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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Los progreliberales (la izquierda) tampoco salvarán las pensiones y servicios públicos de la clase trabajadora

Por Arash

La falacia que divulgan los tecnócratas no consiste en afirmar que haya cuestiones técnicas que abordar. Eso ya lo aceptamos, sin pretender dar lecciones en saberes ajenos ni mucho menos adoptar una postura de tintes criminales, los que asumimos que hay una naturaleza por conocer y también una existencia que debería ser merecida con la lucha, porque nada en esta vida es regalado ni se tiene sólo por nacer y ser humano, al menos por lo que respecta a la clase de los desheredados.

Su mentira consiste en hacer pasar por aquellas primeras cuestiones técnicas las que son económicas y políticas, como se ha estado haciendo desde la derecha, durante los últimos decenios, con la difusión de una propaganda malthusiana y sociodarwinista contra el Sistema Público de Pensiones, asegurándose que no tiene solución y que cada uno debe ahorrar por su cuenta lo que pueda en los planes privados y fondos de capitalización que promueven los bancos y las aseguradoras.

El liberalismo vergonzante de la izquierda no es exactamente ese sino el ecológico de apariencia más progresista, pero es igual de impertinente y contraproducente que aquel. Porque el liberalismo es lo que es, no las supuestas virtudes que creen ver en sus aspectos económico y político, que a menudo presentan por separado como si no tuvieran nada que ver el uno con el otro.

No hace falta retroceder doscientos años hasta la revolución francesa para reivindicar y defender unas irrenunciables libertades políticas que quienes detentan el poder -no es ganar unas elecciones- miran con desconfianza, porque ya no necesitan ni les conviene que las ejerza el resto de la población, la clase trabajadora para ser más exactos. 

Elegir de entre lo que nos ofrecen los mariachis del Congreso cada vez tiene menos que ver con su ejercicio, y la democracia que llamaban "participativa" sólo era el populismo de unos preparados con título, como el de quien iza las velas de un galeón para ver hacia dónde soplan los vientos electorales que le llevan a su "asalto a los cielos" parlamentarios. 

En este caso, lo que por un lado ha estado siendo todos estos años una calculada afirmación más o menos explícita, según esta que hay demasiados jubilados como para poder sostener el Sistema Público de Pensiones y, por añadidura, el de la Seguridad Social en su conjunto, permea y se interioriza en la forma de una sutil insinuación genérica, que se expresa a veces en consideraciones como la de que en este planeta, al parecer, no cabemos todos, que hay que vivir con menos sin aclarar de qué y quiénes, o que hay que dejar espacio para los que vengan después. Y se quedan más anchos que largos.

Resulta, según ellos, que el problema ya no es el capitalismo y sus inevitables ciclos de expansión y contracción, que sacuden a sus víctimas con cada nueva vuelta de tuerca sumiéndolas en la escasez material, sino lo que denominan como "la carrera enloquecida hacia el crecimiento". 

Desde su planteamiento se trata de presentar el detenimiento de la evolución del PIB, que viene caracterizando la tendencia general de las principales economías del mundo desde la Crisis del Petróleo, así como la práctica parálisis de las tasas de natalidad a escala global, como si fueran algo deseable, la senda de un mejor porvenir para la humanidad.

Así tienden a considerar el declive de la sociedad burguesa ante la completa falta de una alternativa real, creíble y plausible, tan necesaria en este período como ausente de cualquier proyecto, en la que el capital cada vez es menos capaz de garantizar siquiera un sustento que no sea aquel que permita simplemente sobrevivir, dejar alguna descendencia y poca cosa más. Lo básico o mínimo necesario para intentar mantener a flote la tasa de ganancia.

Aunque el pensamiento débil lo esconda tras la ilusión de un cambio, uno enseguida se percata de la ausencia de esa alternativa, si quiere, a nada que escarbe en esa parida de la socialdemocracia de reclamar derechos sólo por ser humano. Evitan y tratan de neutralizar la lucha de clases evocando el derecho natural.

Su universalismo no es mucho más que una fina capa de moralina republicana que encubre en lo que llevamos de milenio el enorme escepticismo social y político del último tercio del siglo veinte, algo lógico y comprensible porque es cuando se terminó la "bonanza" de la posguerra europea y comenzó la época de vacas flacas, y su poca credibilidad ya no resiste más la enorme frustración psicológica de la que se sirve un prefascismo peligroso aunque terriblemente más inteligente que quienes dicen enfrentarlo, que se extiende ante la falta de la organización de clase que necesitamos.

La ideología que alimenta esa frágil ficción y la desidia que la acompaña es la de un supuesto equilibrio de la naturaleza en el que se cuestiona, en medida variable y más o menos directa, la propia presencia de nuestra especie, y que trata de aparentar una incierta base científica con la que se pretende confundir.

El éxito de la clase dominante en imponerla queda manifiesto con la imaginación de esa hipotética prestación que recibirían, supuéstamente, todos los habitantes del mundo mundial "solamente por el hecho de existir", relativamente extendida entre sus electores. Así de fácil dan por hecho lo dado.

De esta forma, cobrar una baja por accidente laboral o doméstico, la jubilación después de haber atravesado la etapa activa de la vida, o el paro cuando la cosa se pone fea en el capitalismo, se convierte ni más ni menos, dicen, en un sistema "burocrático y paternalista y que no funciona". Para qué defenderlo, pues.

Mejor que desaparezcan las prestaciones y los "dispositivos condicionales", darles cuatrocientos euros en su lugar a cada trabajador y que se busquen la vida, que los pobres ya saben lo que hacer con el dinero y no se lo van a gastar en chupitos y en un par de porros. Como si el importe de esos subsidios y "ayudas" que promueven llegara para mucho más.

Es cierto que esas nuevas prestaciones no son ni serán tal y como las siguen creyendo y vendiéndonoslas desde antes de haber empezado a implementarlas, y desde el principio había algo de estúpido, y también mucho de interesado, en soñar con una prestación inexistente en lugar de defender las que sí existen de verdad, y hay algunas de las que quieren que hablemos lo menos posible estos expertos en marketing electoral. La pregunta no es por quiénes se sacaron de la manga aquella con la que hacen fantasear a sus forofos sino por cuánto.

En lo que sí son consecuentes a la hora de aplicarla, la llamen como la llamen, es en financiarla a partir de los recortes o ahorro en pensiones y otras prestaciones monetarias, y quien sabe si también continuando los que ya ha padecido el Sistema Nacional de Salud u otros elementos del denominado "Estado del bienestar", con el fin de evitar redundancias en el gasto de la misma.

La trampa es que su prestación imaginada y prometida es la leche, pero aún así el personal se echará las manos a la cabeza a posteriori y atropellará al político que pille por delante cuando se de cuenta de que le han dejado sin su jubilación o su prestación por desempleo, quizás repitiendo aquella tontuna reaccionaria del 15-M de que todos son iguales pero ya en versión Vox, en vez de haberse preocupado de conocer qué opción estaba aceptando.

Desde su profundo individualismo tampoco ven unas determinadas relaciones de producción sino a personas aisladas, y por eso no se les puede pedir que entiendan qué es la alienación, que reducen a sus consecuencias psicológicas, por cierto nada desdeñables, y encima lo hacen de una manera bastante mediocre. Por esa razón la solidaridad les parece conservadora, lo que pasa es que no la denominan como tal cuando la denuncian en sus canales y medios de comunicación no vaya a ser que algún votante menos despistado se percate, mientas la confunden con la caridad -laica, eso sí- por la que la reemplazan desde las instituciones del gobierno.

Incluso se presentan como los garantes de la solidaridad vecinal en los barrios obreros mientras nos hacen tragar con el Pacto de Toledo, desrresponsabilizando al Estado en garantizar la prestación de todos los servicios de la Seguridad Social, sin distinción, y pasándoles el marrón de la protección social a las golpeadas familias que residen en ellos, empobrecidas por una crisis que viene de antes y la pandemia de la covid-19 ha agravado enormemente.

El régimen contributivo es el que más les incomoda de los dos. Sus intereses electorales, que son los de buscar la respetabilidad y la aceptación de los poderes fácticos a los que obedecen en su sistema de representación, les impide reconocer de manera abierta que es justamente este el que engloba la parte más cuantiosa de la cobertura estatal.

Si los jubilados y los pensionistas se saltaron el cordón del Congreso de los Diputados el 22 de febrero de 2018 para exigir el fin de ese pacto nefasto, suscrito por las patronales, los "sindicatos" mayoritarios y todos los partidos parlamentarios hace veinticinco años, los progreliberales comenzaron una negociación con el resto de su comisión de "seguimiento y evaluación" que previsiblemente se prolongará hasta el infinito, si no son aquellos mismos los que mantienen el liderazgo de la protesta, preferiblemente junto con el resto de una clase trabajadora que está preocupantemente narcotizada.

Si los jubilados y los pensionistas exigían terminar con la separación de fuentes y restablecer la caja única, los progreliberales ignoran y consiguen que sus forofos se olviden de la propia caja de la Seguridad Social y de las cotizaciones que la financian, como pretendía en un artículo en El Salto, del pasado 16 de agosto, el licenciado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad Politécnica de Valencia Yago Álvarez Barba, para quien la economía tampoco es una cuestión política. Así se terminan justificando las recetas de austeridad que administran, pero pareciendo que no lo hacen o que no hay otra opción. 

Con ello consiguen que se imponga la separación de fuentes del Pacto de Toledo, que asfixia el régimen contributivo, y tiende a hacer depender la financiación de las pensiones y toda la Seguridad Social única y exclusivamente de los Presupuestos Generales del Estado, como ya hicieron con la sanidad o los servicios sociales en los años noventa, ligando diréctamente el sostenimiento de las pensiones, prestaciones monetarias y servicios públicos en general a los objetivos del déficit establecidos en la Unión Europea, que son los que persiguen todos los gobiernos nacionales de los Estados miembros.

En lugar de defender el régimen no contributivo como una forma de intentar asegurar el acceso del máximo número de excluidos y de trabajadores temporales a la cobertura del sistema de protección, mientras se intenta que el máximo número de ellos acceda a un empleo, se estabilizan los contratos de quienes lo tienen intermitentemente, y en definitiva se cuestiona la relación salarial para tratar de incrementar la esfera del régimen contributivo, lo que hacen los progreliberales es utilizarlo para sustituir y reemplazar este último porque aquel es más barato

Miran hacia otro lado con la contratación temporal que introdujeron y facilitaron en la legislación laboral junto con la derecha, que vuelve la empleabilidad de la fuerza de trabajo más "flexible" para el empresariado que la explota. Así que el posible y necesario reparto del empleo que a veces mencionan adquiere la misma forma que la que efectivamente han ejecutado todos los gobiernos con sus contrarreformas del mercado laboral, que sólo lo "reparten" hasta que vuelve a ser rentabilizado, empeorando su calidad y dejándose fuera a todos los demás.

Las aportaciones de los trabajadores al conjunto de la riqueza dejan de ser un criterio recaudatorio y la base de cálculo principal de la prestación pública, y el inquilino de turno de la Moncloa pasa a tener la última palabra del cómo, el cuánto y el por qué se cobra, convirtiéndose los derechos sociales en simples derechos positivos, sujetos a la voluntad de los legisladores de hacerlos cumplir o de suprimirlos. Luego hablan de paternalismo.

Después de todo ello, para eliminar o recortar la prestación de un servicio público desde el gobierno les basta con una mala explicación en televisión porque ya acabaron con el obstáculo jurídico, y si la clase trabajadora protestase, como hicieron en repetidas ocasiones sus combativos sindicatos en Grecia durante la legislatura del indecente de Alexis Tsipras, supondría una gestión menos problemática que la de llevarle la contraria a esa "Troika" que supuéstamente iban a enfrentar cuando ganaran las elecciones y ya no mencionan por motivos obvios.

Así van transformando el Sistema de la Seguridad Social en una nueva forma de asistencia de la pobreza, a la que denominan como "social" en su nefasta intención de rodear la administración del capitalismo, sus privatizaciones y los recortes de gasto público en un aura triunfalista y de patético utopismo de cortos vuelos completamente ajeno a la realidad concreta y cotidiana de los explotados y excluidos, generando las expectativas incumplidas que se convierten en la desesperación electoral pujante de los nuevos dictadorzuelos que ya andan por ahí en las tribunas presidenciales.

Es impostergable entender que, si a la pretensión de defender la prestación pública de servicios, no le sumamos, priorizándola, la de defender el empleo, como el todo único que constituye, lo único que nos va a quedar de aquella son esas trampas asistenciales y subsidios a la pobreza cada vez más raquíticos y exiguos que se están implementando. 

Del empleo de mierda que decían, viene la prestación de mierda que defienden frente a las conquistas históricas que aún no le han sido arrebatadas a toda la clase trabajadora, por mucho que haya quienes su afinidad por los diarios digitales que siguen les haga ignorarlo y no ver más allá de sus propias narices, de su círculo de conocidos más cercano en el mejor de los casos. 

Los jubilados y los pensionistas de mayor edad tienen que saberlo porque tienen una experiencia vital lo suficientemente longeva como para poder contrastar de primera mano la involución que hemos padecido al respecto, lo que no obsta para que los demás también se preocupen de entenderlo, que para eso tienen ojos para leer y sobre todo una cabeza para pensar y hacerse preguntas.

No me estoy aventurando a reprochar ahora la falta de una perspectiva y conciencia históricas, que al fin y al cabo son las de la ciencia y por cierto urgen cada vez más, sino de una que abarque los últimos cuarenta años. En este artículo del pasado 21 de abril, elaborado en el Espacio de Encuentro Comunista, se hace un repaso de las contrarreformas laborales, de pensiones y de coberturas al desempleo llevadas a cabo por los distintos gobiernos en ese período, entre otras cuestiones de interés que han sido actualizadas en publicaciones posteriores. Es responsabilidad del lector, si lo hay, entender la relación que mantienen el mercado laboral y el sistema estatal de protección, así como las sucesivas contrarreformas de uno y otro.

Si la producción capitalista ya genera una importante desigualdad económica, cuando esa producción empieza a funcionar mal, como un motor que se está gripando, y se paraliza cada vez con más frecuencia sin haber terminado de arrancar del todo tras el último episodio de recesión, esa desigualdad se dispara, porque comienza la fase de arramplar con todo lo que se pueda, quien pueda: cada uno que se pague su pensión, cada uno que se pague su sanidad... para que cada capitalista saque la máxima rentabilidad de ella. Cuando la tarta deja de engordar, cunden el pánico y las prisas entre los que mandan de verdad por repartírsela entre ellos, y los representantes institucionales y embaucadores profesionales sólo son sus mariachis. 

Por eso están implementando prestaciones estatales baratas de las que fanfarronean mientras se eliminan con su silencio las que son más caras y meten al "tercer sector" en la gestión de las nuevas, y se recortan los servicios públicos que tanto vitorean sin que reviertan los privatizados hasta la fecha, desvinculándolos del empleo y por tanto de una lucha que hace mucho abandonaron las izquierdas y reemplazándola por el paternalismo gubernamental. 

Entonces, para comenzar siquiera a enfrentar con eficacia esos recortes y las privatizaciones que antes o después les sucederán hay que defender el empleo, y los progreliberales tienen otra agenda complétamente diferente.