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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

martes, 11 de abril de 2023

Neoliberalismo, sociedad de consumo, identidades y activismo


Nota previa personal:

Se agradece encontrar aún trabajos de sociología, o que puedan ser entendidos desde esta disciplina, que valgan la pena.

Uno de los recuerdos que tengo de mi paso por la Complutense es encontrarme la planta baja de la facultad repleta de compresas teñidas de rojo, que colgaban del techo hasta la altura de las cabezas de quienes por allí teníamos que pasar.

Esas creativas u originales iniciativas eran el medio de quienes las promovían para distinguirse de lo que eran y volverse parte de la nueva tribu. Es sólo un ejemplo. Los aparatos ideológicos siempre están detrás de esa intersección de identidades, como lo estarían ya tras la idea de comunidad en la Grecia antigua. Cambia la estructura de clases, cambia la forma de dominación.

En el período que va desde la globalización del capitalismo (años 70) hasta nuestros días, es la flexibilidad un concepto central para entender la desestructuración de la clase trabajadora: se la exprime para extraerle la máxima plusvalía posible y luego se la abandona a su suerte. No se le pueden pedir peras al olmo, es la naturaleza del capitalismo. Explotación y desocupación son las claves para entender lo nuclear del sistema económico.

Lo primero porque el salario cubre o remunera sólo una parte del trabajo, y lo segundo porque tiene que haber un empuje demográfico para tirar hacia el mínimo esa parte remunerada. De eso se trata, y el capital ha de justificarlo a través de sus medios, fundamentalmente sus canales informáticos e internet. 


Por Marat


Uno de los rasgos más destacados de la ya larga fase de globalización neoliberal es, junto con la incorporación masiva de las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y la robotización, la terciarización de la economía en los países centrales del capitalismo, la desregulación de las relaciones laborales y su legislación, la deslocalización de la producción, la externalización de la misma y la producción en series cortas.

Esta última, las series cortas de la producción en cadena, han sido posibles mediante los factores anteriormente señalados como característicos de la etapa de globalización neoliberal del capitalismo pero también de las nuevas formas de gestión y organización del proceso productivo (paso del fordismo a los equipos de trabajo, flexibilización de las tareas y plantillas de trabajadores, polivalencia del equipo, fabricación por lotes...).

En clave de gestión empresarial dichos cambios representan una serie de ventajas cuando el mercado capitalista mundial empezó a acelerar sus períodos de inestabilidad a partir de la crisis del 73 del pasado siglo.

Las series cortas de producción significaron un menor coste en materiales, permitiendo desescalar las inversiones globales en los mismos y aprovechar las fluctuaciones a la baja de las ofertas de proveedores en períodos más cortos.

En términos logísticos favorecieron un ahorro en almacenaje (menor ocupación, ajuste de la capacidad de transporte a la demanda prevista...). Inditex (Zara) es un buen paradigma. Dentro de una referencia concreta el grupo no vuelve a la producción de la misma, si hay alta demanda, hasta que en esta no empiezan a agotarse los productos.

Desde la oferta empresarial, las series cortas de producción han aportado grandes ventajas.

Una de ellas ha sido multiplicar la oferta de un mismo producto, introduciendo pequeñas variaciones estéticas y funcionales, transmitiendo a la demanda una imagen de amplia diversificación, el efecto moda y la idea de innovación tecnológica.

Se trata de generar en grupos concretos de consumidores la identificación con funcionalidades, diseños estéticos y valores imbuidos publicitariamente, dirigidos a determinados grupos de consumidores. Aquí el producto adquiere el valor no tanto de un bien, pensado para satisfacer una necesidad material concreta, sino el de objeto que actúa como signo externo identificador, en muchos casos del status social de sus poseedores.

Cobran gran importancia en la investigación de mercados factores que, tomando como referencia modelos weberianos de clase social, van más allá y se adentran en cuestiones como valores de y en el consumo, estilos de vida, tendencias, factores autorreferenciales del consumidor (¿qué dice de mí este producto?, ¿cómo me siento conmigo al consumirlo/tenerlo?) y variables sociográficas (sexo, edad...).

De este modo, los nichos de mercado son la expresión en el consumo de la producción por lotes.

La segmentación sublima la integración del individuo dentro del sistema económico capitalista, haciéndole sentirse identificado con el propio producto y con el grupo de pertenencia poseedor del mismo, diferente a otros grupos de consumidores, y desdibujando la contradicción esencial entre trabajo y capital dentro de una pseudodemocracia de consumo cada vez más desigualitaria.

El producto define al "homo consumens" (Erich Fromm) a través de la subjetividad de las emociones y el deseo, de la anticipación del goce que implica el momento de la compra y el tiempo de disfrute, cada vez más efímero, por efecto de la publicidad, la obsolescencia programada y la moda (triada externa al comprador, generadora de deseo). El "otro" lacaniano es aquí el objeto de deseo en el producto humanizado, depositario de una afectividad proyectada sobre el mismo.

La forma consumista de vivir se extrapola al conjunto del mundo consumidor.

El individuo se significa a través del producto consumido. Se expresa como status (quienes pueden alcanzar categorías "premium"), se integra en las tendencias del momento (primordialmente los jóvenes), representa un simulacro de socialización con quienes comparten sus experiencias de consumo, demarca una ilusión de diferenciación frente a quienes poseen (son poseídos por) otros productos.

El consumidor se objetiva a sí mismo. Remodela su cuerpo en el gimnasio, en el quirófano del cirujano plástico, en el local del tatuador, en el cambio de su máscara social con maquillaje, vende sus destrezas laborales en la selección de puestos de trabajo y en las webs de empleo de acuerdo a los requerimientos del potencial contratador, se valoriza como mercancía erótica en las páginas de contactos y de búsqueda de parejas, busca un refrendo social de acuerdo a lo que posee, no a su cualidad intrínsecamente humana. Entra en el circuito de la mercancía. Se despoja de su yo más auténtico. 

Establece con los otros seres humanos relaciones pragmáticas, instrumentales, los cosifica. El eros no entraña compromiso sino goce individual del otro sin esfuerzo por conservar el nosotros, es posible tener 400 amigos en facebook, para intentar llenar el vacío existencial, sin los riesgos de aceptar el conocerse en persona, se evalúa la conveniencia de las relaciones sociales en términos de utilidad. Los otros se convierten en un fluir permanente de oportunidades, ventajas e inconvenientes.

"La desvalorización del mundo humano" del que hablaba Marx en la producción de mercancías se ha extrapolado al mundo del consumo en esta etapa neoliberal del capitalismo, representándose ahora como la conversión del individuo en mercancía de consumo y en proceso de atomización social.

A cada forma económica de dominación social le corresponde la ideología dominante que le sirve de justificación.

Hasta el siglo XIX del capitalismo se mantuvo su sustento ideológico sobre los dos pilares que en otras formas económicas de dominación estuvieron vigentes, la religión y la legislación jurídica, las leyes. La clase trabajadora aún era emergente y socialmente minoritaria. No parecían sus primeras organizaciones una amenaza para el capital que los cuerpos policiales no pudieran controlar.

Bien entrado el siglo XIX lo harían la educación universal, los medios de comunicación de la burguesía y la publicidad. Frente a una clase trabajadora organizada que comenzaba a tener proyectos, adoctrinamiento e incremento de la represión policial eran los instrumentos a utilizar.

En el siglo XX entraron en crisis la religión y la educación. La publicidad convencional se hizo dios y habitó entre la clase trabajadora. Cultura de masas y contracultura entraron a saco, la primera como legitimadora, la segunda como supuesta crítica, integrable, en el capitalismo.

En el siglo XXI vivimos la sospecha sobre los viejos aparatos de comunicación (prensa y televisión), mientras emergían los nuevos canales nacidos de Internet, la nueva utopía (distópica hoy) que prometía facilitar una mayor libertad de información y opinión.

Del mismo modo en que religión y leyes sirvieron de mordaza ideológica frente a cualquier atisbo de crítica antes del capitalismo, y educación y medios de comunicación fueron pasando después por la criba del rechazo social, la vieja publicidad se fue renovando y la comunicación disfrazándose de vuelta al origen del periodismo libre y democrático. Nada más lejos de la verdad.

Pero la falacia de una forma de comunicación libre, no jerarquizada, auténtica, participativa y del "periodista ciudadano" es útil y funcional al viejo sistema de dominación y explotación capitalista, del mismo modo que para la crítica al neoliberalismo pero no al capitalismo.

El instrumento del que se sirve esa forma de comunicación es Internet, un espacio de ruido no reflexivo, sino de inmediatez sucesivamente sustitutoria de contenidos que se suceden como un menú de estímulos en el que cada nuevo item impide detenerse en el anterior.

Las redes sociales, principal medio de una supuesta democracia digital, no favorecen el intercambio de ideas sino la cacofonía de opiniones inmediatas, más destinadas al rechazo a lo expresado por el otro, que a la búsqueda de propuestas valiosas.

Son una descarga fácil y cómoda de la crítica política y social, más parecida a la banalidad de los programas televisivos de telerealidad y entretenimiento que a una implicación personal con intención de transformar el mundo.

"Teorizar que internet es una nueva forma y mejorada de la política, que navegar por la red es una nueva y más efectiva forma de compromiso político, y que la vertiginosa velocidad de conexión a Internet significa un avance de la democracia, se parece sospechosamente a una  excusa más de las tantas que esgrimen las clases ilustradas a la hora de justificar sus prácticas de vida, cada vez más despolitizadas, y su aspiración de obtener una baja con honores en la "política de lo real" ". (Bauman, Zygmunt. "Vida de consumo". Fondo de Cultura Económica. 2007)

Bauman cita al periodista y ensayista norteamericano Thomas Frank, autor de la obra "Un mercado bajo Dios: capitalismo salvaje, populismo de mercado y fin de la democracia económica", que desmenuza irreverentemente tanto el espíritu neoliberal de la época de la llamada Nueva Economía, así como el modo en que los "críticos" de la misma, provenientes de las clases medias, jugaban a la política como medio de autopromoción personal. Es el signo del activista.

"Citando a Thomas Frank, para los miembros de las actuales clases ilustradas y los aspirantes a ella, "la política se transforma primordialmente en un ejercicio de la autoterapia individual, un logro personal, y no un esfuerzo tendiente a la construcción de movimiento", un medio para anunciar al mundo sus propias virtudes".

Es difícil hablar de activismo sin hacerlo de las redes sociales y de las plataformas digitales promotoras del activismo. La gran mayoría de los autodenominados activistas y de los ungidos como tales por los medios de comunicación son, ante todo, ciberactivistas. Su presencia en la calle está más bien ligada a la realización de pequeñas "flash-mobs" y "performances" y su forma de actuación hacia las instituciones suele atenerse a lo que se conoce como política de lobbys, algo que muy poco tiene que ver con el nosotros colectivo que construye movimiento amplio.

El activismo tiende a la profesionalización. Muchas grandes ONGs internacionales participan en las Juntas de Accionistas de un sinnúmero de corporaciones multinacionales, en cumplimiento de las políticas de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de las empresas, que dicen practicar una actuación éticamente responsable y medioambientalmente comprometida. La ONG en cuestión pide a los accionistas minoritarios de la compañía que unan sus votos en el Consejo de Administración de la misma y cedan su representación a alguien designado por la ONG. La colaboración llega en ocasiones a la cooptación de cargos de activistas o al disfraz de tales para el desempeño de tareas y responsabilidades de RSC de las empresas.

Lo mismo sucede en la administración pública. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible ha abierto una posibilidad de negocio sideral para un capitalismo con crisis de acumulación desde hace varios decenios, para ONGs reconvertidas en agencias de contratación, para jóvenes ingenuos y no tan ingénuos y para cínicos dispuestos a colocarse cómo, dónde sea y a costa de quien sea, pillando su parte del pastel o sus migajas, dependiendo de sus habilidades y límites, o falta de ellos, morales. De las políticas medioambientales a las educativas, que son las previstas para la reorganización productiva del sistema capitalista o las de igualdad, formas de sustituir las conquistas históricas de la clase trabajadora por medidas asistenciales  por colectivos (políticas de igualdad de género, de sectores con minusvalías, dirigidas hacia inmigrantes, jóvenes...) fragmentando la universalidad del concepto en una "igualdad" por cuotas, y generando un clientelismo, no muy diferente del que practican las derechas, del que los primeros beneficiarios de empleo van a ser los activistas-profesionales de dichas políticas de igualdad, mientras acaba de desaparecer el Estado Social.

Grandes plataformas promotoras del activismo, como change.org tienen como inversores, entre otros varios, a Bill Gates, Richard Branson (Virgin) y, el principal de ellos, Reid Hoffman (fundador de Change y cofundador de Linkedin), dan empleo a un buen puñado de ciberactivistas. Y es que, ya se sabe, para luchar por la libertad, que siempre es de mercado, y el cambio social, para que nada cambie, no hay nada como un buen número de idealistas activistas a sueldo del capital y de sus objetivos de perpetuación de su maquinaria de explotación y dominación.

Hace 10-15 años los estudios de Trabajo Social llenaron de alumnos sus centros. Sería injusto negar mucho del impulso generoso de aquellos jóvenes pero su utopía personal, más activista que militante, no era ajena a las promesas de creciente mercado de trabajo al finalizar sus estudios.

El activismo y los activistas merecen una mayor profundización de la dedicada hasta ahora.

Si algo define a los activistas hoy es la microsegmentación de sus reivindicaciones en un creciente e inmenso archipiélago de identidades.

Junto a dos viejas identidades como la religiosa o nacional (históricamente grandes movilizadoras de violencia y conflictos bélicos), coincida o no con Estados, tenemos otras muchas:

  • La de opción de género (un amplio elenco al que se incorporan cada vez más identidades. El LGTBIQA+ va añadiendo progresivamente más letras del vocabulario. Será por falta de letras en el teclado del móvil...

  • La feminista, que se subdivide en varias corrientes,

    • La ficticia oposición entre el feminismo de clase y el burgués. Ambas marchan del brazo el 8 de Marzo, conmemorando el Día Internacional de la Mujer, no el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que es lo que empezó siendo, y que las supuestas feministas de clase han enfatizado con su llamada "sororidad" con el conjunto de mujeres por encima de su condición estructural de pertenencia a una clase social concreta.

    • La del antagonismo entre lo biológico  (las TERF, entre otras) de ser mujer  y el género como elección (transfeminismo). Es lo que pasa cuando, como Simone de Beauvoir, se tiene un día tonto, y no se corrige más tarde, y se afirma que "no se nace mujer, se llega a serlo". La idea que desarrolla la frase es que el significado de ser mujer ha sido construído desde el hombre a partir de los roles sociales que le ha impuesto y que la tarea de las mujeres es construir su propia identidad. La falacia de esa concepción es que es cierta en su primera parte pero es falsa en la segunda, ya que entreabre la puerta a la subjetividad del género, otra construcción cultural, que posibilita la negación del hecho biológico y, paradójicamente, la elección individual a discreción de lo que se pretende negar: la adscripción a un sexo concreto. Ello no sólo caricaturiza la biología sino que da lugar a una división dentro del feminismo que se irá profundizando con el tiempo, lo debilitará desacreditándolo y abrirá, con el tiempo, nuevas fuentes de división. Qué distinto hubiera sido una perspectiva de lucha por una equidad que no debiera ser meramente igualitaria, dado el punto de partida desigual, en todos los órdenes socio-culturales e ideológicos entre hombres y mujeres, dentro de una lucha común de clase contra clase.


  • La de los animalistas, que ponen al resto de especies animales a la misma altura, cuando no superior, desde una visión sentimentaloide e infantil, potenciada por el mundo Disney, a la humana. Es un hecho aberrante. Toda especie, incluso en lucha entre sus individuos, se esfuerza en primer lugar por sí misma. El maltrato al animal es un comportamiento tan degenerado como el de un activismo que ponga por delante, en hechos y comportamientos, no en palabras, a menudo falaces, el animal sobre el prójimo. El petichismo, esa forma de humanizar a la mascota como a la persona, con frecuencia va unido a la escasa empatía hacia la realidad del mundo humano y a la indiferencia hacia las razones sociales, económicas y políticas de su dolor.

  • La de los veganos, que son la consecuencia depurada del animalismo. Cuando su decisión es individual y libre de presión de comportamiento sectario y no criminaliza a la persona omnívora, su elección es respetable. En los casos crecientes en que deja de serlo (selección de sus relaciones sociales según su alimentación, pintadas y ataques a carnicerías, siendo los principales proveedores de comida vegana multinacionales de la carne...) dejan de serlo y merecen entrar en el dudoso cuadro de honor de los peores animalistas.

  • La de las activistas de la corrección política que acobardan la palabra. Si pudieran harían lo mismo con el pensamiento, al estilo de los acusados como "crimentales" de 1984, sea sobre los hechos de hoy o del pasado, con la literatura, el pensamiento científico, el arte o la indecorosa vida de grandes personajes de la historia. Sospechosamente, respecto al pasado muestran una pasión inquisidora especialmente dedicada hacia personalidades significadas por su ideología progresiva. Y, curiosamente, se da también entre el sector feminista que afirma que "lo personal es político" y que exhibe, incluso institucionalmente, su concepto de lo privado como modelo a seguir, al igual que lo han hecho ultras como Berlusconi o Trump, los programas de telerealidad y las vidas de los famosos. Suelen ser mujeres groseras que intentan convertir sus complejos en éxitos personales y modelos de actuación colectiva.

  • La de los milenaristas del fin del mundo. Conectan muy bien con una infancia y una adolescencia previamente aterrorizada por medios de comunicación y redes sociales, educadores y políticos. Ha de ser duro pensar a tan corta edad que el Planeta se puede ir al carajo en 30-40 años y que puedes ser la última generación viva sobre la tierra, que antes de llegar a viejo conocerás un nivel de destrucción no imaginable. Y, sin creer todo lo que dicen los científicos, lo cierto es que lo que vamos viendo no pinta bien. Pero hay un fatalismo de fondo y una urgencia que oculta que las transformaciones energéticas, de movilidad, productivas, de consumo, de costes y precios los está pagando ya la clase trabajadora, que los va a pagar mucho más hasta su miseria más radical. A estos niños (Greta Thunberg, los de "Extinción Rebelión" que creen coherente con sus denuncias el atacar la belleza del arte), concienciados por el capital de la urgencia de los cambios, alguien debiera poner ante sus ojos la película coreana "Snowpiercer" (Rompenieves). En ella los viajeros de cola de cola de un tren diseñado por un ingeniero, tras la edad de hielo, que ha eliminado la vida sobre la tierra, comen unas barras de gelatina fabricada con restos humanos, facilitada por los ricos de los vagones de cabecera. Los miserables se acaban enfrentando a los que dirigen el tren y, finalmente, a su dueño. Es la historia de la humanidad y de sus formas de dominación: esclavos contra ciudadanos libres, plebeyos contra patricios, siervos contra señores, asalariados contra empresarios, miserables contra ricos... siempre habrá un motivo de rebelión. Los niños de la burguesía a los que sus padres limitan la hora de jugar con la play no son el mejor exponente de una lucha igualitaria por la supervivencia de la especie.

El paso del obrero masa, concentrado en grandes empresas, con identidad de clase, organizado y con cierta conciencia de la misma, al obrero social de Negri, descentralizado, dividido en multicategorías, desidentificado de su conciencia del ser y desorganizado, es correlativo con el tiempo en el que muere la oportunidad de una liberación colectiva, la condición de asalariado que crea riqueza frente a quienes viven de ella y la realidad social, económica y política se fragmenta en un crisol de identidades que , por la propia naturaleza individualista del activista, entrará como alternativa.

Estamos en la fase previa a la microsegmentación de todas las identidades. Frente al capital ya no está el trabajador concienciado y militante que expresa un no, dentro de una conciencia colectiva que le lleva a organizarse en un movimiento de clase mucho más amplio. El de una colectividad que nos resume a casi todos.

Lo que ahora domina en el paisaje es la superestrella mediática. El actuante es el buscavidas en su solitario proyecto del ¿qué hay de lo mío? en una deriva narcisista hacia causas cada vez más minoritarias y particulares.

En algún momento habrá que explicar  de qué modo, no sólo las transformaciones estructurales que han afectado a la clase trabajadora y a su conciencia y formas de organización han favorecido la aparición de los activistas estrellas de la pista.

Convendría también hablar de cómo el burocratismo de las organizaciones de trabajadores impide la iniciativa de ideas y acciones, de la manera en la que las direcciones se blindan frente a la crítica interna, de la forma en que su deriva electoral convierte al militante en afiliado pegacarteles.

domingo, 9 de abril de 2023

Francia: la transición ecológica y la reforma de las pensiones

 

Manifestación del 19 de enero de 2023
Plaza de la República, París.

Por Arash

La protesta de los chalecos amarillos, o gilets jaunes en su lengua original, fue natural de Francia y cobró fuerza a finales de 2018. Dos años después, a medida que la epidemia del coronavirus se convertía en pandemia, fue extinguiéndose y desapareciendo de las calles.

La combinación del "bicho", más bien virus, junto con los efectos de la crisis económica, se extendía ya en 2020 a todo el mundo, obligando a los gobiernos cabales a decretar los primeros confinamientos masivos en un momento en el que todavía no tenían ninguna otra alternativa para frenar la propagación, con independencia de que, aunque fuera de rebote, la infección contagiosa les hubiera sido más o menos oportuna.

Mientras tuvieron lugar tales movilizaciones, algunos elementos ya intentaban confundirlas con las embusteras imitaciones nacionalistas de Cataluña, Bélgica u otras regiones y países de Europa, en donde partidos y asociaciones de dudosa orientación, o abiértamente ultraderechistas y fascistas, intentaron emular las convocatorias.

El movimiento en cuestión fue calumniado de diferentes maneras en todos estos países. Por ejemplo, mientras que algunos medios de comunicación apostaban por dirigir la opinión pública mediante tácticas más convencionales, en otros como La Sexta (de Atresmedia, al igual que Antena 3) trataban de asociarla diréctamente con los objetivos y la corriente del lepenismo.

Así, en uno de los noticiarios emitidos (véase el minuto 1 de este vídeo) en esta cadena se dijo que el 42% de los chalecos amarillos votaba entonces (2018) a Marine Le Pen, citando incluso una encuesta del 8 de diciembre de ese año de la consultora Elabe como fuente. 

Me importa poco si la mentira fue intencionada, o el "desliz inocente" de la empleada que interpretaba o le narraba la noticia a millones de teleespectadores, porque la línea editorial procapitalista y apagafuegos de esta cadena sí que no es un hecho aislado.

Lo que en realidad se desprendía de los datos de Elabe (en esa misma encuesta de 2018) es que, a la vez que transcurría la movilización popular, el 42% de los votantes de Le Pen se veían a sí mismos o se identificaban "como parte activa del movimiento", tal y como se subraya en Electromanía.

Vamos, que la muestra a la que preguntaron los encuestadores no era de chalecos amarillos, y por lo tanto, la pregunta de la encuesta no era sólo la de qué candidato electoral votó para las anteriores presidenciales francesas de 2017 o por cuál tenía simpatía esa muestra, sino también si apoyaba a los chalecos amarillos y si se consideraba (identidad) parte de los mismos, porque así es como se trataba de inferir la medición del "grado de implicación personal". La manipulación de los datos estaba prácticamente hecha en el peor de los sentidos.




Lo que pasa es que, al igual que cualquier empresa, las agencias de noticias como Atresmedia se diversifican lo que pueden en el mercado, lo que implica que les proporcionan a los consumidores las toneladas de mentiras que estos han aceptado que les ofrezcan. Por eso algunas tienen más de un canal de televisión.

Como las audiencias a las que pretenden orientarse en el telediario de La Sexta son las que son -aquellas en las que tuvo efecto la propaganda en favor de una parte de los atrapasueños de la vieja/nueva política hace una década- resulta que el noticiario de este último canal no podía tergiversar la lucha de los chalecos amarillos símplemente insultándoles y acusándoles de "violentos", "antisistema" o "extrema izquierda". Así que los presentaron como fascistas.

La actitud mantenida desde la izquierda hacia los gilets jaunes tampoco fue muy deseable: los afiliados de sus partidos ignoraron su potencial, sin entender que el problema lo tenían sus propias organizaciones. En su día intenté explicar por qué el movimiento de aquellos fue ejemplar. Su foco principal en el rechazo a la ecotasa los alejó inevitablemente de los discursos equidistantes, electoralistas y atrapalotodo.

No era un "movimiento de indignados", pues, como los habidos en las naciones occidentales diez años antes, que es lo que habían intentado los niñatos supermegarrevolucionarios (del teclado y los performances) en la "Nuit Debout", ni tampoco una de esas "revoluciones de colores" como las de los antiguos países socialistas, pese a lo que se llegó a asegurar en la Rossiyskaya Gazeta (Gaceta de Rusia), que es canal oficial del gobierno de este país.

Muy por el contrario, eran precísamente gentes y personalidades muy cercanas en sus ideas a Putin, ese pecholobo anticomunista que algunos imbéciles han convertido en una supuesta referencia del antifascismo, quienes en el país galo trataban de infiltrarse en la movilización de los chalecos amarillos. Me refiero precísamente a los lepenistas y demás porquería por el estilo, que no tuvieron demasiada acogida en aquella. 

A uno de estos tipejos, que también pasó por la formación de Le Pen hasta 2011, otro fascista más llamado Yvan Benedetti, también le habían expulsado a hostias de una manifestación de los chalecos amarillos, tal y como él mismo contaba en su cuenta de Twitter. Es el único trato que cabe con esos malnacidos. A la serpiente no se le discute, sino que se le combate y se la aplasta como sea.


El entonces Frente Nacional, que es el nombre que por aquella fecha tenía el partido de Le Pen, recibió en 2014 un préstamo por valor de 9 millones de euros procedente del First Czech Russian Bank, entidad financiera ligada al gobierno ruso. Según decía ella, los bancos franceses no le prestaban dinero a su partido.

Es ya conocido que el Frente Nacional, renombrado en 2018 como Agrupación Nacional, ha estado persiguiendo durante todo este tiempo su homologación ante los poderes capitalistas, las clases dirigentes y los medios de comunicación del país, o como mínimo están intentando "moderar" su imagen.

El objetivo no sería otro que el de tratar de obtener un favor más significativo de dichos medios de comunicación, para que estos formasen a las masas en una opinión más indiferente o incluso amistosa hacia su programa, de manera similar a como hicieron una parte de los fascistas italianos en los años noventa, que acabaron en coalición con el putero Silvio Berlusconi, dueño de ese medio asustaviejas de casquería política y sexual que es Telecinco. A lo mejor así conseguirían aumentar su apoyo financiero también en Francia.

A pesar del intento de sabotaje y de todas las difamaciones vertidas por unos, y la lejanía inaceptable de otros, en el movimiento de los chalecos amarillos sí que participaron activamente, sin embargo, algunos grupos comunistas de solidaridad. Eran maoístas que habían comprendido la conveniencia de secundarlo, con el fin de ampliar y profundizar sus contenidos.




Por su parte, desde el sindicalismo predominó en un primer momento el escepticismo, para dejar paso después a un cierto acercamiento. Fue muy interesante que se abriera a una iniciativa de trabajadores que había transcurrido al margen de las viejas organizaciones, procedentes del pasado ciclo histórico de luchas.

Afortunadamente, la CGT en particular pareció sensibilizarse y entender con el paso de los meses los motivos y objetivos de aquella protesta, hasta que más sindicatos de esta central confraternizaron con los grupos de gilets jaunes en manifestaciones, cortes de carreteras o bloqueos de instalaciones productivas.





Como ya dije al principio, el movimiento de los chalecos amarillos tuvo su apogeo en 2018, y ya había decaído para el año 2020. No sería de extrañar que si algo que pretendiera asumir la continuidad, o autopresentarse como su "heredero" volviese a irrumpir en escena, unos "nuevos chalecos amarillos" por así decirlo, llevasen o no el chaleco amarillo puesto, estos podrían ser ya fascistas, a diferencia de los originales. 

No debería extrañar que ciertas clases populares se deshagan hasta caer bajo la órbita de los sectores ideológicos más xenófobos, autoritarios, y liberticidas. El gobierno sacó las fuerzas de policía para sofocar y disolver sus manifestaciones, los medios de comunicación marcaron la agenda como siempre y difamaron y difundieron bulos contra ellos, y en medio de todo eso, la izquierda los miró desde el recelo. Otros han hablado mucho mejor que yo sobre la parte de la responsabilidad de la izquierda y ciertos movimiemtos, por haber fingido combatir eso mismo cuyo camino han estado acondicionando con sus vergüenzas.

Ahora, quienes cogen el testigo de aquellos trabajadores del campo y de la periferia de las ciudades que cortaban el tráfico y paraban el transporte, son los de las energéticas y las refinerías, los ferroviarios de las estaciones y los profesores de escuelas e institutos, entre otros muchos, que han secundado las varias huelgas que se suceden en diversos sectores y administraciones.

Junto con ellos los jubilados y pensionistas, los que más han vivido y que por eso más experiencia llevan a sus espaldas, que llevan años manifestándose contra el alargamiento de las bases reguladoras, contra el retraso en la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, contra la reforma de las pensiones del gobierno. 

Lo que hizo tan valiosa la iniciativa de los gilets jaunes nada tenía que ver tampoco con practicar la búsqueda premeditada del combate urbano o la "guerrilla" callejera, que tantas veces ha sido el actuar de organizaciones con fines saboteadores de luchas justas, organizaciones incluso penetradas por los cuerpos policiales de los propios estados que a menudo se dicen "enfrentar".

Cuando se lucha por el pan y no por "ideales", uno ya se va a encontrar con toda probabilidad, antes o después, con los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, que es la organización suprema del poder político de la clase propietaria y dirigente, o si prefieren la versión liberal-weberiana, la organización que monopoliza el ejercicio de la violencia legítima. La clase trabajadora no necesita más provocadores de la policía ni insurreccionalistas a sueldo del capital.

Alrededor de la oposición al gravamen sobre los carburantes, también habían sido desplegadas años antes otras exigencias por los chalecos amarillos encaminadas hacia la unidad de clase, como el incremento del salario mínimo o el aumento de la cuantía de las pensiones. Y es que los ataques contra el sistema público de pensiones se han estado justificado tambien en la ecología, que no le tiene tanto que envidiar a la tecnocracia. 

Al sostenerse que la parálisis en la evolución de las tasas del PIB (productividad) a nivel mundial es la consecuencia de haber alcanzado un supuesto límite de la naturaleza, se argumenta que ya sólo cabe el decrecimiento, y se ponen en el punto de mira las cotizaciones sociales, que constituyen la base del sistema no sólo de pensiones, sino de la seguridad social en su conjunto. Eso que reivindican quienes se adhieren a semejante planteamiento ya lleva sucediendo en realidad desde 1973, cuando comenzó la crisis capitalista de superproducción de mercancías.

Por eso se tiende a deslaboralizar los derechos que regulan las pensiones de jubilación, las prestaciones para cuando está en el paro, u otras tantas formas de protección estatal, mientras a muchos les "indigna" que haya que cotizar a la seguridad social para tener una cobertura: se ataca así el eje mismo de todo lo público, y se justifica en virtud de un asistencialismo presentado como estúpida utopía de derechos innatos. 

Lo vimos con la Renta Básica Universal, cuyos experimentos conocidos ya desinflaron y fragmentaron la idea en muchas más versiones de las que había en un principio, desde las que se ha tratado de maquillar (como por ejemplo en Público o en Ctxt) el estrepitoso fracaso de aquellos de la manera más ridícula. A diferencia de la brunete mediática progre, los medios más abiertamente conservadores están más envalentonados, como no, en reconocerlo con claridad. 

El ecologismo es como mínimo curioso y merecería un estudio. Se cae en reificaciones y se le confiere (fetichismo) la cualidad de tener vida e incluso conciencia propia a lo que no lo tiene (Gaia: la personificación del medio ambiente), lo que equivale a la deshumanización del mundo porque es precísamente en nuestra especie que cabe hablar de conciencia, y entonces esa diferencia queda difuminada. 

Es decir, la transición hacia el nuevo modelo productivo, energético y del transporte por el que se está reemplazando el modelo carbónico, va convirtiendo a la clase trabajadora en la "parte olvidada" de todo lo que nos rodea. Resulta obvio que los combustibles fósiles no tienen demasiado futuro porque no es favorable para la vida en la tierra la continuación del deterioro de la naturaleza, pero a la vez se ignora el "aspecto humano" de esta, la naturaleza humana, porque para vivir hay que buscar trabajo, y en el capitalismo eso significa que muchos dependemos de un salario.

Así que se cierran minas y fábricas, se destruyen cientos de miles de empleos en todos los países y sectores, y se deja a todas esas personas, que tienen hipotecas que pagar, críos a los que costear sus estudios, familias que mantener, en la puñetera calle, con una mano delante y otra detrás.

La chaladura de algunos hasta alcanza a defender la idea de que las pensiones públicas no son sostenibles porque ya hay demasiados viejos. Se ve que los aparatos ideológicos del poder lo han estado haciendo bien. Esto se lo he oído no sólo a gentes de derechas, ni muchísimo menos, aunque alguno no se acordará de haberlo dicho: sostienen su falacia en que por causa natural terminamos muriendo todos, y como las poblaciones están más envejecidas que antes, por eso el sistema no es sostenible. Poco tiene que ver eso con la causa real.

El objetivo de las reformas de pensiones que se están llevando a cabo, tanto en Francia como en España y en cualquier país, es privatizar las pensiones públicas, porque las pensiones de la seguridad social no le generan beneficios al capital pero las de los planes privados, que a diferencia de las otras están basadas en comisiones (no se recibe, en el momento del rescate, todo lo que se aporto al fondo) sí que se los generan. 

Esa es la finalidad de las citadas reformas. Como la mayoría de los trabajadores no pueden permitirse costear pensiones privadas porque han de pagar las respectivas comisiones (como los intereses en los préstamos, pero aplicado a una circulación monetaria inversa), eliminando las pensiones públicas se consigue que los trabajadores aumenten el margen de plusvalía producida para los explotadores. 

Aunque para legitimarlas se aluda a la defensa del medio natural o un balance entre ingresos (cotizantes) y gastos (trabajadores jubilados y otros pensionistas), tanto la transición ecológica como la reforma de las pensiones persiguen lo mismo: favorecer la millonarias y multimillonarias inversiones capitalistas, tanto en el sector energético y del transporte, como en el financiero y de los seguros.

No estoy hablando ni de la transición que me gustaría, ni de una reforma que nos pudiera ser más favorable, sino de lo que hay en el capitalismo, y sin pretensión alguna de ignorar los matices dentro de ese sistema económico de explotación y dominación. Pero son ustedes muy libres si quieren deleitarse o incluso masturbar su imaginación con cualquiera que sea su fantástico ideal. 

Luego cuando se vuelvan a dar de bruces con la realidad de este sistema económico y social basado en la explotación no se pongan a atropellar políticos con el coche, como varios que ahora son de Vox y que hace diez años estaban megáfono en mano en alguna plaza española, aplaudidos por decenas de agitamanitas inclusivos y cortejados por cientos de indignados tolerantes, supervisibilizados desde el poder mediático y corporativo. Los políticos sólo son sus gestores, por si no quedó lo suficientemente claro. 

Ya veremos si la historia se repite.