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martes, 26 de octubre de 2021

La idea latente del género, y a ver quienes pescan lo que puedan


Por Arash

Las feministas no dejarán de ser irredentistas, pero se han vuelto un poco hacia eso mismo que han estado promoviendo durante más de sesenta años, que es a lo que ahora se plantean renunciar para seguir rebuscando sus convicciones allí donde nunca dejaron de hacerlo, para seguir adentrándose en un terreno tan identitario como el anterior, en otro berenjenal tan descorazonador como aquel que dejan a su paso. 

De eso se trataba desde Simone de Beauvoir con aquello de la construcción social, antes aún de que las identidades LGTBIQPA+ empezaran a ser incluidas: de distinguir el género del sexo. Y en eso precísamente está ocupado el conjunto del movimiento desde entonces, por mucho que a una parte más notoria de sus adherentes les esté dejando de funcionar el género. 

Una aparente gran división, respecto a la que no me cabe duda de que esa fauna que son los opinólogos de la tasca y el teclado se polarizará hacia una y otra vertiente de la manera más atrevida y temeraria, pero que en realidad lo es de un agregado de grupúsculos cuya argamasa interna es el oportunismo de intereses y aspiraciones particulares enfrentados de cada uno. Lástima que su descomposición unilateral sea tan ruidosa.

Supongo que una parte de quienes se manifestaron el otro día contra la ley trans, impulsada esta última por Irene Montero desde la cartera que dirige, limitan su reacción a la de oponerse a la institucionalización o regulación del género, porque el sexo legal sería más o menos reemplazado por el género legal y eso invisibilizaría algo de la realidad del sexo biológico según ellas, o sea, el heteropatriarcado opresor que dicen.  Ese es el nivel de bajeza en lo que carece de una profundidad que no sea la de su despropósito, por si alguien se quiere parar a pensarlo o a inventarlo antes de echarse a la piscina a buscar el "qué hay de lo mío", que es lo que hay tras los posicionamientos en cuestión. 

Más allá de su regulación legal, las más radicales de entre las opositoras, quien sabe si también las más intolerantes de su hinchada, rechazarán el género como tal, de quienes hasta hace no mucho eran sus aliadas y ahora son sus enemigas porque ya no las consideran verdaderas mujeres. Paralelamente, las más radicales del feminismo de género, que están a favor de la ley trans, señalarán como terfs a las que no sean inclusivas con su identidad, que es algo parecido a lo que hacen en el otro lado con respecto a la suya.

Desde la perspectiva de género, que les alumbra antes y durante su escisión, todo han sido éxitos y conquistas para el feminismo. Los performances como el de la activista Rita Maestre enseñando una teta en la capilla de la UCM y la ridiculización de los partisanos y las mujeres antifascistas (ella dice que lo es) de la segunda guerra mundial. Los justicieros de las redes sociales y las marchas nocturnas de sororidad con antorchas y bengalas al son del Me too y el Yo si te creo porque eres mujer.

Las huelgas insolidarias en las que la cuidadora doméstica y del hospital, la trabajadora del hotel que limpia habitaciones y hace camas, tenían que ir de la manita con su jefa, con la empresaria y la directiva, con la pequeña burguesa que la explota tanto como los hijos de puta de la hostelería. Un merecido fracaso del que la gran mayoría de las aludidas en los diversos manifiestos de convocatoria se negaron a participar, y una valiosa lección de la que deberían sacar conclusiones, por el propio bien de su organización, quienes se empeñaron en secundarlo mediante campañas de apoyo. 

Son idiotas si se quieren engañar pero allá ustedes. Del feminismo no cabe esperar, desde hace tiempo, nada que merezca la pena de tener que soportar su larga y estridente agonía, si se piensa en el mundo que les está quedando a las millones de perdedoras y derrotados y no en el pisito que te ha quedado porque casi eres hijo o hija única. Si oyen hablar de un feminismo que sea de clase, que sepan que es una mentira, incluido el de quienes dicen que ese por el que apuestan es uno que lo es de verdad. 

Estos últimos portaestantartes, por cierto, asumirán la prédica del discurso que perciban como necesario para sumar más adeptos. De hecho, aquello en lo que se afirman con tanta honra está infinítamente más aceptado en la izquierda que negar esa superioridad moral de ser feminista: siempre ha sido así, y lo sabían de sobra Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai, cuyas trayectorias tergiversan tanto como la de otras y otros revolucionarios y marxistas de la centuria pasada.