de suplir sus evidentes carencias reivindicativas y su ausencia de proyecto político real y factible con la puesta en cuestión de la democracia, como manifiestan, en lo que se refiere a la representación parlamentaria, las últimas propuestas debidamente vendidas como "soluciones estrella" contra la crisis capitalista y el recorte de derechos, que han intentado modificar progresivamente la representatividad de las Cortes Generales (Congreso de los Diputados y Senado) y la composición de las clases e intereses representados en ellas, y que allí donde lo han hecho de alguna manera lo ha sido para excluir precisamente a la clase trabajadora y enfrentarla, todavía más de lo que ya lo está por naturaleza, al Estado burgués:

a) Introducción de las elecciones primarias abiertas a la sociedad civil como mecanismo de manipulación de las organizaciones que representaban en el parlamento intereses específicos de los trabajadores, y disolución de la conciencia de clase de los sectores sociales organizados en el disolvente de la opinión de un público alienado que repite prácticamente al unísono las bobaliconadas que dicen las personalidades mediáticas elegidas para tal fin;

b) Una forma de la ilusoria democracia directa que nació en las plazas públicas, facultades universitarias y todas las asambleas asociadas a las anteriores, y que connota la idea de que los partidos la obstruyen;

c) Fomento de las Iniciativas Legislativas Populares (ILP) para la desaprobación y deslegitimación de la iniciativa legislativa de los partidos políticos, incluidos en particular (también el Partido que no tenemos), los que todavía servían, entonces, de espacios militantes y de formación de trabajadores con cierta disposición a la agitación (y que culminó con la derrota de la izquierda reformista en el parlamento), y el posterior intento de arrastre de esa iniciativa popular hacia un sólo partido "atrapalotodo" hecho a medida de toda mencionada iniciativa (nacionalista y con vocación de Movimiento corporativo);

d) Y demás pantallas de humo inútiles que acaparan la atención y que bloquean la actualmente escasa repuesta contundente de los trabajadores a las agresiones del empresariado nacional, como la demanda de la proporcionalidad entre voto y escaño.

Una obsesión con los políticos que ha estado guiada por un sentimiento contra el cargo público en sí mismo, no contra los intereses privados a los que realmente sirven, o la última demostración, tras los resultados electorales de los últimos comicios parlamentarios, de lo "democratizantes" que pueden ser las nuevas tecnologías y las redes "sociales" (nada, si como las viejas son propiedad privada) con la efervescencia intestinal de los navegantes dirigida contra los que no votamos en dichos comicios, no votaron a su candidatura, o contra los jubilados que cobran de la menguada seguridad social, es sobradamente suficiente para que los que no lo habían hecho se replanteen el elaborar una nueva interpretación de cuáles son las condiciones sociales del presente: desorientación de la lucha de los trabajadores desde lo económico/estructural hasta sus diferentes expresiones (el parlamentarismo burgués, los Estados y la representación...), desvío de la responsabilidad capitalista en la crisis y creación de cabezas de turco, irascibilidad y espontaneismo por encima de la organización, demanda de autoritarismo en progresivo aumento en la sociedad española y europea, y un nefasto ejemplo dado por los partidos emergentes y convergentes -y sus "hombres de Estado"- que han renunciado a su programa pero no al electorado que aquel tenía y que vulnera, por ridiculizarlo, el concepto y la realidad del Estado de derecho, que sirven de freno (tal concepto y realidad) a lo que significa un Estado completamente arbitrario en su forma de administrar el ejercicio del poder capitalista.

La pequeña burguesía está tomando el segundo camino de los que mencionamos, el de la reacción a las transformaciones sociales que la propia y desarrollada estructura capitalista mundial incentiva en sus crisis. Por eso en mayo de 2011 había una multitudinaria presencia social en las plazas, donde muchos creyeron ver una ficción de oposición "de izquierdas", pero cuando el Gobierno de Rajoy administró su contrarreforma laboral, una agresión sin precedentes contra la integridad de la clase trabajadora (las fuerzas productivas que precisamente sostienen el capitalismo y han de terminar con las relaciones sociales imperantes que les ahogan cada vez un poco más), los halls de las facultades universitarias y las plazas estaban ya prácticamente vacíos.

Hay una gran potencialidad de lucha de la clase trabajadora. Las pasadas agresiones realizadas por los gobiernos del capital a través de las contrarreformas laboral y fiscal, y las que están por venir cuando la Comisión Europea administre los próximos recortes de derechos y de rentas de los débiles, crea un efectivo clima explosivo de tensión social aunque, al menos en este país, las principales organizaciones parlamentarias se están dedicando a desviar sus luchas laborales hacia sus inútiles objetivos electorales, superficiales o hacia los de otras clases sociales, o directamente a silenciarlas y reprimirlas "a la griega".

La usual oscilación política de la pequeña burguesía en momentos críticos del capitalismo, entre la gran burguesía y la oligarquía, por una parte, y la clase trabajadora que soporta el mayor peso de la crisis, por otro lado, parece estar comenzándose a resolver de la manera reaccionaria en toda Europa, como demuestra el ascenso de los grupos ultraconservadores, nacionalistas, neonazis y fascistas.

Es más necesaria que nunca, una afirmación revolucionaria por transformar ese potencial de lucha de los trabajadores en actos reales que comiencen por defender la integridad de la fuerza de trabajo en materia salarial y adquisitiva (readmisiones de plantillas despedidas, oposición a la reducción de sueldos, a las privatizaciones...) y también por erosionar el poder capitalista (reivindicaciones salariales, huelgas económicas, reducción de la jornada laboral sin reducción salarial y, si la clase trabajadora se organiza progresivamente y se siente con cierta cobertura, huelgas políticas, expropiaciones de mercancías, ocupaciones de fábricas, puestas en práctica de formas de propiedad socialista en las empresas, etc), no una renegación del programa revolucionario a cambio de ninguna alianza que, como vemos, no es posible a gran escala, dada la actual orientación general de la pequeña burguesía.

Esta última está oprimida por la competencia, el crédito y los monopolios, no tiene todavía en este país, a escala nacional, una clase trabajadora suficientemente concienciada de la problemática común junto con la que orientar su hastío para dirigirlo hacia un fin revolucionario, hacia la que orientar la expresión social de su condición explotada por los monopolios, y a la que responsabilizar del liderazgo de la lucha política: no estamos en una época como la que caracterizó la lucha de clases de mediados de los años 20 del pasado siglo, en la que una clase trabajadora muy concienciada estaba en lucha pero en progresiva desmovilización, sino que hoy sólo nos queda trabajar sin limitaciones políticas entre la clase trabajadora, sin renunciar a ningún proyecto revolucionario.

Los resultados de la lucha contra el capitalismo en estos términos pueden y deben ser muy fructíferos. Consiguiendo esto, logrando un éxito en esta tarea, la propia inercia de la clase trabajadora en lucha hará, incluso, innecesaria en el futuro toda renuncia política "estratégica" al programa revolucionario, y la pequeña burguesía y las masas laboriosas ya dispondrán de una clase trabajadora (quienes venden su fuerza laboral porque no tienen otra propiedad) suficientemente organizada como para poder vascular hacia la misma, de su lado, y comenzar así a promocionar sus intereses en el marco de un proyecto socialista, aquellos intereses que aplasta la gran burguesía y la oligarquía y que no puede ver satisfechos más que de manera cada vez menos duradera dentro del presente estructural capitalista.

Las últimas coaliciones electorales que, aún con la diferencia contemporánea de que no son partidos de clase marxistas-leninistas los impulsores de las mismas (el Partido Socialista de Chile en los años de la Unidad Popular, o el Partido Socialista Unido de Venezuela en el proceso de construcción bolivariano de la V República venezolana), pueden asemejarse a los Frentes Populares, y han venido siendo una prueba de cómo la estrategia de integración popular entre clases con voluntades de control democrático ha ido perdiendo sus posibilidades socialistas y/o de respuesta antifascista, en una lucha de clases mundial en la que las fuerzas del Primer Ciclo Revolucionario fueron menguando y, con ellas, la inercia del movimiento obrero, hasta el punto de que hoy nos encontramos frente a un enorme telón social que invisibiliza a la clase trabajadora ante la sociedad y, a la vez, la mantiene ciega ante esta. Así pues, la Unidad Popular chilena, como el Gran Polo Patriótico venezolano en la actualidad, fueron elementos progresistas en América Latina que, por desgracia, fueron acorralados por la oligarquía reaccionaria y finalmente derrotados.

La pérdida de esa inercia de las movilizaciones y luchas de la clase trabajadora que estamos sufriendo, ha dado rienda suelta a que la burguesía acapare cada vez más y más el centro de atención de la protesta social, y como resultado de ello la clase trabajadora se ha encontrado cada vez más a su merced, olvidando su condición proletaria y asalariada, y educándose esta en el interclasismo.

En una coyuntura social europea en la que una clase trabajadora concienciada, mucho más organizada que hoy, y que no conoció la infinitamente terrible diáspora comunista, era testigo de cómo estaba pasando a la defensiva en su lucha contra la burguesía y de cómo sectores significativos todavía democráticos y sensibles a las luchas laborales se oponían a los segmentos de de la misma que se estaban fascistizando, quizás podría ser objeto de planteamiento una renuncia estratégica al programa revolucionario y socialista inmediato a cambio de una alianza con tales segmentos populares democráticos.

Pero cuando los trabajadores están políticamente a la intemperie y, en lo sindical han visto cómo sus organizaciones (las mayoritarias, no las de clase) se han burocratizado; cuando la clase trabajadora lleva tiempo siendo empujada fuera de lo socialmente visible y la burguesía la ha reemplazado en los diferentes espacios de lucha, ni existe un elemento nuclear proletario de seguridad sobre el que articular un indeseable Frente Popular, ni apenas una burguesía potencialmente democrática que, sin embargo, ha tenido rienda suelta para asentar su proyecto de supervivencia como clase a toda costa, sobre el lomo de los trabajadores.

Subscribo al completo las tesis de que los comunistas han de involucrarse en la lucha de masas popular detectando con sabiduría, cálculo e inteligencia en cuáles de esas luchas hay que trabajar por dejar la "huella de clase" [9], mientras avanzan paso a paso en la creación de las condiciones propicias para una crítica de la que pueda surgir, en un futuro, un acuerdo sobre la naturaleza coyuntural actual de la lucha de clases y, sólo entonces, un liderazgo revolucionario.

Comentadas estas cuestiones sobre la supuesta factibilidad del Frente Popular en la actualidad, desarrollaremos brevemente algunos aspectos de la experiencia española del mismo.
Cartel propagandístico de la
UGT de 1938

El caso es que antes de la Segunda Guerra Mundial, la estrategia frentepopulista parece que tuvo menos éxito que después de la misma, una vez se había tenido de nuevo la experiencia del terror blanco entre 1939 y 1945. En España, la formación del Frente Popular tuvo éxito parcial, según estamos desarrollando esta reflexión, en lo que respecta a la alianza de clases populares y democráticas, aunque ni el Partido Comunista de España logró inicialmente hacerse líder en el Frente Popular con respecto a los socialistas, ni este tuvo éxito en formar una unión entre los dos principales partidos obreros y socialistas del país. En este sentido, sólo llegaron a reunificarse a escala nacional un sindicato de poca relevancia, con vínculos con la militancia del PCE, la Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU), y la Unión General de Trabajadores (UGT), de donde provino y donde terminó de nuevo. En paralelo, la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) de 1936 y la Federación de Juventudes Socialistas (FJS) se unifican entonces en las conocidas Juventudes Socialistas Unificadas (JSU).

Tan sólo el Partido Comunista de Cataluña y la Federación Socialista Catalana -federadas con el PCE y con el PSOE, respectivamente- tuvieron éxito en la formación del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Por su parte, ya habían pasado unos años desde que los radicales y republicanos de izquierda se separasen de la formación lerrouxista -ya estando situada esta, en el período de 1931-1939, en la extrema derecha del espectro político- y se hubieran reunido en la Izquierda Republicana y otras formaciones democráticas.

Es necesario tener en cuenta lo que en ocasiones (y recalco la ocasionalidad, porque no siempre ha ocurrido) supuso el terreno del marxismo-leninismo en el que el PSUC se movió desde su creación, como lo hizo su sector procedente del PCC-PCE antes de la misma, y no sólo el del frentepopulismo, antes de entender de qué maneras tan obscenas se permitiría en tal organización la presencia de auténticos dinamitadores de la unidad de clase durante las décadas de los sesenta y los setenta. Como es tan habitual en esta doctrina -y lo digo con sinceridad desde el conocimiento y la certeza de que parte muy importante de quienes están dentro de sus principios se sitúan a la izquierda del espectro político- el modelo de organización estipulado para el Partido -que identifican con el que ponen en práctica en los suyos propios- suele ser uno mecánica y permanentemente adecuado a unas disposiciones conscientemente revolucionarias de la clase trabajadora. De acuerdo a lo que considero conveniente, en demasiadas ocasiones el hacer y el proceder de los marxistas-leninistas ha estado orientado desde la asunción de que existe en la actualidad -en España, en Europa en general- un liderazgo revolucionario de la clase trabajadora (o lo que es inverosímil y contradictorio, varios a la vez), cuando un análisis adecuado de la realidad la descubre fácilmente como más hostil de lo que ellos perciben que es; como menos trabajada de lo que ellos piensan que está. Un vistazo del enorme aislamiento comunista con respecto a la clase trabajadora debería ser suficiente, a mi entender, para darse cuenta de que no existe ese liderazgo revolucionario del que partir en la tarea de comprender cuáles son las prioridades de los comunistas en la situación actual.

Si rememoramos aquella sincera frase pronunciada por Lenin en mayo de 1917, que recordaba que «los obreros estaban mil veces más a la izquierda que los mencheviques, y cien veces más que los bolcheviques», podemos empezar a hacernos una idea muy repetida pero que los comunistas a lo largo y ancho del Estado más vale que asuman pronto de una vez: todo proyecto político, y más aún, el proyecto revolucionario de construcción de una sociedad socialista, se construye sobre la realidad de la clase trabajadora. Cierto que el líder revolucionario dijo aquellas palabras refiriéndose a la tendencia de freno que detectó en el Partido Bolchevique cuando la lucha de clases estaba en plena ebullición y los proletarios rusos se dejaban de bromas y demandaban el poder obrero en su forma soviética, situación muy distinta de la actual, pero también es cierto que la clase trabajadora suele aportar el sentido correcto que han de caracterizar y orientar las luchas sociales, por mucho que buena parte de ellos pongan honradamente todo su empeño en estar presentes en ella, cosa que no es fácil.

En absoluto parto con la intención de generalizar, como ya he advertido en alguna ocasión, así que intentaré dibujar ahora el teatro de operaciones general al que han de atribuirse mis palabras para, después, matizar y localizar el escenario al que me estoy refiriendo. La predisposición de este sector comunista del que estoy hablando, como he dicho, parece mantenerle en general en desconexión parcial con la vivencia de la clase trabajadora. Su grado de influencia social ha sido, por supuesto, variable según los casos, pero ha sido en general escaso y deja mucho que desear para la que le está cayendo ya a muchos trabajadores, anticipo de la tormenta que ha de venirnos a todos nosotros en un futuro próximo.

Con frecuencia, en nombre de la ortodoxia, desde planteamientos de base comunista se erige muchas veces un discurso contra la revisión de las premisas que tomaron como punto de partida para la elaboración de sus propuestas teóricas, ideológicas y metodológicas, para la construccion de la organización proletaria, etc; unas premisas que debieran ser tomadas como una valiosísima (y en gran medida, única) herencia de la experiencia del Ciclo de Octubre a disposición de la clase trabajadora y a la que los comunistas deben plantearse recurrir, si corresponde, de manera inteligente, pero que están siendo utilizadas atemporal y ahistóricamente por simple tradición. 

Ese discurso contra su revisión intenta justificar en vano el enfrentamiento contra una clase trabajadora que ha demandado, de manera alternada con períodos de absoluta paz social por su parte, un reformismo en el mundo sindical y en la calle que practicamente brilla por su ausencia en los Gobiernos desde hace cuarenta años, y que desde hace tan sólo ocho, comenzó a estar cuestionado en el conjunto de la oferta electoral, en el seno de los propios Parlamentos burgueses, en la oposición parlamentaria.

La crítica es imprescindible en el proyecto comunista. Nada de lo dicho por alguien en algún momento debe convertirse nunca en algo literalmente indiscutible. Los marxistas saben que no deben cometer el vastísimo error de pensar que se puede abordar la teoría sin entrar internamente en la teoría a abordar, como andan haciendo hoy los radicales. En este sentido, la revisión de todo planteamiento es una obligación permanente para pensar en la justicia y la igualdad desde un proyecto de socialismo científico y laico, no autoritario ni religioso. Sólo un dogmático podría poner esto en cuestión. Y se hace, por desgracia.

Cuando Lenin denuncia cómo el social-reformismo se está apoderando del Partido, explica también, para quienes deseen entenderlo, en qué consiste en esencia la contracrítica revolucionaria del revisionismo inaugurado por Bernstein y compañía, y que el tumulto y "la gente" absolutamente ajena al ideario comunista no podría soportar sin que le diera un ataque cardíaco (o intestinal) por haber construído su falaz y vomitivo anticomunismo sobre una mentira redomada:

«Personas verdaderamente convencidas de haber impulsado la ciencia no reclamarían libertad para las nuevas concepciones al lado de las viejas, sino la sustitución de estas últimas por las primeras. En cambio, los gritos actuales [de los revisionistas] de ¡Viva la libertad de crítica! recuerdan demasiado la fábula del tonel vacío»


Ni la dictadura del proletariado ni el comunismo significan dogmatismo, ni tampoco tiranía. ¡Sorpresa, sinvergüenzas y fanáticos seguidores inconscientes de la Declaración de Praga!. El comunismo es una reafirmación de la libertad de crítica y de la democracia. Ningún auténtico marxista, como lo era Lenin, habría puesto en duda la libertad de crítica de Bernstein o compañía.

Lo que ocurría con los revisionistas que negaron la praxis marxista (praxis revolucionaria) y destruyeron entonces a la socialdemocracia es que aquellos propusieron, no ya la convivencia del programa mínimo y del programa máximo en el Partido -como sucedió durante la vigencia del Programa de Erfurt-, sino la sustitución del programa máximo por el mínimo, como finalmente lograron en la mayoría de la Internacional, hasta que el sector fiel y firmemente enmarcado en las premisas del internacionalismo proletario recuperó su sentido revolucionario y lo adaptaron a la nueva coyuntura europea alrededor de 1917.

Pretendían Bernstein y sus colegas la convivencia entre su crítica revisionista, y la contracrítica leninista y la de los revolucionarios en general, en lugar de una resolución científica del conflicto. Más aún... ¡pretendían los revisionistas que la socialdemocracia permaneciera pasiva ante su destrucción en manos de los social-reformistas como Bernstein!

Aclarada esta cuestión, se nos abre finalmente el camino para continuar con el análisis de lo ocurrido en España de cara a la unidad de la clase trabajadora, en particular en lo que respecta a las décadas de 1960 y 1970.

Finalmente, ya podemos entender cómo fue posible en España la justificación de la división de la clase en el seno de algunas organizaciones comunistas desgajadas de la clase trabajadora y, en consecuencia, la obstaculización de las demandas de reformas económicas y de reformas políticas por las que lucharon los trabajadores antes y después de la transición, y que fueron estúpidamente enfrentadas, como todavía lo son hoy, con una ortodoxia doctrinal alejada del importante legado revolucionario del Ciclo de Octubre:


«Cuando en mayo de 1968 el PCI abandonó las CC.OO. para crear las Comisiones Obreras Revolucionarias (COR), se planteó como principal tarea la de hundir a las CC.OO. «revisionistas», como ellos las llamaban. En SEAT estuvieron a punto de conseguirlo, pues los obreros iban desertando de la Comisión de empresa, transformada en campo de batalla entre los dos grupos rivales. Antes de romper la unidad, el PCI logró que la Comisión [de SEAT], cogida por sorpresa, aprobase un boletín redactado por uno de ellos. Días más tarde fundaron las COR, crearon su propio organo, altamente politizado, que moriría pocos meses después, junto con aquellas»

("Luchas internas en Comisiones Obreras. Barcelona 1964-1970", José Antonio Díaz)

Así describía José Antonio Díaz cómo desde el Partido Comunista de España (internacional) (el PCE(i), que él denomina "PCI", y que es el actual Partido de los Trabajadores) de 1967, constituído oficialmente en 1973, se utilizó el elemento socio-político -y meramente cultural e identitario, añado yo, en el sentido en que hemos visto antes- para dinamitar la unidad de acción de la clase trabajadora, como sucedió en SEAT: fomentando el enfrentamiento interno de la clase en cada empresa, en cada comarca, en cada provincia, en toda Cataluña y, en definitiva, creando una doble estructura contra las CC.OO., las llamadas "Comisiones Obreras Revolucionarias" (COR) (sic), que finalmente se llevarían consigo a una parte importante de los trabajadores en lucha desde las auténticas Comisiones o Comités Obreros (CC.OO.) hacia la competencia estúpida con sus compañeros, y finalmente hacia la desorganización, mucho antes de que estas fuesen usurpadas por el indecente amarillismo sindical de la aristocracia obrera que no dejo de ver representada por los dirigentes y demás responsables de los actuales sindicatos mayoritarios, que debieran de ser inmediatamente removidos junto con sus cargos, unos con la función de extinguir la llama de los conflictos de la lucha de clases.

Libre de esa ideología que muchos construyen para justificar su aislamiento social están los comunistas griegos del KKE. La excepción europea de la que hablaba antes en lo que se refiere a la existencia de segmentos democráticos algo significativos entre las pequeñas clases burguesas  y las demás masas laboriosas, ha de explicarse necesariamente con su imprescindible actividad política y militante.

A través de la Plataforma de Lucha Común [10], desde el PAME se resalta cuál es la poco agraciada realidad de la pequeña burguesía en el marco del capitalismo, y en general el futuro de la integridad física (económica y social: la exclusión) y moral (ideológica: la frustración y la desidia, antesala del fascismo) de los pequeños propietarios y de todas las masas laboriosas del pueblo, candidatas a terminar engordando las filas de la clase que subsiste sólo con la venta de su fuerza de trabajo, lo único que poseen para vivir. Del conocimiento de esa realidad y de ese futuro, y de la labor del PAME en servir para tal propósito, pueden derivarse en un futuro sus intereses manifiestos en el socialismo:

«Tenemos conciencia de la responsabilidad que asumimos. Vivimos entre el pueblo y conocemos las dificultades que implica una lucha de este tipo. Así mismo sabemos que entre nosotros mismos hay intereses diferentes. Sin embargo, damos prioridad a los intereses comunes y al enemigo común, es decir los monopolios, que nos exprimen tanto como empleados, así como productores y consumidores. Estamos convencidos de que el único camino que puede garantizar trabajo fijo y de por vida para todos, ingresos decentes, derechos y tiempo libre, es la lucha común por un desarrollo radicalmente diferente»

(Plataforma de Lucha Común del PAME)


El PAME no cae en el error de olvidar, sin embargo, el papel de vanguardia que le corresponde a la clase trabajadora:

«No hay otra alternativa. Los productores de toda la riqueza, con su acción subversiva, deben convertir en propiedad pública a los medios de producción acumulados y ponerlos al servicio de una producción diseñada para el bienestar popular. A estos objetivos está dedicada la alianza que hoy en día constituimos, con nuestra decisión de coordinar nuestras fuerzas. Tenemos confianza en la voluntad, en la experiencia y en la fuerza de la clase obrera, la cual cargará objetivamente el gran peso de esta lucha»

(Plataforma de Lucha Común del PAME)

El que la clase trabajadora en Grecia pueda ser algún día un núcleo revolucionario del proletariado internacional, europeo al menos, dependerá de si esta subsume o no en el país heleno a esa perspectiva de la lucha de clases de la que hablábamos al principio de este apartado. Si la clase trabajadora en Grecia logra erigirse sobre el resto de la sociedad como sujeto colectivo líder  de un proceso político de transformación social, este adquirirá, más tarde o más temprano, pero con absoluta seguridad, un componente abierta y deseablemente revolucionario.

Quede el tiempo que quede por transcurrir, y quede el trabajo militante que quede por hacer, no hay lugar en Europa, al menos por el momento, en donde el proletariado esté más organizado, preparado y cerca de ello que en Grecia.



EN RESUMEN

Existen dos mecanismos fundamentales, materiales y culturales, que bloquean simultáneamente la unidad de la clase trabajadora: uno de "integración" que la diluye en la clase burguesa, y otro de "fragmentación" que la atomiza, la disuelve y la divide.

Sin embargo, ambos mecanismos no están socialmente equilibrados. Las grandes tendencias dinámicas que hacen de transición entre la predominancia de uno u otro, parecen invertirse según los diferentes contextos históricos. Así, en países como en España o Grecia, la tendencia dominante ha sido, en los últimos tiempos, la de la desunidad de clase por "fraccionamiento".

El fin de las dictaduras explícitas y de inspiración fascista del capital, y su sustitución por las "democracias" liberales en ambos países, así como la explosión de siglas que, a la larga, terminaron por contribuir con fuerza a la división de la clase trabajadora desde los años 60, son la expresión de la predominancia o preferencia de la clase dominante por la desunidad "por fraccionamiento" de la clase trabajadora.

Entre otras cosas, es por el motivo anterior que la oligarquía y la élite franquista fueron estrechando sus manos asesinas con la mano invisible del mercado (desarrollismo durante el franquismo, lo mismo que la de Milton Friedman estrechó la de Augusto Pinochet), la antesala de que abrazasen el liberalismo también en su expresión institucional "democrática" y homologasen la dictadura del capital con la del resto de Europa. Tuvieron éxito. Grandes propietarios como los de Iberdrola, de corporaciones bancarias o de la industria armamentística ostentando la jefatura de los Ministerios de este país, apenas causan ya sorpresa ni indignación alguna entre los ciudadanos.


Unos movimientos de masas que tuvieron su calado original en el mundo estudiantil y universitario, que se masificaron en los 60 y 70, que han sido promotores de la crítica de la democracia y que han estado inspirados por una fuerte condición ideológica atada a la ilusión de la "democracia radical", son los que rellenan el espacio ideológico (e incluso electoral) a merced de los intereses de la gran burguesía industrial y financiera que mencionábamos, y que tiene conexiones con el fascismo [11].

Quien tenga dudas sobre lo poco o nada críticos que son tales "movimientos sociales" con el capitalismo y sobre la especial y sospechosa obsesión que tienen con la democracia, que revisen cuál ha sido el tono general de los mismos desde 2008 y, sobre todo, la evolución de cada uno de ellos en todas partes de Europa, siendo especialmente llamativo el caso italiano. ILPs, referéndums, sistemas electorales "representativos", y demás gaitas que impiden el enfrentamiento social con el socialmente incuestionado capitalismo (a la par que promocionan su perfeccionamiento) en poco pueden ayudar a la clase trabajadora agredida por la clase dominante: sobre todo cuando, después de realizarse algunas de las reivindicaciones "democráticas" de la "nueva política" que predicaban tales movimientos, entre ellas las famosísimas primarias abiertas, la democracia burguesa no ha hecho más que convertirse en una absoluta y despiadada farsa mediática. Si en la democracia de la burguesía, esta elige cómo y cuándo va a agredir a la clase trabajadora, entonces lo que es claro es que en la misma ya se ha "partido el bacalao" y se ha decidido que es de ahora en adelante cuando aquella va a iniciar la ofensiva: modificaciones económicas y jurídicas regresivas de las condiciones de trabajo, cuestionamiento de las libertades democráticas, falseamiento extremo del parlamentarismo oficial hasta su conversión en una caricatura...

Las luchas democráticas de los trabajadores de los años 60 y 70, pues, han sido poco a poco eliminadas a medida que la burguesía, ocultada tras diferentes identidades, ha impuesto su agenda. Curioso que tanto unos como otros, tanto defensores de la democracia liberal "moderada" como defensores de la democracia radical (dos corrientes ideológicas no muy alejadas en sus principios la una de la otra) hayan tenido un papel similar en la desunidad por "fraccionamiento" de la clase trabajadora.

Los radicales y alternativos pensaron que aquello que llevan provocando durante de años entre las filas de la clase trabajadora, es a su vez la causa y el motivo para seguir provocándolo. Han argumentado en numerosas ocasiones, en los entornos en los que se mueven, que del hecho de que la clase esté desmovilizada y desorganizada, se infiere legitimidad alguna de ignorar, retrasar su papel inevitable en el proceso de cambio social, y de anteponer los intereses inmediatos de las clases burguesas. Fue como surgieron, precisamente, cientos de siglas y caóticas identidades culturales e ideológicas que disolvieron y diluyeron a la clase trabajadora.

Los absortos en aquel mundillo deberían enterarse, de una vez, de que a la clase dominante, la que habla en nombre de todos nosotros, no le importa un pimiento los derecho de ningún tipo. De la manera retorcida en que quienes ostentan el poder están utilizando las administraciones del Estado (o de las dependientes del mismo) para salir en el agujero de la crisis en el que ellos mismos se metieron, no se deduce sensibilidad social alguna. La extracción de las rentas del trabajo que se está materializando en la reducción de las prestaciones por paro o la reducción de otras formas similares del salario directo o indirecto, no es más que el fondo de financiación del que se nutren las supuestas iniciativas "sociales" de la burguesía, entre ellas las subvenciones por la contratación de parados y otros cuentos con los que, además, se fomenta el empleo de miseria.

Sobre esta reestructuración del mercado laboral y de la sociedad española, saben bien cómo hacerlo tanto el liberal Eduardo Punset como su colega James Vaupel, el Director del Instituto Max Planck de Investigaciones Demográficas, que en un intercambio ideológico "poco divergente" [12] (un insoportable pedorreo constante, para entendernos) dieron pistas muy interesantes al respecto. Cuando, refiriéndose al aumento de la edad de jubilación hasta los 70 años, Punset le preguntó «¿creés que tenemos alguna oportunidad de convencer a políticos y a sindicatos de que esta es la mejor idea?», Vaupel le contestó que «la oportunidad llegará a través del ejemplo». Muy ilustrativo al respecto del pacto social que algunos todavía quieren ver.

Tenemos que aprender a pensar que todo aparentemente consolidado progreso y toda conquista para beneficio de los explotados, no tiene suelo firme en una sociedad en la que, un sector de la misma que impone su agenda a los demás, también acumula las fuentes de la riqueza y ostenta el poder.

De la supuesta "acción justiciera" que, en nuestros días se pretende suponer en la burguesía o en otras clases que no viven de su fuerza laboral, no se deduce "responsabilidad social" alguna. Si ellos estuviesen realmente asumiendo una auténtica responsabilidad social, dispondrían sus fuerzas para la revolución social y la sociedad socialista, sin Estado ni clases. Supongo que María Dolores de Cospedal puede (por poder, se puede decir hasta una cosa disparatada como esta), en su calidad de Ministra de Defensa, utilizar sus influencias cuando lo desee para facilitar el suministro de armas a los revolucionarios naxalitas o a los comunistas en La India, en lucha contra su gobierno, y no firmar contratos con el gobierno de Arabia Saudí para el comercio de armas y de munición que termina bajo la piel de los libios o los sirios.

Los medios de comunicación pueden, por poder, hacerse eco repentinamente de los poquitos trabajadores que saben, e intentan hacer saber con sus propios medios, que sin cuestionamiento del capitalismo y promoción de la producción socialista no habrá nunca justicia ni democracia. Marx, con medios mucho más limitados, lo hizo con su imprenta, imprimiendo la propaganda comunista en el siglo XIX.

Los que tenemos conciencia de clase sabemos, sin embargo, dos cosas. La primera es que el líder revolucionario fue una de las pocas excepciones que por fortuna conoce la sociedad en momentos agitados. Y dos, eso no va a suceder de manera masivamente significativa, porque si "lo hiciese" sería un auténtico fraude y engaño como lo es toda la basura propagada por la amalgama de diarios "progres" que se las dan de voceros del progreso social.

En lo que respecta a los radicales, también es cierto, como señaló el histórico lider sindical, que los que fueron «defensores del verticalismo totalitario» al día siguiente lo fueron «del pluralismo». Esta transición no sólo lo es por la oligarquía inserta en el aparato franquista que un dia pretendió democratizarse, sino que también lo es en el sentido inverso. Las organizaciones radicales que dinamitaron la unidad de la clase trabajadora en los 60 y 70, así como otras que les cogieron el testigo, son hoy las que, con ayuda de la omnipresente oligarquía capitalista del sector audiovisual, hacen propaganda de la "convergencia", a pesar de que no hemos oido hablar (ni lo haremos en sus bocas) de la unidad de nuestra clase. Hablamos del mundo en el que el vaciado de significado de las ideologías deja manga ancha a las "nuevas" formas de dominación, como si hoy no necesitasen solamente de la negación de aquellas -las ideologías- sino también de la inclusividad para con todas ellas, algo que por cierto es indistinto de cara a la ideología social que demanda el capital en una fase de crisis: una que se pretenda inpermeable a toda crítica y oposición.

A pesar de que ambos mecanismos obstaculizan el proceso necesario por el cual la clase trabajadora debe crear una organización unitaria propia, el problema que presenta, en particular, la preferencia actual por el mecanismo de la "integración", es decir, la tendencia en la que estamos insertos hacia la desunidad de clase por "integración", es que esta tiende a dejar de materializar las conquistas democráticas y populares, los derechos laborales y las libertades políticas. Puede parecer sorprendente que en España (como en la gran mayoría de Europa) la sociedad esté sembrando su propio futuro de minas pero, con las mencionadas excepciones, ya lo hizo en los últimos comicios electorales, no sólo votando al PP sino a las demás candidaturas que cuestionaban el Derecho como principio regulador de la política. Esto es lo que han inaugurado las organizaciones emergentes y las convergentes.

Masivos movimientos nacionalistas y patrióticos como en Ucrania o en Italia, ascenso de partidos xenófobos, populistas o "atrapalotodos" en Europa corroboran que la tendencia dinámica entre uno y otro mecanismo de la deunidad de clase se ha invertido, y que la sociedad está desarrollando ahora un sustrato ideológico prefascista.

«Liberalismo y fascismo: dos formas de dominio burgués», escribió el marxista checoslovaco Kuenhl Rein.

Quienes mientras fingían en el pasado ser comunistas, libertarios, izquierdistas o lo que fueran, se dedicaban en el país a la desunidad de la clase trabajadora, terminaron o bien dentro de las organizaciones de la vieja socialdemocracia, o bien fundando ONGs. Eso era la "nueva izquierda" y el mundo alternativo que se sigue haciendo eco de ella: la renuncia de cualquier atisbo de progreso social y la adopción de la caridad como eje fundamental.

La caridad es la vocación de redistribuir las sobras, y la Iglesia, los partidos burgueses y las ONGs ya dan buena cuenta de lo que significa.

La renuncia a cualquier atisbo de progreso está muy bien representada con la trayectoria seguida por la socialdemocracia de este país, en cuyas organizaciones acabaron muchos alternativos. El PSOE que inauguraría Felipe González ya estaba con eso de «socialismo es libertad», dando a entender que alcanzado el régimen de libertades básicas, el Partido Socialista había cumplido su misión histórica, y que este último gestionaría gustoso, desde entonces, un régimen económico y político de dominación construído sobre el saqueo masivo de dos tercios del mundo y sobre la cruel explotación de la fuerza de trabajo de los países subdesarrollados.
Mujeres en Afganistán, antes de que
Amín "el traidor", agente de la CIA, colaborase
con los talibanes en el derrocamiento
del gobierno democrático

En los Partidos Socialistas, incluído el español, ya se hablaba de la "tercera vía" mientras la Unión Soviética financiaba, ayudaba y daba soporte militar, económico y social a los procesos puestos en marcha por los movimientos y levantamientos populares contra el imperialismo y el neocolonialismo en África, Asia y América Latina.

Cuando triunfaban dichos procesos democráticos fuera de la metrópoli capitalista, estos llegaron a retroalimentarse entre sí. Cuando el movimiento revolucionario cubano del 26 de Julio derrota el régimen autoritario y represivo de Fulgencio Batista y la propiedad pasa a ser del Estado y de las empresas cooperativas y autogestionadas, el gobierno comunista y popular cubano comenzaría a jugar un papel fundamental en la descolonización de África y Latinoamérica, como tantos de los aburguesados dirigentes mundiales de los Estados se vieron obligados a reconocer -a pesar de que la propiedad privada hace ya mucho tiempo que volvió a carcomer sus economías- durante el pasado funeral del ya histórico comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del pueblo cubano en La Habana [13], que un día comprendió, a pesar de la innegable reversión del proceso de transición en la isla, la necesidad de avanzar hacia el socialismo para garantizar la auténtica soberanía y la democracia.

Poco a poco, de las primeras organizaciones en las que penetraba la ideología radical, se iban desgajando otras más hostiles hasta que, finalmente, el innegable papel que jugó el "bloque socialista" -el resto de lo que quedaba del centenario Octubre de 1917- también fue rechazado. Cierto, como se ha dicho, que hay que superar esa perspectiva del Partido como vanguardia de la sociedad y volver a hacer a la clase trabajadora, en particular, protagonista de las luchas, como hicieron los bolcheviques en 1917, pero lo que el mundo alternativo y/o radical significa es un retroceso en las aspiraciones políticas a la de ser jacobinos de 1789, unos nacionalistas que entonces tenían algo que aportar, y que ahora, agotadas las revoluciones democrático-burguesas y ante su insuficiencia política, sólo pueden terminar sirviendo a la defensa del orden existente [14]. Hasta los dirigentes burgueses de los países del tercer mundo y de los países emergentes demostraron, aunque fuese solamente por no dejar rienda suelta al sentimiento de agradecimiento de sus pueblos, más respeto por la revolución cubana que el que los radicales tienen. Una proporción importante de los cuáles que, por cierto, concentraron su ira y su odio contra los Estados que aquellos representaban, la última barrera laica que tenían las gentes del Maghreb y de Oriente Medio contra el islamofascismo.

Transversales, prefascistas de la inclusividad y de "lo nuevo" que rechazan el comunismo por "rancio", emergentes y convergentes, desesperados que buscan su sentido existencial en identitarismos diversos.

Estos son el nuevo enemigo ideológico que enfrenta la clase trabajadora en su vocación de unirse para combatir por su futuro.





Referencias

[1]: "El Estado islámico: una distorsión ideológica de la justa rebelión de los pueblos árabes", por Manuel Medina, en Canarias Semanal (http://canarias-semanal.org/not/17309/el-estado-islamico-una-distorsion-ideologica-de-la-justa-rebelion-de-los-pueblos-arabes/). El artículo es viejo pero no por ello ha perdido su valor.

[2]: Boletín Oficial del Estado (BOE) del miércoles 3 de diciembre de 2014     (http://www.boe.es/boe/dias/2014/12/03/pdfs/BOE-A-2014-12571.pdf). Sabido es que los gobiernos no son más que los consejos de administración de la burguesía. A nivel simbólico y de manera significativa, aquel que sancionara la modificación del famoso Artículo 135 de la Constitución Española en defensa de la oligarquía capitalista, Juan Carlos I, le concedió de forma póstuma a Adolfo Suárez su Ducado honorífico propio, «por su lealtad, patriotismo y abnegación», un título de reconocimiento por tales "virtudes" que se hereda como cualquier otro.

[3]: Cita extraída del libro de José Antonio Díaz, "Luchas internas en Comisiones Obreras. Barcelona 1964-1970".

[4]: http://agarzon.net/la-teoría-económica-marxista-aplicada-por-un-especulador/ . Alberto Garzón admite al especulador y terrorista financiero Soros, como «un filántropo, es decir, una persona que dona gran parte de sus ingresos y riqueza a causas solidarias» y como «adversario del pensamiento económico convencional». Incluso tiene la desfachatez de citar como ejemplo de la "heterodoxia" del pensamiento económico de Soros, una referencia escrita suya en la que el especulador se afirma en el intervencionismo político practicado entonces y ahora en las sociedades y los países "democráticos" (capitalistas, partidarios y practicantes de la guerra internacional y el saqueo), en el "equilibrio" entre Estado y economía de mercado, en el anticomunismo y en la regulación y administración del capitalismo (eso que llaman "hacer política" los indecentes como Garzón), y en definitiva en ese ciclo acción-reacción que mantiene a la sociedad en el bucle de los cambios superestructurales, ilusorios y completamente inútiles. Tal cita dice así: «El remedio que ellos [Marx y Engels] preescribieron -el comunismo- fue peor que la enfermedad. Pero la principal razón por la cual sus funestas predicciones no se llegaron a cumplir es el efecto mitigador de las intervenciones políticas en los países democráticos [...]. El comunismo abolió el mecanismo de mercado e impuso el control colectivo sobre todas las actividades económicas. El fundamentalismo de mercado busca abolir la toma de decisiones colectivas e imponer la supremacía de los valores del mercado sobre los valores políticos y sociales [...]. Lo que necesitamos es un equilibrio adecuado entre política y mercados, entre el poder establecer las reglas y el jugar de acuerdo con ellas».

[5]: Aquí tienen un ejemplo: el impulsor "anticapitalista" de Podemos, Santiago Alba Rico, llegó a decir que «la intervención de la OTAN en Libia salvó vidas» (http://canarias-semanal.org/not/12214/santiago_alba_rico___uno_de_los_nuestros_/).

[6]: Página oficial de Acción En Red, la ONG en la que terminarían convergiendo los restos de las alianzas entre los maoístas del MC y los trotskistas de la LCR (http://www.accionenredmadrid.org/accion-en-red/)

[7]: "Fin del programa político y de la memoria colectiva, realidad "fluida" y paz social", por Arash, en esta casa (http://la-historia-los-juzgara.blogspot.com.es/2016/08/fin-del-programa-politico-realidad.html).

[8]: Estos "empoderaos" a quienes la organización de una huelga se la sopla (lo único que quieren es liarla en las manifestaciones; ellos no se comen las multas ni la mayor parte de la responsabilidad) están incluso dispuestos a enfrentarse contra los trabajadores, como hicieron en Francia con el equipo de orden asignado por los convocantes de la huelga general, la CGT francesa. Sí señor, recuperando la esencia del mayo "revolucionario" del 68. No es la primera, ni la única ni, por desgracia, la última vez que esto ha pasado y pasará en Europa en las manifestaciones de la clase trabajadora. (https://www.youtube.com/watch?v=ZyxxdAwFvxo)

[9] "6.1. Lucha de masas "popular" y lucha de masas "de clase" ", en el Documento de Propuesta de Programa Político. Comisión de Trabajo de Programa Político, Espacio de Encuentro Comunista (EEC) (https://encuentrocomunista.files.wordpress.com/2016/01/documentopropuestaprogramapolitico.pdf)

[10]: Plataforma de Lucha Común del PAME (http://www.pamehellas.gr/index.php/es/sobre-pame/plataformas-de-demandas/85-plataforma-de-lucha-comun)

[11]: Ejemplo, el chaquetero Vestrynges, que cambió de ideología "porque le salió de los cojones". http://gaceta.es/josef/verstrynge-cambie-ideologia-salio-los-cojones-23062014-1624. ¿Estás seguro que no te paseabas por la universidad con cadenas y pantalones de cuero? Me sé de alguien que un día me dijo algo que apunté por escrito, y que jamás olvidaré: «conocí a Vestrynges con camisa azul y echando a hostias a gente en la facultad con cadenas».

[12]: "Redes", serie de TVE. https://youtu.be/aUWfJ-ZVR5w?t=809. Ellos parecen tener más claro (que algunos burócratas sindicales) que el capital no tiene intención, como no lo ha tenido en la última contrarreforma laboral, de preguntar a los trabajadores antes de alargar la edad de jubilación e imponer el trabajo basura y a tiempo parcial.

[13]: Homenaje en el funeral de Fidel Castro (https://www.youtube.com/watch?v=TlNCZ7m2XgY).

[14]: El radicalismo tiene sus "izquierdas" y sus "derechas". Siempre antepone la pantomima de que el capitalismo necesita ser democratizado "radicalmente". Pero es llamativo en lo que acaban sus alas "derechas", como la que forma el Frente Nacional francés.