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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

lunes, 8 de abril de 2024

Rebaños y lapidaciones: las respuestas contestatarias a la posmodernidad


 Por Arash

En encuentros físicos y virtuales cada vez resulta más frecuente escuchar o leer referencias despectivas a la posmodernidad, o bien aquello que tuviera o se imaginase que tuviera que ver con ella. Por lo general no estamos ante ninguna toma de conciencia en relación con la crítica que se había vuelto pertinente, allá por los pasados años sesenta.

En el peor de los casos, cuando nos encontramos ante quienes formulan tales comentarios y declaraciones, estamos frente a sujetos y declaraciones de orientación nacionalista, racista, y en general xenófoba hacia alguno de los distintos colectivos.

A modo de introducción del problema, se podían leer hace unos años publicaciones en redes sociales de algunos de los actuales exponentes o referentes más avanzados -no los únicos- del rojipardismo en nuestro país, en las que estos aseguraban estar organizando trabajadores donde estaban organizando portaestandartes, como si no hubiera una distancia sideral entre ambos conceptos de organización.

El dictador italiano Benito Mussolini también trató de organizar a los trabajadores, pero en sindicatos integrados junto con las patronales bajo el padrinazgo del estado capitalista, en el marco del sistema corporativo propio del fascismo. Es importante sacarlo a colación ahora que hay tanta tendencia a embaucarse con la posible "hazaña nacional" de cualquier adalid de sí mismo, como la Marcha sobre Roma aquella del "duce", y a creerla un hecho revolucionario.

Organización, trabajadores, portaestandartes, egos y baños de masas, fulminación de disidentes... son algunas ideas clave que hay que retener. La cuestión introductoria es: ¿por qué, para qué, o con respecto a qué se podría estar teorizando la organización o el encuadramiento en estos casos, si no es para hacer ninguna revolución y acabar con el capitalismo?


El acto simbólico y la comunidad imaginada (ejemplo con las izquierdas)

Hay un esencialismo de fondo que explica lo de apelotonarse de manera estúpida y sectaria, y más allá de las apariencias llueve sobre encharcado.

Las procesiones, significativamente y como bien sabrán algunos historiadores, tienen mucho que ver con los orígenes de las manifestaciones modernas: protestas de influencia católica que surgieron espontáneamente contra la construcción de los primeros cementarios civiles ya desde antes del surgimiento del movimiento obrero, desde finales del siglo XVIII, y que se emplazaban a propósito lejos de las iglesias y poblaciones por motivos de salud pública.

Pero las excusas para congregarse en algún rebaño y sentirse parte de algo superior van mucho más allá de comerse la hostia de pan en una comunión de tipo cristiana, o estar dispuesto a morir de la propagación evitable de enfermedades e infecciones en la alta edad media. A las procesiones de este milenio tampoco les era del todo ajeno el mundo del reformismo, y algunas de las convocatorias del PCE-IU durante la década anterior ya se notaban "muertas", tanto en número de asistentes como en su espíritu.

A dicha situación se llegó, entre otras razones, tras la salida o expulsión sucia de los últimos militantes, que se oponían a una confluencia electoral que tuvo lugar a sus espaldas, sin la aprobación de las bases, y que había causado una confusión que ya no se podía deshacer simplemente volviendo a lanzar una candidatura por separado, después de todo el trauma, como si nunca hubiera sucedido. 

Todo ello es parte de la explicación de que, a no tardar demasiado, se desarrollasen tendencias y derivas como lo fue en 2018 la Agrupación por la Tercera República impulsada por Héctor Illueca, Manuel Monereo, y el difunto Julio Anguita.

De Julio Anguita había quienes decían que era algo así como un aclamado maestro Ciruela, que no tenía ni palojera idea (de marxismo) pero que hizo escuela. Y es que esa iniciativa recién mencionada, suya y de aquellos otros dos náufragos que le acompañaron en su viaje, ya era abiertamente contraria a la inmigración, como no por el conocido pretexto del supuesto límite en la capacidad de integración económica de los países receptores de la misma.

Resulta difícil explicarles a los iluminados por el aura de quien fue aquel "maestro" que el volumen y la calidad del empleo es algo sujeto siempre a una correlación de fuerzas y que si en sus partidos, en los que ya se había involucionado en aquellas fechas desde el reformismo hacia el progresismo, ahora se empieza a atisbar la posibilidad de que lo hagan aún más ya hacia el racismo, ello no es síntoma de otra cosa que de su propio fracaso como referentes de las luchas obreras y de clase.

Debe agregarse también que esos tiempos de coqueteos a medida que iba culminando el ciclo de los "indignados", preludios del momento presente, no eran tan lejanos a los de la convergencia con Podemos de una organización que heredó hasta su final los patéticos cultos a la personalidad prácticamente desde su fundación. Este era un motivo más por el cual tenía algo en lo que competir con aquella formación para las campañas electorales y mediáticas del período.

Según el revolucionario y marxista italiano Antonio Gramsci, al que aquella oleada de políticos profesionales convirtió en otra especie de víctima póstuma de sus entonces descarados objetivos de convertirse ellos mismos en los gestores del capitalismo, haber heredado una cultura combativa habría exigido un respeto a las generaciones anteriores que habían tenido el testigo de los enfrentamientos del siglo veinte, en los que se consiguió todo aquello que ahora estamos viendo desaparecer. Creo que ninguno de los destinatarios de esta publicación negará el estado de impotencia generalizado, sin que ello quiera decir por supuesto que deba de caerse en el derrotismo. 

Pero sí que está claro entonces que con aquella "generación más preparada de la historia" era lógico, pues, que el salario indirecto y diferido se fuera reconvirtiendo en plusvalía o nuevas fuentes de acrecentamiento de la misma: privatización de las pensiones, recortes en la sanidad, imposibilidad de acceso a la vivienda, cortes de luz y desahucios, cada vez más precariedad laboral y de vida, y finalmente la pobreza severa y extrema y la consiguiente exclusión social, que se han incrementado como nunca en las últimas décadas.

Del tufillo y la falsa horizontalidad de las plazas durante aquel simulacro democrático, desde las que a no tardar demasiado se habría de dar lugar al personalismo bonapartista y al populismo también en las izquierdas, habían avisado algunos veteranos obreros de las luchas clandestina y del tardofranquismo, a los que algunos escuchábamos con respeto y mucha atención en 2011, en lugar de insultarles pretendiendo confundírselos a alguien con los fachas. Por eso tampoco me resulta extraño que en la página web del círculo de Podemos en Getafe se hable de las demandas de una organización rojiparda como "Propuestas sólidas para la clase obrera".

Volviendo a la citada Agrupación por la Tercera República de Julio Anguita, Héctor Illueca y Manuel Monereo, esta tenía por objetivo actuar como corriente interna tanto en IU como en Podemos, y estaba inspirada en otro experimento ideológico análogo de Alemania, también originario del año 2018: un movimiento liderado por Sahra Wagenknecht, que entonces iniciaba su andadura, y que tenía características e inclinaciones similares a la recién mencionada iniciativa española.

La Izquierda alemana contemporánea, o Die Linke en el idioma de su país de actividad, puede tener otros aspectos cuestionables que ahora no serán tratados. Puede que no toda la explicación de estos aspectos sea absolutamente por la lengua, el idioma, o el tan mencionado complejo de culpa. A lo mejor queda, también, algún rastro de memoria sobre el horror de esa adaptación local que fue el nacional-socialismo, originario de la Alemania del período de entreguerras, y con antecedentes aún más remotos en la tradición de ese y otros países europeos.

Conduce a pensar lo anterior el que Die Linke quedara alejada en sus planteamientos del movimiento rojipardo de Sahra Wagenknecht, lo cual no es un detalle de importancia menor cuando las posiciones xenófobas se van extendiendo junto a la popularidad de sus defensores como una gran enfermedad por el continente. Y porque las conversiones de aspecto tímido que se justifican como vía para evitarse a sí mismas son una falacia porque śolo pueden acabar, antes o después, con el protagonismo del ultraderechismo, de la tercera posición, o de los discípulos de Erza Pound y Alexander Duguin, con cuyas ideas al comienzo sólo se flirteaba.

Sería inconsciente tratar de anular los pros con los contras especialmente cuando en otros lugares, incluido España, no han habido recientemente llamamientos como los que desembocaron en las multitudinarias manifestaciones antifascistas en las principales localidades alemanas, en las que se llegó a exigir la ilegalización de los partidos diréctamente vinculados con el neonazismo. Este último, hiperinfiltrado en fuerzas y cuerpos de seguridad de estados miembros de la UE, estuvo implicado en el intento de golpe de estado de diciembre de 2022 en Alemania, pero la indecente prensa española trató de oscurecer esa exigencia consciente de los manifestantes alemanes.

Se publicó recientemente un interesante y elaborado trabajo, el primero de una saga que quizás tenga más de dos entregas, sobre la orientación de esta última versión ideológica germana en materia económica, de política migratoria, y de actitud o posición respecto a la diversidad cultural. Creo muy recomendable su lectura porque en él se incide en las diversas facetas del fenómeno rossobrune actual, incluida la relativa a la creación de un sentimiento de comunidad.

En relación al modo en que ha cambiado la creación del sentimiento de comunidad, caben hacer algunas apreciaciones.

La tipología del período anterior era más dada a generarse a través de acciones como hacerse fotografiar orinándose en mitad de la Gran Vía de Murcia, al "estilo" de la exdirectora de comunicación de Ada Colau para el Ayuntamiento de Barcelona, Águeda Bañón, o irrumpir en un centro de culto religioso con los pechos al aire, como unas alumnas de 2011 en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, algo que también haría Rita Maestre con posterioridad.

Sin embargo, nótese que las referencias que, desde medios de derechas, se hacían respectivamente hacia tales modalidades del activismo, como en el caso de Libertad Digital o el de La Razón, estaban en las antípodas de ser algún tipo de objeción constructiva sobre su nula efectividad en cuanto a su impacto sobre la base material del poder capitalista, si es que no se trataban de alusiones meramente descalificativas.

No recuerdo ahora si andaba por allí en aquellas fechas, o yo sólo estuve cuando teníamos que andar esquivando con nuestras cocorotas unas decenas de compresas teñidas de rojo (serían de la comprometida marca de Evax, tan inclinada hacia la inclusividad en su publicidad comercial) que colgaban por el hueco de las escaleras de la facultad. También puedo atestiguar el ambiente enormemente sectario de las asociaciones universitarias, todas sin excepción, que existían por aquel entonces en ese espacio tan ajeno a las ideas comunistas, y en el que hasta ya se atreven a repartir panfletos de su propia mano los alevines de alguna asociación universitaria afín al chiringuito de los energúmenos fascistas de Vox.

De cualquier manera, el caso es que aunque no se corresponde con la tipología posmoderna recién señalada, aquellos desfiles y procesiones de banderas y portaretratos humanos que mencionábamos al comienzo tampoco dejan de ser un performance, como el 15-M, o como lo fue también el descuelgue de un cartel desde una fachada que ilustraba la imagen de un beso en el que parecían fundirse Pedro Sánchez y Mohamed VI.

Sería un error confundir la estética y el discurso con la ideología: no sólo era propaganda electoral, sino que la forma era el contenido. Es evidente que uno de los principales vectores es el del desprecio en lo personal, al que se pasó, recordemos, desde una presentación de los rostros y las figuras de los candidatos que habían sido seleccionados -por el poder mediático y corporativo capitalista- para despertar la ilusión como si fuera la pasarela de un desfile de moda. Pero de todas maneras era personalismo, y a la posterior satanización de esos rostros se le suman ahora las propuestas clásicas de la ultraderecha: el cierre de fronteras y la estigmatización social en general.

Son este tipo de actos, pues, los que crean sentimiento de pertenencia al grupo. Lo que tienen los actos simbólicos es que pueden intercambiarse los unos por otros, así como lo que se presenta como la supuesta finalidad de los mismos. Todo depende del discurso que se sostenga, de cuál sea la audiencia destinataria. Diferentes causas, incluso si fueran nobles en sus medios o en sus objetivos, puede volverse objeto de instrumentalización, manipulación y demagogia.

Entonces, para tratarse con los portaestandartes de una respuesta a la posmodernidad, su iconografía y simbolismo parecen bastante exacerbados como para pensar que lo suyo no tiene nada que ver con lo anterior. El mesías de los mayores -que no únicos- rojipardos en nuestro país había sido en Somosaguas alumno despechado de su maestro, que a su vez había sido, antes de su "asalto a los cielos" parlamentarios, un producto de sus ancestros de referencia, rebobinando así en la peor tradición que va haciendo desfilar, uno tras otro, a un nuevo padre de la patria, como burlonamente les llamaba Karl Marx a todos estos prometeos.

He aquí otra de las claves para entender la falacia de la que estamos hablando, y esto es además válido para otras respuestas contestatarias.

Se trata del rechazo a los tropecientos "interseccionalismos" y todas las ciento y pico identidades de la diversidad con las que el capital había logrado dividir al sujeto político, excepto aquella por la que hayan quedado profúndamente cautivados y extasiados, claro está, que en el caso de los rojipardos y de otros que apuntan maneras en distintos puntos del espectro, es el detestable patriotismo.

Entre otras de sus implicaciones, es desde ahí que algunos tienden a adoptar las posiciones defensistas de otras superpotencias socias con las que han incrementado su rivalidad las oligarquías del capitalismo occidental, o como mínimo se cae en la inaceptable y bochornosa ambigüedad hacia sus agresiones económicas o militares, intuyo que por los desfiles de la antigua RDA o la extinta URSS, porque organizaciones revolucionarias no es que se vean muchas por ahí.

La identidad nacional, en la que se sustenta el patriotismo y en general el nacionalismo referente a todo territorio, raza o etnia, sí era otra más de las identidades posmodernas. 

La transmutación de toda identidad en otras formas, en base a las mismas cualidades reales o imaginadas o sobre otras diferentes (la parcela de la tierra o naturaleza, los aspectos biológico y psicológico de la sexualidad, etc.) se explica de cualquier manera por los cambios que tienen lugar en la estructura social y productiva del capitalismo, que deben ser funcionalmente justificados en cada una de las sucesivas fases que se vayan atravesando. El fractalismo ideológico que servía durante la transición de los "treinta gloriosos" (la posguerra europea) al nuevo modelo de acumulación tras la Crisis de 1973, ya no lo tiene por qué hacer ahora que ya estamos plenamente inmersos en ese modelo y esa crisis, que por el momento no cuenta con una alternativa real que le haga frente.

Un ejemplo que corrobora este hilo conductor, lo proporcionaron algunos como el filósofo Franz Omar Fanon, que habían divulgado una identidad racial en el seno del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. La justa y valiente lucha contra el régimen segregacionista y el supremacismo blanco, quedaría bajo el patrocinio de los ideólogos del nacionalismo negro, lo cual contribuyó a abrir las puertas de la cooptación cómplice de un extracto de los oprimidos del país, y de su plena incorporación en las estructuras económicas y políticas del poder. 

Allí ya no hay apartheid, pero los prejuicios nunca desaparecieron y los abusos y la violencia policiales son una aborrecible prueba de ello. No se trata por lo tanto de hacer ninguna comparación porque nada estaba a la altura del terrorismo y la actividad delictiva de bandas como el Ku Kux Klan, sino solamente de señalar una línea de continuidad de cuyo peligro convendría ser consciente.

En un segundo ejemplo, pero siguiendo esa misma lógica identitaria, aunque fuera en otro lugar y en otro momento de la línea temporal, a la aventura independentista alrededor de los dirigentes del procés, le terminaron oponiendo en no pocos espacios la mentalidad rancia que es el españolismo. Hay incluso individuos absolutamente convencidos por ideólogos e influencers fascistas de que, en algún momento de su vida de inmigrante y exiliado, Karl Marx planteó o promovió que los explotados se arremolinaran en base a alguna idea de país.

Pero no hay creencia más ajena a la realidad que la de figurarse la trayectoria de uno de los exponentes principales del internacionalismo proletario de esa manera, y además la tergiversación tampoco queda del todo lejos de la de aquellos radicales catalanistas  que formaron los Comités de Defensa de la República, cuya denominación por sus siglas iniciales, CDR, se hacía coincidir intencionalmente con la de los Comités de Defensa de la Revolución que fueron creados en Cuba durante el período socialista o intento de transición, tras el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista.

La elevación del proletariado a clase nacional, su constitución en clase nacional en los términos marxianos, que también compartieron Friedrich Engels y más adelante los comunistas de generaciones posteriores, era su elevación a clase dirigente en el ámbito nacional, o lo que geográficamente sería nada más -sin patriotismos ni nacionalismos venenosos- que el lugar desde el que se extendiera su dictadura de clase y revolucionaria por la edificación del socialismo.

En otras palabras, de lo que hablaban estos revolucionarios es de la organización de los trabajadores no en tanto autómatas que desfilen tras ningún caudillo o por alguna patria, sino en tanto clase para sí, porque hipotéticamente hubieran recuperado los medios de producción en lo que, de acuerdo al planteamiento leninista, sería el ámbito territorial y sectorial del estado burgués que hubieran puesto "patas arriba".

Esta anterior hipótesis del proyecto revolucionario ha sido injusta y salvajemente manipulada por defensores de la hispanidad y evocadores de algún delirio iberista, que presentan a Karl Marx como si fuera un racista, y a Vladímir Ílich Uliánov como un patriota, dos atribuciones que no caben hacerles a ninguno de los dos. A no ser que se esté harto de haber tomado litronas, claro está.

Por lo que respecta a la economía, también conviene tener las cosas claras.

Si no hay duda de que los progreliberales se inclinan de manera más notable, con sus más y sus menos porque también en esto hay matices, por el capitalismo de estado en la forma de sus propias políticas clientelares, lo que vaticinan estos otros sectores contestatarios que, desde las izquierdas y por fuera de las izquierdas, han ido extendiendo su mancha en las izquierdas, dudosamente se diferencia ya demasiado, y probablemente menos cuanto más hacia el extremo de las mismas, de lo que promueven los nacionalistas más ultras y a la derecha.

El itinerario propuesto por algunos como el exministro de la seguridad social, el señor José Luís Escrivá, estaba dentro de la coalición de la anterior legislatura entre lo menos partidario de preservar la esfera pública de protección social en aquella de las prerrogativas a la que se refería su antiguo cargo institucional, seguramente la principal de aquel entonces: las pensiones. Era otro aspecto más de la deslaboralización de nuestros derechos, o sea la vuelta a los viejos esquemas bismarkianos, tal y como curiosamente defienden quienes hablan de deshacer el vínculo  empleo-prestación.

Es decir, su reforma era la mochila austríaca de recetas neoliberales contra el sistema público de pensiones, esto es, el de la seguridad social, que consistía en promover primero la capitalización de aquellos rubros del mismo que en el ordenamiento  jurídico fueran quedando separados de la base reguladora y, por tanto, sometidos a la arbitrariedad del "samaritano" de turno del capital, como en el siglo diecinueve pero con los decoros del nuevo siglo. Esto ubica claramente al señor Escrivá prácticamente al borde de quienes se inclinan, ya sin ninguna necesidad de aparentar nada, por el capitalismo privado o de mercado, que son quienes les marcan el paso a él, y tras él a los demás: los recortes millonarios en cotizaciones sociales, el retraso en la edad de jubilación, o la privatización de las pensiones, entre otras líneas de desmonte de lo público y social.

Su impulso de la privatización de las pensiones vino con la generalización de un modelo que ya existía parcialmente en algunas comunidades autónomas y administraciones públicas, que fue la introducción a nivel nacional de los planes individuales y corporativos, engañosamente denominados como "tercer" y "segundo" pilares en relación a aquel cuyo desmantelamiento los financia en la realidad. Se trata del modelo privado-corporativo de pensiones, en el que el estado ya no es responsable de la prestación de estas últimas, sino sólo de financiar aquellos otros planes de pensiones, que son de acceso restringido, a los que no podrán aspirar la mayoría de los trabajadores.

Pero las políticas de proteccionismo por las que se inclinan los sectores contestatarios, que tampoco son de defensa de la seguridad social sino de los intereses de distintos cortijos del capitalismo global multipolar, son aún peores que el asistencialismo o reparto por cuotas de lo que va quedando del gasto en pensiones, sanidad o coberturas al desempleo. La razón es que sobre ese mismo reparto caritativo por el que ya se inició el reemplazo de la auténtica seguridad social, aquellas políticas y propuestas auspiciadas por los rojipardos y compañía, que consisten en la vuelta de los "estados nacionales patrióticos", persiguen encima acentuar la división nacional-extranjero, que es otra de las tantas maneras con las que se atacan los intereses de los trabajadores y se debilitan sus posibilidades reorganizativas.

Esa tendencia racista, al cierre de fronteras y restricción de la inmigración, sólo conduce a tratar de mantener las sobras del ya muerto modelo redistributivo welfarista potenciando su parte negativa, lo que siempre fue más despreciable del mismo: la sobreexplotación imperialista de los trabajadores en los países periféricos y menos desarrollados, y finalmente también en el "oásis", cuando irrumpe y se extiende la crisis en toda su fuerza.

Eso es exactamente lo que proponen los lepenistas franceses, o el gobierno de la fascista Meloni en Italia, como antes el de Salvini.


Distinguir el tocino de la velocidad (ejemplo con los feminismos)

A más de uno se le puede asemejar a caminar sobre arenas movedizas, porque también han rizado el rizo desde dentro quienes escriben como camisas pardas, aunque no se haya encontrado un prefijo para el color morado. Más adelante ponía un ejemplo de ello.

Si consideramos los colectivos, entendidos estos como grupos no clasistas, definidos por la contracultura y en general por la cultura de masas, una cuestión es la crítica hacia la instrumentalización de los colectivos, y otra la citada xenofobia hacia los colectivos, y conviene tener criterio para distinguirlas bien.

Un sector de las feministas, llamémosles las feministas "de la opresión basada en el sexo", tienen toda la razón al recordarles a otras y a la población en general que el sexo no es lo mismo que el género, y el tema no es nada desdeñable por las implicaciones que tiene el haber convertido la biología, como se ha denunciado en numerosas ocasiones, en una auténtica visión deformada de la realidad.

Por eso han habido quienes parecían querer eliminar la palabra "sexo" de los libros de texto, o no podían casi ni verla escrita. Personalmente he conocido incluso alguna eminencia, perteneciente a las viejas olas de este movimiento, que sugería o aconsejaba a sus alumnos -siendo la evaluadora de sus calificaciones académicas- que utilizaran en su lugar la palabra "género": y eso que sólo se trataba del nombre de una variable que tomaba los valores "hombre" y "mujer" en una estadística desagregada de distribución de ingresos, lo que significa que el nombre "sexo" le parecía ofensivo en un aula de sociología y ya está. La eminencia referida era, por cierto, una conocida catedrática española.

Ahora bien, cuando este sector ideológico afirmaba de las transexuales que no eran "verdaderas mujeres", también debería quedar claro qué era lo que les estaban negando además de lo que sí decían que les estaban negando. Y para captar qué era eso que no les reconocían, hay que echar mano nuevamente (hilo conductor, línea de continuidad) de las prácticas de otro sector de las feministas, al que denominaremos como las feministas "de las operaciones de cambio de sexo".

Lo que hacían las del primer sector en una dirección no es, en el fondo, realmente diferente de lo que en otra dirección distinta hacían las del segundo sector, que es el de otras feministas, las transfeministas, y a nivel individual algunas activistas transexuales (sería totalmente injusto generalizar en todo este colectivo) cuando tildan de "terf": no ser inclusivo con la identidad.

Otra cosa es el no ser tolerante, o sea lo que en una dirección sería ser tránsfobo, que es la fobia que ha estado creciendo junto al racismo, de la mano de las corrientes, partidos y gobiernos ultras y derechistas que se suceden por toda Europa, principales responsables del creciente clima de violencia y hostilidades en las grandes capitales contra distintas minorías étnicas y sexuales convertidas en chivo expiatorio. Pero unos ultras y derechistas con los que coquetean ciertas izquierdas, como señalábamos antes. La transfobia en ciertos ámbitos es descarada.

Por lo que respecta a la responsabilidad parcial del feminismo en las posturas tránsfobas en particular, ese clima que se está imponiendo se puede explicar porque tampoco en las sucesivas olas de su movimiento, incluyendo las más recientes, hubo alguna vez una ruptura ideológica, sino en todo caso cultural: ya sea que hablemos de una identidad de género, de una identidad de género distinta de la anterior, o incluso de una identidad no-de-género, se ha seguido practicando en el movimiento la misma costumbre. 

Me refiero obviamente a la divulgación de una identidad basada en el sexo biológico, o sea, una identidad sexual: la identidad femenina. Es lo que pasa por haber abandonado para siempre una perspectiva de clase, aunque existe un creciente número de jóvenes conscientes de ese carácter inevitablemente burgués del feminismo, y que son antagónicos tanto al rojipardismo como a las posturas xenófobas y nacionalistas en general.

Cuando el anuncio de la promulgación de la ley trans en España sacó a la calle a los dos sectores feministas antes determinados, aquel que era contrario a la implementación de la ley, es decir el de las feministas "de la opresión basada en el sexo", limitó su respuesta a la de oponerse a la institucionalización o regulación jurídica del género, porque según afirmaban, la sustitución en los registros del sexo legal por el género legal "invisibilizaría" algo de la realidad del sexo biológico según ellas, o sea lo que consideran como un sistema social de opresión heteronormativo. 

Tampoco era esto lo mismo que ceñirse estríctamente a cuestionar la introducción de categorías subjetivas en la legislación que supone la modificación del sexo registral por la autodeterminación del género, o los riesgos derivados de la rebaja de edad, o de la desestimación por ley de las evaluaciones psicológicas pertinentes, así como de las opiniones de profesionales de la materia a lo largo de la adolescencia. El sostenimiento de los tradicionales prejuicios sexistas pueden orientar comportamientos y actitudes, pero no los dictaminan como se ha ido suponiendo en la teoría del género, cuyo maximalismo inherente se desprendía nada más que del objetivo de neutralizar cualquier atisbo de la lucha de clases.

Por supuesto que cuando hablamos del género, lo estamos haciendo de una determinación cultural de roles. Pero hay que distinguir bien también entre los tradicionales roles de género, que es el machismo o la herencia de valores que viene siendo dominante en relación al sexo, y eso otro que se replica en el abolicionismo de género, que podríamos denominar como el "reformismo de género", o para entendernos, el cambio de roles.

Se recuerda, sólo por si le sirve al lector, que este trabajo no trata ahora de hacer comparación alguna con respecto a la implicación o impacto sociales de ningún prejuicio. De los demás individuos, con vocaciones menos "abiertas" a la crítica, nunca he querido saber nada y esta vez no podría ser diferente.

El caso es que una muestra de ese cambio de roles sería el haber pasado de la denuncia de aquello que Lenin refirió como la esclavitud doméstica de la época, a la promoción de la paridad de género, que no es otra justificación que la de alcanzar los consejos de dirección de las empresas, bien sintetizado en aquella consigna de "romper los techos de cristal", o en otras ocasiones puestos sindicales en los comités de empresa.

El deber ser siempre depende de los valores impuestos por la clase dominante, y a la de los trabajadores, que es dominada, se le acabaría además el protagonismo emergente que llegó a tener, después de empezar a agotarse de luchar en el siglo veinte.

La doble opresión a cuya denuncia se sumaron revolucionarias y marxistas como Rosa Luxemburgo, entre otras personalidades, consistía en el padecimiento de las mujeres proletarias que, por un lado, sufrían la miseria de lo que se obtenía en el hogar debido a la explotación de los obreros cuando estos trabajaban para conseguir algo con lo que pudieran subsistir en la familia, y que por otro lado estaban prácticamente recluidas, además, en ese ámbito doméstico porque ningún patrón contrataba su fuerza de trabajo, con lo que no podían abandonar ese encadenamiento.

Es ilustrativo que la huelga del 8 de marzo del 2018, que fue una huelga de género, en absoluto de clase porque eso es incompatible, y que no fue convocada desde el mundo sindical ni por la clase trabajadora sino por la élite política y académica de feministas que dirigían su movimiento, hubiera sido planteada originalmente en el ámbito doméstico. Es reseñable porque el ámbito doméstico no significa lo mismo que el sector laboral de las criadas que las burguesas pasaron a denominar cuidadoras.

Si fue posible llegar a tal circunstancia es porque se había estado durante bastante tiempo problematizando la pareja, que como bien indica la palabra es una relación parital, que se establece entre dos personas por algún vínculo de afectividad; en ningún caso el capital, que es la relación social, la que se asienta sobre la explotación del trabajo asalariado para la extracción de plusvalía con la que reinvertir en el proceso de acumulación. No era otra cosa que una vulgar perversión de la dialéctica marxista, diseñada para desviar la atención de la problemática fundamental, o bien para confundir en cuestiones que también son importantes, según los casos.

En el ámbito que nos ocupa, la principal expresión del maximalismo ya aludido ha sido la resurrección del patriarcado, algo ridículo cuando ya son hechos consumados tanto la tendencia a la desaparición o implosión de la familia, que resulta de la crisis de superproducción capitalista y todas las políticas que se implementan para seguir garantizando la acumulación, como también la diversificación sexual de la propiedad patrimonial y de los medios de producción. En román paladín: retomar la idea del patriarcado cuando no hay familia extensa es un fraude descarado, y el patrimonio ya no significa lo que, a estas ideólogas feministas que han hecho carrera o aún quieren hacerla, les sugiere la etimología del vocablo mediante el que se lo refiere.

Aquella fue una huelga simbólica, diseñada como tal según las aspiraciones e intereses personales de sus convocantes, y por eso también en el ámbito laboral conformado por las relaciones salariales, de los distintos sectores de la economía en que fue convocada, se excluía del llamamiento a la mitad masculina de la población asalariada del país. Al mismo tiempo, se convocaba a las mujeres del empresariado a hacer un cierre patronal.

Pero en lo que ahora nos incumbe en el argumento, se trataba con aquella huelga del recurso a una acción de confrontación con el fin de llevarla a cabo en el hogar propio, o sea, el de cada uno y cada una. Otro conflicto intraclase.

Se pueden objetar las fatales circunstancias en que se produjo la integración de las mujeres del proletariado en el mercado laboral en tanto oferentes de su mano de obra, que fueron las de la carnicería imperialista de 1914, que desde el feminismo histórico también se apoyó ("we can do it") con el fin de soportar el esfuerzo bélico nacionalista desde las retaguardias.

Pero lo que dificilmente se puede cuestionar es que si se consiguieron romper esas cadenas de la esclavitud doméstica y avanzar en igualdad legal y real de derechos, fue gracias a la solidaridad obrera y el reparto de tareas en el hogar durante las huelgas de clase, algo claramente opuesto a la intención de paralizar el trabajo doméstico de las mujeres manteniendo la parte masculina en base a la llamada "sororidad". Además, justificar aquella incorporación al mercado laboral pero en tanto demandantes de fuerza de trabajo podrá ser prioridad en el feminismo, pero es tan insolidario como su huelga de 2018 en el día internacional de la mujer a secas.

A parte, como la huelga en cuestión fue la iniciativa de la comisión que la convocó y fue creada para tal efecto por las aludidas ministras y catedráticas, las condiciones para la huelga no habían sido establecidas por ninguno de los sindicatos que, mayoritarios o alternativos, se sumaron todos ellos a secundar la convocatoria. Por lo tanto, aceptaron todos los sindicatos el planteamiento simbólico de la huelga (otro triste recuerdo de su moribunda trayectoria) legalizando la que probablemente habría sido una iniciativa ilegal de no haber sido por la notificación a las autoridades por parte de los susodichos sindicatos, en la que sí se llamaban a todos los asalariados, ya que la huelga feminista de la comisión convocante segregaba o discriminaba por razón de sexo.

El cambio de roles también se explicitaba en otras cuestiones más personales. No ha de olvidarse que las que irrumpieron en escena en los años sesenta fueron las radfems.

Sin dejar de ser irredentista, término que cabe utilizar en una acepción sinónima a la de inclusivo, el movimiento en consideración se fue volviendo más explícitamente hacia eso mismo que ha estado promoviendo durante ya más de sesenta años, con la finalidad de seguir buscando la manera de justificar sus creencias en el modo en que se estaba acostumbrado desde entonces.

A medida que iban incluyéndose las identidades LGTBIQPA+ de eso se trataba, precísamente, y desde el primer momento, con aquello de la "construcción social" de Simone de Beauvoir: de separar el género del sexo. Y en eso mismo ha estado ocupado el conjunto del movimiento desde entonces, por mucho que a una parte de sus adherentes les empezara a dejar de funcionar el género.

En otras palabras, a la identidad construida alrededor del sexo biológico se le fueron añadiendo las identidades que gravitan sobre diversos aspectos psicológicos de la sexualidad humana, hasta que el movimiento se rompió, dejando de corresponderse y compartirse las identidades colectivas o de grupo de cada fracción.

Nótense dos cuestiones que interesa retener para comprender la transmisión ideológica de las identidades colectivas o comunes.

La primera es que la evocación entre la identidad imaginada que sea, por un lado, y la realidad que fuera convertida en objeto de esa identidad, por otro, siempre responde al interés de enterrar bajo toneladas de ideología la realidad de clase de cualquiera de las sociedades actuales. En el ejemplo que seguíamos, la separación entre el género y el sexo, en la dirección  que sea, ha perseguido  la ocultación de la clase y sus implicaciones.

La segunda es que se puede modificar la construcción ideológica de la identidad, ya sea sobre la misma realidad o sobre otra realidad. Antes habíamos señalado que la identidad de género no tiene por qué corresponderse exactamente entre quienes la cultivan, e incluso planteábamos que podrían haber quienes construyeran una identidad en base al sexo pero que no fuera una identidad de género, si así lo establecieran sus divulgadores. Podría ser igualmente una presentación deformada de la realidad para ocultar la clase.

Sea como fuere, hay varias líneas de fractura en el movimiento feminista.

No es acertado adscribir la denominación del feminismo radical, que todavía hay quienes presentan con ese oxímoron llamado "feminismo marxista", sólo a uno de los dos sectores anteriormente referidos: más bien, la tendencia radical del feminismo atraviesa ambos. Así pues, el sector que era contrario a la ley trans se oponía, más allá del derecho, al género como tal, particularmente el de quienes hasta ayer podían haber sido sus compañeras, pero luego volvieron sus enemigas.

A la inversa, también hubo un grupo de feministas partidarias de la ley trans que se personaron en una manifestación de oposición a la misma a provocar una trifulca con otras feministas "terf", prueba del cierto fanatismo con el que también están dispuestas, las más radicales de entre las partidarias de la ley a atacar, también verbalmente, a quienes negaran su identidad.

No es este un alegato en defensa de la equidistancia: las respuestas que se están dando a la posmodernidad apuntan algo mucho peor que eso a lo que reaccionan, que en el caso de las izquierdas son las antes mencionadas tendencias rojipardas. Sólo se trata de plantear la relación de continuidad que habría que dejar en evidencia, para poder comprender la lógica y combatir esas respuestas tanto o más identitarias.

Han sido propias feministas las que denunciaron el sexismo del movimiento. Se puede dar una discusión acerca del alcance de la denuncia, es más: estas críticas han llegado a hablar del "hembrismo", con lo que previsiblemente tratarían de sostener la legitimidad de la parte por el todo. Es imposible negar que desde este movimiento se cayera como mínimo en la insinuación de que determinadas formas de la sexualidad son más contestatarias o transgresoras: ya no eran tanto, entonces, los actos de uno mismo los que pudieran servir de referencia para la elaboración de los juicios, e incluso para evaluar los posibles y deseables compromisos contra la opresión en alguna de sus manifestaciones.

Por eso desde los años sesenta estábamos ante un movimiento esencialista, y de ahí había sólo un paso a considerar contrincantes o ver adversarios en todo aquel o aquella que quedase fuera de las líneas delimitantes, algo muy bien sintetizado en aquella máxima de "hay que ser feminista", como si todas las personalidades que se han significado históricamente en la lucha por la mejora de la vida de las oprimidas lo hubieran sido

De hecho no lo eran ni Rosa Luxemburgo, ni Alexandra Kollontai, ni Clara Zetkin, y eran de la mejor tradición revolucionaria del proletariado. En cualquier caso el problema de aquella intransigencia es ahora doble, porque la respuesta que se erigió, una vez más, apunta maneras turbias como poco, incluso dentro del propio feminismo realmente existente.

En efecto, hay izquierdas y feminismos, no necesariamente amigos entre ellos, que en cualquier caso son abiértamente transfóbos, y en pronunciarse sobre ello tienen toda la razón las feministas "de las operaciones de cambio de sexo" porque ese prejuicio lo padecen los transexuales incluso en la forma de la violencia, y eso hay que denunciarlo con fiereza y sin miramientos. 

De nuevo, lo que comienza como un tímido acercamiento hacia las posturas de ciertos impresentables acaba en lo que acaba. Se han sucedido últimamente agresiones de carácter tránsfobo en ciudades europeas como Barcelona, en líneas de metro como las de París, en calles como las de Salónica, que se suman a las persecuciones y palizas habituales que también sufren y se les propinan a inmigrantes y disidentes ideológicos.

Sin perjuicio de lo anterior, y volviendo a nuestro argumentario, un problema con este sector de feministas es que no acepta la existencia del drama de personas arrepentidas de haberse sometido a procesos de hormonación y procedimientos quirúrgicos irreversibles, porque no asume que este tenga algo que ver con la presentación de la feminidad como "antiestablishment" por el anterior cambio de roles de género, que son los comportamientos que la sociedad  espera y debe esperar de los individuos y grupos en base al sexo, y de ahí a hacer lo propio con las orientaciones sexuales del movimiento.

Además, tampoco son creíbles las concepciones del individuo como ser aislado de la sociedad de consumo, de la publicidad comercial, del psicomárketing, del efecto de la cosificación del cuerpo femenino y el erotismo en televisión, o de los estereotipos reproducidos por doquier. Es sabido que las modas imbuidas mediáticamente por el poder capitalista, que necesita siempre buscar el modo de dar salida a su oferta comercial, opera fundamentalmente entre los jóvenes.

Si por una parte se "olvidó" que el fundamento de la violencia machista es el prejuicio, y la acción feminista se fue desplazando desde la cultura hacia el derecho, en una vuelta al puritanismo liberal protestante o los orígenes punitivistas del movimiento plasmada en la afección hacia la discriminación positiva, en la propia cultura feminista también había tenido lugar el punto de inflexión que supuso la perspectiva de género.

Debería estar claro que la crítica hacia los lobbies que persiguen volverlo todo parte de su negocio, como el que también hay interesado en la transexualidad, no implica necesariamente alineamiento alguno con estos sectores contestatarios que están proyectando las peores respuestas posibles a la posmodernidad: el racismo y la xenofobia que les caracterizan en cualquiera de sus manifestaciones.

No está de mas recordar que, así como la esponsorización del Día del Orgullo Gay por parte de grandes marcas comerciales (en eso se convirtió el barrio madrileño de Chueca) también fue objeto de su cuestionamiento, alguien tan poco sospechoso de rojipardo, o de homófobo, o de tránsfobo como Shangay Lily también señaló la existencia de intereses capitalistas y grupos de presión tras el movimiento LGTBIQPA+. Es realmente gratificante que lo hiciera alguien que con toda probabilidad lo conocía de cerca.

La tristemente fallecida drag queen habló de gaypitalismo y de capitalismo rosa, y lo mismo cabría decir de los intereses que explican la progresiva legalización de los llamados vientres de alquiler, que en el feminismo se tiene absoluta razón en denominar de tal modo porque son los úteros los que se van volviendo susceptibles, con aquellas legislaciones que tienden a introducir la maternidad subrogada, de transformarse en objetos para la valorización del capital.

En el sitio web oficial de la agencia de maternidad y gestación subrogada Gestlife en nuestro país, por ejemplo, se considera que "los vientres y las personas no se pueden alquilar, por lo que no es legal el vientre de alquiler en España, ni en ninguna parte del mundo", porque "la gestante no tiene un vínculo genético con el bebé". Luego se añade que "hablamos de una mujer que hace este proceso libremente, sin ser coaccionada".

¿Qué iba a decir el community manager de la compañía que, entre otras cosas como el esperma masculino, se dedica a rentabilizar los úteros o vientres de alquiler?


¿Todos a cubierto? (ejemplo con una exdiputada de Podemos)

Muchos y muchas perecerán injustamente en el fuego cruzado de la aversión, dirigida hacia todas partes excepto esa a la que no convenga, de acuerdo con los intereses que hay detrás de la prensa "libre" e "independiente" de este país, o según los intereses que representan los influencers que difunden sus influencias.

En otros casos habrá, sin embargo, quienes sean objetivo deliberado de las descalificaciones por parte de sujetos como esta exdiputada podemita, groupie cuando se acuesta según ella misma afirmaba de manera autorreferencial (no me responsabilicen a mí de llamarle tal cosa) y francotiradora hecha y derecha cuando se levanta, tras pasar la pubertad, de quien fuera su antiguo ídolo.

La Fundación del Español Urgente, la Fondéu BBVA, recomienda la inclusión de aquel anglicismo, previa castellanización del mismo como grupi, en el Diccionario de la RAE, y según unas fuentes "esa palabra, que suele aplicarse sobre todo (aunque no exclusivamente) a mujeres jóvenes, implica la intención de lograr cierta intimidad o cercanía con la estrella a la que se sigue", mientras que según otras fuentes hace referencia a "una persona que admira a un personaje famoso y que desea tener intimidad con él".

El énfasis en negrita es añadido mío, y a diferencia o al igual que con las ideas de intencionalidad, acercamiento, admiración o fama, desconozco si acaso estaba siendo ella subconsciente de esa otra connotación añadida de algo que la gentuza ha terminó convirtiendo en cuestión política (Carol Hanisch) y que no tiene el término fan, que viene de fanático o fanática pero sí denota algo muy parecido. Veámoslo con cierto detalle.

La exdiputada en consideración llegaba a dar rienda suelta al deleite de su publicación imaginando el aspecto que, con el paso de los años o la edad, va tomando el cuerpo humano de su disidente, y concretamente lo que ha venido conociéndose de toda la vida como sus partes íntimas. Los psicólogos como ella saben perfectamente que esto se hace con la intención de dañar la autoestima ajena, y que a menudo funciona como catársis (tampoco significa lo mismo que catálisis...) por el deseo de ocultar los propios complejos personales, como en el caso de los niños que hacen de matones en los pasillos de la escuela, o de quienes practican el bullying o acoso escolar en el patio del recreo.

Como muestra del bajísimo nivel ético en el que nos encontramos, resulta que para esta individua la explicación de la ideología de su adversario podría tener que ver, según se planteaba, "con el complejo de quien ha llegado a un punto de su vida en el que, parafraseando [...], la "pichula" ya no les sirve para nada, salvo para "hacer pipi"; en el que todos aquellos elementos sobre los que construyeron su masculinidad se tambalean y necesitan catalizar su frustración por algún lado" (énfasis añadido). Se habrá quedado a gusto.

Algún día llegará a la vejez esta escritorzuela asquerosa y bien remunerada, cuyo oficio fue exactamente el mismo del que negaba asiduamente estar viviendo. No estaba muy lejos de evocar a alguien con una correa puesta cuando se refería a la víctima de su descalificación como parte de unos "animalillos heridos que se sienten rodeados y dan mordisquitos al aire" (énfasis añadido), a lo mejor por algún flashback de los sueños húmedos de su adolescencia prolongada.

Se trata de una contestación de lo más repugnante se mire por donde se mire, pero muy representativa del ambiente. No quedaba demasiado lejos de las insinuaciones de Pablo Iglesias, alguien de quien no me extrañaría escuchar un reclamo por la vuelta al Podemos más chungo y oscuro de sus orígenes, desde su recién inaugurada taberna que ya ha sido vandalizada por otros, sobre el consumo de cocaína por parte de antiguos compañeros suyos. ¿Se entiende cuál es el ambiente? 

Es el del retrete de un bar de mala muerte.

Reciéntemente, el filósofo esloveno Slavoj Žižek afirmó haber dicho con intenciones provocativas que había que enviar armas a Ucrania, algo con lo que seguramente estaría de acuerdo, posibles apariencias a parte, su indecente atacante podemita si mantuviera alguna responsabilidad en el gobierno en el que también está la ministra margarita Robles, como la que tienen el resto de integrantes de la coalición.

Ahora bien, yo tampoco tengo por qué involucionarme en un ser acrítico o identificarme con el enfoque de alguien para entender cuando está siendo simplemente convertido en blanco del fascismo, del mismo modo que sin haberme reconocido jamás en el planteamiento de Slavoj Žižek, también tengo claro que el problema que otros tienen con él es su denuncia del régimen autoritario del judoka miserable aquel del Kremlin, o de igual manera que no me vuelvo un nacionalista, un tercerposicionista, o un izquierdista patriotero contra los sinpapeles por mucho que denuncie el papel criminal que han jugado siempre todas las religiones o que defienda la necesidad de una educación laica y pública de una calidad que no tenemos.

Estamos entre el pasado 8 de marzo, que sigue siendo el día internacional de la mujer sin distintivo de clase, de la trabajadora y la burguesa amarradas por el codo; y el próximo 1 de mayo, que muchos cretinos y malnacidos van convirtiendo en un día del trabajador nacional, añadiéndole a la convocatoria su asqueroso espantajo ideológico de la patria, que le provoca náuseas a cualquier comunista que alguna vez lo haya sido.

Se equivocará quien crea que aquella retórica fasciofeminista pensada para buscar el daño en lo personal, el compadreo rojipardo que tiende los puentes a las posiciones del poder político y mediático, y en definitiva los ataques verbales o incluso físicos propios de este ambiente podrido que huele que tira para atrás, pueden ser auspiciados o sólo en el feminismo de un lado o en el del otro; o sólo en la llamada izquierda woke, o sólo en esta izquierda contestataria. Sencillamente es, por el contrario, la tendencia.

La posmodernidad ya ha sido casi totalmente amortizada en la forma de asientos en la administración general del estado, de cátedras y despachos en las universidades, y de puestos en la redacción de algún diario digital de alguna de las varias líneas editoriales existentes, que hay para todas las audiencias. A ello se le sumará la cooptación en las juntas de accionistas desde el alternativismo oenegero y el tercer sector, algo que también vimos ya en los setenta con muchos de los más autoconsiderados megarevolucionarios que acabaron en agencias de contratación y oficinas de recursos humanos.

Junto con aquellos que se reciclen de la tanda precedente, los nuevos aspirantes van exactamente a por lo mismo que los anteriores: a hacerse con una parte de la tarta. Pero con medios aún más cuestionables, incomparablemente más peligrosos para la mínima convivencia y la democracia como concepto que empezar a defender, frente a la amenaza de las alimañas que lo cuestionan.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Por una reducción real de la jornada: pero sin trampas


Por Arash

Ciertos sectores y organizaciones del mundo laboral y sindical objetaron [1], hace dos años, que la supuesta reducción de jornada que se había implementado en algunos lugares no era una reducción real de jornada porque, en realidad, lo que se había aplicado era solamente una jornada laboral concentrada en menos tiempo, en menos días a la semana. No hay error como tal en esa denuncia.

Sin embargo, también se ha llegado a sostener [2] que la mayor libertad que deriva de la reducción de jornada es necesariamente deseable, dando a entender que si disminuye el tiempo de trabajo, la jornada reducida "beneficiaría" a los trabajadores de manera automática, casi por arte de magia. 

En este sentido, según la primera de las referencias enlazadas se trataba de explicar «por qué concentrar el trabajo en 4 días como se ha aprobado en Bélgica no es sinónimo de mejores condiciones si no conlleva una reducción de la jornada laboral». O sea que, según ese planteamiento, si se reduce la jornada entonces ya sí que mejoran las condiciones de vida.

Aquí vengo a cuestionar esa tesis, el planteamiento libertario pero no se sabe exactamente en qué sentido, pues resulta un tanto ambiguo ya que una reducción real de jornada que redundase de manera social supondría dar por sentado que hay un cierto nivel de conciencia colectiva organizada y, por qué no, una expresión política de la contradicción fundamental capital-trabajo a nuestro favor, pero lo que hay en la actualidad son muchos políticos profesionales que miran por sus intereses personales, que no es lo mismo.

Está muy claro que la reducción efectiva de jornada no se puede conseguir tratando de "olvidarse" de la evolución de los precios, esto es, la inflación, ni tampoco de los aumentos de salario, que es el problema del que algunos tratan con descaro de escabullir. Como poco resulta preocupante que los sindicatos alternativos, en su total inacción y desmovilización, parezcan ir detrás o a rebufo de los partidos progres y sus promesas electorales.

La publicación es extensa, aunque creo que el tema lo merece porque la reducción de jornada podría ser una propuesta importante, pero hay quienes nos quieren tomar el pelo con ella y pocos se atreverían a negar que en esa tarea les haya ido fenomenal en los últimos tiempos, a no ser que su memoria se hubiera anulado por completo.

En primer lugar voy a justificar, a grandes rasgos, la importancia de tener en cuenta las condiciones laborales en su más amplio sentido, esto es, las circunstancias y criterios bajo los que tienen que desempeñar los trabajadores su actividad, dejando claro que la magnitud de salario y la remuneración por hora laboral siempre están afectados por el cambio o modificación de cualquiera de esas condiciones (incluida la duración de la jornada), y que tales condiciones en su conjunto siempre se insertan en el marco de una sociedad capitalista, o sea, asentada en la producción asalariada y por tanto construida sobre la explotación del trabajo.

De seguido expongo algunas consideraciones en el contexto general de la evolución de la jornada laboral, desde la fase expansiva del sistema productivo hasta el período imperialista o decadente, así como el problema de la relación entre el salario y la plusvalía, y su significación de cara a la explotación y la inversión capitalista. De la misma manera que en el caso de la reducción de la jornada, tampoco puede haber creación de empleo si se ignoran deliberadamente unas u otras condiciones laborales porque entonces supondría un gasto adicional y hasta prescindible para las empresas.

En último lugar se bosquejan algunas líneas o tendencias que los promotores de la jornada reducida previsiblemente están persiguiendo con su implementación, en base a la propia descripción de la propuesta que se ha desarrollado y al marco de implementación en el que aquella tendría lugar. Ser pleno partidario de las garantías democráticas no sólo es compatible, sino inseparable de construir y sostener una posición crítica, tanto en la teoría como en la praxis, porque eso es lo único que podría quitarle decibelios al ruido que envenena, y poder real a la serpiente que lo escupe.


1. Los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario

Se puede plantear que todo aquello que obtenemos en concepto de salario, ya sea esto percibido vía directa, por el acto laboral de uno mismo, o bien de manera indirecta y diferida, en el caso de la menguante protección en cualquiera de sus niveles y modalidades, es algo que se recibe siempre por la venta de nuestra fuerza de trabajo: tanta cantidad de esta última se transfiere (gastándose así el tiempo correspondiente) a los capitalistas que la explotan a cambio de la cantidad de salario recibido de parte de estos que nos la pagan.

Lo de menos ahora es preguntarse por el formato con el que se remunerase la fuerza laboral, ya fuera en especie como antaño o bien en forma dineraria, en papel y moneda o, como habitualmente se hace, en dinero bancario.

De una u otra manera, siempre nos referimos al salario de magnitud determinada o la fuerza de trabajo en su forma de mercancía (véase el concepto marxiano de la alienación) o bien, dicho de otra manera, a la cantidad de lo que se recibe a cambio de la cantidad de trabajo que se gasta para producir plusvalía, siendo esto último lo que se queda la empresa.

Junto con esa cantidad de lo que se recibe a cambio del tiempo de trabajo desempeñado en la producción de sus beneficios, hay un elenco de condiciones laborales considerables: cuestiones como la seguridad en el trabajo, la salubridad en el centro, la higiene del lugar o el ambiente laboral son algunas de las muchas que caben apreciar, pues constituyen aspectos inseparables o consustanciales de la magnitud del salario. En realidad no tiene sentido considerarlas cada una por separado de las demás.

Todas estas condiciones, y otras muchas que se quedan en el tintero, influyen en su conjunto, sea cual sea la dirección en que lo hagan, tanto sobre la salud física y mental, como en el mayor o menor estrés de los trabajadores, o en otras muchas circunstancias que abarcan no sólo el trabajo, sino también todo lo que hacemos y dejamos de hacer cuando finaliza nuestro contrato, se nos acaba la jornada, o terminamos la chapuza, según los casos. Se pueden dar diversas circunstancias antes de volver a nuestros hogares o ir a donde sea a la salida, pero en todas ellas, el trabajo y las condiciones bajo las que se desempeña extienden sus consecuencias al conjunto de nuestra vida, en innumerables ámbitos que van más allá del trabajo.

Es fundamental entender que así, consideradas en plural, todas las condiciones en las que ha de llevarse a cabo la actividad que fuese pueden estar recíprocamente relacionadas de diversa manera. Así pues, sirva como ejemplo, la adquisición de EPIs (equipos de protección individual) y por tanto la seguridad laboral, tiene siempre una traducción en términos de coste salarial de la empresa o lo que a esta le de por gastarse de su beneficio en aquellos para que puedan ser utilizados, de acuerdo o no con la legislación vigente.

La remuneración influye también en el estado de ánimo de los trabajadores de diversas maneras. Hay quienes acuerdan por su cuenta una reducción de jornada con la empresa, renunciando a todo o parte del salario con el que esta retribuye su actividad por la parte de la jornada que hacían antes de la reducción, siendo esto algo más habitual en empleos más cualificados, que son aquellos que permiten la posibilidad de negociación individual de los contratos, y también los menos numerosos de la realidad laboral.

Por su parte, de lo que tratan justamente otros trabajadores es de obtener un aumento de sus ingresos, lo que tampoco sería descartable que constituyera la norma o la tendencia en las aspiraciones dada la evolución real de los salarios desde hace ya varias décadas, sobre todo en economías terciarizadas y subsidiarias como la española. Las economías de este tipo son, dentro del contexto comunitario, las más desindustrializadas y en las que está instalado un elevado desempleo estructural, la temporalidad, u otras formas de la creciente precariedad en el empleo tanto público como privado.

En el estado de ánimo y la integridad física y mental que veníamos diciendo también influyen, seguramente, las actitudes que estén manteniendo los trabajadores, tales como el compañerismo, que no es lo mismo que el corporativismo o mentalidad de empresa; o bien el individualismo, que es muy compatible y hasta funcional con la anterior mentalidad, como también lo es el racismo y los tratos vejatorios de distinto tipo, que igualmente crean un clima hostil hacia la organización de clase. Así, todas estas inclinaciones pueden tener, según cuáles sean y de cómo se las trate, un efecto retroalimentador o, por el contrario, un efecto perjudicial sobre la disposición o voluntad para la lucha y la movilización, etc.

Y lo mismo sucede con el tipo de contratación legal, la cualificación del trabajo o la duración de la jornada, que son cuestiones que tienen también sus correspondientes implicaciones sobre nuestros ingresos y, por tanto, son aspectos de la relación laboral que también están ligados a las cuentas y cálculos que se hacen en las empresas, según la previsión que en estas se haga de sus gastos o costes productivos.

De manera muy sintética y en términos comprensibles, podríamos resumir lo dicho hasta el momento de la siguiente manera: 

Condiciones laborales = Salario + Seguridad + Salubridad + Ambiente + Otras condiciones

Y añadir de paso que, siendo en todo caso aspectos del salario, cada una de esas condiciones tomadas por separado siempre supone algo de las demás, estando sujetas sin excepción a las expectativas de beneficio que las empresas se hagan, o con las proyecciones de expansión que estas y sus valedores tengan para el mercado. Las condiciones laborales remiten a una determinada relación, esto es, a los aspectos cualitativo y cuantitativo del salario, y no debemos plantear la relación laboral pretendiendo olvidarnos de cualquiera de esos aspectos o condiciones.

Lo que ahora nos concierne es la duración de la jornada laboral y sus posibles implicaciones, y el planteamiento que se ha estado barajando resulta un tanto problemático por las preguntas que permite adelantar y que constituyen, en el fondo, el quid de la cuestión: ¿cómo pasarían a relacionarse todas las variables que definen las condiciones de trabajo tras la hipotética reducción de la jornada?


2. Consideraciones y contexto general en la evolución de la jornada

Al principio, el incremento de la cuota de beneficios que van a parar a los bolsillos y las cuentas de los capitalistas se conseguía a partir del aumento de la jornada laboral. A medida que se extendían las relaciones salariales y se dejaba atrás el antiguo régimen feudal, el tiempo de trabajo se incrementó hasta muy elevadas cotas tanto para los trabajadores de las ciudades como para los del campo, terreno este último en el que con frecuencia ya eran habituales las jornadas "de sol a sol".

Esto quiere decir que en un período original del capitalismo, el incremento de la plusvalía resultaba de una extensión de la jornada laboral en términos absolutos: se producía más plusvalía porque se trabajaba durante más tiempo, mientras se aprovechaba el crecimiento demográfico para convertir a toda aquella persona a la que pudieran explotar en otro asalariado más. Tal fue la manera en que se generalizaron las 12 horas diarias de trabajo, y a veces incluso hasta más. Sin embargo, la situación empezaría a cambiar muy significativamente al menos desde mediados del siglo diecinueve.

Mientras las remuneraciones obtenidas por los obreros de la época apenas les daba para la más extrema subsistencia, sus asociaciones lograron sin embargo ponerle freno a un alargamiento desproporcionado de la jornada, alcanzando así, entre otras conquistas, la supresión del trabajo infantil, la consecución del día semanal de descanso, o las 10 horas laborales diarias primero, y las 8 posteriores que luego conocimos, al menos oficialmente y en los países de las principales economías.

Resulta vital tener presente por qué estos consiguieron acceder a una parte de la riqueza producida antes inaccesible: aún partiendo de la reducida capacidad adquisitiva que tenían lograron, mediante la lucha contra la explotación de su trabajo en los centros, contener o resistir la inflación de los precios, ya que es el trabajo la única actividad que añade valor en la economía.

Al empresariado no le interesa, en principio, más que ahorrar en mano de obra o salario, o sea en masa salarial, que es el valor de la fuerza de trabajo. Se ahorra en masa salarial de dos maneras: tanto inutilizando fuerza laboral, como descualificando esa masa salarial o fuerza laboral, tal y como corresponde en el capitalismo porque no son los trabajadores los que organizan la producción. Por lo tanto, sólo al haber logrado reducir así la jornada, por el histórico cuestionamiento del salario, el movimiento obrero pudo alcanzar una ventaja en la correlación de fuerzas.

Hay que tener claro, por tanto, el carácter progresivo de la reducción de la jornada laboral que constituyó una de las reivindicaciones entonces exitosas de la clase trabajadora dieciochesca y posterior, y como tal fue una exigencia secundada, entre otras, desde las filas del marxismo. Federico Engels, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx o Clara Zetkin fueron algunos de sus máximos defensores en los dos siglos pasados.

No obstante, en esa misma época, en la que decíamos que tuvo lugar el alargamiento de la jornada y la respuesta de los trabajadores para terminar con él, también se empezaron a manifestar de forma clara las primeras dificultades para mantener el ritmo de crecimiento de las ganancias capitalistas. A partir de ese mismo momento hacía falta, desde el punto de vista de los intereses de las clases dirigentes, llevar a cabo nuevas formas de reanudar la generación de tales beneficios, o lo que actualmente se conoce como la recuperación económica.

Lo que se obtiene al incrementarse el tiempo de trabajo más allá del nivel en que se reproduce lo que vale la fuerza laboral siempre es en principio plusvalía; y la inversión tecnológica, que es una de las maneras (la principal) en que técnicamente se podría incrementar la productividad, no es un recurso armónico, sino contradictorio con la producción de esa forma excedentaria y el conjunto de las mercancías.

Lo que esto significa es que en un régimen asentado sobre la propiedad privada del capital, este último no puede combinarse a gusto de todos junto con la fuerza de trabajo, sino reemplazar esta última para permitir mayores rendimientos a las empresas, como ya está ocurriendo a medida que siga teniendo lugar la robotización o la transición ecológica que están actualmente en curso. Pero cuanto más se inutilice la fuerza de trabajo, mayor será la presión contra los salarios históricamente arrancados: por tanto no sólo disminuyen los salarios que gastan o consumen las empresas mediante los despidos individuales y colectivos (EREs, ERTEs...) sino también directamente a través de la remuneración, o lo que se paga según las nóminas derivadas de los contratos de trabajo por el tiempo (en horas, por ejemplo) que se trabaja de acuerdo a tales contratos.

Tanto la prolongación de la jornada de trabajo que aconteció durante aquella primera fase histórica expansiva del capitalismo, que describíamos al comienzo, como la reducción de la cantidad disponible recibida por quienes desempeñan tal actividad (y en general el importe salarial desembolsado en gasto laboral), que es lo que siguió después de la reducción de jornada conseguida por la lucha obrera, sólo son dos maneras o "vías" diferenciables que el capital tiene de conseguir lo mismo: que la parte que sea de la riqueza pase a adoptar esa forma de valor inaccesible para los trabajadores, la que constituye el beneficio privado de los explotadores y los capitalistas de diversos sectores.

Es decir, la segunda de las variantes no es de ninguna manera relativa porque la evolución de las plusvalías pudiera ser en algún caso "independiente" de la de los salarios, sino porque aquellas pueden acrecentarse con respecto a la masa total que se hubiera producido en un período de recesión, que es cuando se ralentiza el crecimiento económico. Esto último es exactamente lo que refleja la evolución de las tasas tanto de productividad como de natalidad: la crisis de superproducción de mercancías, y es consecuencia de las incapacidades adquisitivas que resultan de los bajos ingresos salariales.

De manera análoga se puede razonar que la primera variante de explotación o apropiación privada del excedente tampoco es absoluta porque la plusvalía creada como fuese pudiera ser "inmaterial", "falsa" o "irreal": muy al contrario, remite en todo caso a algo tan real que, se obtenga de la forma que se obtenga, es precísamente de ello que se vive a costa de los trabajadores que la producen y siempre se resta del salario.

La primera de las mencionadas, la plusvalía relativa, se acrecienta de manera aún más acentuada en contextos depresivos y de crisis económica general como los que vivimos desde hace varias décadas, y que en cualquier momento se pueden sumar a recaídas agudas en la contratación y en el empleo, facilitadas por la flexibilidad de contratos y de horarios, o por el despido libre y el abaratamiento de las indemnizaciones, que se han estado imponiendo de nuevo en las legislaciones de todos los países de la zona en los últimos tiempos.

Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado tenemos la significación históricamente ventajosa que ha tenido -y podría llegar a tener, si no estamos dispuestos a que nos la peguen- la reducción de la jornada laboral. Pero por otro lado tenemos que también es posible, incluso con la jornada reducida, incrementar eso que se detrae de nuestra capacidad adquisitiva porque constituye la parte de la tarta -del producto- que se reparte entre los accionistas y dueños del capital.

La cuestión es que no se sabe de antemano si cualquier propuesta va a ser o no ventajosa, precísamente porque no está nada escrito: pero sí sabemos que el trabajo es la fuente de nuestros ingresos y que tales ingresos equivalen sólo a una parte del valor total que producimos. 

Si seguimos en la tendencia de aceptación renegada y la aquiescencia que impera desde hace ya más de una década, sin abandonar el desconcierto y la derrota, sin contestación laboral y social y sin la menor crítica hacia cada caramelito que nos lanzan unos gestores políticos del capitalismo que son más "amables" que otros, pero que no dejan de ser lo que son, entonces sí sabemos a ciencia cierta que nos la van a dar con queso, y tenemos experiencia más que suficiente para corroborarlo.


3. Más tiempo libre sí, pero... ¿para qué?

Mencionábamos al comienzo que había quienes trataban de olvidarse tanto de la tendencia inflacionaria como de las actualizaciones salariales. Estos sectores argumentan que una reducción de jornada tiene que ser obligatoriamente preferible a un aumento de salario. 

Sin embargo, esa suposición es al menos discutible, si no directamente disparatada, primero porque todo ha de tener un contexto que lo justifique (de lo contrario caeríamos en el dogmatismo), y segundo si tenemos en cuenta que un supuesto aumento de salario puede suponer de partida, ni más ni menos, tanta ventaja o desventaja (según lo real que sea) como una reducción de jornada, porque de nada nos sirve tener más tiempo libre si la capacidad adquisitiva sigue cayendo.

Es decir, la inflación no sólo anula los efectos materiales ventajosos del aumento de salario. Es muy significativo que en la formulación de los argumentos que se han esgrimido para justificar esa "jerarquización" o "relativización de demandas" también se hayan recurrido y mencionado las actualizaciones salariales que se acuerdan en el ámbito de la negociación colectiva.

Aunque los sindicatos pacten con las patronales el aumento de salario, como se siguen elevando muy por encima los precios de todo lo demás al final ese aumento se anula: el aumento de salario por convenio no se traduce en un aumento del salario real, pues nos quedamos con menos y por tanto acaba por disminuir, también en ese caso, nuestro poder adquisitivo. De la misma manera, si pretendemos la implementación de una reducción efectiva de la jornada laboral no podemos simplemente "olvidarnos" del contraefecto que tiene la imparable elevación del coste de vida y los índices de la inflación, porque la reducción de la jornada, por muy real que sea (e incluso si se prohibieran las horas extras) tampoco invierte así, como por "línea directa", la evolución o la tendencia real en la cuantía de los salarios, ni tampoco en la calidad de los empleos que hubiera.

¿Para qué se va a pretender aumentar sino el tiempo libre? ¿Para tener que echar más tiempo buscando empleo en el Infojobs, alguna otra aplicación del teléfono móvil, o para patearse los principales polígonos industriales y empresariales de Vallecas o de las periferias de otras grandes localidades? ¿Cómo se va a aumentar el tiempo libre con los actuales salarios? ¿Esa es la libertad que les vamos a "comprar" a los gestores políticos del estado o a los esbirros mediáticos y digitales del capital?

En su spot [3] para las pasadas elecciones generales del 23 de julio de 2023, la vicepresidenta segunda del gobierno y ministra de trabajo dijo lo siguiente:

"Hemos dicho que esta campaña no va del futuro de ningún político [...]. Por eso, hoy quiero haceros una propuesta [...]. Es revolucionaria porque el tiempo es lo más valioso para quienes no tenemos grandes propiedades ni apellidos importantes [...]. Tiempo para ser libres [...]. Habrá gente que diga que no se puede reducir la jornada laboral sin reducir el salario, que esto es imposible. Lo cierto es que la jornada laboral ha ido siempre reduciéndose a medida que mejoraba la productividad. [...] Hoy no estamos a la defensiva, y queremos seguir avanzando".

Eso de que «el tiempo es lo más valioso que tenemos» (time is money) está entre lo que más "gracia" me hizo, en medio de la orientación conciliadora de la izquierda, que jamás volverá a ser lo que llegó a ser conocido en el pasado: estaba claro que tampoco el anuncio que acabo de reproducir se iba a tratar de una campaña de concienciación política de los trabajadores ni sobre la naturaleza del sistema capitalista, sino de su campaña electoral. Pero ciñámonos al hilo que venimos siguiendo.

El caso es que mencionaba ella estos tres elementos, que son el salario, la jornada de trabajo, y la productividad, y en su anuncio los combinaba en parejas, de dos en dos, según lo estimó conveniente: primero para cuestionar implícitamente a quienes considerasen imposible la reducción de jornada sin recorte salarial, y después para constatar ella misma que hubo reducción de jornada y también aumento de la productividad.

Hay una pregunta obvia que estas declaraciones deberían suscitar inmediatamente al lector u oyente si este es atento: ¿y qué si la jornada laboral se redujo mientras se incrementaba la productividad? ¿Ha de ser tomado eso como alguna prueba de credibilidad en las supuestas ventajas, o como una garantía de la hipotética efectividad de la propuesta? ¿Cómo va a haber una reducción real de la jornada laboral con un hipotético incremento de la productividad?

Aunque las etapas y los tiempos en que se implementaría han ido variando tanto en función de los agentes sociales (gobierno, patronales y sindicatos) como también según han ido transcurriendo los meses desde que se comenzó a barajar la idea (el año pasado, en vísperas de las pasadas elecciones...) la propuesta consistiría, en resumidas cuentas, en una reducción de la jornada laboral sin recorte salarial y en promedio anual.

El requisito sería entonces que, al cabo de un año, desde el momento en que se hubiera empezado a contabilizar o se pusiera el cronómetro a cero en el ámbito que fuese, la media semanal no superase el promedio semanal establecido para cada etapa de la reducción. El salario no disminuiría con la jornada, así que como la propuesta sería con compensación salarial, se plantea entonces (habría que agradecerle a la señora Yolanda Díaz lo abierto y transparente de sus declaraciones) el ajuste de la empleabilidad a las circunstancias de la producción. En sus palabras [4]:

"Nuestra legislación sobre tiempo de trabajo debe establecer reglas de funcionamiento rotundas y claras, que impidan las jornadas infinitas. Debe ser una legislación que consolide la flexibilidad ante los imprevistos, o las necesidades puntuales, tanto de las empresas como de las personas trabajadoras".

Para que se entienda si no ha quedado lo suficientemente claro: la «rotundidad» que menciona es para «que consolide la flexibilidad», a pesar del ingenioso juego de palabras de connotaciones aparéntemente opuestas. Un lenguaje no demasiado diferente al del mundo empresarial y de la administración de la contratación y costes de personal, porque al final, eso tan liberal (y libertario, según algunos) de la flexibilidad no es, en cierto sentido, más que una forma más o menos estricta de disciplina (económica) en los centros de trabajo, y no precísamente en interés de quienes trabajan para la empresa. 

No sólo la inversión capitalista volvió innecesario que se alcanzaran «jornadas infinitas», siendo no obstante cierto que determinados segmentos o capas de trabajadores pueden padecer extensas jornadas de explotación: es que nunca le ha venido mal al capital aprovechar los «imprevistos» para incrementar la esfera de sus ganancias. 

Alguien confiado podría preguntarse inocentemente: "si realmente se reduce la jornada, ¿qué importará si un día se trabajan 5 horas, al siguiente no se trabaja ninguna, y al siguiente se presenta uno 7 horas para recuperar el tiempo de trabajo, y al siguiente lo que se recupera es el tiempo libre..., si al final se va a trabajar lo que sea que se trabaje?".

Estoy seguro de que los empleados en las oficinas de RRHH (gestión de los "recursos humanos", eufemismo para la fuerza de trabajo al que también recurren los que deciden quiénes trabajan y quiénes no y en qué condiciones), un currículo profesional y académico que junto con el de los estudios de ADE (administración y dirección de empresas) comparten curiosamente ciertos pretendidos paladines de la clase trabajadora que son columnistas y redactores en medios como Ctxt, El Salto u otros (¡menudos currículos los de estos revolucionarios!) saben mucho de ese aprovechamiento que se hace de los "recursos humanos".

Así que como tendríamos una jornada reducida pero se compensaría el salario, también se da por sentado que tendrían que haber subvenciones directas al sector privado empresarial para que no hubiera pérdida de beneficios. Tal y como están las cosas ni siquiera es esto lo que más me choca, pero la duda razonable que sí surge entonces es ¿cómo abrir, pues, un margen de ahorro que sirviera para aumentar la productividad? La respuesta es la ya aludida "innovación organizacional", que es a lo que también se refieren ciertos medios de la brunet mediática progre cuando hablan de abordar la cuestión desde un punto de vista cualitativo: se abre la puerta para nuevas reestructuraciones de plantilla o ajustes, o incluso a la redefinición de lo que se considera trabajo y lo que no.

 

Conclusiones

Hay que mantener cierta coherencia con respecto al gobierno legal y en funciones porque no olvidemos que, de entre todos los actualmente posibles gestores del poder y las políticas que los capitalistas consiguen de ellos, la parte concreta en la que ya no se tiene el mínimo respeto por las reglas más básicas de convivencia y desde la que se está sembrando el odio en las instituciones y en las calles, va tirando del brazo cada vez un poco más en políticas económica y laboral. Sacaron a ultras, nazis y fascistas de diverso cuño frente a sedes y en alguna plaza para evitar la investidura de los progres, no lo olvidemos.

Cuando se aplicaron las leyes Aubry en Francia, la implementación de la jornada reducida se descentralizó hasta el nivel de empresa con el fin de minimizar todo lo posible la intervención del movimiento obrero allí existente, básicamente por la mayor tradición combativa de ese país, en el que existían poderosas federaciones industriales de sindicatos. 

En España, sin embargo, diversas fuentes del gobierno han dejado abierta la puerta, también, para hacer lo que correspondería con respecto al caso francés, con el pretexto de que la propuesta aquí y ahora podría suponer una nueva reforma del llamado Estatuto de los Trabajadores. Los motivos son evidentes: los promotores de la propuesta saben perfectamente que con la desorganización imperante en nuestro país, basta con descentralizar la implementación de la jornada reducida al nivel de sector.

Creer en algún redentor o ir tras las promesas de algún prometeo será una quimera, porque el capital sí nos engaña a nosotros diciéndonos que todo lo que hace es por el bien común, pero nosotros no le vamos a engañar jurándole que es por el suyo. No estamos viviendo, ni de lejos, la historia del movimiento obrero en la España del primer tercio del pasado siglo. La lucha de los trabajadores por su existencia todavía conectaba entonces, aunque fuera de una manera inercial ya tras el punto de inflexión en el Ciclo Revolucionario de Octubre, con la emergencia económica y política de la clase obrera que tuvo lugar a nivel internacional. 

Sin embargo, aunque tengamos una mayor calidad de vida que por aquellos tiempos, lo cierto es que si la estamos perdiendo es obviamente porque en algo nos estamos equivocando, o sea porque, en efecto, que es lo que de verdad importa, no hay lucha de clases.

Al igual que cuando mencionábamos las actualizaciones salariales, la finalidad de los promotores de la reducción de jornada, que ya cedieron a la patronal cuando esta acusó de "intervencionista" al gobierno, era evitar que se implementara a través de la legislación, o sea, mediante leyes jurídicas que así determinasen esa jornada: pero cabe preguntarse por las posibles implicaciones de la jornada reducida cuando la negociación colectiva es el marco de implementación de la propuesta. Si el aumento de salario a través de los acuerdos (disposiciones de menor rango que las leyes) o convenios colectivos entre los agentes sociales era nulo, ¿qué puede suceder entonces con la reducción real de jornada? No he visto por ahí muchas convocatorias de movilización al respecto por parte de ninguna organización ni sindicato, no sé ustedes.

Esta especie de "reparto del empleo" sería previsiblemente reconvertido, pues, en objeto del diálogo social, lo que significa que las patronales acabarán decidiendo, con el previsible apoyo de los sindicatos, cómo es la distribución de horas semanales de trabajo a lo largo de cada año de conteo.

Además de denunciar las falsas reducciones de jornada de por ahí, en las que esta sólo se concentra en menos tiempo, el que se prohibieran las horas extras, algo que por supuesto sería deseable, tampoco es lo mismo que un conflicto como el que volvieron a sacar a la palestra los de Acerinox en Cádiz (antes hubo otros, y habrá más), que llevan en huelga indefinida convocada por la Asociación de Trabajadores del Acero (ATA) desde el pasado 5 de febrero, y que exigen lo que no podemos esperar de ninguna de las centrales sindicales mayoritarias a nivel nacional: la lucha contra las bajas remuneraciones y la indexación del salario a la inflación.

El Presidente de la CEOE se opone a ello [5]. ¿Por qué creen que a los grandes empresarios no les interesa?. También el Presidente de la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA, pero esta es otra "ATA" distinta a la de los metalúrgicos gaditanos), afiliada a la anterior patronal de capitalistas y plutócratas desde enero de 2019, Lorenzo Amor, que de hecho también es Vicepresidente de la CEOE, se opuso [6] a la actualización salarial a los precios.

¿Por qué creen que las microempresas alineadas con el gran capital nacional, la ATA (de los autónomos) [7], que está en contra de la indexación del salario a la inflación, está también en contra de la reducción de jornada? Háganse preguntas, nadie se queda calvo por ello.

¿Por qué creen que la CEOE en su conjunto, está en contra de la implementación de la jornada reducida por ley,  o en su caso prefieren la descentralización de la propuesta al nivel sectorial? [8] ¿Les incomodan las respuestas a alguno de ustedes los lectores, quizás? Porque parece que a los empresarios no les parece tan mal que sean sus patronales las que tengan la responsabilidad en lugar del gobierno: ¿acaso los sindicatos tradicionales están luchando en algo? ¿O será que estos últimos siguen perdidos en cuestiones o bien superfluas, o bien que no lo son pero a las que se plantean recurrir para evadirse de otras fundamentales?

Una reducción de la jornada laboral, aunque sea una reducción real de jornada, no sirve para defender la calidad de vida históricamente conseguida frente a los ataques a que está siendo sometida, si no hay lucha, entre otras cosas para resistir el aumento galopante de los precios, que es a lo que la clase obrera exige que se actualicen los salarios para que sí se pueda al menos mantener la capacidad adquisitiva.


 

No va a haber mucha diferencia entre concentrar la jornada laboral, y reducirla como se pretende hacerlo, si esa reorganización del trabajo va a correr a cargo de los mismos gestores que la han propuesto, y los que insinúan que sí representan los intereses de los trabajadores aceptan sus itinerarios.

No vivimos del tiempo libre, sino del salario efectivizado, porque estamos explotados en el capitalismo, y por eso hay que defender la reducción efectiva de jornada: para empezar por aliviar las condiciones laborales y de vida cada vez más asfixiantes y poder recomponerse de cara a los conflictos venideros, que brotarán por mucho que nos pillen mirando a las quimbambas como hasta ahora. Si se trata al menos de mejorar la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, hay que ponerse manos a la obra.

Pretender olvidar el aspecto cuantitativo del salario no es más que una gran mentira para vendernos como éxito cualquier mierda que haga este gobierno, cuando lo que deberíamos estar haciendo es organizarnos para cuestionar democráticamente cada nuevo señuelo de los social-liberales y progres -mejor estos que los ultras, sí, pero tampoco nos van a regalar absolutamente nada porque tampoco gobiernan ni legislan para nosotros- y aspirar así a arrancarles alguna ventaja: sólo de esta manera se podría recuperar la iniciativa antes de que vuelva la serpiente, a la que ya no tiene el menor escrúpulo en pastorear toda la parte despreciable y nauseabunda que se encuentra a la derecha parlamentaria.

Sólo me queda preguntarme una cosa.

¿Van a intentar los sindicatos alternativos (los que se supone que eran críticos con las confederaciones mayoritarias) organizar una respuesta y una movilización desde la base? ¿O van a tratar de simular la épica triunfalista de los partidos del progresismo? Por mi parte, si van a seguir a rebufo de estos y sus voceros mediáticos, en lugar de elaborar una agenda independiente, les perderé el respeto como se lo perdí hace unos años a otras organizaciones no sindicales, que son los citados partidos. 

Si es esto último, eso de seguir la épica de estas formaciones políticas, nos llevarán al fracaso o, en el menos malo de los casos, a que también tengamos que dejar de contar con ellos en el planteamiento de una resistencia de clase más allá de lo aislado y el ámbito local.

Con lo primero, aquello de la respuesta y la movilización, tenemos una oportunidad sin tener que esperar a "comprobar" que se trataba de dejarnos la opción de trabajar por algo exiguo, o comernos los mocos mientras esperamos el próximo turno o el siguiente empleo. Pero esa oportunidad no es la libertad con la que unos están encadilando, y con la que otros se están dejando encandilar.

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REFERENCIAS:

  • 1: "Reducción de la semana laboral, pero sin trampas". Federación Provincial de Valencia de la CNT, el 17 de febrero de 2022. Enlace.

  • 2: "Reducción de jornada, una reivindicación vigente". Iván Nistal en el Periódico de la CNT, nº 421, el 15 de diciembre de 2019. Enlace.
  • 3. "Yolanda Díaz propone rebajar la jornada laboral una hora al día". Yolanda Díaz, en su spot de la pasada campaña electoral para las generales del 23-J, reproducido en el Youtube de Expansión, el 23 de julio de 2023. Enlace.
  • 4: "Necesitamos una nueva regulación del horario de trabajo...". Yolanda Díaz, Ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda del Gobierno, en el acto de presentación del Estudio de fundamentación para la Ley de Usos del Tiempo y racionalización horaria, el 16 de junio de 2023. Enlace.

  • 5: "No se pueden indexar los salarios a la inflación". Antonio Garamendi, Presidente de la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales), en entrevista en Radio Nacional de España, el 13 de septiembre de 2022. Enlace.

  • 6: "ATA insiste en que indexar salarios a la inflación puede hacer que "todos seamos más pobres" ". Entrevista de Telecinco a Lorenzo Amor, Presidente de la ATA (Asociación o Federación Nacional de Trabajadores Autónomos) y Vicepresidente de la CEOE, y recogida por Servimedia, el 9 de mayo de 2022. Enlace.

  • 7: "Autónomos ven la reducción de la jornada laboral como un "hachazo" a las empresas". The Objective, otra vez en referencia a Lorenzo Amor, el 25 de octubre de 2023. Enlace.
  • 8: "CEOE rechaza reducir por ley la jornada laboral y lo crítica por "intervencionista" ". Rosa María Sánchez, en El Periódico, el 24 de octubre de 2023. Enlace.

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  • "Propuesta de exigencias al posible próximo gobierno de amplias alianzas". Marat, en su blog La Barricada Cierra la Calle pero Abre el Camino, el 1 de septiembre de 2023. El título de la publicación se debe a que esta fue escrita con anterioridad a la formación del actual gobierno en funciones. Enlace.