- La de opción de género (un amplio elenco al que se incorporan cada vez más identidades. El LGTBIQA+ va añadiendo progresivamente más letras del vocabulario. Será por falta de letras en el teclado del móvil...
- La feminista, que se subdivide en varias corrientes,
- La ficticia oposición entre el feminismo de clase y el burgués. Ambas marchan del brazo el 8 de Marzo, conmemorando el Día Internacional de la Mujer, no el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que es lo que empezó siendo, y que las supuestas feministas de clase han enfatizado con su llamada "sororidad" con el conjunto de mujeres por encima de su condición estructural de pertenencia a una clase social concreta.
- La del antagonismo entre lo biológico (las TERF, entre otras) de ser mujer y el género como elección (transfeminismo). Es lo que pasa cuando, como Simone de Beauvoir, se tiene un día tonto, y no se corrige más tarde, y se afirma que "no se nace mujer, se llega a serlo". La idea que desarrolla la frase es que el significado de ser mujer ha sido construído desde el hombre a partir de los roles sociales que le ha impuesto y que la tarea de las mujeres es construir su propia identidad. La falacia de esa concepción es que es cierta en su primera parte pero es falsa en la segunda, ya que entreabre la puerta a la subjetividad del género, otra construcción cultural, que posibilita la negación del hecho biológico y, paradójicamente, la elección individual a discreción de lo que se pretende negar: la adscripción a un sexo concreto. Ello no sólo caricaturiza la biología sino que da lugar a una división dentro del feminismo que se irá profundizando con el tiempo, lo debilitará desacreditándolo y abrirá, con el tiempo, nuevas fuentes de división. Qué distinto hubiera sido una perspectiva de lucha por una equidad que no debiera ser meramente igualitaria, dado el punto de partida desigual, en todos los órdenes socio-culturales e ideológicos entre hombres y mujeres, dentro de una lucha común de clase contra clase.
- La de los animalistas, que ponen al resto de especies animales a la misma altura, cuando no superior, desde una visión sentimentaloide e infantil, potenciada por el mundo Disney, a la humana. Es un hecho aberrante. Toda especie, incluso en lucha entre sus individuos, se esfuerza en primer lugar por sí misma. El maltrato al animal es un comportamiento tan degenerado como el de un activismo que ponga por delante, en hechos y comportamientos, no en palabras, a menudo falaces, el animal sobre el prójimo. El petichismo, esa forma de humanizar a la mascota como a la persona, con frecuencia va unido a la escasa empatía hacia la realidad del mundo humano y a la indiferencia hacia las razones sociales, económicas y políticas de su dolor.
- La de los veganos, que son la consecuencia depurada del animalismo. Cuando su decisión es individual y libre de presión de comportamiento sectario y no criminaliza a la persona omnívora, su elección es respetable. En los casos crecientes en que deja de serlo (selección de sus relaciones sociales según su alimentación, pintadas y ataques a carnicerías, siendo los principales proveedores de comida vegana multinacionales de la carne...) dejan de serlo y merecen entrar en el dudoso cuadro de honor de los peores animalistas.
- La de las activistas de la corrección política que acobardan la palabra. Si pudieran harían lo mismo con el pensamiento, al estilo de los acusados como "crimentales" de 1984, sea sobre los hechos de hoy o del pasado, con la literatura, el pensamiento científico, el arte o la indecorosa vida de grandes personajes de la historia. Sospechosamente, respecto al pasado muestran una pasión inquisidora especialmente dedicada hacia personalidades significadas por su ideología progresiva. Y, curiosamente, se da también entre el sector feminista que afirma que "lo personal es político" y que exhibe, incluso institucionalmente, su concepto de lo privado como modelo a seguir, al igual que lo han hecho ultras como Berlusconi o Trump, los programas de telerealidad y las vidas de los famosos. Suelen ser mujeres groseras que intentan convertir sus complejos en éxitos personales y modelos de actuación colectiva.
- La de los milenaristas del fin del mundo. Conectan muy bien con una infancia y una adolescencia previamente aterrorizada por medios de comunicación y redes sociales, educadores y políticos. Ha de ser duro pensar a tan corta edad que el Planeta se puede ir al carajo en 30-40 años y que puedes ser la última generación viva sobre la tierra, que antes de llegar a viejo conocerás un nivel de destrucción no imaginable. Y, sin creer todo lo que dicen los científicos, lo cierto es que lo que vamos viendo no pinta bien. Pero hay un fatalismo de fondo y una urgencia que oculta que las transformaciones energéticas, de movilidad, productivas, de consumo, de costes y precios los está pagando ya la clase trabajadora, que los va a pagar mucho más hasta su miseria más radical. A estos niños (Greta Thunberg, los de "Extinción Rebelión" que creen coherente con sus denuncias el atacar la belleza del arte), concienciados por el capital de la urgencia de los cambios, alguien debiera poner ante sus ojos la película coreana "Snowpiercer" (Rompenieves). En ella los viajeros de cola de cola de un tren diseñado por un ingeniero, tras la edad de hielo, que ha eliminado la vida sobre la tierra, comen unas barras de gelatina fabricada con restos humanos, facilitada por los ricos de los vagones de cabecera. Los miserables se acaban enfrentando a los que dirigen el tren y, finalmente, a su dueño. Es la historia de la humanidad y de sus formas de dominación: esclavos contra ciudadanos libres, plebeyos contra patricios, siervos contra señores, asalariados contra empresarios, miserables contra ricos... siempre habrá un motivo de rebelión. Los niños de la burguesía a los que sus padres limitan la hora de jugar con la play no son el mejor exponente de una lucha igualitaria por la supervivencia de la especie.
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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.
martes, 11 de abril de 2023
Neoliberalismo, sociedad de consumo, identidades y activismo
domingo, 9 de abril de 2023
Francia: la transición ecológica y la reforma de las pensiones
Manifestación del 19 de enero de 2023 Plaza de la República, París. |
La protesta de los chalecos amarillos, o gilets jaunes en su lengua original, fue natural de Francia y cobró fuerza a finales de 2018. Dos años después, a medida que la epidemia del coronavirus se convertía en pandemia, fue extinguiéndose y desapareciendo de las calles.
La combinación del "bicho", más bien virus, junto con los efectos de la crisis económica, se extendía ya en 2020 a todo el mundo, obligando a los gobiernos cabales a decretar los primeros confinamientos masivos en un momento en el que todavía no tenían ninguna otra alternativa para frenar la propagación, con independencia de que, aunque fuera de rebote, la infección contagiosa les hubiera sido más o menos oportuna.
Mientras tuvieron lugar tales movilizaciones, algunos elementos ya intentaban confundirlas con las embusteras imitaciones nacionalistas de Cataluña, Bélgica u otras regiones y países de Europa, en donde partidos y asociaciones de dudosa orientación, o abiértamente ultraderechistas y fascistas, intentaron emular las convocatorias.
El movimiento en cuestión fue calumniado de diferentes maneras en todos estos países. Por ejemplo, mientras que algunos medios de comunicación apostaban por dirigir la opinión pública mediante tácticas más convencionales, en otros como La Sexta (de Atresmedia, al igual que Antena 3) trataban de asociarla diréctamente con los objetivos y la corriente del lepenismo.
Así, en uno de los noticiarios emitidos (véase el minuto 1 de este vídeo) en esta cadena se dijo que el 42% de los chalecos amarillos votaba entonces (2018) a Marine Le Pen, citando incluso una encuesta del 8 de diciembre de ese año de la consultora Elabe como fuente.
Me importa poco si la mentira fue intencionada, o el "desliz inocente" de la empleada que interpretaba o le narraba la noticia a millones de teleespectadores, porque la línea editorial procapitalista y apagafuegos de esta cadena sí que no es un hecho aislado.
Lo que en realidad se desprendía de los datos de Elabe (en esa misma encuesta de 2018) es que, a la vez que transcurría la movilización popular, el 42% de los votantes de Le Pen se veían a sí mismos o se identificaban "como parte activa del movimiento", tal y como se subraya en Electromanía.
Vamos, que la muestra a la que preguntaron los encuestadores no era de chalecos amarillos, y por lo tanto, la pregunta de la encuesta no era sólo la de qué candidato electoral votó para las anteriores presidenciales francesas de 2017 o por cuál tenía simpatía esa muestra, sino también si apoyaba a los chalecos amarillos y si se consideraba (identidad) parte de los mismos, porque así es como se trataba de inferir la medición del "grado de implicación personal". La manipulación de los datos estaba prácticamente hecha en el peor de los sentidos.
Lo que pasa es que, al igual que cualquier empresa, las agencias de noticias como Atresmedia se diversifican lo que pueden en el mercado, lo que implica que les proporcionan a los consumidores las toneladas de mentiras que estos han aceptado que les ofrezcan. Por eso algunas tienen más de un canal de televisión.
Como las audiencias a las que pretenden orientarse en el telediario de La Sexta son las que son -aquellas en las que tuvo efecto la propaganda en favor de una parte de los atrapasueños de la vieja/nueva política hace una década- resulta que el noticiario de este último canal no podía tergiversar la lucha de los chalecos amarillos símplemente insultándoles y acusándoles de "violentos", "antisistema" o "extrema izquierda". Así que los presentaron como fascistas.
La actitud mantenida desde la izquierda hacia los gilets jaunes tampoco fue muy deseable: los afiliados de sus partidos ignoraron su potencial, sin entender que el problema lo tenían sus propias organizaciones. En su día intenté explicar por qué el movimiento de aquellos fue ejemplar. Su foco principal en el rechazo a la ecotasa los alejó inevitablemente de los discursos equidistantes, electoralistas y atrapalotodo.
No era un "movimiento de indignados", pues, como los habidos en las naciones occidentales diez años antes, que es lo que habían intentado los niñatos supermegarrevolucionarios (del teclado y los performances) en la "Nuit Debout", ni tampoco una de esas "revoluciones de colores" como las de los antiguos países socialistas, pese a lo que se llegó a asegurar en la Rossiyskaya Gazeta (Gaceta de Rusia), que es canal oficial del gobierno de este país.
Muy por el contrario, eran precísamente gentes y personalidades muy cercanas en sus ideas a Putin, ese pecholobo anticomunista que algunos imbéciles han convertido en una supuesta referencia del antifascismo, quienes en el país galo trataban de infiltrarse en la movilización de los chalecos amarillos. Me refiero precísamente a los lepenistas y demás porquería por el estilo, que no tuvieron demasiada acogida en aquella.
A uno de estos tipejos, que también pasó por la formación de Le Pen hasta 2011, otro fascista más llamado Yvan Benedetti, también le habían expulsado a hostias de una manifestación de los chalecos amarillos, tal y como él mismo contaba en su cuenta de Twitter. Es el único trato que cabe con esos malnacidos. A la serpiente no se le discute, sino que se le combate y se la aplasta como sea.
El entonces Frente Nacional, que es el nombre que por aquella fecha tenía el partido de Le Pen, recibió en 2014 un préstamo por valor de 9 millones de euros procedente del First Czech Russian Bank, entidad financiera ligada al gobierno ruso. Según decía ella, los bancos franceses no le prestaban dinero a su partido.
Es ya conocido que el Frente Nacional, renombrado en 2018 como Agrupación Nacional, ha estado persiguiendo durante todo este tiempo su homologación ante los poderes capitalistas, las clases dirigentes y los medios de comunicación del país, o como mínimo están intentando "moderar" su imagen.
El objetivo no sería otro que el de tratar de obtener un favor más significativo de dichos medios de comunicación, para que estos formasen a las masas en una opinión más indiferente o incluso amistosa hacia su programa, de manera similar a como hicieron una parte de los fascistas italianos en los años noventa, que acabaron en coalición con el putero Silvio Berlusconi, dueño de ese medio asustaviejas de casquería política y sexual que es Telecinco. A lo mejor así conseguirían aumentar su apoyo financiero también en Francia.
A pesar del intento de sabotaje y de todas las difamaciones vertidas por unos, y la lejanía inaceptable de otros, en el movimiento de los chalecos amarillos sí que participaron activamente, sin embargo, algunos grupos comunistas de solidaridad. Eran maoístas que habían comprendido la conveniencia de secundarlo, con el fin de ampliar y profundizar sus contenidos.
Por su parte, desde el sindicalismo predominó en un primer momento el escepticismo, para dejar paso después a un cierto acercamiento. Fue muy interesante que se abriera a una iniciativa de trabajadores que había transcurrido al margen de las viejas organizaciones, procedentes del pasado ciclo histórico de luchas.
Afortunadamente, la CGT en particular pareció sensibilizarse y entender con el paso de los meses los motivos y objetivos de aquella protesta, hasta que más sindicatos de esta central confraternizaron con los grupos de gilets jaunes en manifestaciones, cortes de carreteras o bloqueos de instalaciones productivas.