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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

lunes, 8 de julio de 2019

De las regiones y Estados "colchón" como laboratorio político

Arriba, refugiados españoles hacia el campo de Argelès Sur-Mere.
Abajo, valla de Melilla y naufragio frente a la costa italiana.
Por Arash

En el imperio carolingio, las marcas o marquesados constituían un tipo de dominio feudal como los ducados, las baronías o los principados, sólo que aquellos se establecían exclusivamente en zonas que hacían frontera con territorios en los que el emperador percibía una amenaza potencial contra su gobierno, y estaban administrados por marqueses.

Ahora parece que las cosas son de otra manera distinta, y también parece que las relaciones internacionales se basan en algo diferente, sobre todo cuando uno comprueba con asco las represalias del gobierno de un Estado de derecho contra quienes se solidarizan con los inmigrantes que cruzan el Mar Mediterráneo, y que vienen a Europa por otras muchas rutas migratorias más, especialmente desde Grecia y por los Balcanes.

Tipos como Matteo Salvini en Italia, Viktor Orbán en Hungría o sus aspirantes en España, son unos ultranacionalistas y racistas que no alcanzan la naturaleza criminal de Franco, Hitler o Mussolini, quizás porque todavía se están erigiendo las condiciones que lo hagan posible, y el fascismo no es lo que los progres creen y dicen que es.

Sin embargo, me da a mí que las democracias europeas también los necesitan y utilizan como pantalla de cuarentena de sus políticas internas y externas de cara a la opinión pública, para hacer el trabajo sucio que, en estos momentos, consiste en el control estricto y ejemplar de la protesta social ante las condiciones económicas denigrantes, así como en la detención de las hordas de migrantes que huyen con desesperación de estas y de la guerra, quedando aquellas como una segunda línea en la que lavarse las manos, al menos mientras puedan sostener su mentira y sigamos dejando que lo hagan.

Creo que el gobierno italiano de Salvini, sin ir más allá de la Europa occidental, se ha hecho destacar en un aspecto y en el otro, tanto en su voluntad represiva como en la dureza de sus políticas migratorias, y que en este sentido constituye un referente para la Unión Europea.

En un contexto todavía mucho más precipitado que el actual, las democracias europeas ya actuaron así en 1936, cuando subscribieron el Pacto de No Intervención en la guerra que le declararon a una república de la periferia en la que conocimos muchas conquistas históricas y una gran actividad política y sindical. Pero cuando el malestar alcanzó plenamente el corazón de Europa esas democracias actuaron ya sin miramientos como puente directo hacia la locura colectiva, y esa pantalla de cuarentena se rompió.

El Primero de Mayo en París que transcurrió justo después del comienzo de la sublevación contra la segunda república de España, fue testigo de una denuncia social masiva ante la falta de implicación de casi todos los gobiernos europeos en su ayuda, pero la amnesia generalizada ha levantado en la actualidad una nueva pantalla de cuarentena en el continente, de manera que ahora se ha llegado a creer que la segunda guerra mundial terminó gracias a los Estados Unidos y los países de su órbita. La agencia francesa IFOP ha estado realizando consecutivos sondeos al respecto.

En Francia, no la de Vichy sino la democrática, el gobierno metió a medio millón de antifascistas agotados recién llegados del combate en campos de concentración, antes que Hitler, previa deportación de vuelta a la España franquista. En lugares como Argelès Sur-Mer murieron centenares de ellos por inanición y deshidratación, entre los malos tratos de la gendarmería francesa. Entonces aún se creía que existían gobiernos amigos más allá de los Pirineos pero la verdad es que sobraban y sobran la mayor parte de los dedos de una mano para contarlos. Ahora se hacen conmemoraciones oficiales e institucionales en Francia por el exilio español.

En la época era presidente Edouard Daladier, de quien corre la cuenta de buena parte de la responsabilidad por tan digno trato a los refugiados, y quien terminaría siendo el máximo mandatario de la Francia colaboracionista, el mariscal Philippe Pétain, había sido nombrado por el propio Daladier como el embajador con Franco, antes siquiera de que hubiera terminado la guerra civil.

El británico Neville Chamberlain había hablado significativamente de la «política del apaciguamiento», y no estaba pensando precísamente en el nacionalismo y la guerra cuando mencionaba aquello. Tengo claro que si no acabó optando para presidente de un gobierno abiertamente colaboracionista, como sí que lo hizo su homólogo francés con éxito, fue debido a que el boicot contra la segunda república española, generalizado en Europa, se sumó en Francia a la gestión del exilio de los refugiados, a quienes percibían como una amenaza.

La tercera república francesa, la misma que acabó con los trabajadores insurrectos de la Comuna de París, y que los abandonó en vísperas de la segunda guerra mundial cuando más hubieran podido agradecer su ayuda, no pudo soportar tal crisis de legitimidad y entonces se le separó una administración paralela firmemente decidida a colaborar con la sinrazón.

El nivel de la mentira alcanzó proporciones épicas con otros oportunistas que también veían con buenos ojos el éxito de los regímenes alemán e italiano, pero que jugaron mejor sus cartas. Los querían "lejos", o al menos más lejos de lo que lo deseaban Chamberlain o Petain, y he ahí lo que tenemos que agradecerles. Se trata de personajes de la talla de Winston Churchill o Charles De Gaulle, que son el uno al otro lo que Chamberlain a Pétain.

Aquellos dos primeros, Churchill y De Gaulle, representaron la "resistencia" exterior, que en Gran Bretaña fue casi la única existente ya que la guerra llegó allí sólo en parte, con la batalla aérea de Inglaterra, mediante la que los nazis trataron de preparar un posible desembarco anfibio conocido por los estudiosos de la materia como la Operación León Marino.

Al final, el desembarco fue al otro lado del Canal de La Mancha, lejos de España, a un año de terminar la guerra, en 1944 y dos años después de que hubiera concluido la batalla de Stalingrado en 1942, en la que murieron un millón y medio de personas entre militares profesionales, milicianos, y refugiados que huían del horror hitleriano. Merece la pena detenerse en la mencionada batalla de Inglaterra porque si los nazis hicieron allí su escabechina con sus letales bombardeos, los británicos y los estadounidenses perpetraron su propia masacre en Dresde en 1945, tras la que dejaron a 25.000 muertos sobre el asfalto en una cruel y sangrienta guerra en la que el enemigo a batir ya había sido derrotado.

Varias fueron las ciudades de Alemania oriental que resultaron salvajemente devastadas al final de la guerra, tras el paso de los bombarderos angloamericanos, a sabiendas de que iban a quedar en el ámbito de influencia de la URSS.

Luego vendría Hiroshima y, más tarde, por si no había sido suficiente, vino Nagasaki, cuestión al respecto de la que recomiendo encarnecidamente la visualización de un viejo documental emitido por la TVE, tan duro de ver como esclarecedor, para que se entienda el tipo de intereses con los que se enreda el compromiso de estos gobiernos contra el totalitarismo y la intolerancia: el mismo que tienen hoy, aunque la historia aún no les haya brindado la oportunidad de demostrarlo de nuevo en una manera tan evidente.

Durante la segunda guerra mundial, Churchill arengaba a De Gaulle desde Inglaterra, y De Gaulle arengaba a la resistencia interior de Francia, o sea la resistencia de verdad. Y ya sabemos quiénes constituyeron la pieza imprescindible y el soporte fundamental en la lucha antifascista; quiénes formaron el grueso de los partisanos europeos.

Por eso, años antes, Churchill ya había establecido su postura y sus diferencias con ellos. Tómense un tiempo para leer lo que pensaba  -y cómo lo expresó- sobre Mussolini, su gobierno, y su papel internacional:

"No puedo sino estar encantado, como muchas otras personas lo han estado, por el comportamiento sencillo y amable del señor Mussolini y por su calma, por su aplomo e imparcialidad, a pesar de las muchas cargas y peligro que soporta.

En segundo lugar, cualquiera podría ver que él no pensaba en nada excepto en lo eterno del pueblo italiano, como él lo entendía, y que lo que menos le interesaba eran las consecuencias que esto le pudiera acarrear. Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado entusiasmado con usted desde el principio hasta el final, por su lucha triunfal contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo.

Sin embargo, diré una palabra sobre un aspecto internacional del fascismo. Externamente, su movimiento ha prestado un servicio a todo el mundo. El gran temor que siempre ha rodeado a todo líder democrático o líder de la clase obrera ha sido el de ser minado por alguien más extremo que él. Italia ha demostrado que existe una forma de luchar contra las fuerzas subversivas, que puede aglutinar a la masa de la población, dirigirla adecuadamente, valorar y desear la defensa del honor y la estabilidad de la sociedad civilizada.

De aquí en adelante, ninguna gran nación estará desamparada de un medio fundamental de protección contra el crecimiento cancerígeno del bolchevismo".

Y esto otro afirmó sobre Adolf Hitler, en otro alarde del nacionalismo más criminal y asesino que nos trajo ambas guerras mundiales en el "viejo" continente, que dicen los yankees:

"La historia de esa lucha no se puede considerar sin admiración por el coraje, la perseverancia, la fuerza vital que le permitió desafiar, retar, conciliar o superar todos los obstáculos y resistencias que se presentaron en su camino... 

Siempre he dicho que si Gran Bretaña fuera derrotada en la guerra, espero que encontremos un Hitler que nos devuelva a nuestra posición correcta entre las naciones".

Me ahorro hablar de un corporativista como De Gaulle, que introdujo en Francia ciertos aspectos importados del sistema político de Mussolini para tratar de contener la conflictividad laboral y social en el país.

Pero si estamos hablando del nacionalismo y la guerra, de Churchill y de De Gaulle, de Chamberlain y de Petain, de algunos puentes entre el colaboracionismo explícito y la "resistencia" exterior, de maniobras políticas e intervenciones calculadas para intentar contener a una bestia incontenible que, una vez desatada, precisa de una costosa, monumental y sacrificada voluntad humana para detenerla, podrían mencionarse también otras cosas.

Como por ejemplo el intento de firmar un pacto con los fascistas italianos, por el que algunos otros supuestos amigos de la segunda república, la paz, la democracia y la tolerancia, iban a acordar a sus espaldas, en Santoña, por mediación del Vaticano, la huída de los altos mandos militares y administrativos del Gobierno Vasco -o sea de los principales cargos del PNV, para entendernos- mientras los soldados del XIV Cuerpo de Ejército, dependiente de los nacionalistas vascos, hartos de luchar junto con los rojos y más aún de hacerlo tan lejos de la patria (en Cantabria y la Asturias revolucionaria, desde la que sí que hubo una solidaridad no recíproca por la defensa de Euskadi) serían considerados como prisioneros de guerra de Italia.

También podríamos hablar de los chetniks serbios que rivalizaban con Tito. O de los monárquicos griegos que rivalizaban con el KKE, o de los nacionalistas ucranianos liderados por Stepán Bandera, pero también de los seguidores "moderados" de Andry Mélnik, sin cuya responsabilidad no se habría podido entender allí el desarrollo del colaboracionismo en la IIGM del mismo modo que no se puede entender el Euromaidán de 2014 sin los miles de ciudadanos que hicieron de cortejo a sus vanguardias neo nazis.

Y por encima de toda bienvenida y agradecida ayuda ante la creciente catástrofe económica y migratoria del siglo veintiuno, a estas últimas no las van a detener ni las oenegés ni la reivindicación de los derechos humanos.

Más allá de la honestidad individual de algunos de quienes se mueven en ese terreno, el mundo del oenegismo está podrido por las fundaciones globalistas y liberales que financian o patrocinan sus organizaciones, lo que hace que esa supuesta independencia de los gobiernos, a la que los académicos socialdemócratas del ámbito de las Relaciones Internacionales se referían cuando hablaban del surgimiento de nuevos actores globales no estatales, sea directamente un sarcasmo.

Por su parte, la consideración de los derechos humanos procede de un consenso alcanzado en la ONU, creada tras el fracaso absoluto de la Sociedad de Naciones, a partir de la influencia de la filosofía iuspositivista, que es la que entiende los derechos como naturales o innatos a la especie humana. Y no me he equivocado al decirlo ni quería referirme a los iusnaturalistas, porque aunque estos últimos plantearon una diferencia entre el derecho positivo y el derecho natural, es decir, entre la legislación materializada en constituciones y documentos oficiales, por un lado, y su fuente de legitimidad según la filosofía positivista, por otro, lo hicieron para justificar el derecho a la rebelión mientras les interesó en un contexto determinado, cometiendo el mismo fraude que los iuspositivistas, sólo que presentándose a sí mismos como los auténticos defensores del derecho natural. Vamos que unos y otros tienen una idea esencialista de la naturaleza sobre la que justifican el derecho, como también se hacía con la economía.

Lo que necesitamos es entender que la legalidad y cualquier conquista social en general, legal o no, es la consecuencia y no la causa, la expresión y no la raíz de un proceso sociohistórico de luchas que es fundamentalmente económico, o sea material. Cada paso que da la izquierda europea desde hace ya suficientes años, con la excusa de sí misma y sus errores consecutivos, sobre los que no está dispuesta a hacer autocrítica alguna, camina en una dirección completamente opuesta y ha cruzado más que holgadamente el límite de la incoherencia, hasta el punto de merecer el más enérgico rechazo de la clase trabajadora consciente del continente, que la hay, pero esta última cuestión quizás la retomemos en otra ocasión.