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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

lunes, 9 de abril de 2018

La relación entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo

Por Arash


Al decirse desde la economía política que el trabajo produce un nuevo valor, se está incidiendo en que sirve a la producción de mercancías, que deriva en la acumulación de capital. En particular, cuando el trabajo reproduce su propio valor, está sirviendo a la producción social, de seres humanos, es decir, a la producción de la fuerza de trabajo, que es la mercancía viva y humana que, cuando se activa y se acumula, produce aquel valor adicional.

Puesto que es la propia sociedad, los seres humanos asociados los que, obviamente, dejan su descendencia, también podemos hablar de la reproducción social o humana, es decir, de la reproducción de la fuerza de trabajo.

Se aluda como se quiera, la producción social, de seres humanos, es decir la producción de la fuerza de trabajo es un requisito indispensable con respecto a la producción de las demás mercancías. La relación que vincula ambas es el salario, el principal medio de vida para unas casi veinte millones de personas en el territorio del Estado, entre quienes pueden venderse en el mercado laboral a cambio de un salario variable, y quienes están registrados en el paro por no poder hacerlo, sin contar lo que ocurre en las confusas categorías oficiales de los "inactivos", los "trabajadores autónomos económicamente dependientes", etc. Pero la relación salarial, la relación entre la producción social y la producción de mercancías en general, va mucho más allá de ser una mera correlación. Es todo un acicate político que se vuelve periódicamente revolucionario.

Cuando la acumulación de capital entra en un ciclo de crisis cuyo horizonte es, como en todos sus ciclos críticos, la destrucción de aquella parte del mismo que está desempleado o podría estarlo con facilidad (la parte menos competitiva), también entra en una crisis vital la fuerza de trabajo, cuyo devenir es la "destrucción" (devastación y muerte innecesaria provocada por la pobreza, hambrunas, destructivas guerras de saqueo, etc) de aquella vasta reserva que está desempleada o de la que pronto prescindirá el capital, y que se ha vuelto disfuncional al proceso de acumulación.

No podemos decir lo mismo en sentido inverso. Si la fuerza de trabajo se encuentra en una crisis vital, no podemos deducir que el capital, en proceso de acumulación, haya entrado necesariamente en un ciclo de crisis. La crisis vital de la fuerza de trabajo es plenamente compatible con las fases expansivas del capital. Es la acumulación de capital la que determina la crisis vital de la fuerza de trabajo.

No hay duda de que el trabajo se traduce tanto en producción social como en producción de mercancías inertes. Sin embargo, sería una auténtica estupidez anteponer la producción social a la producción de mercancías inertes. En ese caso, habría de admitirse que la producción de mercancías está determinada por la producción social, y que es esta última la cuestión en la que tenemos que poner el acento principal de una denuncia estratégica cuando, en realidad, es la producción social la que está determinada por la producción de mercancías. No comemos porque nazcamos, sino que nacemos porque comemos. No tenemos un salario asegurado sólo porque seamos padres y madres, sino que nuestros hijos nacen y crecen porque trabajamos y pagamos nuestro sustento.

Este último hecho se desprende de la contradicción actual entre el capital y el trabajo, a partir de la que se entiende la contradicción entre el ser humano y la naturaleza, su naturaleza. La apropiación humana de la misma es imprescindible para la supervivencia, como lo demuestra en un principio la caza o la recolección, formas ilustrativas del trabajo primitivo. Es necesario hacer del medio natural un servicio, así como el objeto del consumo humano. O eso, o admitir nuestra propia extinción, renegando de la posibilidad de reconciliarnos con ella, con nuestra naturaleza.

Y es que la apropiación de la naturaleza -y de todo lo que de ella se transforma- por parte de unos seres humanos en detrimento de la propiedad de los demás, es decir, la propiedad privada, es contingente, y además constituye el origen antropológico de la división de la sociedad en clases y de nuestra contradicción con la naturaleza, incluido lo relativo a la reproducción humana y el consumo. Es otra manera de hablar de la sedentarización y de la conclusión del nomadismo en la organización humana, cuando la caza o la recolección dan lugar a la ganadería y, en particular, a la agricultura.

La propiedad privada de la tierra o del suelo, hizo relevante una primera distinción relativa entre el objeto producido y el medio con el que el productor humano combinó su fuerza de trabajo para producirlo. Cuando apareció esta forma de propiedad de la tierra, la producción perdió su carácter medial y objetivo, y se volvió un perverso y abstracto fin en sí mismo.

Este fenómeno ideológico, cual ilusión óptica, adquirió proporciones épicas y catastróficas con el desarrollo de los medios productivos y las fuerzas humanas que los empleaban. Tras la apariencia de la acumulación de capital como finalidad en sí, se impuso como consecuencia la distorsionada realidad moderna de la misma, que se hizo irresistible para Marx y los críticos de la economía clásica: la acumulación de capital como medio para la satisfacción de los vicios y lujos de la clase propietaria, a través de la explotación.

De modo parecido, esto terminaría por definir el trabajo como algo desagradable, como una actividad necesaria para la supervivencia que el proletariado moderno presta a cambio de un salario, y que está divorciada de su objeto: el que sirve para la satisfacción de las necesidades del productor humano, incluso las necesidades naturales, más básicas y elementales, y que con el desarrollo de los medios y las fuerzas productivas habrían de satisfacerse difícilmente a través del mercado.

En conclusión, es la organización económica y social, pasajera e histórica, la que provoca la contradicción del ser humano con la naturaleza, incluida en esta última la reproducción humana y el consumo de los productos del trabajo. En última instancia, el trabajo reproductivo depende del trabajo productivo, y no al revés. La producción de mercancías determina la producción social.

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