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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

jueves, 1 de junio de 2017

La lápida del Frente Popular a un siglo de la revolucion rusa



Por Arash

"Las teorías comunistas, por supuesto, no descansan en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Todas son expresión en general, de las condiciones materiales, de la lucha de clases real y viva, de un movimiento histórico, que se está desarrollando a la vista de todos
(Manifiesto del Partido Comunista
Carlos Marx)

Nunca he entendido el polo comunista como una experiencia desensamblada de la del movimiento obrero. Tan heredero siento el camino que he decidido tomar, del anhelo de los revolucionarios de París de 1871, como de la esperanza de los de la Rusia de 1917, como del aliento de los de la España de 1936. Todos ellos expresaron de alguna manera la voluntad de construir una sociedad sin clases a través de la formación de los trabajadores explotados y de su organización autónoma y enfrentada contra sus explotadores.

Pero hay cierto hito en la historia de las revoluciones obreras que ha supuesto un antes y un después, siendo todos los acontecimientos posteriores peldaños consecutivos de una escalera que, cierto es, comenzó en los altos cielos, pero que no ha dejado de descender hasta la oscura situación en la que actualmente nos encontramos.

De todos los citados, el episodio que expresa la culminación jamás alcanzada de la lucha emancipadora de la clase trabajadora es la revolución rusa. No hemos conocido en la ya longeva historia del capitalismo un proceso de reapropiación y control obrero de la producción tan monumental, extenso y avanzado como el que reportó [1], en "Diez días que estremecieron al mundo", el periodista y militante estadounidense John Reed, expulsado del Partido Socialista de América tras el regreso a su país por las simpatías y convicciones que durante su visita había desarrollado, y exiliado de vuelta a la república soviética rusa cuando el gobierno del demócrata y racista Woodrow Wilson -el vigésimo octavo Presidente de los Estados Unidos- le acusó de espionaje y le persiguió para arrebatarle su libertad, probablemente para torturarle y ejecutarle como a otros tantos comunistas delatados les sucedió en esa "patria" en la que tanto se presume de libertad de crítica, prensa o asociación.

Una comparación breve y, por supuesto simplificada, de las dos grandes revoluciones puntuales del proletariado cuyo trazo lineal expresa la dirección del proyecto que los trabajadores han de hacer suyo en el presente, pone de manifiesto una determinada y particular relación entre teoría y praxis que se antoja como uno de los recursos útiles para comprender cuál es esa situación en la que nos encontramos.

Más de cuarenta años antes de la revolución rusa, los obreros organizados de París protagonizaban la primera revolución inminentemente comunista, enfrentándose por primera vez al poder organizado de los propietarios y elaborando continuamente las respuestas que consideraban la situación exigía, unas veces acertadamente, otras trágicamente erradas, pero siempre asentando su fuerza y la de sus decisiones en el conjunto de la clase.

Sirva el papel revolucionario -y hasta improvisado- llevado a cabo por la Guardia Nacional francesa como ejemplo de la precipitación de los acontecimientos, así como de la exigencia y altura circunstancial con la que los revolucionarios tuvieron que lidiar, quizás de manera un tanto desprevenida. Tras la derrota obrera, la Asamblea Nacional francesa disolvió la Guardia Nacional por su implicación en los hechos de París, a pesar de que ella misma la había creado, durante su fase constituyente en 1789, cuando la burguesía necesitaba enfrentarse a la monarquía de la Casa de Borbón en Francia -tan respetada aquí por los partidos parlamentarios- para construir su Estado de clase.

Los obreros organizados en la Rusia de 1917 se adelantaron, sin embargo, al ya previsible hecho de que habrían de enfrentar a las fuerzas conservadoras del viejo/nuevo régimen capitalista algo más que propaganda y comunas autogestionadas de trabajadores, y anticiparon ante sus compañeros la creación de la Guardia Roja para hacer valer la voluntad de los trabajadores, de los campesinos, y de su revolución.

Como se ejemplifica en la sencilla comparación anterior, la experiencia acumulada repercutía positivamente en la lucha emancipadora. Uno de los ejes de discusión de la I Internacional había sido precisamente la interpretación que se le había de dar a las formas de propiedad comunista que ya habían sido puestas en práctica en numerosas ocasiones por los trabajadores: una forma de autoorganización de los trabajadores del proceso productivo en sus puestos de trabajo (lo que significa la autogestión obrera) o, además de esto último, un ejército proletario dispuesto a enfrentarse con las armas para imponer ese régimen socioeconómico y una organización para defenderlo con uñas y dientes con todo lo que tuviesen a mano. La Comuna de París terminó siendo también esto último, justo como la posterior revolución comunista de octubre. En esta cuestión, la diferencia entre uno y otro episodio estriba en la capacidad de anticipación de los trabajadores.

Pues bien, la derrota de los obreros alemanes en 1918 y, sobre todo, la de los italianos en 1920, dejarían a la vista de todos la alta marca dejada por la revolución rusa en el tránsito frustrado hacia un orden de justicia social, y constituirían el punto de inflexión que separa un movimiento obrero revolucionario y ofensivo, de uno en repliegue. Este carácter defensivo es el que, con oscilaciones de más o menos amplitud, ilustra nuestra general situación descendente desde entonces, la retracción de la lucha contra el capitalismo.

Por supuesto, ha habido y hay muchos frentes de lucha obreros abiertos, unos más avanzados que otros, pero la ofensiva del capital desde entonces no ha hecho más que arrebatarnos esos espacios, empezando por los que más avanzados estaban. A partir de este momento, la experiencia acumulada dejaría de ser, poco a poco, una materia prima a disposición de los trabajadores y sus elementos revolucionarios, para convertirse en una especie de estúpida, odiosa e incomprensible arma arrojadiza de unos contra otros.

El comienzo de este declive tiene varias caras. En Alemania, la socialdemocracia de los aburguesados dirigentes revisionistas, convergió con el nacionalismo de los militares -llamados a filas en 1914 por aquellos, y desmovilizados tras la guerra- en la decisión de la represión contra los trabajadores, así como en el asesinato de Rosa Luxemburgo. Las ideas racistas ya tenían el caldo de cultivo patriótico e ignorante para poder penetrar entre los soldados, que provenían de las filas de la clase obrera. En Italia, Mussolini ya explicitaba, frente a la movilización proletaria, su propósito "sin falsas modestias", como él mismo dijo. A saber: "gobernar la nación. ¿De qué modo? Del modo necesario para asegurar la grandeza moral y material del pueblo italiano".

Tropas capitalistas e imperialistas
desfilando sobre Vladivostok, Rusia,

Incluso en la propia Rusia, la guerra civil que continuó después de la insurrección proletaria, dejaría en la estructura económica, social e institucional heridas que, siendo francos, jamás volvieron a ser cerradas, y que marcarían todas las decisiones políticas en adelante. Los soldados de los ejércitos de catorce Estados capitalistas marcharon juntos contra la revolución, enarbolando unidos la bandera blanca de sus opresores (no la de la paz, que era roja y ondeaba en Petrogrado y en Moscú), cuando sólo unos pocos años antes habían estado contaminados -y aún lo estaban- del belicismo internacional más fratricida que les había enfrentado unos contra otros.

Todo esto era síntoma de algo muy claro: sin duda alguna, la lucha de clases estaba dando un gran vuelco, también ideológico. Es a partir de este vuelco cuando se vuelve tentación el tomar la experiencia y los acontecimientos históricos como si fuesen revelaciones divinas, pretendiendo reservar la verdad de su interpretación sólo a ciertos redentores de la humanidad -enfrentados entre sí- y no a la razón. Las derrotas temporales de una revolución siempre tienen efectos monumentales. De repente, como si no quisiéramos aceptarlo -porque la derrota de la Revolución de Octubre ha sido muy dolorosa- todo aquello que en un pasado jugó un innegable papel revolucionario, continúa brillando mientras en su interior empieza a descomponerse. A veces, un análisis dialéctico puede ser muy duro de afrontar, aunque es igualmente imprescindible el hacerlo. Qué va a brillar más en la historia para un comunista que todo lo que tuvo que ver con aquel octubre rojo, y todo lo bueno que de ello pervivió en la Unión Soviética. Incluso para mí, que soy de una generación que sólo coexistió con el derrumbe de sus restos en 1993 [2], cuando ni siquiera tenía conciencia de mí mismo.

En esta ocasión sólo voy a centrarme en una de esas experiencias en la que se justifican determinadas y monolíticas posiciones políticas. Dejo claro que no confundo tales con la individualidad misma que nos caracteriza a la raza humana -la única en la que creo- desde que el humanismo renacentista dio a luz al racionalismo ilustrado, y este último a la ciencia moderna. Los individuos son seres humanos conscientes de su propia racionalidad. Incluso ciertas posiciones políticas no demasiado racionales o absolutamente irracionales, pueden presentarse en personas que sí que tienen una correcta posición en otras cuestiones. Y lo más importante: la razón nos permite corregirlas.

La experiencia a la que quería referirme es la del Frente Popular. Este fue realidad en España y en Europa para quienes lo vivieron en el pasado, y sólo una experiencia para nosotros en el presente. Su explicación y justificación está atravesada de lleno por la retirada del movimiento obrero de la que somos testigos y víctimas desde el inicio del agotamiento de la experiencia de octubre, y sobre aquella experiencia -como con otras que ignoraré- prácticamente todas las organizaciones comunistas del presente han construido su petrificada lápida propia, sea para erigirse en promotoras de su reutilización, sea para explicar a partir de ella todas las derrotas históricas de los demás excepto la suya propia. Esta cuestión sea la que afecte, probablemente, a la órbita del marxismo-leninismo, y a la de las corrientes, totalmente marginales y minoritarias, de la llamada "izquierda comunista", respectivamente, en cuya absoluta desconexión recíproca actual no creo del todo, más allá de las declaraciones formales.

En la década de 1930, que fue testigo de una leve recuperación económica, pero que llevaba ya consigo la semilla de la frustración asociada al "crack" del 29, la revolución socialista había perecido en toda Europa. El fascismo era la prueba misma de la involución del movimiento obrero, en el que aquel hubo de penetrar necesariamente para alzarse en la fuerza triunfadora y realmente amenazante de las conquistas en el continente.

La Internacional Comunista no lo ignoraba. Sus secciones nacionales, los Partidos Comunistas, llamaban desde entonces a los sectores progresivos de la burguesía a sumarse contra el amenazante fascismo, y para abrir las puertas a la invitación se hubo de renunciar, obviamente, al programa revolucionario.

Los Partidos Comunistas trataron de unificarse, en unos casos con éxito y en otros sin él, con cada uno de los demás partidos obreros existentes en sus países, intentando de esta manera crear algo así como un "núcleo de seguridad obrero" que evitase, retrasase o lo que fuese, la disolución completa de la clase trabajadora y de todo su proyecto en el de las clases burguesas democráticas que se iban a sumar, y se sumaron, al Frente Popular.

Los trabajadores, aunque a la defensiva, venían al fin y al cabo de las luchas de hacía poco más de un decenio, que encontraron su expresión más plena en la revolución soviética: no es para nada descartable el que los trabajadores conservasen una conciencia de lucha y llevasen consigo, como lo hicieron a lo largo de los oscuros años que les depararían, la determinación de resistir y mantener las conquistas dolorosamente logradas los años anteriores. La URSS lo pudo hacer posible. Retengamos en la memoria de esta lectura, pues, esa fuerza efectiva de la clase trabajadora que, aún habiéndose iniciado la retirada mundial, conservaba de la revolución de octubre de 1917 una voluntad organizada de resistir, y que residía en su unidad como clase, como no podía ser de otra manera.

El caso es que, a pesar de esa fuerza, se produce desde este momento un cambio, particular en este ambiente general de involución social del que hablamos y afín al mismo, que tuvo una importancia crucial y con el que todavía carga el inmóvil comunismo actualmente en descomposición. Los Partidos Comunistas, entonces mucho más poderosos entre la clase de lo que lo puedan ser ahora, dejan de proclamarse exclusivamente en vanguardias proletarias, y comienzan a proclamarse de la condición de vanguardias populares, nacionales o sociales. Si la audiencia de este artículo tiene el mínimo de formación marxista básica, no debería hacer falta que mencione que en el seno de cada pueblo, de cada nación, de la sociedad en definitiva, hay una batalla constante entre clases con intereses antagónicos.

Pueden ustedes comprobar cómo en los estatutos de muchos de esos Partidos Comunistas -algunos ostentando los gobiernos de los Estados que fueron aliados de la URSS, otros en la oposición en los países nunca dudados como capitalistas- se puede corroborar esta condición en nuestros tiempos. Al menos en un origen, de lo que tratarían los PP.CC. con todo esto, en general y a nivel global, era de asumir las tareas que, en los países en los que todavía se sostenían regímenes de corte autoritario, los partidos de la burguesía democrática estaban "retrasándose" en asumir, siendo el caso particular de la versión europea del Frente Popular no la conquista de tales libertades políticas sino su defensa. No interesa ahora el trasfondo ideológico ni la justificación particular que se haga del recurso al Frente Popular.

Lo que nos interesa es algo más trascendental. La justificación anterior del Frente Popular se puede resumir de otro modo: se trataba de ganar las elecciones parlamentarias y afianzar un régimen institucional democrático en el Estado perfectamente compatible con el carácter de clase del mismo en ese momento. En muchos de los Estados Socialistas que se crearon allí donde las victorias de las coaliciones democráticas del Frente Popular fueron respetadas -algo que sucedió fundamentalmente gracias a la presencia del Ejército Rojo- los PP.CC. no renunciaron necesariamente a sus tareas de propaganda; pero la participación de los comunistas en los procesos electorales ya no obedecía, en realidad, al itinerario leninista que había llevado al poder a la clase obrera en Rusia, el del parlamentarismo revolucionario, precisamente porque se le había recortado su carácter revolucionario.

Aclaro, por cierto, que con la expresión "Estado Socialista" me estoy refiriendo en esta ocasión, no concretamente al Estado que durante la centenaria revolución de octubre representó la dictadura de los trabajadores sobre sus explotadores, sino de manera amplia -y ello incluye el caso anterior- a todos los Estados en los que muy respetablemente se constitucionalizaron los objetivos de la revuelta obrera europea de 1917, la construcción de una sociedad socialista.

Según lo dicho hasta el momento sobre la retirada del movimiento obrero, pueden afirmarse tres características sobre el histórico Frente Popular.

Obreros saludando a Hitler. En la foto, señalado
August Landmesser, el obrero valiente que
se negó a saludarle

La primera es que el planteamiento de un repliegue estratégico fue necesario. La revolución comunista daba síntomas de agotamiento en Europa desde los años 20, y la contrarrevolución fascista era un hecho en los años 30. Por más que sea cierto que se produjeron episodios revolucionarios esporádicos en distintos puntos de Europa, es muy cuestionable el que estos pudieran materializar el éxito que reivindicaban, aislados de otros sectores del proletariado europeo bajo la influencia clara de las ideas retrógradas y reaccionarias del fascismo. El alineamiento de la práctica totalidad de los gobiernos europeos y mundiales con las fuerzas contrarrevolucionarias en España y su abstención activa contra los partisanos, brigadistas y combatientes democráticos del país y venidos del extranjero, así lo puso de manifiesto.

La segunda de las características es que, en el contexto de la revolución en Europa, fue indeseable. Si esta no hubiera perecido, no se hubiera necesitado recurrir al Frente Popular y a la alianza que este conllevaba entre clases con intereses antagónicos. No merece mayor comentario ni aclaración.

La tercera, aunque abierta a crítica, por supuesto, es que la búsqueda de una alianza entre clases fue posible. La clase trabajadora tenía todavía la integridad y la fuerza subjetiva para soportar la presión de la inclusión de ciertos segmentos de la burguesía en un Frente de estas características, sin diluir completamente su liderazgo y todo su programa en ella, aunque hablemos en todo caso de un programa de reformas económicas y políticas. Aunque algunos teóricos y políticos comunistas lo exagerasen, lo que los trabajadores conservaban de la llama revolucionaria de Rusia era precisamente la voluntad de seguir luchando, esta vez por defender no sólo sus derechos laborales sino también sus derechos y libertades políticas.

Además, también podría sostenerse con cierta consistencia que existía un compromiso democrático entre las filas de otras clases que gravitaban alrededor de la voluntad democrática de la trabajadora y que daban sentido a la llamada del Frente Popular. Ejemplo de esto fue un sector minoritario de la burguesía republicana en España, que había progresado significativamente desde su ruptura con los sectores reaccionarios de la misma, algo que le había llevado irremediablemente a converger con los marxistas en su defensa de la república en varias ocasiones, hasta del socialismo -aunque profundamente diferentes en su concepción de este último- pero, en lo que aquí interesa, en la defensa de las libertades.

Como se dijo al principio en este artículo, a partir de las derrotas obreras de los años 20 se comenzó a gestar la contrarrevolución, y esta inició una ofensiva brutal sobre los frentes y espacios de lucha obrera más avanzados, de gran presencia revolucionaria. En los años 30 ya era evidente la fortaleza de la contrarrevolución. Para revertir las conquistas laborales y democráticas que resultaron de la movilización de la clase trabajadora cuando esta se encontraba todavía en plena ofensiva revolucionaria y a la cabeza de la lucha de clases, los Estados -poder político y organizado de la burguesía- se reestructuraron en formas fascistas.

Mucho antes de los Estados de bienestar, del liberalismo social, y de la doctrina económica del sacralizado Keynes (no lo han momificado como otros hicieron con Lenin, sólo por guardar las apariencias de su dogmatismo liberal), tuvo que pasar algo horrible en Europa sobre lo que los defensores explícitos o encubiertos de este orden económico y social no fardarán nunca jamás en público, a pesar de que, por desgracia, fue igualmente necesario para salir de la crisis capitalista en un sentido reaccionario -es decir, temporal y a costa de la fuerza de trabajo-, aunque lo nieguen y lo oculten. Estoy hablando de la segunda guerra mundial. Y el fascismo fue la primera expresión que la contrarrevolución tuvo que tomar para llevar a cabo esta guerra genocida. Conste que el fascismo, en este sentido, no está sólo localizado en el bando del Eje, porque el capital y los gobiernos burgueses de los países Aliados fueron precísamente quienes apoyaron sus regímenes y donaron dinero caliente a los partidos que los afianzaron [3], al menos hasta que cumplieron con su misión.

La crisis capitalista de superproducción de mercancías, esto es, ese desajuste crónico, recurrente e inevitable de nuestro bendito sistema económico entre una sobreoferta obscenamente enrriquecedora y una infrademanda causada fundamentalmente por las bajas rentas salariales y sus consecuentes incapacidades adquisitivas, fue atajada "de raíz" durante la guerra a través de la destrucción masiva del capital sobrante, tal y como Marx predijo un siglo antes.

Después la contrarrevolución se expresó de otras maneras, y poco a poco, el movimiento obrero y la vasta influencia que en él tenían los Partidos Comunistas fueron sucumbiendo ante aquella. La reinversión de la posguerra permitió un tramposo período de relativa tranquilidad, en el que la clase trabajadora fue narcotizándose poco a poco y perdiendo su posición de liderazgo en la lucha de clases. Esta vez, los Estados ayudaban a la reinversión, tal y como estipuló Keynes, el economista liberal por excelencia de la época, por su agudo análisis de los factores sociales potencialmente revolucionarios.

Para combatir la agitación entre la clase trabajadora sobre la base de las contradicciones radicalizadas con el capital, Keynes promovió, inspirado en el vasto sistema social soviético de la época, el intervencionismo estatal en ciertos sectores estratégicos del mercado tales como la sanidad, la educación u otros servicios, logrando de este modo un redondeo y una suavización del pico o mínimo económico depresivo, remontando rápidamente las tasas de producción prebélicas (o ampliándolas a otros sectores no armamentísticos) que permitieran un nuevo proceso de acumulación del capital y la riqueza, y reduciéndose así -en el antiguo epicentro revolucionario, Europa- las contradicciones económicas y sociales entre las clases al gotear parte de las rentas a algunos sectores de la clase trabajadora. Utilizando otras palabras: las enormes tasas de ganancia del capital posibilitaron que la fuerza de trabajo pudiera olisquear una parte de la riqueza social.

La enorme capacidad de influencia que tenían los Partidos Comunistas en la lucha de clases europea, fue utilizada por sus dirigentes para cercar todas las posibilidades revolucionarias que los trabajadores llegaron a atisbar a lo largo de diferentes momentos, algo perfectamente coherente con la penetración paulatina de las ideas keynesianas y social-liberales en ellos y en sus "frentes de masas".

Mientras la vieja socialdemocracia renunciaba por completo al marxismo (y los PP.CC., aunque todavía respetables y en menor medida, también lo estaban haciendo en más aspectos), caía en la trampa de ese eurocentrismo que tanto se criticaba en el mundo de la "izquierda" radical, que acabó engrosando las filas de sus partidos, por cierto. Se insinuaba que la relación entre el capital y el trabajo ya no era antagónica, sólo porque algunos sectores de la clase trabajadora habían elevado sus rentas salariales de manera significativa junto con los capitalistas -estos últimos sobre todo-, algo que, como hemos visto, sólo fue consecuencia de las luchas que se llevaron a cabo en toda Europa y las conquistas sociales en la que se plasmaron. Pero lo que sucedía, en realidad, es que estos "teóricos", políticos e "intelectuales" no querían mirar más allá de sus propias narices europeas y estadounidenses.

Lo que se forzaban a ignorar mientras adoptaban sus nuevas y caprichosas creencias, pues, es que fuera de este bonito oasis del bienestar que habla por sí sólo de los "éxitos" del capitalismo, la realidad era bien distinta. Un enorme monto de inversión capitalista estadounidense y europea monopolizaba la propiedad y la riqueza en los países pobres y explotaba de manera brutal a la clase trabajadora en los mismos, pagándoles una basura de salarios, y de donde obtenía unos beneficios que, sólo después, goteaban a la clase trabajadora de los países del bienestar, que compartían nacionalidad con sus opresores nacionales e internacionales. Crueles dictaduras afianzaban los regímenes económicos y sociales sometidos a los intereses capitalistas de la todavía embrionaria Unión Europea y, sobre todo, de allí de donde surgió el modelo federal en el que se inspira, los Estados Unidos.

Mientras tanto, en los PP.CC. también se seguían afianzando otras creencias erradas, en particular aquella de la que quería hablar. El innegable elemento de contención del capitalismo que significó la URSS durante toda su existencia, también fue utilizado para crear, alrededor de ella, una ficción revolucionaria, que incluye también al mismo Frente Popular.

Ese impagable elemento de contención era moral e ideológico, pues desde allí irrigaba hacia occidente la esperanza en el porvenir y la emancipación humana. Aunque no sólo fue una contención moral e ideológica, que es a lo que se suele reducir con frecuencia. A través del suministro económico y armamentístico, se financiaban los procesos de liberación nacional que permitían la expulsión del capital neocolonial y la nacionalización de las industrias locales.

Todos ellos tenían un claro componente nacionalista, pero junto con la URSS expresaban en el tercer mundo una lucha contra esa sobreexplotación laboral en la que se fundamentaban las altas rentas capitalistas nacionales de los países del bienestar. Algunos incluso llegaron a adoptar formas internacionalistas y comunistas, a la par que parte de los Frentes de Liberación Nacional tercermundistas de la segunda mitad del pasado siglo en los que se canalizaban buena parte de tales procesos independentistas, se convertían en Frentes Populares. Es incuestionable la fuerza que provenía de la URSS en la lucha contra el capitalismo, aunque fuera a la defensiva en la lucha de clases mundial. Muchos de estos procesos se retroalimentaban entre sí, caso de la agradecida ayuda de Cuba -liberada de sus alimañas en la revolución de 1959, hoy de nuevo carcomida por el capital privado- destinada al proceso de liberación angoleño.

Pero aquel objetivo histórico que quedase plasmado en el Tratado de Creación de la URSS [4] -la expansión de la revolución socialista- no era parte de su Constitución desde 1936 [5]. Ya estaba agotado, tal y como dijimos antes, desde la misma derrota revolucionaria en el período de entreguerras y el éxito subsiguiente del fascismo. En parte, la coexistencia pacífica entre los Estados soviético y estadounidense, también significaba como continuación de la Constitución de la URSS de 1936 -es decir, además de un esfuerzo soviético por la paz mundial- la coexistencia (imposible) entre el proyecto que fundamentó su creación y el capitalismo, por mucho que aquel tuviera los días contados en el gigante soviético .

De manera paralela a sus últimos suspiros, la burguesía terminaría erigiéndose en vanguardia de prácticamente toda movilización social a finales del siglo pasado, y las conquistas sociales, históricamente logradas por los trabajadores, entraban en fase terminal. Entre esta mencionada pérdida de la iniciativa, por un lado, y el inicio de la fase terminal de las conquistas sociales, por otro lado, estaban brotando las condiciones que en los años 2007 y 2008 permitirían la emergencia social de la última de las facetas que adoptó la contrarrevolución consideradas en este artículo, y sobre el que el involucionado y descompuesto comunismo no presenta síntomas de estar superando completamente, aunque sí que haya resistido la primera oleada de su embuste.

Grandes procesos especulativos que jugaban con el dinero bancario comenzaron a generarse tras la nueva gran crisis capitalista que comenzó en la década de 1970. A la difusión territorial de la crisis de superproducción de mercancías alcanzada a través de la explotación del trabajo del tercer mundo, le sucedió la difusión temporal de la misma lograda a través de la financiación crediticia de la (infra)demanda.

Los obreros estaban comenzando a ver amenazados sus salarios y sus derechos laborales tras las privatizaciones (neo)liberales, otros fueron mandados al paro mientras veían cómo vendían o destruían sus industrias. La crisis había comenzado para muchos de ellos, pero la burguesía todavía podía tirar de sus estratos más débilmente situados en la oferta mercantil para salir del paso. Se financió la iniciativa económica privada, el autoempleo, o el emprendimiento empresarial, y también la compra de segundas viviendas, muchas de las cuales fueron reconvertidas en bienes comerciales o incluso en capital inmobiliario. La dinámica del mercado exigía pagar poco a los empleados, ejercer la corrupción empresarial en las propias empresas o en las instituciones del Estado, o el descuido absoluto de las viviendas en alquiler y las penosas condiciones de vida de las familias trabajadoras más pobres. Ya no hablamos tanto de los años 60 en la Europa que conoció el bienestar, sino más bien de los años 80 y 90 en adelante, por supuesto.

Cuando a la anterior se sumó la crisis de superproducción financiera, la burguesía salió a protestar como lo habían estado haciendo los trabajadores en los centros de trabajo y en la calle con más o menos continuidad, a lo largo de varias huelgas regionales, sectoriales y generales desde los años 70. Hasta entonces, las protestas laborales y los intereses de los trabajadores le había importado a aquella poco más que un mojón pinchado en un palo, es decir, justo como entonces y como a partir de entonces. Excepto por una cosa: que los trabajadores se rebelasen contra los aburguesados dirigentes que habían estado acaudalando sus protestas y, apoyándose en las bases de sus viejas organizaciones o en otras nuevas, volvieran a poner en marcha una contraofensiva como la que conoció el continente a principios del último siglo.

Pero su mensaje fue significativamente distinto al histórico de la clase trabajadora. En cuanto tales clases se echaron a la calle, a los platós, a las plazas, a la prensa, a los parlamentos y, en general, se indignaron, comenzaron a definirse como un movimiento incluyente y aspirante al bien común: como esencialmente ciudadano. Y como borregos, muchos les hicieron caso, ya entrasen en la piscina como el bañista que hace el "salto bomba", ya sea metiendo tímidamente los pies y tanteando por dónde podrían entrar en tal movilización para realizar "agitación comunista". Pero una cosa estaba clara: qué clases sociales tocaban y tocan la flauta, y si no se lo creen, cuenten todas las vastas huelgas generales que se han llevado a cabo desde aquel lejano 14 de noviembre de 2012, y miren el parlamento, a Podemos, a IU y a los ayuntamientos y candidaturas municipales del "cambio".

La burguesía lidera las movilizaciones sociales más vistosas y publicitadas en la actualidad, a excepción de las luchas auténticamente laborales que se siguen llevando a cabo en los centros de trabajo, con muy poca reverberación en las calles (apenas los propios trabajadores que las reproducen en ellas) y casi nada en los medios de comunicación. Y lo peor es que la clase trabajadora corre el riesgo de disolverse en tales movilizaciones de la burguesía, y descartando a los sectores concienciados de nuestra clase -que los hay, aunque muchos no les quieran hacer caso- existen amplios sectores de la misma que se sienten subjetivamente identificados con aquellas, mirando hacia el mismo lado que quienes las dirigen para el provecho de su propia clase.

Ahora, un Frente Popular no sólo sería indeseable. Podría pensarse que es necesario, vista la amenaza de las libertades en toda Europa, pero, ¿acaso es posible un Frente Popular? O mejor dicho: ¿acaso es posible defender las libertades democráticas con un Frente Popular?

Estos meses muchos han estado "celebrando" el centenario de la Revolución de Octubre. Todo el mundo aparentemente comunista quiere frotarse con la bandera roja de la hoz y el martillo. Pero ya no nos separan escasos diez o quince años desde ese hito revolucionario, como cuando se propuso en la extinta Internacional Comunista el Frente Popular, sino todo un siglo entero. Ya no estamos descendiendo los primeros escalones, que partían casi de los cielos revolucionarios, sino los últimos y, lo que viene después, si no le ponemos el remedio adecuado, es el fascismo. La involución del movimiento de los trabajadores, medido de manera general, regional o internacional, es ahora mucho más longeva que antes.

Ya vale de la nostalgia irracional que se respira y del derrotismo de muchos. Lo que tienen que hacer los marxistas es un análisis científico, honesto y realista de la situación. La clase trabajadora ha perdido su iniciativa desde hace mucho tiempo, y lo estamos pagando.

Lo que sostengo, sin más titubeos, y basándome en mi propio uso de razón, es que el Frente Popular no es posible o, dicho de la manera realmente correcta: el Frente Popular no puede servirnos para la defensa de las libertades democráticas en el marco del capitalismo, mucho menos para terminar con este último y avanzar hacia una sociedad socialista. No cuentan las filas de la clase trabajadora con la suficiente fuerza subjetiva como para poder resistir una llamada a la "burguesía democrática" que, me atrevo a sugerir, será como gritar en el espacio exterior, porque no existe esta última. No puede existir en estas condiciones. La burguesía no tiene más solución con respecto a la crisis capitalista que la que se ha insinuado o directamente explicitado en numerosas ocasiones a lo largo de este artículo, y la clase trabajadora, la auténtica fuerza motriz de todo cambio social duradero y la única que podría crear un aura democrática a su alrededor y en otras clases -el marco de libertades que necesita para su propósito histórico- está desorganizada.

Entonces, lo que los comunistas han de hacer es trabajar para la reorganización de la clase trabajadora y por la independencia de su voluntad subjetiva. Esta cuestión toca en algo a otra de las "lápidas" que han sido construidas, y sobre la que los comunistas ya están operando [6]. Me refiero a la cuestión de las organizaciones que pretenden ser vanguardias de un sujeto político que les ignora, y que no distinguen bien entre la línea que separa la agitación entre las masas trabajadoras para el surgimiento de las condiciones subjetivas propicias para la revolución, de la pretensión del pastoreo. Esta confusión es la que resulta cuando se siente y se tiene un profundo y sincero rechazo por los límites de las luchas que son impuestos por las condiciones subjetivas actuales que toda la clase debe superar. Tales límites, bajo las condiciones actuales, son la reversión de las modificaciones laborales realizadas desde 2007 y la elaboración y defensa de un auténtica reforma laboral y social que posibilite una acumulación de fuerzas. La desafección por los límites actuales de la lucha de la clase trabajadora impuestos por las condiciones subjetivas, impide precisamente modificar tales condiciones.

El reformismo de la clase trabajadora es espontáneo: tan pronto como surge en un trabajador la posibilidad de movilizarse para realizar una huelga, el sindicalismo amarillo y burocrático la frustra, o quizás la idea ni siquiera llega a materializarse y dejar de ser precisamente eso, una idea en la mente de un trabajador.

Pero el reformismo de la clase trabajadora es afortunadamente inevitable. La clase trabajadora es la única que sostiene todo el peso de la organización social y económica y, por ende, la única que porta en potencia el derrocamiento del poder capitalista y la conquista de la sociedad sin clases: otra cosa es que se quiera utilizar esa potencia. Ello no quiere decir que no puedan existir otros movimientos populares que se sumen al propósito, pero lo que sí quiere decir es que el sujeto motriz del cambio social, el sujeto político de la revolución socialista, es la clase trabajadora.

Se me podrá contraargumentar que, una vez la clase trabajadora tenga la iniciativa de nuevo, y ello comience a materializarse en nuevas conquistas laborales, sociales y políticas, volvería a existir una clase trabajadora concienciada; y por tanto la posibilidad crear otro "núcleo de seguridad obrero" -recurriendo a la expresión que antes utilicé- lo suficientemente fuerte como para poder articular un Frente Popular a su alrededor.

Pero, para entonces, ¿por qué habríamos de necesitar, más allá de la posibilidad mencionada de que otras clases subalternas se sumen a la revolución social, diluir el proyecto de la clase trabajadora, renunciar al programa revolucionario y someter a los trabajadores al riesgo de disolverse en una alianza entre clases, que es lo que significa el Frente Popular tal y como se planteó en la Internacional Comunista y como lo entienden todos los partidos comunistas en la actualidad?

Además, la estrategia del Frente Popular no sería nada radicalmente diferente a la estrategia de unión entre clases que mantiene la burguesía desde hace aproximadamente ocho o diez años, cuando comenzó a preocuparse por la situación paupérrima de la clase trabajadora y el descenso del consumo, porque le afectaba directamente a ella y a sus intereses privados de clase.

Un Frente Popular sólo sería una continuación de la estrategia de conciliación entre clases que llevamos padeciendo estos penosos ocho o diez años sólo que, esta vez, con un sello comunista que indique a los frustrados de su fracaso quiénes han de ser los objetivos del próximo linchamiento colectivo.

Necesitamos recuperar lo mejor y más valioso de la paciente tarea de aquellos bolcheviques y aquellos espartaquistas que supieron aprovechar, como buenos receptores de la filosofía científica del materialismo dialéctico (y los mejores aplicadores que hemos conocido, con sus aciertos y sus errores) aquellas fuerzas asociadas a las contradicciones sociales y económicas, en favor de la revolución social.

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REFERENCIAS:

[1]: "Diez días que estremecieron al mundo", de John Reed (1918.1919): https://www.marxists.org/espanol/reed/diezdias/prefacio_del_autor.htm

[2]: Corto en Youtube de la Agencia Rusa de Información Novosti (RIA Novosti): https://www.youtube.com/watch?v=8EdwVybe7ZQ

[3]: "El apoyo de las grandes corporaciones a Hitler", de Darío Brenman, en Izquierda Diario: http://www.laizquierdadiario.com/El-apoyo-de-las-grandes-corporaciones-a-Hitler

[4]: Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1924 (versión en inglés): http://web.archive.org/web/20161201171303/https://faculty.unlv.edu/pwerth/Const-USSR-1924(abridge).pdf

[5]: Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 1936: https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/constitucion1936.htm

[6]: "¿Leyes mordaza o algo más? Hablemos de represión política de clase", de Marat, en el blog La Barricada Cierra la Calle, Pero Abre el Camino: