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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

miércoles, 29 de enero de 2020

Desaprovechada la acumulación de fuerzas en Venezuela y América Latina

Desfile del 208º aniversario de la independencia, 2019
Fuente: PSUV
Por Arash

El republicanismo bolivariano fue la expresión de un movimiento de raíces liberales nacido contra los restos del colonialismo español. Tiempo después, el comandante Hugo Chávez inauguró el liderazgo de un movimiento cívico-militar que substancializó una nueva lectura de la lucha anticolonial de Bolívar, pero este acabó en malas manos: el socialismo terminó siendo solamente una retórica ocasional, y en el terreno de los hechos no se alejó demasiado de sus orígenes.

A modo de balance se puede decir que la dirección del proyecto terminó renunciando a cuestionar en sí misma la estructura de clases, limitando su alcance político al de la distribución de la renta sobre dicha estructura y sin haberse replanteado nunca seriamente la cuestión del poder real, más allá de la representación.

La nacionalización del sector petrolero no comenzó en 1999, con la constitución de la República Bolivariana. Lo que hizo el gobierno de Chávez fue establecer el control estatal de los precios del petróleo a la venta en el mercado internacional, pero fueron los gobiernos antisociales de la cuarta república los que estatalizaron no la exportación, sino la extracción e incluso la refinación del crudo.

El sistema productivo basado en la exportación de ciertas materias primas agrícolas, en que se fundamentó el imperialismo colonial español, había dejado paso desde mediados del siglo veinte a otro basado en la exportación del petróleo, y esa fue la gran barrera que habían de derribar los trabajadores y las capas subalternas de la población, que fueron abandonando el campo y alojándose en las ciudades. Pero el sector petrolero como eje de la economía nacional era una moneda de dos caras, porque aunque la producción de crudo y refinado a partir del subsuelo marino requiere cierto grado de inversión tecnológica e industria para poder llevarse a cabo, el desarrollo de esta última estaba hiper limitado por la burguesía imperialista, que necesita mantener bajo control a sus proveedores y materias primas para asegurar su preeminencia en la manufactura de los derivados del petróleo y en la producción mundial.

No sólo en Venezuela, sino en toda América Latina, el imperialismo moderno se estaba basando en las nuevas políticas y economías extractivistas del subcontinente, o sea, igualmente radicadas alrededor del sector primario. Cambiaba la estructura de clases, pues, pero esta no desaparecía lo más mínimo, ni siquiera cuando luego se redujo de manera importante la desigualdad en el reparto de la riqueza, con las políticas implementadas tras el acceso del MVR (Movimiento V República) al gobierno en las elecciones al congreso de 1998, en coalición con otros partidos. Durante este período, desde mediados del siglo anterior, Estados Unidos había reemplazado en su posición a España en las relaciones internacionales con estos países.

El MVR, que había renunciado a la táctica del golpe militar después de 1992, se planteó la ejecución de una reforma constitucional a través de la vía parlamentaria. Su objetivo inmediato era una refundación jurídica del Estado que actuase de marco legal en el que llevar a cabo el susodicho proyecto de reformas sociales. Las políticas del gobierno bolivariano, una vez constituída la quinta república, se basaron en la subvención de las pensiones públicas, la sanidad universal, la vivienda social o la educación a partir de la redistribución de la renta petrolera.

En otras palabras, se intentaba enfrentar la distribución propia del mercado interno de bienes y servicios mediante un sistema "paralelo" de gasto público. Se trata del socialismo de Estado. Los economistas suelen hablar, significativamente, de distribución primaria y (re) distribución secundaria para expresar la relación jerárquica y de subordinación entre ambos sistemas, quizás porque conocen bien, mucho mejor que los propios movimientos, partidos y gobiernos que los impulsan, cuáles son las limitaciones de los proyectos que dicen pretender una transformación radical de la sociedad pero se mueven en la dialéctica mercado-estado.

Esos planteamientos políticos que en Venezuela o, sin llegar a ser un fenómeno de gobierno, en Colombia (desde la oposición) y en menor medida en Ecuador (en coalición con el gobierno ciudadanista de Rafael Correa, luego de Lenin Moreno), se expresaron en la forma propiamente bolivariana, tuvieron otro aspecto formal en el país latinoamericano con la mayor proporción relativa de población indígena, en donde se reprodujo el mismo tipo de errores.

En Bolivia tenían su equivalente reformista indígena de las Misiones Bolivarianas, con la redistribución de las rentas minerales y de hidrocarburos hacia los sectores sociales más empobrecidos. Chávez no se inventó el "socialismo del siglo XXI" pero este adquirió una gran difusión internacional durante su liderazgo, influyendo en toda la región.

Mientras ocurría todo esto, la pequeña burguesía formada en la universidad evocaba a la Pachamama en mitad de una asignatura académica de ciencias sociales o en sus quehaceres "activistas", con la intención de confundirse a sí misma con el campesinado en lucha de los países andinos, amazónicos y caribeños de América Latina, que han venido padeciendo la escasez con la complicidad de sus gobiernos oligárquicos. Para colmo, lo hacía para vender su chatarra ideológica del decrecimiento, el antidesarrollismo o el minimalismo existencial, como si burlonamente estuvieran haciendo de aquello que oprime a los pobladores locales de la periferia su propia bandera, mientras se etiquetan a sí mismos como revolucionarios.

La idea reificada de la naturaleza es parte de la herencia religiosa de la población amerindia, y en lugar de querer entender el proceso sociopolítico en su propio contexto cultural y comprender, hasta compartir las justas razones y los motivos del mismo, aquella lo asumía como el suyo propio (multiculturalismo) y encima todavía se atreven a trasladarlo hacia Europa como si fuera políticamente válido.

Si alguno justifica las deficiencias de su propio mandato y gobierno en el nombre de Cristo, y no me refiero en esta ocasión a la ultraderecha boliviana, representada por Jeanine Áñez y que no se ha quedado precisamente corta en su extremismo y fanatismo, sino al mismo presidente venezolano, Nicolás Maduro, los tontos y pedantes postmodernos -qué manía de intentar dignificar la religión y el nacionalismo cuando son minoritarios o exóticos- pretenden visibilizarse y alcanzar notoriedad entre sus seguidores en nombre de un supuesto equilibrio de la naturaleza. Pero católica-cristiana, o indigenista-naturalista, la falacia que defienden no se diferencia demasiado la una de la otra, y menos por las consecuencias económicas o materiales que le acarrean a aquellos a quienes no representan ni se asemejan lo más mínimo en sus formas de vida por mucho que digan que les gustaría, que son los amplios segmentos de la población en los países del capitalismo dependiente.

El caso es que lo más importante de las reformas emprendidas no eran estas en sí mismas -ninguna conquista social prevalece a la larga en el capitalismo, como también se corrobora en Europa- sino el fortalecimiento del vínculo entre la clase trabajadora y demás mayorías populares de las ciudades y del campo -principales beneficiarias de aquellas- con los susodichos gobiernos que las impulsaron, por la capacidad de profundizar los contenidos del programa político y adelantar su realización.

A lo mejor sectores más o menos amplios de las mencionadas capas populares consideraban que dichas reformas eran o debían ser el eje vertebral del proyecto, aunque en realidad, de lo que se trataba era de haber cuestionado la estructura productiva, dando mayores cuotas de control de la producción a los trabajadores y aprovechando la inercia política de semejante apoyo popular, uno del que crecientemente carecen los mencionados gobiernos en la actualidad ante el auge descontrolado de las derechas.

Pero si la llegada de Chávez a la presidencia del Estado venezolano fue la señal de cómo se abrieron las puertas de la revolución bolivariana, estas fueron cerradas de nuevo de la mano del pusilánime dirigente que le sucedió. En Ecuador, la "revolución ciudadana" de Correa ni siquiera pudo nunca haber sido tal cosa a pesar del nombre, a diferencia de la revolución en Venezuela, que sí pudo pero tampoco fue.

Aquello que más valía la pena en el proceso bolivariano no era la distribución estatal de los ingresos, bienes y servicios, aunque fuera en su característico sentido progresivo, ni siquiera el sistema electoral, por positivo que fuese en su contexto nacional, sino el reconocimiento jurídico de las Comunas y los Consejos Comunales, con las que el Estado institucionalizó su relación mediante la creación del Ministerio del Poder Popular para las Comunas, y sin las que la democracia radical, que inspiró el proyecto republicano y bolivariano, hubiera sido puro humo de distracción y demagogia oportunista, como de hecho lo es aquí en España.

Se tratan de organizaciones vecinales de las masas orientadas hacia la gestión de las empresas por sus propios trabajadores, a las que la Constitución Bolivariana todavía vigente dedica alguno de sus apartados de manera relativamente amplia, y que podían haber sido el germen de un hipotético futuro poder socialista.

Pero ya es tarde. Las respuestas de los últimos años contra el golpismo derechista no han contado con la participación que tuvieron durante las legislaturas de Chávez, en las que la movilización popular fue prácticamente total. Algo parecido le ha ocurrido a Evo Morales y el gobierno del MAS, a quienes les terminaron retirando su apoyo desde la Central Obrera Boliviana, principal organización sindical del país. ¿De verdad Maduro, desde la presidencia, pretende convencer a alguien de que la clase obrera está traicionando a estos gobiernos?. ¿No será que estos últimos han evadido la responsabilidad que dijeron o insinuaron asumir ante aquella?

Maduro, en vez de contribuir a desarrollar las Comunas y los Consejos Comunales en su país, trata de asignar a las masas más representación en la institución legislativa del Estado. En los momentos más críticos del proceso bolivariano, cuando el apoyo de las bases ya estaba seriamente en entredicho, su gobierno convocó una Asamblea Nacional Constituyente, una medida que podía ser o no plenamente legal y compatible con el ordenamiento jurídico de la república pero que era completamente innecesaria.

Así es como ha terminado ese intento de avanzar hacia una República Popular, comenzado en 2008, cuando se fundó el nuevo Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) alrededor del viejo MVR. El liderazgo confunde intencionadamente el poder popular con el sistema de representación, lo que tiende a alargar el mandato presidencial tras la apariencia de un gobierno representativo de los sectores populares, y que en realidad lo es de los intereses de la boliburguesía, surgida al calor de los arañazos a la renta del capital financiero global, poco dañinos para este último en su conjunto pero muy lucrativos para aquella fracción en particular, que se benefició de la mayor parte de esa redistribución internacional.

La alternativa a ese gobierno formalmente popular, que previsiblemente escenificaría un pacto con los sectores moderados de la oposición antichavista vía "constituyente", sería la de un cambio "brusco" de gobierno, ya que la posibilidad de un golpe "blando" e incluso "transparente" está allí descartada debido a la presencia de la Milicia Bolivariana, que se encargaría de hacerlo explícito y se sumaría a los militares profesionales de la FANB para detenerlo.

En ese caso, y si el hipotético golpe tomara la forma de una abierta guerra de agresión imperialista, el gobierno estadounidense ni siquiera tendría que ensuciarse las manos demasiado, al menos ante el grueso de la opinión pública mundial. Después de la nefasta intermediación de los gobiernos de Cuba y la propia Venezuela en la negociación exitosa del desarme de las FARC, podría delegar en el Estado colombiano una hipotética intervención militar sin represalias en su retaguardia.

Mientras los acontecimientos siguen su curso y Venezuela se debate entre sus posibles y poco gratificantes opciones, en España unos se alinean con el guarimbero autonombrado presidente, otros con el del pajarito, y otros buscan el término medio entre los dos, por qué no. En unos casos se trata de mantener en el redil parlamentario y electoral a quienes siguen discutiendo sobre aquello que se programa en las tertulias y los platós, en vez de elaborar su propia agenda. En otros, simplemente de no desaparecer del mapa de siglas ante su completa irrelevancia.