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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

lunes, 5 de marzo de 2018

¿Han reventado los segregacionistas la huelga del 8 de marzo?

Primero de Mayo de 2013 en Bangladesh.
La fotografía no es del 8 de marzo, pero
ambas fechas evocan la conciencia de clase
(fuente: El País)


Por Arash

En estos tiempos en los que es tendencia dominante el reducir la complejidad del mundo a cuestiones de identidad, les lanzo la siguiente pregunta: ¿desde cuándo "juzgamos" la ideología de los demás, así como sus organizaciones y proyectos, sólo por lo que dicen defender de palabra o por aquello a lo que se adhieren?

Mi intención no es deslegitimar la convocatoria de una huelga general en todas las empresas el día 8 de marzo, algo que parece totalmente descartado, pero sí los motivos que aportan aquellos que no la desean ni desearon en absoluto. A estas alturas, el optimismo -si se le puede llamar así- que despierta el título de esta entrada, al plantearse en el modo interrogativo, probablemente sea injustificable. Nada se piensa instantáneamente y no es fácil ir al son de los cambios sociales, en el sentido trivial que se le da hoy a estos dos términos. Escribí esto antes de saber que El Corte Inglés, la Reina, sectores del Vaticano, y empresas capitalistas apoyan la iniciativa.

Se han manifestado, como mínimo, dudas más que razonables por parte de asalariadas y asalariados con conciencia de clase, si no directamente un acertado rechazo frontal en relación a la conveniencia de acudir a la convocatoria, y al éxito de algunos en lograr desclasar la próxima jornada en la que se piensa llevar a cabo.

La mayoría habrán dado su apoyo moral de manera acrítica a la "huelga feminista" que promueve la Comisión 8-M (o ni siquiera diferenciarán las fuentes de dónde procede la convocatoria) pero sugiero que se cuestionen la iniciativa y se interroguen si esta y la organización que la promueve es feminista o no lo es, entre otras muchas cosas.

En su manifiesto se puede comprobar cómo se hace un llamamiento a cuatro "tipos de huelga": una "huelga laboral", una "de consumo", otra "de estudiantes" y otra "de cuidados". Son cuestiones relativas exclusivamente a aquella primera, la "huelga laboral", las que despiertan todas las sospechas analíticas, que trataré de justificar. Sirva esta mención introductoria y téngase en cuenta de aquí en adelante.

Una iniciativa de protesta obrera, como una huelga, puede nacer circunscrita a un centro de trabajo, a todos o varios centros de trabajo de una misma empresa, o de varias empresas, a buena parte de la clase trabajadora de un país, etc.

La extensión de la lucha obrera y la organización internacional de los trabajadores es posible y necesaria. Lo mismo, si un centro de trabajo o todo un sector laboral asalariza especialmente a mujeres, como ocurre en la realidad laboral española, es lógico pensar que los efectivos de la protesta sean mujeres, algo de plena aplicación con la consideración de cualquier "característica" demográfica.

Ahora bien, hay que distinguir la tendencia expansiva de lucha, que parte de lo particular a lo general, de los sujetos que se dedican a sabotear, dividir y segregar el movimiento, la organización y hasta la existencia de la clase trabajadora. De esto mismo han sido ejemplo dos personalidades de la Comisión 8-M, Justa Montero e Inés Gutíerrez, que respondieron a una serie de preguntas realizadas desde la Cadena Ser.

Nunca se ha dado, al menos en España, una iniciativa con intenciones huelguísticas a nivel estatal que estuviese planteada de manera exclusiva para mujeres. Son obvias las intenciones tanto de ambas "comisarias", como de cierto sector en general. Ante la pregunta de si estaban convocados los hombres a la "huelga", Justa Montero decía lo siguiente:

"Legalmente, una convocatoria de huelga es para el conjunto de trabajadoras y trabajadores. Pero otra cosa es la convocatoria que hacemos desde el movimiento feminista: una huelga para mujeres. Lo que queremos hacer es que la sociedad sea consciente de la situación que vivimos las mujeres, del tipo de trabajo que hacemos y en qué condiciones. De los huecos que dejamos cuando dejamos de hacer esos trabajos. Si los hombres hacen huelga desaparece ese objetivo, sería una huelga general. Es importante que los hombres respeten la convocatoria que hacemos tal y como la hacemos."

En el manifiesto en el que convocan al país a la "huelga laboral" exclusiva de mujeres, se denuncian injusticias reales o bien lacras sociales de urgente resolución, y que afectan específicamente o sobre todo a las mujeres trabajadoras, tales como el acoso sexual, las violaciones sexuales, los asesinatos, la división sexual del trabajo (en el hogar familiar y fuera de él), la sobreexplotación relativa, la desrregulación jurídico-laboral y la precariedad laboral en general. Otros recursos son utilizados sencillamente para intentar teñir de rojo a la Comisión 8-M y su manifiesto.

El caso es que estas denuncias y recursos son empleados por la Comisión 8-M de manera oportunista como "argumentos" de autoridad para su convocatoria de "huelga laboral" (el objetivo particular de su manifiesto), y que por su falaz utilización contribuyen de manera negativa a la lucha por una sociedad igualitaria -incluida la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres- porque cuestionan el proyecto de unidad de todos los trabajadores, la clase sobre cuyo trabajo y permisividad se erige el conjunto de la actual estructura económica y social.

Hay teóricos que ya han dado buena cuenta de la metamorfósis del feminismo desde los años sesenta en adelante, entre otras muchas cuestiones de interés. En los años sesenta y setenta, el consumerismo tradicional de la izquierda estadounidense, afanada en el rechazo del comunismo (que entonces todavía tenía algo de influencia en la izquierda europea), se dio de la mano con el paraguas especulativo bajo el cual entendieron ciertos académicos el movimiento por los derechos civiles de los negros en EEUU, el nacionalismo.

De esta confluencia nació una matriz cultural en la que, partiendo de la lógica identitaria del nacionalismo, cabía la consideración de un sinfín de identidades de grupo (entre todas ellas, las que se basaban en el sexo y, más tarde, en la sexualidad), y sobre la lógica consumerista estadounidense, se ponía el acento de la denuncia en el modo de consumo de la sociedad contemporánea.

Esto último es vital, porque las clases sociales, cuya existencia se delata con el cuestionamiento del modo de producción, fueron apartadas -junto con este último- del programa de la nueva academia y de las nuevas generaciones educadas en ella. En su lugar, apareció una auténtica plaga de ideólogos de las identidades, que fueron colonizando las disciplinas académicas y las mentes de esas generaciones.

Muchos filósofos asimilaron dicha matriz y, con ello, la lógica consumerista-identitaria. Su ignorancia del modo de producción como aspecto fundamental de la estructura social, les hizo culpar de las injusticias del capitalismo a la ciencia, y ello les hizo regresar al empirismo antirracionalista según el cual, las emociones y los sentidos, básicos en la imaginación de la identidad y la comunidad, son los pilares básicos del conocimiento de la realidad (sic).

Por supuesto, estos filósofos de la ciencia intentaron darle un barniz racional a la aversión que sentían contra el objeto de su estudio, pero no es creíble, en absoluto, que sean capaces de explicar, tampoco ellos, en qué consiste la identidad femenina, la masculina o cualquier otra identidad postmoderna, sin caer en el subjetivismo de hacer referencia a los sentimientos, legítimos o no, de cada uno.

La Comisión 8.M asume de lleno esa matriz cultural, algo que se vuelve descarado en sus alusiones al territorio o a la raza -referencias nacionalistas de la identidad- y, con mucha más frecuencia, a la sexualidad, en varias ocasiones a lo largo de su manifiesto:

"Nuestra identidad es múltiple, somos diversas. Vivimos en el entorno rural y en el entorno urbano, trabajamos en el ámbito laboral y en el de los cuidados. Somos payas, gitanas, migradas y racializadas. Nuestras edades son todas y nos sabemos lesbianas, trans, bisexuales, inter, queer, hetero..."

El recurso oportunista a "argumentos" de autoridad para legitimar su "huelga laboral", cobra especial importancia cuando consideramos algunos históricos movimientos que de una u otra manera contribuyeron a reequilibrar las injusticias del capitalismo, y al respecto de los cuales la Comisión 8-M no considera suficientemente "transversal" ni digna de "visibilización" la división de la sociedad en clases, así como el protagonismo incuestionable que tuvieron en ellos los trabajadores, las mujeres obreras en particular: "la mitad femenina del género humano [...] que está doblemente oprimida".

Alude en el manifiesto, pues, a "las que trajeron la Segunda República", y a "las que combatieron el colonialismo y las que fueron parte de las luchas anti-imperialistas", otros recursos que buscan sumar legitimidad a su convocatoria de "huelga laboral" -la del manifiesto de la Comisión 8-M- junto con la "larga genealogía de mujeres activistas, sufragistas y sindicalistas" cuyo legado de lucha se arroga de manera hipócrita.

Este recurso de autoridad a la lucha contra el imperialismo y contra la restricción del derecho a voto en las censitarias democracias burguesas (movimiento sufragista) desde el nacionalismo no es un fenómeno nuevo. Hace sólo unos meses fuimos testigos de un conflictivo proceso de efervescencia de la identidad nacional en Cataluña y en otras partes del territorio del Estado, cuando la izquierda independentista radical, que considera la existencia de una "nación catalana explotada por el Estado español" (sic), pactó con la derecha catalana y la oligarquía regional en sus instituciones parlamentarias.

Llamativamente, si consideramos el recurso a los movimientos contra la limitación del ejercicio del sufragio, tanto en el caso de la Comisión 8-M como en el de la izquierda independentista de Cataluña, lo que nos encontramos es con el intento de legitimación de una "huelga".

En el caso de la Comisión 8-M, se recurre al legado del histórico movimiento sufragista de las mujeres obreras para legitimar su convocatoria del próximo día 8, mientras que en el caso de la izquierda catalanista, se refirieron en todo momento al indeseable (por sus previsibles consecuencias negativas) referéndum del pasado 1 de octubre de 2017 -finalmente ilegalizado por el Tribunal Constitucional y reprimido violentamente por el Gobierno central- para legitimar lo que fue el evento que tuvo lugar dos días después.

Los movimientos contra el imperialismo del siglo XX fueron una tendencia social de reequilibración de las injusticias del capitalismo, porque supusieron la independencia política de las colonias, oprimidas por el capital monopolista de las metrópolis, y posibilitaron la asunción de un programa de inversiones y desarrollo en aquellas naciones en las que aquel nunca tuvo una competencia que pudiese hacer frente a su dominio mundial.

Pero mientras los movimientos antiimperialistas estaban constituidos por el proletariado y las masas laboriosas de las naciones subdesarrolladas, con una infraestructura escasa y sin innovar, muchos académicos de las universidades yankees atribuyeron al movimiento de los negros estadounidenses, en lucha por su reconocimiento pleno y a todos sus efectos de la ciudadanía en la hiper-desarrollada nación americana, la condición "antiimperialista".

No estaban más que banalizando la teoría del imperialismo y redibujándola según la lógica consumerista-identitaria, como si la prerrogativa del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos fuese la de crear un Estado independiente ("Black Nation") al estilo de como lo hicieron los independentistas en el tercer mundo y no, en todo caso, la de combatir el racismo nacionalista en los Estados Unidos en todas sus expresiones, blanca pero también negra, que le distanciaba tanto del resto de la clase trabajadora.

Es decir, ¿qué hicieron los nacionalistas negros que resulta tan significativo y propio de la lógica consumerista-identitaria? Simplemente denominaron "antiimperialistas" a la comunidad imaginada de afroamericanos -la nación negra- y, en buena medida gracias a la legitimidad que le concedió el mundo universitario -tanto profesores como alumnos-, lograron prolongar, todavía más, el enterramiento definitivo del foso de separación que los supremacistas blancos llevaban tanto tiempo manteniendo frente a los negros mediante atentados terroristas y asesinatos políticos.

Pero lo que había en suelo estadounidense era un movimiento negro por los derechos civiles que era sufragista -y también contrario a la segregación, por cierto- pero en absoluto antiimperialista. Tales académicos lo contaminaron desde el principio con el nacionalismo burgués para poder obviar el elemento de clase que le atravesaba, y sólo trataban de ahondar aún más la división de la clase trabajadora en la nación estadounidense, con una población negra tan significativa, entre otras "minorías".

El resultado, allí o en Sudáfrica, ya lo conocemos: la extracción de una élite minoritaria de entre los proletarios negros, y su inserción en el aparato del capital y su Estado junto con la burguesía blanca. La ideología consumerista-identitaria conduce así al enfrentamiento entre los propios trabajadores y a la movilidad ascendente, de unos sobre otros, mientras se les hace creer parte de una comunidad ficticia.

No se puede entender de otra manera a qué minoría social, intereses y emancipación representa la Comisión 8-M cuando afirma que "los puestos de mayor salario y responsabilidad están copados por hombres", algo del todo cierto. "La empresa privada, la pública, las instituciones y la política son reproductoras de la brecha de género" en la medida en que considera la brecha vertical en el contexto de la promoción en la sociedad burguesa.

La trampa de la convocatoria de "huelga laboral" de la Comisión 8-M es similar a la de la pasada convocatoria del 3 de octubre en Cataluña, y tiene mucho que ver con las significativas dudas que se han manifestado últimamente en las redes sociales acerca de su naturaleza medial. No es casualidad que el nacionalismo esté de por medio en ambos casos, como venimos viendo.

Nos topamos aquí con el recurso oportunista al legado del sindicalismo. Mientras que el objetivo de la huelga -la principal acción sindical- es la erosión de la base del poder, es decir la ganancia, la Comisión 8-M promueve una iniciativa de "huelga" como fin en sí mismo.

En su manifiesto aparecen unas pocas denuncias generalistas de las condiciones laborales de las mujeres trabajadoras, incluida la brecha salarial, pero ningún programa de reivindicaciones económicas salariales concretas que actúe a modo de condicionante de la realización y duración de la acción, algo fundamental en la huelga.

Dirán muchos oportunistas que existen demandas muy concretas en el manifiesto en cuestión, y es cierto. Lo que no dirán es que en lo salarial no lo son, y tampoco que se utilizan para segregar la huelga y el movimiento obrero. Una mentira no se subsana con una media verdad.

Nos encontramos con el mismo patrón que en el paro nacional en Cataluña del pasado 3 de octubre, que fue convocado por la democracia y la autodeterminación nacional y, en consecuencia, apenas tuvo seguimiento. El programa salarial concreto simplemente no existía.

De esta manera, la "huelga feminista" de la Comisión 8-M no puede ser feminista, porque la llamada a la segregación sexual desvela que sus convocantes no están interesados en la efectividad de aquella, suponiendo que planteasen un programa que incluyera una baliza que actuase como objetivo o meta de la huelga.

Pero como además este no es el caso, la "huelga feminista" que promueve la Comisión 8-M tampoco es una huelga, porque su manifiesto de convocatoria no incluye dicha baliza objetivo. Una huelga feminista no: lo que vende la Comisión 8-M es un paro femenino.

Por cierto, ya deberían saber ustedes que también se ha convocado o respaldado una huelga desde el sindicalismo el próximo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, a pesar de la incertidumbre y división que han provocado los segregacionistas.

La legitimidad de los sindicatos siempre ha dependido de su servicio en tanto canalizadores de las necesidades económicas más inmediatas de los trabajadores y en tanto propiciadores de la unidad obrera. Una de las virtudes de la acción sindical ha sido la cercanía, inmediatez y legibilidad de sus demandas salariales.

Ello no significa que el sindicalismo sea suficiente, pero defender su legitimidad y necesidad pasa por asumir la defensa del trabajo y del salario -sustento de vida de la mayoría social, y de la mayoría de mujeres en particular- haciendo de la lucha algo comprensible y ajeno a las abstracciones que pretenden obstaculizarla, y también por denunciar a los que dinamitan su unidad de acción, clave en la conquista de derechos sociales beneficiosos para que aquellos que hoy lo hacen a duras penas, y los que quedan por venir, puedan aspirar a tener una vida digna. En la medida en que los sindicatos no lo hagan, los alternativos en particular, perderán toda la legitimidad que les queda.