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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

miércoles, 25 de abril de 2018

Por qué el Ejército Árabe Sirio debe ganar la guerra

Soldados del Ejército Árabe Sirio
Por Arash

(El 44º aniversario de la Revolución del 25 de Abril)

Para abordar lo que ocurre en Siria y en todo el mundo árabe con una mínima rigurosidad, puede comenzarse por tener en cuenta tres referencias históricas importantes: la publicación de los Acuerdos secretos de Sykes-Picot, la unificación de Arabia Saudí, y el embargo petrolero de la OPEP, Egipto y Siria.

Dejaré en el tintero una referencia histórica que no sólo se reduce a tal, sino que es fundamental, como lo es la creación del Estado de Israel, fiel colaborador sionista del imperialismo en las políticas de agresión contra Palestina, Siria y otros pueblos árabes.

Por otra parte, ni la guerra de agresión contra Siria, ni ninguno de los conflictos de la región, pueden desenredarse de la diplomacia, de las constantes injerencias económicas y financieras, de las intervenciones militares extranjeras, de las guerras de segunda, tercera o cuarta generación, de las oenegés que tanto chupan del presupuesto norteamericano, y de la propaganda de la prensa servil y de parte de la manipulada opinión pública.

Esto último significa que el conflicto en curso debe abordarse obligatoriamente teniéndose en cuenta el estado y la evolución de las relaciones internacionales, especialmente en términos de desarrollo económico y polaridad. Las dos guerras mundiales y la "pausa" que las separó supusieron una intensa reconfiguración de las mismas, un antes y un después en lo que se refiere particularmente a las alianzas entre los gobiernos y las potencias del planeta, que en la posguerra tomaron la característica expresión bifacética o bipolar.

La primera de aquellas referencias remite a la información que el Izvestia (órgano de noticias del Sóviet de Petrogrado) y el Pravda (el períodico de propaganda del Partido Comunista en Rusia, no la degenerada agencia de noticias que es en la actualidad) hicieron publica el 23 de noviembre de 1917, sobre el reparto de Asia Menor, cuando el gobierno revolucionario tuvo acceso a la documentación clasificada del Zarato tras la insurrección de octubre.

Hasta entrados los años treinta Rusia fue, junto con la Turquía otomana (que incluía los actuales territorios árabes en Asia Menor y África) una nación subdesarrollada que contrastaba con el elevado grado de desarrollo alcanzado por el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Alemania. Sin embargo, hasta el triunfo de la revolución y la firma del Tratado de Brest-Litovsk, estuvo plenamente involucrada en la "Gran Guerra" junto con todas las anteriores excepto Alemania, que formaba su propio bloque beligerante junto con Austria-Hungría y, en particular, la Turquía otomana, enfrentamiento este último de especial trascendencia.

Los gobiernos del Zarato Ruso, de la III República Francesa y del Reino Unido establecieron lazos de contacto con los imanes y líderes del nacionalismo árabe, que vaticinaban un importante movimiento secesionista en el amplio territorio de su rival oriental, el Califato Otomano. Hasta aquí se llegan a remontar los vínculos históricos y contemporáneos entre el imperialismo y el islamismo, que hoy sumergen en el terror a países como Libia, Yemen, Siria o Irak, y que llevaron a Egipto al borde de la guerra civil hace seis años.

Los nacionalistas árabes aceptaron una alianza con aquellos a cambio de su compromiso por la creación de un Estado árabe cuando se derrotase el Califato, que finalmente obtuvieron. Pero el gobierno soviético nacido de la revolución en Rusia desveló que aquellas potencias tenían otros planes pensados para la región, poniendo en evidencia la falsedad de dichos compromisos y su credibilidad internacional.

La Sociedad de Naciones había establecido un Mandato francés en Siria y Líbano, y otros dos en Irak y Palestina bajo tutela británica. Los gobiernos francés y británico se apoyaron entonces, como lo hacen hoy, en las monarquías árabes -de las que actualmente quedan vigentes las del Golfo Pérsico y Jordania- con el objetivo de frenar el proceso de independencia que ellos mismos habían apoyado tiempo atrás, cuando les interesó en su conflagración bélica de 1914, tratando de impedir la puesta en marcha de las reformas sociales, y suministrando "con cuentagotas" leves y más que ridículas concesiones legales de soberanía, a través de las distintas formas jurídicas y administrativas que sucedieron a las deslegitimadas Colonias. En este sentido, el extinto Reino de Egipto también fue un Protectorado británico hasta su independencia efectiva, a partir de 1953.

Aunque fuera de los términos formales de los Acuerdos Sykes-Picot, en Turquía también se hizo manifiesto el interés, por parte de las potencias británica y francesa, de contener la puesta en práctica de reformas sociales, con su oposición frontal a la guerra turca de independencia. La tímida modificación institucional promovida por los Aliados de la IGM se produjo conservando en todo momento la autoridad política de la Casa Osmandí, aún gobernante en los restos del Califato, cuando los jóvenes nacionalistas turcos presionaron a Abdul Hamid II y "lograron" que terminase abdicando en su hermano, Mehmed V.

Ni los árabes ni los turcos aceptarían la soberanía "con cuentagotas". Es entonces cuando comienza el advenimiento de las ideas seculares del republicanismo, y un proceso parcial de divorcio entre el nacionalismo y el islamismo, tanto en Turquía como en los múltiples Estados árabes que las superpotencias victoriosas se habían repartido al finalizar la guerra.

En octubre de 1923 fue instaurada la República en Turquía, con Mustafa Kemal Atatürk como primer presidente, y se inició la modernización del país. Desde Egipto, y tiempo después, Gamal Abdel Nasser había planteado la constitución de la República Árabe, proyecto que alcanzó su apogeo en la unificación con Siria, en 1958.

Antes de la unificación, la República había sido proclamada en Egipto en 1953. En 1969, el coronel Muamar el Gadafi derrocó al Rey Idris I e instauró la República en Libia. Siete años antes había sido proclamada en el norte (oeste) de Yemen. Y en Siria, la República se había independizado de Francia y de su Mandato legal en 1958.

El republicanismo árabe y turco expresó un movimiento en defensa de la igualdad en las relaciones internacionales, que los gobiernos progresistas impulsaron a través de la promoción de ciertas nacionalizaciones económicas y de políticas de desarrollo regional que cuestionaban el dominio monopolista de las potencias europeas y estadounidense.

La cuestión de la polaridad internacional tras la independencia de Turquía y los países árabes, por su parte, exige la consideración de la segunda de las referencias históricas al principio establecidas, que datan de 1932, cuando Abdelazizz ibn Saud, quien fuera el Emir de Diriyah (el "primer Estado saudí"), después el de Nechd (el "segundo Estado saudí"), finalizó la conquista de la península arábiga, culminando así la formación del actual y "tercer Estado saudí".

La Arabia de la Casa de Saud es hoy el principal foco de propaganda fundamentalista en todo el mundo de influencia islámica, en lo que respecta a las ramas y derivaciones sunnitas, además de un proveedor de armas y de todo tipo de apoyo logístico.

La inmediata reconfiguración de las relaciones internacionales en la posguerra tras 1945, y después de la potente industrialización en la URSS, había situado a Rusia y las demás Repúblicas Soviéticas federadas a la cabeza del desarrollo mundial, y junto con las Repúblicas Populares (Argelia, Yemen del sur y Afganistán, en el mundo de influencia islámica) y las Repúblicas Árabes (Egipto, Yemen del norte, Siria, Irak y Libia antes pero también después de la proclamación de la Yamahiriya), habían quedado ubicadas en el sistema internacional en un mismo bloque heterogéneo en defensa del desarrollo regional de los países árabes, que confrontaba el imperialismo.

Nada tiene que ver el anterior bloque, con el proceso de integración elitista de la Unión Europea, ni tampoco con los actuales procesos de integración regional que gravitan alrededor de la Rusia postsoviética. No en vano, del campo socialista provinieron los principales apoyos económicos, militares y también ideológicos a los procesos de independencia antes citados, así como a las importantes reformas sociales que se llevaron en buena parte del mundo.

Aunque no fueron miembros del Consejo de Ayuda Mútua Económica (COMECON), el alineamiento económico inicial y las relaciones de amistad de las Repúblicas Árabes con Rusia, la URSS y el bloque socialista, supusieron la formación de una estructura alternativa de naciones, que iba desde el elevado grado de desarrollo de aquella primera, hasta el proceso transitorio de desarrollo que se inició en países que, mientras fueron administraciones estadounidenses, británicas o francesas, no se habrían podido producir, poniendo de manifiesto cómo la conciencia política sobre el imperialismo estaba viva y tomaba forma en las políticas exteriores de los gobiernos comunistas, incuestionablemente preferibles a las políticas ultraliberales que aplican los gobiernos en la actualidad.

Por contra, el Reino Unido, Francia y la nueva primera potencia económica mundial en la posguerra, Estados Unidos, estaban alineados, además de con el Estado de Israel tras su creación, con otro de sus principales socios comerciales en el oriente medio, el Reino de Arabia Saudí. Esto explica el vínculo contemporáneo que antes se adelantaba, y que ahora queda bien enmarcado en el actual sistema de relaciones, entre el imperialismo y el islamismo, que se suma al que existe también con el sionismo, y también el apoyo financiero, logístico, táctico, comercial y militar a los grupos terroristas que operan en los países árabes, Siria en particular.

Los imperialistas saben que la reincorporación de la religión en los ordenamientos legales de los Estados árabes funciona como elemento de legitimación y catalización del crecimiento de los grupos fundamentalistas, que operan al servicio de los intereses conjuntos que Arabia Saudí, Estados Unidos, Francia y Reino Unido tienen en Asia Menor, junto con Israel, y en el proceso de acercamiento a la República Islámica de Irán como punto estratégico para confrontar la emergencia de China, y esta cuestión nos lleva a la última de las referencias históricas señaladas al comienzo del análisis.
Los miserables que representan lo que es
la izquierda española, Garzón e Iglesias

Por esta misma razón, gobiernos y "oposiciones" parlamentarias de los Estados miembros de la Unión Europea condenaron la acción que un sector crítico de las Fuerzas Armadas de Turquía preparó en 2016 contra el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan, que está confesionalizando la vieja República laica a una velocidad vertiginosa, y que participa junto con las mencionadas potencias e Israel de las agresiones y los bombardeos contra el gobierno y el pueblo sirio

La tercera referencia considerada, pues, alerta sobre una consecuencia directa del agotamiento del modelo de acumulación y del ciclo expansivo característicos de la posguerra. Si las dos guerras mundiales y el período de entreguerras expresaron la destructiva y mortífera transición entre un ciclo de contracción y otro de expansión, la crisis del petróleo de 1973 inauguró una transición en sentido opuesto, que obtuvo la financiarización a crédito -interesado- de la economía como respuesta dada por las oligarquías gobernantes en los países desarrollados.

En 2011, los efectos financieros de la crisis económica mundial se sumaron a los de la industria y buena parte del resto de los sectores de actividad, y esto se expresó, en una vasta parte del planeta, bajo la oscura apariencia de la "primavera árabe", devenida hoy en invierno fundamentalista.

La crisis del petróleo y el desmoronamiento posterior de la URSS también influyeron nuevamente en las relaciones internacionales. Por una parte, los gobiernos republicanos árabes ya comenzaron a revertir lentamente las nacionalizaciones de los sectores económicos punteros y sus políticas sociales, así como también se inclinaron levemente hacia la reincorporación del islam en las bases jurídicas de sus Estados.

Además, el antiguo vínculo de amistad entre la Rusia comunista y países árabes como Siria, fue heredado por la Rusia capitalista postsoviética como la simple relación oportunista que es hoy. A partir de ello se comprende por qué el actual gobierno ruso, que ha estado prestando durante toda la contienda apoyo aéreo al gobierno sirio en la lucha contra ciertos grupos terroristas -más de lo que les interesa a las potencias agresoras- también ha estado estableciendo desde el año pasado contactos con los islamistas "moderados". A finales de marzo llegaron a un acuerdo con ellos para permitirles la huída en Guta oriental. Moscú también está encontrando en el perjuicio a Damasco oportunidades para incrementar su rentabilidad.

La reversión en las anteriores materias, acercó inevitablemente los gobiernos republicanos árabes a las potencias estadounidense, británica, francesa, saudí, israelí y a otros de sus socios comerciales. Los recortes laborales y sociales y la corrupción institucional del gobierno egipcio de Hosni Mubarak, fiel continuador de la orientación liberal de la presidencia de Anwar el-Sadat y buen aliado regional de Estados Unidos, el gobierno yemení de Ali Abdullah Saleh, que asumió los mismos lastres, o el gobierno sucesor de Mansur Al-Hadi, fuerte aliado de Arabia Saudí en la guerra sectaria que mantiene con los chiitas de Hutíes y en el bloqueo y los bombardeos devastadores que masacran a la población yemení, son buenos ejemplos de ello.

Manifestantes egipcios huyendo de la policía en
Plaza Tahrir, noviembre de 2012.
Tras protestar contra los recortes laborales
y sociales tiempo atrás, lograron
deponer a Mohamed Morsi
(Fuente: El País)
Contra las orientaciones conservadoras que llevaban tiempo tomando ambas administraciones en materia económica y religiosa ya protestaron miles de personas, entre republicanos, socialistas y comunistas, tanto en Egipto como en Yemen. Pero esta tendencia involutiva en el seno de los propios gobiernos republicanos árabes pronto sería secundaria frente a la nueva tendencia hacia la multipolaridad internacional.

La lenta transitoriedad legal e institucional que dichos gobiernos republicanos administraron en ambas materias ya no era suficiente para Estados Unidos y sus principales socios. Y es en este sentido que se le vuelve tentación a Washington el recurrir a una forma agresiva, belicosa y absolutamente irresponsable de llevar a cabo una diplomacia que, en el fondo, nunca ha abandonado, así como el intensificar la política exterior oenegista, injerencista, y también militar y de agresión.

La destrucción de Afganistán por los "libertadores" o "muyahidines" de la Casa Blanca estadounidense, los talibán, sirvió de precedente en el mundo islámico. Irak fue invadida en 2003, y su gobierno cedido, por la fuerza de una junta militar, a los partidarios de la Sharia. Después del trágico bombardeo de la OTAN en Trípoli y el asesinato por la espalda a Gadafi, Libia fue saqueada por los "rebeldes" y las mafias de traficantes de personas, órganos, opiáceos y heroína. Y Yemen sufre el trágico, devastador y criminal bloqueo saudí.

En Egipto, los Hermanos Musulmanes alcanzaron el poder, representados por el islamista Mohamed Morsi, aunque los valientes y combativos contestatarios de la Plaza Tahrir lograron deponer su breve mandato autoritario: ahora es presidente Abdulfatah Al-Sisi.

La lucha contra la guerra que viven los pueblos árabes, implica asumir que el Ejército Árabe Sirio, que defiende por tierra al último Estado laico de todo el medio oriente y prácticamente el último de casi todo el mundo de influencia islámica, debe ganar la contienda criminal a la que le están arrastrando Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Turquía e Israel.

No está en juego un mero cambio cosmético de gobierno, sino cuestiones que lo incluyen y lo trascienden: la indeseable influencia de unas potencias dominantes que, en el contexto de la crisis mundial de la economía, tratan de "frenar marcha atrás" inútilmente en la nueva conflagración mundial que se está preparando. Las tendencias bélicas de los últimos años ya señalan una brusca y violenta reconfiguración del sistema de relaciones internacionales, y en su trayecto hacia la dependencia de la nueva potencia emergente en un futuro sistema internacional, China, las viejas potencias declinantes están provocando un elevadíśimo e imperdonable coste humano.

Y la consolidación de un bloque social en defensa de la paz regional, de la soberanía legal de Siria, contrario a la injerencia belicosa y agresiva del exterior, y que evite el arrastre definitivo de las potencias a una escalada y a una nueva guerra mundial, pasa también, por mucho que les irrite a algunos que gustan de banalizar hasta la misma revolución social, por denunciar a aquellos que, en el conflicto en consideración, están siendo parte de las tácticas desestabilizadoras y militares de los Estados Unidos, Francia, Reino Unido y todos sus socios comerciales sionistas o islamistas.

Los peshmergas kurdos, confederalistas incluidos, están a día de hoy aliados con grupos de mercenarios procedentes del "Ejército Libre Sirio", aquella amalgama de "rebeldes" de la que procedieron los vastos contingentes de combatientes "demócratas" y las armas estadounidenses que terminaron finalmente destinados a las manos del Daesh o Nusra.

Durante el pasado verano de 2017, confederalistas kurdos e islamistas "moderados" atacaron desde el norte de Siria la ciudad de Raqqa, junto con la artillería de la coalición internacional liderada por Estados Unidos. Expulsaron a 160.000 sirios de la ciudad, facilitando así la incorporación de la misma, de mayoría étnicamente árabe, al territorio "autónomo" kurdo. Usaron armas químicas prohibidas por la comunidad internacional, fósforo blanco en particular.

Pero las bombas que destrozaron la ciudad y que asesinaron, sólo durante la primera semana de la operación, a más de 300 sirios, tal y como incluso la misma ONU denunció, no caían sobre el Daesh, que durante el bombardeo huía plácidamente de Raqqa hacia el sur, en dirección hacia el territorio controlado por las tropas leales al gobierno sirio.



lunes, 9 de abril de 2018

La relación entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo

Por Arash


Al decirse desde la economía política que el trabajo produce un nuevo valor, se está incidiendo en que sirve a la producción de mercancías, que deriva en la acumulación de capital. En particular, cuando el trabajo reproduce su propio valor, está sirviendo a la producción social, de seres humanos, es decir, a la producción de la fuerza de trabajo, que es la mercancía viva y humana que, cuando se activa y se acumula, produce aquel valor adicional.

Puesto que es la propia sociedad, los seres humanos asociados los que, obviamente, dejan su descendencia, también podemos hablar de la reproducción social o humana, es decir, de la reproducción de la fuerza de trabajo.

Se aluda como se quiera, la producción social, de seres humanos, es decir la producción de la fuerza de trabajo es un requisito indispensable con respecto a la producción de las demás mercancías. La relación que vincula ambas es el salario, el principal medio de vida para unas casi veinte millones de personas en el territorio del Estado, entre quienes pueden venderse en el mercado laboral a cambio de un salario variable, y quienes están registrados en el paro por no poder hacerlo, sin contar lo que ocurre en las confusas categorías oficiales de los "inactivos", los "trabajadores autónomos económicamente dependientes", etc. Pero la relación salarial, la relación entre la producción social y la producción de mercancías en general, va mucho más allá de ser una mera correlación. Es todo un acicate político que se vuelve periódicamente revolucionario.

Cuando la acumulación de capital entra en un ciclo de crisis cuyo horizonte es, como en todos sus ciclos críticos, la destrucción de aquella parte del mismo que está desempleado o podría estarlo con facilidad (la parte menos competitiva), también entra en una crisis vital la fuerza de trabajo, cuyo devenir es la "destrucción" (devastación y muerte innecesaria provocada por la pobreza, hambrunas, destructivas guerras de saqueo, etc) de aquella vasta reserva que está desempleada o de la que pronto prescindirá el capital, y que se ha vuelto disfuncional al proceso de acumulación.

No podemos decir lo mismo en sentido inverso. Si la fuerza de trabajo se encuentra en una crisis vital, no podemos deducir que el capital, en proceso de acumulación, haya entrado necesariamente en un ciclo de crisis. La crisis vital de la fuerza de trabajo es plenamente compatible con las fases expansivas del capital. Es la acumulación de capital la que determina la crisis vital de la fuerza de trabajo.

No hay duda de que el trabajo se traduce tanto en producción social como en producción de mercancías inertes. Sin embargo, sería una auténtica estupidez anteponer la producción social a la producción de mercancías inertes. En ese caso, habría de admitirse que la producción de mercancías está determinada por la producción social, y que es esta última la cuestión en la que tenemos que poner el acento principal de una denuncia estratégica cuando, en realidad, es la producción social la que está determinada por la producción de mercancías. No comemos porque nazcamos, sino que nacemos porque comemos. No tenemos un salario asegurado sólo porque seamos padres y madres, sino que nuestros hijos nacen y crecen porque trabajamos y pagamos nuestro sustento.

Este último hecho se desprende de la contradicción actual entre el capital y el trabajo, a partir de la que se entiende la contradicción entre el ser humano y la naturaleza, su naturaleza. La apropiación humana de la misma es imprescindible para la supervivencia, como lo demuestra en un principio la caza o la recolección, formas ilustrativas del trabajo primitivo. Es necesario hacer del medio natural un servicio, así como el objeto del consumo humano. O eso, o admitir nuestra propia extinción, renegando de la posibilidad de reconciliarnos con ella, con nuestra naturaleza.

Y es que la apropiación de la naturaleza -y de todo lo que de ella se transforma- por parte de unos seres humanos en detrimento de la propiedad de los demás, es decir, la propiedad privada, es contingente, y además constituye el origen antropológico de la división de la sociedad en clases y de nuestra contradicción con la naturaleza, incluido lo relativo a la reproducción humana y el consumo. Es otra manera de hablar de la sedentarización y de la conclusión del nomadismo en la organización humana, cuando la caza o la recolección dan lugar a la ganadería y, en particular, a la agricultura.

La propiedad privada de la tierra o del suelo, hizo relevante una primera distinción relativa entre el objeto producido y el medio con el que el productor humano combinó su fuerza de trabajo para producirlo. Cuando apareció esta forma de propiedad de la tierra, la producción perdió su carácter medial y objetivo, y se volvió un perverso y abstracto fin en sí mismo.

Este fenómeno ideológico, cual ilusión óptica, adquirió proporciones épicas y catastróficas con el desarrollo de los medios productivos y las fuerzas humanas que los empleaban. Tras la apariencia de la acumulación de capital como finalidad en sí, se impuso como consecuencia la distorsionada realidad moderna de la misma, que se hizo irresistible para Marx y los críticos de la economía clásica: la acumulación de capital como medio para la satisfacción de los vicios y lujos de la clase propietaria, a través de la explotación.

De modo parecido, esto terminaría por definir el trabajo como algo desagradable, como una actividad necesaria para la supervivencia que el proletariado moderno presta a cambio de un salario, y que está divorciada de su objeto: el que sirve para la satisfacción de las necesidades del productor humano, incluso las necesidades naturales, más básicas y elementales, y que con el desarrollo de los medios y las fuerzas productivas habrían de satisfacerse difícilmente a través del mercado.

En conclusión, es la organización económica y social, pasajera e histórica, la que provoca la contradicción del ser humano con la naturaleza, incluida en esta última la reproducción humana y el consumo de los productos del trabajo. En última instancia, el trabajo reproductivo depende del trabajo productivo, y no al revés. La producción de mercancías determina la producción social.