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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Los «chalecos amarillos»: una protesta sincera

Imagen extraida de La Tribune Bordeaux (Agencia Appa)
Por Arash

Está consensuado que los trabajadores franceses forman parte íntegra, incluso mayoritaria de la movilización de los gilets jaunes, aunque se han planteado dudas acerca de la conveniencia o no de potenciar su protesta, en base al carácter ideológico de la misma, al supuesto sentimiento de rechazo a la política de sus integrantes, o a la presencia de grupos de ultraderecha que tratan de aprovechar y se infiltran en sus convocatorias.

Hay sindicalistas de la CGT -Confederación General del Trabajo, la principal central sindical de Francia- que han participado visiblemente en diferentes actos en tanto gilets jaunes, al menos en los sectores portuario y del transporte por carretera.

Según la información que puede encontrarse inmediatamente en la red, este ha sido el caso de algunos trabajadores de la Unión Local de Château-Thierry (una comuna francesa en el norte del país) que colaboraron con otros chalecos amarillos en algunos cortes de tráfico, o de otros obreros pertenecientes a la Federación Nacional de Puertos y Muelles, que bloquearon una terminal petrolera en la localidad de Rouen, también en el norte.

Pero no parece que haya sindicatos enteros afiliados a esta central que estén vinculados con la masiva protesta en cuestión, más allá de elementos aislados. Aunque en muchos de ellos se mostrase, con ocasión de las pasadas huelgas generales, una voluntad meramente defensiva de movilización impensable en cualquiera de las dos principales centrales sindicales de España, la postura oficial de la dirección confederal francesa y la mayoría de su organización parece la del escepticismo hacia las luchas obreras que transcurren por y desde fuera de sus sindicatos; una aversión hacia los trabajadores que, ante las insuficiencias del sindicalismo mayoritario de la CES, tratan de organizarse por su cuenta, y cuyas luchas no pueden hegemonizar.

El carácter ideológico de la protesta de los chalecos amarillos es ciertamente heterogéneo, pero hay algunas diferencias significativas con respecto a otras movilizaciones con las que, en algunas ocasiones, se ha insinuado un parecido poco o nada claro.

Mientras que los movimientos "15 de Mayo" en España o "5 Stelle" en Italia, suscribían una línea de reivindicaciones democráticas, centradas en la representación del poder, la movilización de los gilets jaunes, en cambio, nació como respuesta a una medida económica del gobierno liberal de Emmanuel Macrón -el establecimiento de un impuesto indirecto sobre las transacciones del gasóleo- y, sobre la base de la misma, estos últimos empezaron a barajarse la elaboración de un programa básico de reivindicaciones sociales, directamente vinculado a diferentes necesidades materiales, que futuriblemente no estarían exentas de contradicciones.

La cuestión no es menor. Las reivindicaciones democráticas en el capitalismo avanzado cuestionan la manifestación institucional y estatal de los poderes fácticos siguiendo estos intactos, pero las reivindicaciones sociales erosionan a los poderes fácticos en sí mismos -o alteran su voluntad a través de la oposición a los gobiernos- más allá de sus manifestaciones. Otra cosa es la medida en que lo hagan, que depende de la organización de la movilización y de la actuación -o no- de sus elementos catalizadores, en virtud de la amplificación de sus demandas, entre otras.

La medida fiscal del gobierno francés, en este sentido, repercutiría en otro aumento más de los precios del gasóleo que sólo los grandes y medianos competidores están en condiciones de soportar y, además, ahogaría todavía más al proletariado rural y de la periferia urbana, que ha de sumar a su explotación cotidiana, la opresión añadida de arrendadores, vendedores de carburante y todo tipo de burgueses.

Además, en el movimiento quincemayista o en su homólogo italiano predominó un gusto por el misticismo y el ocultismo ideológico, que es lo que encubría la llamada ciudadana a la inclusividad, y que hacía infructífero, imposible e indeseable cualquier intento de diálogo e intervención sinceros, ya que cualquier concreción del razonamiento y cualquier objetivo manifiesto que no estuviera resumido en la máxima de "bienvenida toda la ciudadanía" estaba desechado -excluido- con anterioridad a que se formulase. En la protesta de los gilets jaunes, la oposición al impuesto ecológico es central, y debería existir la capacidad de combatir las tendencias ideológicas anteriores, así como de desplegar otras demandas que sirvieran para extender su impacto en beneficio de los trabajadores y otras clases sociales golpeadas a partir de la demanda original, que es económica y social y, por tanto, no admite las ambigüedades, cobardías y vergüenzas del populismo de izquierda o de derecha.

El carácter ideológico de las protestas debe su razón de ser fundamental a su composición social. Mientras que si algo había nítido en el 15M, más allá de su discurso metafísico, era su composición de clase pequeñoburguesa, en el caso de los gilets jaunes hablamos de una movilización interclasista por naturaleza. Aquel primero fue un movimiento cuyo sustrato estuvo formado por universitarios elitistas que se habían percatado de que la crisis interpuso obstáculos que iban a frustrar la carrera de emancipación individualista esperada por la tendencia intergeneracional previa. Los más espabilados del 15M están ahora viviendo de las instituciones del Estado, de las Comunidades Autónomas o de los Ayuntamientos "del cambio", o bien han emprendido exitosamente sus proyectos "procomunes".

Sin embargo, la actual movilización en Francia es, desde el mismo comienzo de la protesta, de carácter popular, en su sentido económico más diverso, porque el encarecimiento del precio del gasóleo no sólo afecta a los pequeños agricultores, a los transportistas autónomos reales, o a demás propietarios de la ciudad o del campo que emplean volúmenes menores de capital.

En el M5S, por su parte, algunos sectores de trabajadores procedentes, en muchos casos, de las organizaciones sindicales y de izquierdas, habrían podido comenzar a participar en la protesta sin demasiada demora, quizás por la autodegradación que la izquierda italiana arrastraba desde los años setenta, aunque ciertamente tampoco puede decirse ya, a estas alturas, que la izquierda española o la francesa tengan nada que envidiar a aquella en su claudicación política y su nefasto papel en el movimiento obrero.

El 15M sólo despertó simpatías entre algunos sectores de la clase trabajadora en España cuando el discurso sobre la reconsideración de la democracia y el sistema representativo generó la "ilusión" de un cambio en sus condiciones laborales y de vida, después de una intensa campaña mediática protagonizada por corporaciones audiovisionales y negocios alternativos que lograron incluso alterar las prioridades subjetivas de la clase, tal y como se llegó a plasmar en el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), aunque estas se hayan venido revirtiendo desde entonces, de nuevo, hacia lo económico. Ello ocurrió en el contexto de la emergencia electoral de Podemos y su incorporación al nuevo sistema de partidos, con el apoyo decidido de los partidos de izquierda.

Pero en la protesta de los chalecos amarillos no hacía falta que ningún discurso insostenible sobre la democracia impregnase la conciencia de la clase trabajadora para que esta participara, porque su desencadenante inmediato le afecta de raíz, a diferencia de la victoria electoral de uno u otro partido burgués y el modo en que la consiga, que sólo le pone cara, color y "género" distinto a la próxima agresión contra sus conquistas sociales.

En una movilización como la de Francia hay juego para la discusión y margen de maniobra. No con los fascistas. Estos últimos no admiten diálogo ni está legitimada colaboración alguna y deben recibir, si es necesario para que abandonen la movilización, el mismo trato que recibió presuntamente el infiltrado Yban Benedetti en una de sus manifestaciones, según él mismo dijo en su cuenta de Twitter.

La relación con la protesta de los gilets jaunes debe buscarse primeramente con los miles de trabajadores que engrosan las mismas, con la voluntad de intentar elevar su contenido social reivindicativo desde un punto de vista de clase o, al menos, de comenzar por defenderlo frente a sus potenciales amenazas nacionalistas que, como ya ha hecho el M5S con su decreto gubernamental, en coalición con la Liga Norte, pretenderán reducirlo a una limosna, y encima al precio de investirlo de un cariz racista, que es en lo que está metida la "rassemblement" de Marine Le Pen y sus afines.

miércoles, 25 de abril de 2018

Por qué el Ejército Árabe Sirio debe ganar la guerra

Soldados del Ejército Árabe Sirio
Por Arash

(El 44º aniversario de la Revolución del 25 de Abril)

Para abordar lo que ocurre en Siria y en todo el mundo árabe con una mínima rigurosidad, puede comenzarse por tener en cuenta tres referencias históricas importantes: la publicación de los Acuerdos secretos de Sykes-Picot, la unificación de Arabia Saudí, y el embargo petrolero de la OPEP, Egipto y Siria.

Dejaré en el tintero una referencia histórica que no sólo se reduce a tal, sino que es fundamental, como lo es la creación del Estado de Israel, fiel colaborador sionista del imperialismo en las políticas de agresión contra Palestina, Siria y otros pueblos árabes.

Por otra parte, ni la guerra de agresión contra Siria, ni ninguno de los conflictos de la región, pueden desenredarse de la diplomacia, de las constantes injerencias económicas y financieras, de las intervenciones militares extranjeras, de las guerras de segunda, tercera o cuarta generación, de las oenegés que tanto chupan del presupuesto norteamericano, y de la propaganda de la prensa servil y de parte de la manipulada opinión pública.

Esto último significa que el conflicto en curso debe abordarse obligatoriamente teniéndose en cuenta el estado y la evolución de las relaciones internacionales, especialmente en términos de desarrollo económico y polaridad. Las dos guerras mundiales y la "pausa" que las separó supusieron una intensa reconfiguración de las mismas, un antes y un después en lo que se refiere particularmente a las alianzas entre los gobiernos y las potencias del planeta, que en la posguerra tomaron la característica expresión bifacética o bipolar.

La primera de aquellas referencias remite a la información que el Izvestia (órgano de noticias del Sóviet de Petrogrado) y el Pravda (el períodico de propaganda del Partido Comunista en Rusia, no la degenerada agencia de noticias que es en la actualidad) hicieron publica el 23 de noviembre de 1917, sobre el reparto de Asia Menor, cuando el gobierno revolucionario tuvo acceso a la documentación clasificada del Zarato tras la insurrección de octubre.

Hasta entrados los años treinta Rusia fue, junto con la Turquía otomana (que incluía los actuales territorios árabes en Asia Menor y África) una nación subdesarrollada que contrastaba con el elevado grado de desarrollo alcanzado por el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Alemania. Sin embargo, hasta el triunfo de la revolución y la firma del Tratado de Brest-Litovsk, estuvo plenamente involucrada en la "Gran Guerra" junto con todas las anteriores excepto Alemania, que formaba su propio bloque beligerante junto con Austria-Hungría y, en particular, la Turquía otomana, enfrentamiento este último de especial trascendencia.

Los gobiernos del Zarato Ruso, de la III República Francesa y del Reino Unido establecieron lazos de contacto con los imanes y líderes del nacionalismo árabe, que vaticinaban un importante movimiento secesionista en el amplio territorio de su rival oriental, el Califato Otomano. Hasta aquí se llegan a remontar los vínculos históricos y contemporáneos entre el imperialismo y el islamismo, que hoy sumergen en el terror a países como Libia, Yemen, Siria o Irak, y que llevaron a Egipto al borde de la guerra civil hace seis años.

Los nacionalistas árabes aceptaron una alianza con aquellos a cambio de su compromiso por la creación de un Estado árabe cuando se derrotase el Califato, que finalmente obtuvieron. Pero el gobierno soviético nacido de la revolución en Rusia desveló que aquellas potencias tenían otros planes pensados para la región, poniendo en evidencia la falsedad de dichos compromisos y su credibilidad internacional.

La Sociedad de Naciones había establecido un Mandato francés en Siria y Líbano, y otros dos en Irak y Palestina bajo tutela británica. Los gobiernos francés y británico se apoyaron entonces, como lo hacen hoy, en las monarquías árabes -de las que actualmente quedan vigentes las del Golfo Pérsico y Jordania- con el objetivo de frenar el proceso de independencia que ellos mismos habían apoyado tiempo atrás, cuando les interesó en su conflagración bélica de 1914, tratando de impedir la puesta en marcha de las reformas sociales, y suministrando "con cuentagotas" leves y más que ridículas concesiones legales de soberanía, a través de las distintas formas jurídicas y administrativas que sucedieron a las deslegitimadas Colonias. En este sentido, el extinto Reino de Egipto también fue un Protectorado británico hasta su independencia efectiva, a partir de 1953.

Aunque fuera de los términos formales de los Acuerdos Sykes-Picot, en Turquía también se hizo manifiesto el interés, por parte de las potencias británica y francesa, de contener la puesta en práctica de reformas sociales, con su oposición frontal a la guerra turca de independencia. La tímida modificación institucional promovida por los Aliados de la IGM se produjo conservando en todo momento la autoridad política de la Casa Osmandí, aún gobernante en los restos del Califato, cuando los jóvenes nacionalistas turcos presionaron a Abdul Hamid II y "lograron" que terminase abdicando en su hermano, Mehmed V.

Ni los árabes ni los turcos aceptarían la soberanía "con cuentagotas". Es entonces cuando comienza el advenimiento de las ideas seculares del republicanismo, y un proceso parcial de divorcio entre el nacionalismo y el islamismo, tanto en Turquía como en los múltiples Estados árabes que las superpotencias victoriosas se habían repartido al finalizar la guerra.

En octubre de 1923 fue instaurada la República en Turquía, con Mustafa Kemal Atatürk como primer presidente, y se inició la modernización del país. Desde Egipto, y tiempo después, Gamal Abdel Nasser había planteado la constitución de la República Árabe, proyecto que alcanzó su apogeo en la unificación con Siria, en 1958.

Antes de la unificación, la República había sido proclamada en Egipto en 1953. En 1969, el coronel Muamar el Gadafi derrocó al Rey Idris I e instauró la República en Libia. Siete años antes había sido proclamada en el norte (oeste) de Yemen. Y en Siria, la República se había independizado de Francia y de su Mandato legal en 1958.

El republicanismo árabe y turco expresó un movimiento en defensa de la igualdad en las relaciones internacionales, que los gobiernos progresistas impulsaron a través de la promoción de ciertas nacionalizaciones económicas y de políticas de desarrollo regional que cuestionaban el dominio monopolista de las potencias europeas y estadounidense.

La cuestión de la polaridad internacional tras la independencia de Turquía y los países árabes, por su parte, exige la consideración de la segunda de las referencias históricas al principio establecidas, que datan de 1932, cuando Abdelazizz ibn Saud, quien fuera el Emir de Diriyah (el "primer Estado saudí"), después el de Nechd (el "segundo Estado saudí"), finalizó la conquista de la península arábiga, culminando así la formación del actual y "tercer Estado saudí".

La Arabia de la Casa de Saud es hoy el principal foco de propaganda fundamentalista en todo el mundo de influencia islámica, en lo que respecta a las ramas y derivaciones sunnitas, además de un proveedor de armas y de todo tipo de apoyo logístico.

La inmediata reconfiguración de las relaciones internacionales en la posguerra tras 1945, y después de la potente industrialización en la URSS, había situado a Rusia y las demás Repúblicas Soviéticas federadas a la cabeza del desarrollo mundial, y junto con las Repúblicas Populares (Argelia, Yemen del sur y Afganistán, en el mundo de influencia islámica) y las Repúblicas Árabes (Egipto, Yemen del norte, Siria, Irak y Libia antes pero también después de la proclamación de la Yamahiriya), habían quedado ubicadas en el sistema internacional en un mismo bloque heterogéneo en defensa del desarrollo regional de los países árabes, que confrontaba el imperialismo.

Nada tiene que ver el anterior bloque, con el proceso de integración elitista de la Unión Europea, ni tampoco con los actuales procesos de integración regional que gravitan alrededor de la Rusia postsoviética. No en vano, del campo socialista provinieron los principales apoyos económicos, militares y también ideológicos a los procesos de independencia antes citados, así como a las importantes reformas sociales que se llevaron en buena parte del mundo.

Aunque no fueron miembros del Consejo de Ayuda Mútua Económica (COMECON), el alineamiento económico inicial y las relaciones de amistad de las Repúblicas Árabes con Rusia, la URSS y el bloque socialista, supusieron la formación de una estructura alternativa de naciones, que iba desde el elevado grado de desarrollo de aquella primera, hasta el proceso transitorio de desarrollo que se inició en países que, mientras fueron administraciones estadounidenses, británicas o francesas, no se habrían podido producir, poniendo de manifiesto cómo la conciencia política sobre el imperialismo estaba viva y tomaba forma en las políticas exteriores de los gobiernos comunistas, incuestionablemente preferibles a las políticas ultraliberales que aplican los gobiernos en la actualidad.

Por contra, el Reino Unido, Francia y la nueva primera potencia económica mundial en la posguerra, Estados Unidos, estaban alineados, además de con el Estado de Israel tras su creación, con otro de sus principales socios comerciales en el oriente medio, el Reino de Arabia Saudí. Esto explica el vínculo contemporáneo que antes se adelantaba, y que ahora queda bien enmarcado en el actual sistema de relaciones, entre el imperialismo y el islamismo, que se suma al que existe también con el sionismo, y también el apoyo financiero, logístico, táctico, comercial y militar a los grupos terroristas que operan en los países árabes, Siria en particular.

Los imperialistas saben que la reincorporación de la religión en los ordenamientos legales de los Estados árabes funciona como elemento de legitimación y catalización del crecimiento de los grupos fundamentalistas, que operan al servicio de los intereses conjuntos que Arabia Saudí, Estados Unidos, Francia y Reino Unido tienen en Asia Menor, junto con Israel, y en el proceso de acercamiento a la República Islámica de Irán como punto estratégico para confrontar la emergencia de China, y esta cuestión nos lleva a la última de las referencias históricas señaladas al comienzo del análisis.
Los miserables que representan lo que es
la izquierda española, Garzón e Iglesias

Por esta misma razón, gobiernos y "oposiciones" parlamentarias de los Estados miembros de la Unión Europea condenaron la acción que un sector crítico de las Fuerzas Armadas de Turquía preparó en 2016 contra el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan, que está confesionalizando la vieja República laica a una velocidad vertiginosa, y que participa junto con las mencionadas potencias e Israel de las agresiones y los bombardeos contra el gobierno y el pueblo sirio

La tercera referencia considerada, pues, alerta sobre una consecuencia directa del agotamiento del modelo de acumulación y del ciclo expansivo característicos de la posguerra. Si las dos guerras mundiales y el período de entreguerras expresaron la destructiva y mortífera transición entre un ciclo de contracción y otro de expansión, la crisis del petróleo de 1973 inauguró una transición en sentido opuesto, que obtuvo la financiarización a crédito -interesado- de la economía como respuesta dada por las oligarquías gobernantes en los países desarrollados.

En 2011, los efectos financieros de la crisis económica mundial se sumaron a los de la industria y buena parte del resto de los sectores de actividad, y esto se expresó, en una vasta parte del planeta, bajo la oscura apariencia de la "primavera árabe", devenida hoy en invierno fundamentalista.

La crisis del petróleo y el desmoronamiento posterior de la URSS también influyeron nuevamente en las relaciones internacionales. Por una parte, los gobiernos republicanos árabes ya comenzaron a revertir lentamente las nacionalizaciones de los sectores económicos punteros y sus políticas sociales, así como también se inclinaron levemente hacia la reincorporación del islam en las bases jurídicas de sus Estados.

Además, el antiguo vínculo de amistad entre la Rusia comunista y países árabes como Siria, fue heredado por la Rusia capitalista postsoviética como la simple relación oportunista que es hoy. A partir de ello se comprende por qué el actual gobierno ruso, que ha estado prestando durante toda la contienda apoyo aéreo al gobierno sirio en la lucha contra ciertos grupos terroristas -más de lo que les interesa a las potencias agresoras- también ha estado estableciendo desde el año pasado contactos con los islamistas "moderados". A finales de marzo llegaron a un acuerdo con ellos para permitirles la huída en Guta oriental. Moscú también está encontrando en el perjuicio a Damasco oportunidades para incrementar su rentabilidad.

La reversión en las anteriores materias, acercó inevitablemente los gobiernos republicanos árabes a las potencias estadounidense, británica, francesa, saudí, israelí y a otros de sus socios comerciales. Los recortes laborales y sociales y la corrupción institucional del gobierno egipcio de Hosni Mubarak, fiel continuador de la orientación liberal de la presidencia de Anwar el-Sadat y buen aliado regional de Estados Unidos, el gobierno yemení de Ali Abdullah Saleh, que asumió los mismos lastres, o el gobierno sucesor de Mansur Al-Hadi, fuerte aliado de Arabia Saudí en la guerra sectaria que mantiene con los chiitas de Hutíes y en el bloqueo y los bombardeos devastadores que masacran a la población yemení, son buenos ejemplos de ello.

Manifestantes egipcios huyendo de la policía en
Plaza Tahrir, noviembre de 2012.
Tras protestar contra los recortes laborales
y sociales tiempo atrás, lograron
deponer a Mohamed Morsi
(Fuente: El País)
Contra las orientaciones conservadoras que llevaban tiempo tomando ambas administraciones en materia económica y religiosa ya protestaron miles de personas, entre republicanos, socialistas y comunistas, tanto en Egipto como en Yemen. Pero esta tendencia involutiva en el seno de los propios gobiernos republicanos árabes pronto sería secundaria frente a la nueva tendencia hacia la multipolaridad internacional.

La lenta transitoriedad legal e institucional que dichos gobiernos republicanos administraron en ambas materias ya no era suficiente para Estados Unidos y sus principales socios. Y es en este sentido que se le vuelve tentación a Washington el recurrir a una forma agresiva, belicosa y absolutamente irresponsable de llevar a cabo una diplomacia que, en el fondo, nunca ha abandonado, así como el intensificar la política exterior oenegista, injerencista, y también militar y de agresión.

La destrucción de Afganistán por los "libertadores" o "muyahidines" de la Casa Blanca estadounidense, los talibán, sirvió de precedente en el mundo islámico. Irak fue invadida en 2003, y su gobierno cedido, por la fuerza de una junta militar, a los partidarios de la Sharia. Después del trágico bombardeo de la OTAN en Trípoli y el asesinato por la espalda a Gadafi, Libia fue saqueada por los "rebeldes" y las mafias de traficantes de personas, órganos, opiáceos y heroína. Y Yemen sufre el trágico, devastador y criminal bloqueo saudí.

En Egipto, los Hermanos Musulmanes alcanzaron el poder, representados por el islamista Mohamed Morsi, aunque los valientes y combativos contestatarios de la Plaza Tahrir lograron deponer su breve mandato autoritario: ahora es presidente Abdulfatah Al-Sisi.

La lucha contra la guerra que viven los pueblos árabes, implica asumir que el Ejército Árabe Sirio, que defiende por tierra al último Estado laico de todo el medio oriente y prácticamente el último de casi todo el mundo de influencia islámica, debe ganar la contienda criminal a la que le están arrastrando Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Turquía e Israel.

No está en juego un mero cambio cosmético de gobierno, sino cuestiones que lo incluyen y lo trascienden: la indeseable influencia de unas potencias dominantes que, en el contexto de la crisis mundial de la economía, tratan de "frenar marcha atrás" inútilmente en la nueva conflagración mundial que se está preparando. Las tendencias bélicas de los últimos años ya señalan una brusca y violenta reconfiguración del sistema de relaciones internacionales, y en su trayecto hacia la dependencia de la nueva potencia emergente en un futuro sistema internacional, China, las viejas potencias declinantes están provocando un elevadíśimo e imperdonable coste humano.

Y la consolidación de un bloque social en defensa de la paz regional, de la soberanía legal de Siria, contrario a la injerencia belicosa y agresiva del exterior, y que evite el arrastre definitivo de las potencias a una escalada y a una nueva guerra mundial, pasa también, por mucho que les irrite a algunos que gustan de banalizar hasta la misma revolución social, por denunciar a aquellos que, en el conflicto en consideración, están siendo parte de las tácticas desestabilizadoras y militares de los Estados Unidos, Francia, Reino Unido y todos sus socios comerciales sionistas o islamistas.

Los peshmergas kurdos, confederalistas incluidos, están a día de hoy aliados con grupos de mercenarios procedentes del "Ejército Libre Sirio", aquella amalgama de "rebeldes" de la que procedieron los vastos contingentes de combatientes "demócratas" y las armas estadounidenses que terminaron finalmente destinados a las manos del Daesh o Nusra.

Durante el pasado verano de 2017, confederalistas kurdos e islamistas "moderados" atacaron desde el norte de Siria la ciudad de Raqqa, junto con la artillería de la coalición internacional liderada por Estados Unidos. Expulsaron a 160.000 sirios de la ciudad, facilitando así la incorporación de la misma, de mayoría étnicamente árabe, al territorio "autónomo" kurdo. Usaron armas químicas prohibidas por la comunidad internacional, fósforo blanco en particular.

Pero las bombas que destrozaron la ciudad y que asesinaron, sólo durante la primera semana de la operación, a más de 300 sirios, tal y como incluso la misma ONU denunció, no caían sobre el Daesh, que durante el bombardeo huía plácidamente de Raqqa hacia el sur, en dirección hacia el territorio controlado por las tropas leales al gobierno sirio.



lunes, 9 de abril de 2018

La relación entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo

Por Arash


Al decirse desde la economía política que el trabajo produce un nuevo valor, se está incidiendo en que sirve a la producción de mercancías, que deriva en la acumulación de capital. En particular, cuando el trabajo reproduce su propio valor, está sirviendo a la producción social, de seres humanos, es decir, a la producción de la fuerza de trabajo, que es la mercancía viva y humana que, cuando se activa y se acumula, produce aquel valor adicional.

Puesto que es la propia sociedad, los seres humanos asociados los que, obviamente, dejan su descendencia, también podemos hablar de la reproducción social o humana, es decir, de la reproducción de la fuerza de trabajo.

Se aluda como se quiera, la producción social, de seres humanos, es decir la producción de la fuerza de trabajo es un requisito indispensable con respecto a la producción de las demás mercancías. La relación que vincula ambas es el salario, el principal medio de vida para unas casi veinte millones de personas en el territorio del Estado, entre quienes pueden venderse en el mercado laboral a cambio de un salario variable, y quienes están registrados en el paro por no poder hacerlo, sin contar lo que ocurre en las confusas categorías oficiales de los "inactivos", los "trabajadores autónomos económicamente dependientes", etc. Pero la relación salarial, la relación entre la producción social y la producción de mercancías en general, va mucho más allá de ser una mera correlación. Es todo un acicate político que se vuelve periódicamente revolucionario.

Cuando la acumulación de capital entra en un ciclo de crisis cuyo horizonte es, como en todos sus ciclos críticos, la destrucción de aquella parte del mismo que está desempleado o podría estarlo con facilidad (la parte menos competitiva), también entra en una crisis vital la fuerza de trabajo, cuyo devenir es la "destrucción" (devastación y muerte innecesaria provocada por la pobreza, hambrunas, destructivas guerras de saqueo, etc) de aquella vasta reserva que está desempleada o de la que pronto prescindirá el capital, y que se ha vuelto disfuncional al proceso de acumulación.

No podemos decir lo mismo en sentido inverso. Si la fuerza de trabajo se encuentra en una crisis vital, no podemos deducir que el capital, en proceso de acumulación, haya entrado necesariamente en un ciclo de crisis. La crisis vital de la fuerza de trabajo es plenamente compatible con las fases expansivas del capital. Es la acumulación de capital la que determina la crisis vital de la fuerza de trabajo.

No hay duda de que el trabajo se traduce tanto en producción social como en producción de mercancías inertes. Sin embargo, sería una auténtica estupidez anteponer la producción social a la producción de mercancías inertes. En ese caso, habría de admitirse que la producción de mercancías está determinada por la producción social, y que es esta última la cuestión en la que tenemos que poner el acento principal de una denuncia estratégica cuando, en realidad, es la producción social la que está determinada por la producción de mercancías. No comemos porque nazcamos, sino que nacemos porque comemos. No tenemos un salario asegurado sólo porque seamos padres y madres, sino que nuestros hijos nacen y crecen porque trabajamos y pagamos nuestro sustento.

Este último hecho se desprende de la contradicción actual entre el capital y el trabajo, a partir de la que se entiende la contradicción entre el ser humano y la naturaleza, su naturaleza. La apropiación humana de la misma es imprescindible para la supervivencia, como lo demuestra en un principio la caza o la recolección, formas ilustrativas del trabajo primitivo. Es necesario hacer del medio natural un servicio, así como el objeto del consumo humano. O eso, o admitir nuestra propia extinción, renegando de la posibilidad de reconciliarnos con ella, con nuestra naturaleza.

Y es que la apropiación de la naturaleza -y de todo lo que de ella se transforma- por parte de unos seres humanos en detrimento de la propiedad de los demás, es decir, la propiedad privada, es contingente, y además constituye el origen antropológico de la división de la sociedad en clases y de nuestra contradicción con la naturaleza, incluido lo relativo a la reproducción humana y el consumo. Es otra manera de hablar de la sedentarización y de la conclusión del nomadismo en la organización humana, cuando la caza o la recolección dan lugar a la ganadería y, en particular, a la agricultura.

La propiedad privada de la tierra o del suelo, hizo relevante una primera distinción relativa entre el objeto producido y el medio con el que el productor humano combinó su fuerza de trabajo para producirlo. Cuando apareció esta forma de propiedad de la tierra, la producción perdió su carácter medial y objetivo, y se volvió un perverso y abstracto fin en sí mismo.

Este fenómeno ideológico, cual ilusión óptica, adquirió proporciones épicas y catastróficas con el desarrollo de los medios productivos y las fuerzas humanas que los empleaban. Tras la apariencia de la acumulación de capital como finalidad en sí, se impuso como consecuencia la distorsionada realidad moderna de la misma, que se hizo irresistible para Marx y los críticos de la economía clásica: la acumulación de capital como medio para la satisfacción de los vicios y lujos de la clase propietaria, a través de la explotación.

De modo parecido, esto terminaría por definir el trabajo como algo desagradable, como una actividad necesaria para la supervivencia que el proletariado moderno presta a cambio de un salario, y que está divorciada de su objeto: el que sirve para la satisfacción de las necesidades del productor humano, incluso las necesidades naturales, más básicas y elementales, y que con el desarrollo de los medios y las fuerzas productivas habrían de satisfacerse difícilmente a través del mercado.

En conclusión, es la organización económica y social, pasajera e histórica, la que provoca la contradicción del ser humano con la naturaleza, incluida en esta última la reproducción humana y el consumo de los productos del trabajo. En última instancia, el trabajo reproductivo depende del trabajo productivo, y no al revés. La producción de mercancías determina la producción social.

lunes, 5 de marzo de 2018

¿Han reventado los segregacionistas la huelga del 8 de marzo?

Primero de Mayo de 2013 en Bangladesh.
La fotografía no es del 8 de marzo, pero
ambas fechas evocan la conciencia de clase
(fuente: El País)


Por Arash

En estos tiempos en los que es tendencia dominante el reducir la complejidad del mundo a cuestiones de identidad, les lanzo la siguiente pregunta: ¿desde cuándo "juzgamos" la ideología de los demás, así como sus organizaciones y proyectos, sólo por lo que dicen defender de palabra o por aquello a lo que se adhieren?

Mi intención no es deslegitimar la convocatoria de una huelga general en todas las empresas el día 8 de marzo, algo que parece totalmente descartado, pero sí los motivos que aportan aquellos que no la desean ni desearon en absoluto. A estas alturas, el optimismo -si se le puede llamar así- que despierta el título de esta entrada, al plantearse en el modo interrogativo, probablemente sea injustificable. Nada se piensa instantáneamente y no es fácil ir al son de los cambios sociales, en el sentido trivial que se le da hoy a estos dos términos. Escribí esto antes de saber que El Corte Inglés, la Reina, sectores del Vaticano, y empresas capitalistas apoyan la iniciativa.

Se han manifestado, como mínimo, dudas más que razonables por parte de asalariadas y asalariados con conciencia de clase, si no directamente un acertado rechazo frontal en relación a la conveniencia de acudir a la convocatoria, y al éxito de algunos en lograr desclasar la próxima jornada en la que se piensa llevar a cabo.

La mayoría habrán dado su apoyo moral de manera acrítica a la "huelga feminista" que promueve la Comisión 8-M (o ni siquiera diferenciarán las fuentes de dónde procede la convocatoria) pero sugiero que se cuestionen la iniciativa y se interroguen si esta y la organización que la promueve es feminista o no lo es, entre otras muchas cosas.

En su manifiesto se puede comprobar cómo se hace un llamamiento a cuatro "tipos de huelga": una "huelga laboral", una "de consumo", otra "de estudiantes" y otra "de cuidados". Son cuestiones relativas exclusivamente a aquella primera, la "huelga laboral", las que despiertan todas las sospechas analíticas, que trataré de justificar. Sirva esta mención introductoria y téngase en cuenta de aquí en adelante.

Una iniciativa de protesta obrera, como una huelga, puede nacer circunscrita a un centro de trabajo, a todos o varios centros de trabajo de una misma empresa, o de varias empresas, a buena parte de la clase trabajadora de un país, etc.

La extensión de la lucha obrera y la organización internacional de los trabajadores es posible y necesaria. Lo mismo, si un centro de trabajo o todo un sector laboral asalariza especialmente a mujeres, como ocurre en la realidad laboral española, es lógico pensar que los efectivos de la protesta sean mujeres, algo de plena aplicación con la consideración de cualquier "característica" demográfica.

Ahora bien, hay que distinguir la tendencia expansiva de lucha, que parte de lo particular a lo general, de los sujetos que se dedican a sabotear, dividir y segregar el movimiento, la organización y hasta la existencia de la clase trabajadora. De esto mismo han sido ejemplo dos personalidades de la Comisión 8-M, Justa Montero e Inés Gutíerrez, que respondieron a una serie de preguntas realizadas desde la Cadena Ser.

Nunca se ha dado, al menos en España, una iniciativa con intenciones huelguísticas a nivel estatal que estuviese planteada de manera exclusiva para mujeres. Son obvias las intenciones tanto de ambas "comisarias", como de cierto sector en general. Ante la pregunta de si estaban convocados los hombres a la "huelga", Justa Montero decía lo siguiente:

"Legalmente, una convocatoria de huelga es para el conjunto de trabajadoras y trabajadores. Pero otra cosa es la convocatoria que hacemos desde el movimiento feminista: una huelga para mujeres. Lo que queremos hacer es que la sociedad sea consciente de la situación que vivimos las mujeres, del tipo de trabajo que hacemos y en qué condiciones. De los huecos que dejamos cuando dejamos de hacer esos trabajos. Si los hombres hacen huelga desaparece ese objetivo, sería una huelga general. Es importante que los hombres respeten la convocatoria que hacemos tal y como la hacemos."

En el manifiesto en el que convocan al país a la "huelga laboral" exclusiva de mujeres, se denuncian injusticias reales o bien lacras sociales de urgente resolución, y que afectan específicamente o sobre todo a las mujeres trabajadoras, tales como el acoso sexual, las violaciones sexuales, los asesinatos, la división sexual del trabajo (en el hogar familiar y fuera de él), la sobreexplotación relativa, la desrregulación jurídico-laboral y la precariedad laboral en general. Otros recursos son utilizados sencillamente para intentar teñir de rojo a la Comisión 8-M y su manifiesto.

El caso es que estas denuncias y recursos son empleados por la Comisión 8-M de manera oportunista como "argumentos" de autoridad para su convocatoria de "huelga laboral" (el objetivo particular de su manifiesto), y que por su falaz utilización contribuyen de manera negativa a la lucha por una sociedad igualitaria -incluida la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres- porque cuestionan el proyecto de unidad de todos los trabajadores, la clase sobre cuyo trabajo y permisividad se erige el conjunto de la actual estructura económica y social.

Hay teóricos que ya han dado buena cuenta de la metamorfósis del feminismo desde los años sesenta en adelante, entre otras muchas cuestiones de interés. En los años sesenta y setenta, el consumerismo tradicional de la izquierda estadounidense, afanada en el rechazo del comunismo (que entonces todavía tenía algo de influencia en la izquierda europea), se dio de la mano con el paraguas especulativo bajo el cual entendieron ciertos académicos el movimiento por los derechos civiles de los negros en EEUU, el nacionalismo.

De esta confluencia nació una matriz cultural en la que, partiendo de la lógica identitaria del nacionalismo, cabía la consideración de un sinfín de identidades de grupo (entre todas ellas, las que se basaban en el sexo y, más tarde, en la sexualidad), y sobre la lógica consumerista estadounidense, se ponía el acento de la denuncia en el modo de consumo de la sociedad contemporánea.

Esto último es vital, porque las clases sociales, cuya existencia se delata con el cuestionamiento del modo de producción, fueron apartadas -junto con este último- del programa de la nueva academia y de las nuevas generaciones educadas en ella. En su lugar, apareció una auténtica plaga de ideólogos de las identidades, que fueron colonizando las disciplinas académicas y las mentes de esas generaciones.

Muchos filósofos asimilaron dicha matriz y, con ello, la lógica consumerista-identitaria. Su ignorancia del modo de producción como aspecto fundamental de la estructura social, les hizo culpar de las injusticias del capitalismo a la ciencia, y ello les hizo regresar al empirismo antirracionalista según el cual, las emociones y los sentidos, básicos en la imaginación de la identidad y la comunidad, son los pilares básicos del conocimiento de la realidad (sic).

Por supuesto, estos filósofos de la ciencia intentaron darle un barniz racional a la aversión que sentían contra el objeto de su estudio, pero no es creíble, en absoluto, que sean capaces de explicar, tampoco ellos, en qué consiste la identidad femenina, la masculina o cualquier otra identidad postmoderna, sin caer en el subjetivismo de hacer referencia a los sentimientos, legítimos o no, de cada uno.

La Comisión 8.M asume de lleno esa matriz cultural, algo que se vuelve descarado en sus alusiones al territorio o a la raza -referencias nacionalistas de la identidad- y, con mucha más frecuencia, a la sexualidad, en varias ocasiones a lo largo de su manifiesto:

"Nuestra identidad es múltiple, somos diversas. Vivimos en el entorno rural y en el entorno urbano, trabajamos en el ámbito laboral y en el de los cuidados. Somos payas, gitanas, migradas y racializadas. Nuestras edades son todas y nos sabemos lesbianas, trans, bisexuales, inter, queer, hetero..."

El recurso oportunista a "argumentos" de autoridad para legitimar su "huelga laboral", cobra especial importancia cuando consideramos algunos históricos movimientos que de una u otra manera contribuyeron a reequilibrar las injusticias del capitalismo, y al respecto de los cuales la Comisión 8-M no considera suficientemente "transversal" ni digna de "visibilización" la división de la sociedad en clases, así como el protagonismo incuestionable que tuvieron en ellos los trabajadores, las mujeres obreras en particular: "la mitad femenina del género humano [...] que está doblemente oprimida".

Alude en el manifiesto, pues, a "las que trajeron la Segunda República", y a "las que combatieron el colonialismo y las que fueron parte de las luchas anti-imperialistas", otros recursos que buscan sumar legitimidad a su convocatoria de "huelga laboral" -la del manifiesto de la Comisión 8-M- junto con la "larga genealogía de mujeres activistas, sufragistas y sindicalistas" cuyo legado de lucha se arroga de manera hipócrita.

Este recurso de autoridad a la lucha contra el imperialismo y contra la restricción del derecho a voto en las censitarias democracias burguesas (movimiento sufragista) desde el nacionalismo no es un fenómeno nuevo. Hace sólo unos meses fuimos testigos de un conflictivo proceso de efervescencia de la identidad nacional en Cataluña y en otras partes del territorio del Estado, cuando la izquierda independentista radical, que considera la existencia de una "nación catalana explotada por el Estado español" (sic), pactó con la derecha catalana y la oligarquía regional en sus instituciones parlamentarias.

Llamativamente, si consideramos el recurso a los movimientos contra la limitación del ejercicio del sufragio, tanto en el caso de la Comisión 8-M como en el de la izquierda independentista de Cataluña, lo que nos encontramos es con el intento de legitimación de una "huelga".

En el caso de la Comisión 8-M, se recurre al legado del histórico movimiento sufragista de las mujeres obreras para legitimar su convocatoria del próximo día 8, mientras que en el caso de la izquierda catalanista, se refirieron en todo momento al indeseable (por sus previsibles consecuencias negativas) referéndum del pasado 1 de octubre de 2017 -finalmente ilegalizado por el Tribunal Constitucional y reprimido violentamente por el Gobierno central- para legitimar lo que fue el evento que tuvo lugar dos días después.

Los movimientos contra el imperialismo del siglo XX fueron una tendencia social de reequilibración de las injusticias del capitalismo, porque supusieron la independencia política de las colonias, oprimidas por el capital monopolista de las metrópolis, y posibilitaron la asunción de un programa de inversiones y desarrollo en aquellas naciones en las que aquel nunca tuvo una competencia que pudiese hacer frente a su dominio mundial.

Pero mientras los movimientos antiimperialistas estaban constituidos por el proletariado y las masas laboriosas de las naciones subdesarrolladas, con una infraestructura escasa y sin innovar, muchos académicos de las universidades yankees atribuyeron al movimiento de los negros estadounidenses, en lucha por su reconocimiento pleno y a todos sus efectos de la ciudadanía en la hiper-desarrollada nación americana, la condición "antiimperialista".

No estaban más que banalizando la teoría del imperialismo y redibujándola según la lógica consumerista-identitaria, como si la prerrogativa del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos fuese la de crear un Estado independiente ("Black Nation") al estilo de como lo hicieron los independentistas en el tercer mundo y no, en todo caso, la de combatir el racismo nacionalista en los Estados Unidos en todas sus expresiones, blanca pero también negra, que le distanciaba tanto del resto de la clase trabajadora.

Es decir, ¿qué hicieron los nacionalistas negros que resulta tan significativo y propio de la lógica consumerista-identitaria? Simplemente denominaron "antiimperialistas" a la comunidad imaginada de afroamericanos -la nación negra- y, en buena medida gracias a la legitimidad que le concedió el mundo universitario -tanto profesores como alumnos-, lograron prolongar, todavía más, el enterramiento definitivo del foso de separación que los supremacistas blancos llevaban tanto tiempo manteniendo frente a los negros mediante atentados terroristas y asesinatos políticos.

Pero lo que había en suelo estadounidense era un movimiento negro por los derechos civiles que era sufragista -y también contrario a la segregación, por cierto- pero en absoluto antiimperialista. Tales académicos lo contaminaron desde el principio con el nacionalismo burgués para poder obviar el elemento de clase que le atravesaba, y sólo trataban de ahondar aún más la división de la clase trabajadora en la nación estadounidense, con una población negra tan significativa, entre otras "minorías".

El resultado, allí o en Sudáfrica, ya lo conocemos: la extracción de una élite minoritaria de entre los proletarios negros, y su inserción en el aparato del capital y su Estado junto con la burguesía blanca. La ideología consumerista-identitaria conduce así al enfrentamiento entre los propios trabajadores y a la movilidad ascendente, de unos sobre otros, mientras se les hace creer parte de una comunidad ficticia.

No se puede entender de otra manera a qué minoría social, intereses y emancipación representa la Comisión 8-M cuando afirma que "los puestos de mayor salario y responsabilidad están copados por hombres", algo del todo cierto. "La empresa privada, la pública, las instituciones y la política son reproductoras de la brecha de género" en la medida en que considera la brecha vertical en el contexto de la promoción en la sociedad burguesa.

La trampa de la convocatoria de "huelga laboral" de la Comisión 8-M es similar a la de la pasada convocatoria del 3 de octubre en Cataluña, y tiene mucho que ver con las significativas dudas que se han manifestado últimamente en las redes sociales acerca de su naturaleza medial. No es casualidad que el nacionalismo esté de por medio en ambos casos, como venimos viendo.

Nos topamos aquí con el recurso oportunista al legado del sindicalismo. Mientras que el objetivo de la huelga -la principal acción sindical- es la erosión de la base del poder, es decir la ganancia, la Comisión 8-M promueve una iniciativa de "huelga" como fin en sí mismo.

En su manifiesto aparecen unas pocas denuncias generalistas de las condiciones laborales de las mujeres trabajadoras, incluida la brecha salarial, pero ningún programa de reivindicaciones económicas salariales concretas que actúe a modo de condicionante de la realización y duración de la acción, algo fundamental en la huelga.

Dirán muchos oportunistas que existen demandas muy concretas en el manifiesto en cuestión, y es cierto. Lo que no dirán es que en lo salarial no lo son, y tampoco que se utilizan para segregar la huelga y el movimiento obrero. Una mentira no se subsana con una media verdad.

Nos encontramos con el mismo patrón que en el paro nacional en Cataluña del pasado 3 de octubre, que fue convocado por la democracia y la autodeterminación nacional y, en consecuencia, apenas tuvo seguimiento. El programa salarial concreto simplemente no existía.

De esta manera, la "huelga feminista" de la Comisión 8-M no puede ser feminista, porque la llamada a la segregación sexual desvela que sus convocantes no están interesados en la efectividad de aquella, suponiendo que planteasen un programa que incluyera una baliza que actuase como objetivo o meta de la huelga.

Pero como además este no es el caso, la "huelga feminista" que promueve la Comisión 8-M tampoco es una huelga, porque su manifiesto de convocatoria no incluye dicha baliza objetivo. Una huelga feminista no: lo que vende la Comisión 8-M es un paro femenino.

Por cierto, ya deberían saber ustedes que también se ha convocado o respaldado una huelga desde el sindicalismo el próximo Día Internacional de la Mujer Trabajadora, a pesar de la incertidumbre y división que han provocado los segregacionistas.

La legitimidad de los sindicatos siempre ha dependido de su servicio en tanto canalizadores de las necesidades económicas más inmediatas de los trabajadores y en tanto propiciadores de la unidad obrera. Una de las virtudes de la acción sindical ha sido la cercanía, inmediatez y legibilidad de sus demandas salariales.

Ello no significa que el sindicalismo sea suficiente, pero defender su legitimidad y necesidad pasa por asumir la defensa del trabajo y del salario -sustento de vida de la mayoría social, y de la mayoría de mujeres en particular- haciendo de la lucha algo comprensible y ajeno a las abstracciones que pretenden obstaculizarla, y también por denunciar a los que dinamitan su unidad de acción, clave en la conquista de derechos sociales beneficiosos para que aquellos que hoy lo hacen a duras penas, y los que quedan por venir, puedan aspirar a tener una vida digna. En la medida en que los sindicatos no lo hagan, los alternativos en particular, perderán toda la legitimidad que les queda.

martes, 13 de febrero de 2018

Del esencialismo y la manipulación política de las emociones

Por Arash

Tantísimas veces y en tantos lugares me parece sobradamente probado, demostrado el hecho de que la finalidad de nuestro sistema económico y social no es la consecución de ninguna exigencia de la humanidad para consigo misma ni en su propio favor y provecho, de entre ellas las de salir de nuestra ignorancia, no derrumbarse ante la apatía y, por supuesto, comer, que se encuentra en la base de todas las demás. No creo que vivamos en ninguna democracia que no sea la ficticia que impone la burguesía, que intenta que nos creamos todos soberanos, y que se manifiesta en la ideología.

Por el contrario, la finalidad de aquel es la acumulación de capital. Este último ejerce una dictadura irracional y mortífera que es ajena, por el momento, a toda voluntad humana, en términos prácticos, prescindiendo de cada vez más parlamentos, una vez reconvertida la izquierda en representante de intereses totalmente ajenos a los del proletariado. Pocos son los que asumen la responsabilidad que tienen ante lo que ocurre a su alrededor, y muchos los esbirros conscientes e inconscientes del poder que no pretenden que los explotados se apropien de él para ejercer su voluntad sobre nuestro futuro como especie, como género humano.

Sucede que el sistema económico y social ha cambiado en los últimos tiempos, siempre lo ha hecho. Pero en paralelo con el nuevo impulso de acumulación que supuso la aparición de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación, se ha ido manifestando cada vez más en la ideología dominante lo que podría ser un anticipo del ejercicio del poder, de los sistemas políticos y parlamentarios -que no son lo mismo que aquel, aunque tengan que ver- y de la vida social en general en un futuro no necesariamente demasiado lejano.

La falsa conciencia es un recurso avanzado de la injusticia que hemos pagado bruscamente varias veces en la historia reciente, y lo es porque, si bien las prácticas que cuestionan el orden socioeconómico (nada que ver con eso que hoy se denomina anticapitalismo, puro "simbolismo" inefectivo contra el capital) pueden ser enfrentadas de forma violenta, aquellas ni siquiera llegarían a producirse con una humanidad totalmente ignorante. El propósito de la emancipación del ser humano necesita ser reasumido de nuevo, y que se haga sobre la base misma de la situación actual, sin falsos trucos para ahorrar tiempo. Entiendo que las cosas no avanzan en el sentido que debieran hacerlo según lo dicho hasta ahora, y es por esto que deseaba compartir la siguiente reflexión.

Supongan que alguien dice o escribe el adjetivo "todos" durante la realización o el desarrollo de su discurso. El sustrato material de dicho adjetivo hace que el sujeto que percibe, a través de sus sentidos, este objeto y otros presentes en su «alrededor temporal o espacial», imagine o evoque en su mente una o varias ideas determinadas. Hagan la prueba y vean todas las letras de ese adjetivo que acabo de escribir, a ver qué se les ocurre.

En la lengua castellana que aprendemos casi todos los que nacemos y crecemos en el territorio de España, está reconocido por la Real Academia Española de la lengua -de momento- uno de sus significados en particular: se trata de una forma gramaticalmente válida, según reconoce dicha institución (también otros diccionarios alternativos al de la RAE) para referirse a todos, de cualquier condición sexual, y debiera serlo también con respecto a la identidad sentida en torno a la misma, a las preferencias sexuales, o a otras cosas.

A pesar de la esquizofrenia colectiva y la tendencia generalizada a la imaginación indiscriminada y descontrolada (porque es irreferente a una realidad cuya cognoscibilidad misma, su potencialidad de ser conocida por nosotros, es puesta en cuestión con demasiado entusiasmo) de relaciones o vínculos entre ideas que alcanza hasta lo absurdo, no hace falta sentir, sin embargo, simpatía alguna por la monarquía, ni por la naturaleza burguesa del Estado y sus instituciones, ni tampoco ser un supremacista del género sexual, de la raza o de ningún otro subgénero humano para lograr comunicarnos satisfactoria y eficientemente -lo que implicó históricamente la aparición de las diferentes lenguas del mundo o, mucho más tarde, la invención de la imprenta- entre todos los que utilizamos el castellano, algo que sólo es posible entre quienes tengan tal predisposición, claro está. Con el que no quiere, no se puede discutir.

¿Es esto una mención superficial o impertinente? No, al menos en el desagradable mundo en el que vivo, en el que unos nuevos superficiales cruzados no sólo "volvieron a darle la vuelta" a la dialéctica hegeliana sino que rechazaron, sin importarles demasiado las objeciones al respecto, al clásico y vilipendiado materialismo filosófico en el conjunto de sus diversas especialidades académicas, y que tiene sus propias etiquetas discriminatorias y demás denominaciones alternativas.

La escéptica "crítica de los grandes relatos", es decir, la crítica de la ciencia y de la modernidad realizada por los académicos de hace más o menos cincuenta años, terminó dando a luz a una nueva especie de empirismo de las identidades, a la vez que a nuevas ideas "esenciales" y flotantes en buena parte del, sin lugar a dudas, creativo imaginario colectivo, si es que no ha desembocado en el mar muerto de la absoluta desidia y desistimiento con respecto a las posibilidades sociales del conocimiento y en el regreso al dogmatismo más repelente y preocupante.

En algunas ocasiones, y sin tratar de generalizar, aquella aversión no es más que la pereza intelectual, mal disfrazada de crítica, de unos viejos y "nuevos" políticos, politólogos, hazmerreíres y demás aspirantes a payasos de la izquierda y la derecha radicales, que están recuperando las peores tradiciones europeas del soberanismo y la identidad, desde el Unidos Podemos de Pablo Iglesias y la Coalición de la Izquierda Radical griega (SYRIZA) de Alexis Tsipras, hasta el Frente Nacional de Marine Le Pen (la formación con respecto a la que el propio Iñigo Errejón, podemita, admitió un vínculo en Podemos), el nuevo republicanismo conservador de Donald Trump y sus seguidores mundiales o los Griegos Independientes de Panos Kamenos (el ultraconservador a quien Tsipras invitó a la cartera ministerial de Defensa, que finalmente ocupa desde entonces), pasando por los "marchistas" -que no marxistas- franceses de la candidatura liderada por Emmanuel Macron ("¡En Marcha!") y los italianos del partido-movimiento "naranja", que concurrieron a las elecciones de aquel país en 2013, en la coalición "Revolución Civil". En todos ellos se habla de la identidad, de la soberanía, de la cultura, de la patria. Huelen todos ellos que tiran para atrás.

Estos últimos -los "naranjas" italianos- concurrieron a dichos comicios junto con los pseudocomunistas, por cierto. Será que como las ideologías son ahora "identidades" -lo único que ven los identitarios, inclusivos, exclusivos, transversales o negacionistas de la ideología- cualquiera es comunista o liberal, progresista o conservador. ¡Demasiadas veces me han preguntado «¿y tú qué eres?» en el devenir de una conversación en la que pretendían conocer mis convicciones y mis compromisos!

Les aseguro que no me preguntaban de qué equipo de futbol era, aunque así es como muchos se imaginan la ideología y actúan en el desempeño de sus relaciones sociales de afinidad, confundiendo aquellas que tratan de convertir en "empoderantes" (o como sea que denominen a sus intenciones de transformación social) con la acción y el compromiso ideológico y político a veces, incluso, pretendida y vanamente anticapitalista. Luego, estos progres hablan gratuitamente contra el enchufismo y la política de los amiguetes del PP. Ahora lo negarán como bellacos, pero los que me han preguntado «¿y tu qué eres?» o más directa y descaradamente «¿eres comunista?», sólo querían poder clasificarme en sus estándares mentales -unos que no estaban dispuestos a modificar en absoluto- para saber cómo habrían de comportarse conmigo, en base a sus ideas preconcebidas del mundo y de los demás.

El caso es que un periodista británico, John Carlin, tenía completa y justa razón cuando dijo, en un artículo publicado en El País hace unos tres años, que "la presión conformista ejercida por la policía religiosa de las redes sociales, el miedo a la crucifixión verbal que padecerá cualquiera que discrepe de la ortodoxia de la manada", y la actitud inquisitorial -fascista "lite", matiza significativamente el escritor británico- de quienes pertenecen "a una generación mimada" que "ha tenido la suerte de ir a la universidad", han tenido como consecuencia, continúa el periodista, "la aparición de una generación de adolescentes y veinteañeros psicológicamente delicados que detectan ofensas donde sus padres -y más aún los padres de los padres, que vivieron guerras- no se las hubieran imaginado".

Ya me ha tocado ver, por desgracia, a un semejante en el pellejo de tener que lidiar con esa cultura "en la que todo el mundo debe pensar dos veces antes de abrir la boca", tal y como parafrasea Carlin de ciertos académicos (véase artículo), y cuya experiencia es la que desencadenó la redacción de esta más que breve reflexión. En ocasiones -añadiría yo- el desafortunado debe intentar adivinar -quizás prestando atención a los gestos faciales- incluso si aparecerá más tiempo del "considerado" como "adecuado" por el ofendido, sorprendente "consideración", tan subjetiva y proveniente de lo más profundo del alma ardiente del inquisidor, de la que recientemente fui testigo cercano durante una exposición pública de ideas y argumentos -criticables como todos- que fue simplemente ignorada, todo ante cierta impotencia y la expresión de una más que comprensible incomodidad y molestia por parte de la víctima. El tema no va de feministas, por cierto. Estos últimos, mujeres u hombres, son víctimas en todo caso de la susodicha cultura. El tema va de considerados, para dejarlo claro.

Y es que sólo alguien prejuicioso podría percibir aquel sustrato material de la idea evocada de todos, cinco letras escritas con tinta sobre un papel vistas con los ojos de manera secuencial, u ondas mecánicas articuladas por las cuerdas vocales, propagadas en medio aéreo y percibidas con los oídos -qué mas dará si algunos/as terminan pensando con el culo y rindiéndole culto a la ignorancia- y evocar, en su lugar, una idea exclusiva de la masculinidad insinuando, en un ejemplo representativo de lo que no puede ser sino un arduo y complejísimo proceso de comunicación telepática, sutil y admirable intento de "introspección ajena" (tiene nombre: extrospección) o algún tipo de interconexión mental y psíquica que estoy expectante por conocer, que el locutor pretende referirse sólo a los varones de este planeta y, con todo ello, contribuye a favor de la desigualdad de género y es un opresor.

No sólo nos enfrentamos a los designios e insinuaciones de los aparentemente únicos prejuiciosos, señoras y señores que mantienen y ejercen su capacidad y libertad de crítica. Nos enfrentamos también a las insinuaciones y quehaceres de los prejuiciosos que pretenden cuestionar unos prejuicios (y todo lo que pillen por delante, sea cierto o no) con los suyos propios, y que ignoran el discurso del locutor al que dirigen su ira -el contexto argumental del uso del adjetivo "todos", por ejemplo- en vez de criticar sus argumentos y de juzgarlos junto con sus actos. 

El choque entre prejuicios, entre identidades de grupos y "colectivos" (qué palabra tan de moda), me recuerda mucho al comentario que realiza el actor acompañante, durante una de las tantas conversaciones de la película "Uno de los nuestros" ("GoodFellas" en versión original), del neoyorquino Ray Liotta (en su papel del mafioso estadounidense Henry Hill). Cuando aquel trata de convencer al actor que representa a Hill (Liotta) de que le acompañe a una cita con una mujer judía, le dice con cierta indignación: "No quiere salir sola con un italiano. Tiene ciertos prejuicios. ¿Puedes creerlo? ¡En los tiempos que corren! ¡No sé dónde coño vamos a parar! Es gracioso, mira que tener prejuicios, una judía... ¡y además contra los italianos!".

Los practicantes de esta nueva religión definen a sus "enemigos" sencillamente porque los sienten como personas ofensivas en sí mismas, en determinados momentos o en determinados lugares en los que no lo debieran ser en absoluto; definen a los "otros" por lo que sienten como personas cuya sola presencia y existencia "ofende" -y además, pretenden que ofenda- en determinados ámbitos en los que todo el mundo debiera tener reconocido su derecho a hablar, el ámbito académico en particular aunque no en exclusiva.

Les gusta plantear la realidad social al estilo de como incita a hacerlo la representativa máxima de «este viste de mi color así que respeto todo lo que dice», y viceversa. Y se suponía que, no ya la Universidad, sino la vida misma te enseña que las personas que forman parte de ella y las relaciones que establecen son fenómenos complejos, todo lo contrario a lo que presupone ese hooliganismo de considerados, que resulta que tiene uno de sus epicentros de propagación allí, en los claustros y en los pasillos de las facultades, como bien señalaba Carlin. 

Qué caro nos está costando, todavía, el que los filósofos, los sociólogos, los economistas, los politólogos, los psicólogos de la academia hoy dominante hayan renunciado a la centralidad del trabajo en las propuestas de cambio social, regresando a la vieja concepción de que para la consecución efectiva de este último, los centros y los tiempos de trabajo no son más que espacios ("campos") y momentos superfluos, menos que secundarios. 

Aquí dentro están, por cierto, los mismos teóricos que cuando hablan del siglo XX sólo se limitan a ver el indeseable y peligroso enfrentamiento militar y potencialmente nuclear entre dos superpotencias mundiales (a su pesar, muchos gobiernos comunistas de los llamados países socialistas, u otros más o menos relacionados, participaron activamente en el Movimiento de Países No Alienados), sin querer entender que el bloque "del este", y la Unión Soviética en concreto, era también uno de los centros de la cultura en la que más se cuestionaba el capitalismo, atacada desde todos los flancos durante su proceso de disolución por los cruzados antimaterialistas y crucificada como "economicista", en un sentido que nada tiene que ver con la crítica que realizaron los revolucionarios del economismo en la histórica corriente de la socialdemocracia, después recogida por los estudiosos del marxismo ruso y posteriormente soviético. 

Los académicos de las universidades de la URSS decían sobre el economismo que era una "corriente oportunista [que] procuraba circunscribir las tareas del movimiento obrero a la mera lucha económica (mejora de las condiciones de trabajo, elevación de salarios, etc)", cuando las facciones revolucionarias de la socialdemocracia apuntaban ya el cuestionamiento de la propiedad capitalista. Hoy este economicismo o economismo también es señalado, pero desde el puro conservadurismo anticomunista, y en una situación de desmovilización y desorganización general de los trabajadores, con sus justas excepciones.

No parece descartable que el "fascismo lite", que decía Carlin, esté valiéndose de pretensiones como las que se están mencionando. Básicamente y en resumen, podrían consistir en una generación, en base al "vulnerable estátus emocional", de nuevos consensos acerca de los significados del lenguaje y de otras expresiones de la opresión, como lo hace el nacionalista que aprovecha los fenómenos de la crisis del capital, el consecuente ahorro salarial y la tendencia a la intensificación de la explotación (reducciones salariales a la par que aumentos de la carga laboral, despidos y "falta de trabajo") para evitar a toda costa la organización de la lucha contra el capitalismo (es decir, la organización del proletariado con vistas hacia su unidad) y le da la engañosa apariencia de un conflicto étnico, internacional o racial para que las fuerzas productoras compitan, peleen y hasta se maten entre sí por patrias que la condenan y trapos que en absoluto la representan.

Recurren al estigma infundado de la sospecha, al señalamiento, a la acusación precipitada, como mostró a finales del año pasado el economista David de Ugarte [*] en referencia al feminismo (lucha por la igualdad entre las mujeres y los hombres) y a la militancia por los derechos civiles de los negros (históricamente excluidos de su reconocimiento legal) en Estados Unidos, que estaban comenzando a "entrar" en crisis, o quizás profundizando su inmersión en una que ya existía. Me refiero, en cualquier caso, a la época del Sesenta y Ocho, en mayúsculas, y a las críticas del feminismo y del movimiento por los derechos civiles entonces hegemónicas, que no a las brutales, desafiantes y combativas luchas obreras que sacudieron Europa y a las que tantas veces se enfrentaron los "radicales" y falsos revolucionarios en sus contramanifestaciones. 

En palabras del economista, "la vieja feminista era de repente sospechosa si no utilizaba el «los/las» contínuamente", y los militantes negros por la igualdad entre ellos y los blancos, fueron resignificados, por los prejuiciosos en cuestión y los practicantes de la "cultura de la adhesión", como parte de una "comunidad imaginada de la raza", separando artificiosamente sus propósitos por el reconocimiento de la igualdad ante la ley de los negros y los blancos en un país en el que hasta hace bien poco no lo eran, del de los militantes blancos que también estaban comprometidos con los derechos civiles.

Me parece importante insistir, finalmente, en que no debemos confundir esta cultura autoritaria y esta práxis de resignificación de la realidad, con las luchas contra la opresión del ser humano por el ser humano, lo que nunca debió dejar de significar en ninguna medida ni el feminismo ni el movimiento por los derechos civiles.

La ideología conservadora lleva mutando un tiempo hacia formas que debieran ser más descaradas ante los demás, y haber sido reconocidas como tal. Las formas ideológicas que contribuyen a preservar y legitimar el orden social y que entendemos como liberales, están comenzando a llegar a su fin. 

En el fondo, esto no es más que parte de la radicalización de tales presupuestos liberales en su característico color postmoderno (he ahí la obsesión casi enfermiza de estos últimos con el concepto de la representación y su cuestionamiento de la democracia), porque el liberalismo ha sido la ideología mayoritaria entre las filas de la burguesía durante el pasado ciclo de expansión económica (1945-1975), y la crisis ha estado centrifugando hacia la desposesión y el proletariado (o bien amenazando y amagando con hacerlo) a sectores cada vez más importantes de aquella, convirtiendo el fascismo en la tendencia de futuro

Si bien la liberalización de la izquierda ya comenzó con la renuncia del programa revolucionario (aceptación de la democracia burguesa y caída en el reformismo sistémico) y la reconversión de la vieja socialdemocracia de marxista a keynesiana, hoy ha terminado sustituyendo completamente y de manera irreversible lo que quedaba de su programa de reformas sociales por las inútiles y engañabobos demandas "democráticas" de la pequeña burguesía.

Todo ello en beneficio de un comunitarismo que cada vez le deja menos margen a nuestra capacidad de pensar, insulta la inteligencia y niega el conocimiento como aspiración social deseable, meta que sólo cada uno de nosotros podemos asumir como uno de nuestros objetivos vitales.

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NOTA:

[*]: El vínculo señalado para la lectura de la reflexión de David de Ugarte durante la exposición de este artículo, no redirige hacia su web personal (aquí dicha reflexión en su web original, en el blog de Las Indias), sino al blog de Marat, quien la reprodujo en su propio espacio, y a la que incorporó su propia nota editorial, que he considerado conveniente divulgad adicionalmente.