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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

jueves, 10 de junio de 2021

La nueva tarifa de discriminación horaria

Por Arash

Puestos a distinguir entre lo que se dice desde la "oposición" parlamentaria, y lo que previsiblemente se hiciera o se haya hecho finalmente una vez alcanzado el gobierno, hay que distinguir bien para no ponérselo más fácil de lo que ya lo tienen a alguno de nuestros adversarios. La derecha, por ejemplo, se ha pronunciado en contra de la nueva tarifa de discriminación horaria, y eso significa sólo eso y nada más, pero no ha declarado abiértamente nada más que eso al respecto. Esta nueva tarifa se traducirá en un aumento del coste medio de la luz, de determinada magnitud, para la familia residente media en el territorio del país, porque aunque todos lo sabemos, las compañías energéticas tienen bien estudiadas hasta el milímetro en qué franjas diarias se consume más energía en los hogares. De entre aquellas que vivan del salario, habrá cada vez más en las que no se pueda asumir ese gasto.

El resto del "abanico", pues, sólo son una panda de mercachifles al servicio de la misma clase que aquella, sólo que intentando escorarse más hacia una de las bandas (todo el espectro político actualmente existente, incluido el extraparlamentario, apesta a populismo del rancio) y aplicando sus políticas capitalistas con vaselina, para que entren mejor en aquellos a los que finge representar junto con sus auténticos representados. Eso si no hablamos de las sectas marginales, que nunca dejarán de serlo y de las que tampoco nacerá ninguna opción que necesitemos quienes tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo.

El dinero que se transfiere por la luz se compone de su precio, por un lado, y de los impuestos que la gravan, por otro. El precio es dinero que se acumula en la caja de esas empresas y compañías energéticas, mientras que los impuestos van a parar a los presupuestos del Estado, que lo mismo se podían haber dedicado a obtener los respiradores que hacían falta y pagar a rastreadores para los hospitales públicos, o para incrementar la frecuencia del transporte municipal y evitar aglomeraciones en grandes ciudades, que para comprarle una corbeta a los italianos.

Uno de estos últimos impuestos es el IVA (Impuesto del Valor Añadido) que todos conocemos, que grava la compra de casi cualquier mercancía en general, y la energía no es una excepción. Esto significa que a la hora de pagar una factura de la luz, también se abona una cantidad de dinero en este concepto impositivo, ya sea por el consumo doméstico del chalé con piscina climatizada y coche eléctrico, o por el de una nevera o lavadora viejunas de quien le paga ese coche y esa piscina al burgués mientras tiene que apretarse en un cuchitril de Carabanchel o de Vallecas e ir a trabajar en una tartana o diréctamente en patinete ecológico.

También quiere decir que, si además se es propietario, socio o accionista de una empresa distribuidora, se ha de abonar además dinero en concepto del susodicho IVA por la compra de la energía a las compañías productoras, antes de poder revenderla o distribuirla. Quienes se apuntan al negocio de la luz en la forma de cooperativas u otras modalidades societarias y empresariales para ver si pueden sacar tajada con aquello de la "economía colaborativa", también destinan una parte de su patrimonio hacia el Estado.

Otro es el Impuesto sobre el Valor de la Producción de Energía Eléctrica, que se trata en principio de un impuesto que grava diréctamente el patrimonio de las compañías energéticas que se dedican a la explotación de esta actividad productiva. Al igual que sucede con el IVA y las distribuidoras, las corporaciones y empresas filiales que controlan estaciones eólicas o hidráulicas como las de Endesa o Iberdrola, entre otras, abonan este otro impuesto por su gran "contribución social", y pueden seguir rentabilizando la noblísima actividad a la que se dedican. En la obscena mentalidad socialdemócrata, la plusvalía siempre es genial y maravillosa: sólo hay que "retener" una parte de la misma y asunto terminao'. Luego pasa lo que pasa.

Lo que también defienden abiértamente el PP, Vox y Ciudadanos, es la disminución de los impuestos sobre la luz. Te lo presentan "argumentando" que ello reduciría el desembolso del consumidor final, porque ello les permite aparentar sensibilidad hacia las familias que tienen que hacer peripecias para poder pagar esas facturas o la renta del alquiler a la "majete" de la casera, y al mismo tiempo llegar a final de mes. En realidad tampoco les importan una mierda todas ellas, y aplauden o callan como hijos de la gran puta cuando los matones de Desokupa apalean a las que vayan a ser finalmente desahuciadas.

Resulta que, por paradógico que pueda parecerle a algunos esto o sus consecuencias, la producción energética es un monopolio al servicio de los intereses de un puñado de proveedores, empresarios del "bien común" (o sea de sí mismos) y sus compinches de la administración, cuyas familias y amiguetes invirtieron bien e inteligentemente su capital y supieron relacionarse, y sabían que eso de la "libre" competencia siempre había sido una patraña, aunque les funcione. Las empresas y compañías del sector energético necesitan un nivel mínimo de consumo, y ya se ve que esto no implica afección alguna por quienes trabajan o sobre todo se buscan la vida en la Cañada Real. Si los dueños, accionistas y directivos de aquellas ya están hechos de oro, ¿por qué no multiplican por veinte el precio de la luz y que les salga hasta por las orejas? Debería estar claro por qué persiguen una bajada de los impuestos. Pero la izmierda se esfuerza por ponérselo en bandeja y desenrrollarles la alfombra.

Así que el precio aumenta de todas maneras, porque así se ha aceptado tanto en el partido "socialista obrero" español, como en el de las progres pusilánimes de Unidas Podemos, y sus forofos más "transgresores" (seguro que el poder se está cagando de miedo con ellos) en las redes de adormecimiento social siguen soñando con los "años dorados" del capitalismo. Pero estos ya terminaron para siempre hace bastante tiempo, y aquello de la progresividad y "justicia" fiscales, que siempre fueron más ficción, nacida del pacto social de posguerra, que realidad, jamás volverá.

Por eso los chalecos amarillos, una de las mejores y más reivindicativas protestas y manifestaciones de la lucha obrera de los últimos años, originaria de Francia y que no se debe confundir con los lepenistas a los que combatieron en las calles ni con las malas imitaciones nacionalistas de Bélgica o Cataluña, salieron en su día a montarla durante meses contra el injustísimo impuesto del gasóleo. Por eso una gran parte de los sindicatos obreros y de campesinos en Bolivia, al otro lado del Atlántico, rompió con Evo Morales y el mal llamado "MAS". Porque no son sólo los gobiernos de derechas los que nos golpean aquí o allá, en esto o en lo otro, por mucho que dirijan aquello de lo que otros son la retaguardia "amable". Porque la transición ecológica no es más que la manera que persiguen, todos ellos, de descargar las consecuencias de un nuevo modelo energético sobre las espaldas de la clase trabajadora.

Porque el que crea que estos que actualmente ocupan la Moncloa o alguno de los inquilinos venideros va a hacerles bajar los precios o hacer la energía más asequible, con más o con menos impuestos o sin ellos, a esos malnacidos que rentabilizan la necesidad de tener agua caliente para ducharse o iluminación en su infravivienda, sea esta comprada mediante hipoteca, alquilada, o de protección oficial como las de la Colau en Barcelona (bien hicieron desde la PAH cuando pusieron a parir a la "Alcaldessa", que tiene un ego tan grande como todos los de su parroquia de embaucadores) es que está delirando. Por el momento no tenemos la fuerza necesaria, y quien piense que admitir esto implica derrotismo es que no le entra en la mollera que lo que tengamos o no tengamos depende siempre del nivel o grado de organización de clase, aunque sospecho que una parte importantísima de los trabajadores saben que hay que empezar por ahí para poder enfrentar las distintas opciones que nos impone el capital, que son todas en su exclusivo beneficio.

Porque en el fondo, esos influencers que confunden el 15-M (de aquellos barros de "indignación", estos lodos de la izquierda y sus espacios aledaños) con la tradición solidaria del movimiento obrero, que los hay a montones, les espanta que les reprochemos su aversión y negativa a entender que el capitalismo tiene su propia lógica y sus propias leyes, al margen de la voluntad de cualquier gobierno, y que estas ya no son una predicción a largo plazo, como en el período del "estado del bienestar". Por eso las políticas fiscales que se prometen sólo son parte de una fantasía democrática que ya no cuela. Algunos se deleitan con ellas incluso antes de haberse demostrado lo que son, una vez han sido aplicadas.

A este paso, de esta nueva tarifa horaria se terminará sacando rédito electoral, y sobre todo ideológico, para imponernos nuevos ajustes, al igual que con la inminente reforma de la actual coalición contra el sistema público de pensiones, o esa que la peligrosísima ministra "comunista" de trabajo ya ha prometido que nos vamos a comer para finales de este año. Lo de limitar las causas de la temporalidad, por cierto, es un brindis al sol de la envergadura de una borrachera colectiva de una boda. Justificarán todo por el "bien común", el pueblo, la patria y demás mentiras que se inventen.