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jueves, 15 de febrero de 2024

Neoliberales, y la pertinencia del análisis económico marxista


Por Arash

En última instancia, y como bien se sabe, la teoría del valor subjetivo sostiene que el valor de las mercancías resulta de la voluntad de los sujetos implicados en el intercambio, y se corresponde con la creencia de que la búsqueda de los intereses individuales "suma" y conduce, de esta manera, al interés general. Es la vieja idea proveniente del liberalismo burgués de que la propiedad privada provee el bien común.

Así que como los productores de mercancías, y en general los consumidores, persiguen su ganancia y procuran en todo caso su bienestar personal, la sociedad se constituiría en lo esencial como una comunidad de intereses, y el mercado sería en principio una forma de distribución de la riqueza a la medida de las necesidades de todos. Todo aquello que lo desmienta, pequeñas "externalidades negativas" sin importancia.

En este sentido es muy comprensible que la vertiente político-jurídica de la doctrina en cuestión fuera una reinterpretación del Estado-nación, aunque reemplazando en sus comienzos el planteamiento hobbesiano -en el que se origina no obstante la principal ideología comunitaria que surge en la Edad Moderna- por el de un orden democrático-burgués.

De manera muy escueta podemos decir -más allá del hecho expuesto por Marx con claridad de que el valor implica, lógicamente, la transferencia de valor útil desigual entre personas- que la teoría del valor subjetivo sostiene que el valor de las mercancías depende básicamente de su valor útil.

La proporción en que se accede o no a las mercancías resultaría entonces del servicio que prestan esas mercancías cuando son consumidas, o las necesidades potencialmente satisfechas de los individuos, como consecuencia de las propiedades apropiables de esas mercancías en tanto cosas útiles o que sirven para satisfacerlas.

Tal es en resumidas cuentas la teoría del valor en consideración, y desde hace ya varias décadas se la acostumbra a presentar como la única perspectiva en todas las facultades de economía, de manera muy parecida a cuando se la empezó a plantear desde hace más de dos siglos como si estuviera regida bajo leyes naturales, pues la validez de estas últimas se consideraba "eterna", y por lo tanto una teoría presentada bajo su paraguas tenía que ir "a misa".

Otra cosa es el valor que nos encontramos en el mundo real, desde la luz o la vivienda cada vez más fuera del alcance para las familias trabajadoras o sus hijos, hasta las hipotéticas inversiones para diferentes segmentos de los propios empresarios con intereses en cualquier potencial nicho de mercado, pasando por supuesto por las hortalizas y verduras de los productores agrarios que se han movilizado en buena parte de Europa.

En contraste con esta teoría recién señalada, que hunde sus raíces en el liberalismo clásico, las teorías objetivas del valor no tienen su origen en ninguna pretensión positivista. Lo que caracteriza estas últimas es que asumen que el valor está fundamentalmente determinado por el trabajo, socialmente necesario, abstractamente humano, promedialmente considerado, tal y como en cierto modo se refleja en la misma Contabilidad Nacional y empresarial, y que hace falta para producir la sustancia o masa de mercancías que sea.

Esto es, las teorías objetivas no suponen de ninguna manera la negación de que las personas puedan interferir en el objeto de la ley del valor: más bien todo lo contrario, si se hace con inteligencia y de manera coherente con ese universo al que se refiere. Lo que se cuestiona de manera categórica es que la búsqueda del interés individual y la propiedad privada "sumen", al menos desde un punto de vista social y en el sentido solidario.

Al final la voluntad de unos sujetos se impone sobre la de otros, y también es por eso que cabe plantear el valor objetivo, por tanto objetivable. Los fundamentos de toda teoría objetiva del valor -trabajo solidificado o corporificado en la forma de un producto vendido- están en El Capital, una investigación a partir de la que poder comprender la realidad económica y social contemporánea, en todo caso mediante el desarrollo crítico de la teoría y no por ninguna "revelación" de supuestas verdades eternas, algo que en ningún momento de su vida pretendió su autor.

De esta manera y a modo de ejemplo, en la puerta de la tasca o en la terraza de algún bar, los allí presentes pueden llegar a compartir, más o menos, una misma escala de valores con respecto a lo necesarios que eran los respiradores durante la primera oleada de la pandemia del coronavirus: si se propaga una enfermedad que entre otros atributos es respiratoria, probablemente se podrían llegar a valorar, del 0 al 10, con un 9 ó un 10 lo necesarios que eran. Sin embargo, parece que por desgracia las prioridades fueron -y son- otras bien distintas.

El mundo es mucho más complejo que la taberna, el despacho de algún académico o columnista digital a sueldo del capital, o la habitación de los puñeteros influencers, y no sólo es una cuestión cuantitativa, que por supuesto también lo es: es que vivimos en sociedad, y además en una con ciertas peculiaridades, por lo que los valores que realmente aplican no tienen por qué coincidir con los que pudieran ser deseables, y de hecho no lo hacen. Así, para unos activistas los respiradores pueden ser muy valiosos, desde su subjetividad.

Pero resulta que en el capitalismo, esto es, si no nos abstraemos de la realidad, los respiradores del sistema nacional de salud no tienen ningún valor: por eso no los había en la medida en que los hubiéramos necesitado. Mientras tanto, la Presidenta de la Comunidad de Madrid en funciones desde antes de la pandemia (PP) abría el hospital Zendal (Propiedad Privada) en Madrid.

Isabel Díaz Ayuso es responsable directa de la muerte de miles de personas, entre trabajadores jubilados, enfermos y sectores vulnerables. Todas las formaciones electorales defienden este régimen basado en la explotación laboral, pero es evidente que hay quienes lo hacen de manera más extremista que otros. No seamos imbéciles, porque esos extremistas no tienen el nivel intelectual que están fingiendo. Sólo representan el papel que les tienen encomendado.

Juzguen por ustedes mismos sus palabras en la Asamblea de Madrid:

"¿Y sabe qué sucedió? Que había muertos en todas partes, en las casas, en los hospitales, en las residencias: todo colapsado. ¿Y sabe lo que sucedió también? Que mucha gente mayor, cuando iba a los hospitales, también fallecía, porque cuando una persona mayor está gravemente enferma con la carga viral que había entonces, no se salvaba en ningún sitio".

Una manera de aprovechar oportunidades de negocio y perspectivas de rentabilidad, es por ejemplo, por qué no, producir medios de producción que sirvan para producir respiradores que vender (plusvalía), producir materias primas que sirvan para producir los susodichos respiradores que vender (plusvalía acrecentada), y producir los respiradores en cuestión (plusvalía aún más acrecentada), por supuesto vendiendo efectivamente estos respiradores, ya que de lo contrario no habría plusvalía ni se acrecentaría en ninguna magnitud, pues sólo en el intercambio se efectiviza cualquier valor.

Ahora bien, si los respiradores se venden a hospitales públicos en los que se prestan servicios públicos mediante su personal laboral y sus medios técnicos, la plusvalía generada puede no ser suficiente de cara a esas expectativas, ya que al capital no se le está entregando todo lo que se le podría. Sí que hay una correlación de fuerzas, y a la clase trabajadora le están dando una paliza que podría quedar a la altura del betún en los años próximos.

El ejemplo de la vivienda también puede ser muy revelador en el mismo sentido: es mucho más rentable el alquiler que la venta, pues nunca se adquiere el derecho de propiedad, y por lo tanto jamás se deja de pagar (a la compañía inmobiliaria, a la aseguradora médica, etc). No reconocer algo tan básico puede responder, simplemente, a intereses electorales de ciertos políticos profesionales, que también van sólo a por lo suyo aunque al menos no amenacen ellos nuestras libertades fundamentales.

En el momento en el que se redistribuyen servicios públicos, los bienes o servicios no son en ningún caso mercancías, ni tienen por lo tanto valor alguno: la seguridad o protección social y de los trabajadores alcanzada en el pasado fue obra de los propios trabajadores organizados como clase.

Por eso esta protección no se explica en ningún modo de manera "pura" desde la lógica de la acumulación capitalista ni tampoco es una cuestión exclusivamente técnica, como aseguran o pretenden que se crea los fundamentalistas liberales, y en general los defensores del capitalismo. El neoasistencialismo por colectivos (barato) en que se está convirtiendo esa seguridad social, que son las detestables políticas progres, merecen su propio tratamiento: es una forma más suave de "gobernar para la gente", como dicen sus eslóganes.

A diferencia de los valores que se plantean en términos morales o culturales, los valores económicos son cosas, tan reales como las facturas que le pagas a "tu" proveedora de energía, o la cesta del supermercado. Siempre que en la crítica de la economía o en la teoría marxista de la misma se habla de valores, se está haciendo referencia, directa o indirectamente, de una u otra manera, antes o después, a lo material.

Lo que pasa es que en general, las cosas sólo son valores, sólo tienen valor alguno, cuando se le puede poner a alguien a producirlas con el fin de apropiarse privadamente de un excedente de esas cosas que se produzcan, esto es, cuando se puede obtener una plusvalía. Como con los respiradores, la vivienda, y todo lo demás.

Pero sin entrar en el análisis económico marxista como tal, conviene que quede claro que allá donde los haya, desde este punto de vista los valores son cosas. A la abstracción de los bienes o servicios que sean, o sea de las cosas, en la forma de valores, se refiere también el concepto marxiano del fetichismo de la mercancía: esa especie de culto de reminiscencias totémicas (como cuando antaño se adoraban objetos sacralizados) que se les rinde a los productos cuando estos, a parte de una forma natural, adoptan la forma mercantil.

No es que las mercancías "pierdan" las propiedades que las hacen útiles; en todo caso desaparece todo ese valor de uso y se dejan producir cosas que necesitamos  dónde y cuándo  las necesitamos según se va manifestando con claridad la crisis de superproducción: lo que pasa es que toda esa utilidad se vuelve complétamente secundaria frente a la propiedad fundamental que les confiere esa abstracción económica y social o transformación (y el reconocimiento de ello como tal) de producto a mercancía, esto es, la propiedad de ser intercambiables, en determinada proporción, por cualesquiera otras mercancías. Como el intercambio es la permuta de valores útiles privados, no "suma" nada, así como se pretende falazmente insinuar.

Hay dos principales actitudes hacia la economía: una escéptica y otra crítica, y por desgracia predomina la primera. Un posible miedo para atreverse -puedo decir que es muy difícil arrepentirse de intentarlo- podría ser la idea equivocada de que el análisis marxista tuviera algo que ver con llenar una pizarra de integrales o algo así hasta hacerla incomprensible: nada más lejos de la realidad.

Lo que sucede es que entre los teóricos de la escuela neoclásica en general se trata de recuperar esa vieja teoría del valor-utilidad, sólo que intentando "esquivar" el desarrollo que Marx inauguró de la teoría del valor, y por eso se recurre a un sofisticado aparataje matemático. No se me malinterprete: no se trata de negar la pertinencia que pudieran tener las matemáticas, de ninguna manera, y de hecho estas pueden ser convenientes. Pero en el recurso exagerado a las mismas, y particularmente en esa obsesión por el cálculo diferencial, se oculta una clara incapacidad para explicar los fenómenos que se declaran objeto de conocimiento.

Las escuelas neoclásica y austríaca pueden diferir más o menos al respecto de estas cuestiones menores, pero la escuela crítica y marxista cuestiona la validez científica de la teoría del valor-utilidad: el valor de las mercancías no se deriva para nada de la utilidad de las mismas, sino del trabajo que hace falta para producirlas y, por eso, en última instancia, de la rentabilidad prevista en el proceso de su producción, esto es, de las expectativas de obtención de plusvalía.

SI alguien fuera a una región del extranjero y no hablara el idioma local, y allí tampoco hablaran el idioma que hablase el visitante, no le entenderían si este les pide un vaso de agua a los anfitriones. Pero si logra explicarle mediante gestos que tiene sed, a pesar de la incomunicación inicial le podrán servir un vaso de agua.

Se conseguiría entonces un reconocimiento mutuo de la realidad externa y objetiva: las personas tienen sed y necesitan beber agua. Si me concede el lector la validez de la anterior analogía, el caso es que nos interesa y mucho saber qué es lo que nos están diciendo los economistas.

Consideremos la ley de la oferta y la demanda de la que todos hemos oído hablar, según la cual cuando la oferta de un bien o servicio disminuye, entonces el precio aumenta, y apliquémoslo por ejemplo al caso del agua dulce del planeta. Como la oferta de agua dulce -algo que en principio se encuentra en la naturaleza sin que se lo pase todavía por la lógica de la valorización- va agotándose, entonces se le pone un precio que antes no tenía: aumenta el precio.

Esta lógica que cualquiera podría calificar sin problema como maquiavélica o demencial, es no obstante la lógica que impone el capital en la sociedad burguesa. Pero ¿no era el agua dulce muy valiosa para la hidratación de los seres humanos? Sin embargo, como va escaseando cada vez más, pues que la aprovechen cada vez menos personas, y de hecho el agua dulce se la está privatizando, mientras los nuevos predicadores de la propiedad privada y el capitalismo siguen pretendiendo confundir asegurando que todo es por el bien común o el interés de todos, de la nación o de la patria, y demás milongas.

La actitud o el enfoque crítico permite, no obstante, no sólo plantear el porqué de la cultura de masas, sino cuestionar el poder mediático y corporativo que está detrás de su divulgación, oponiendo para ello un análisis necesario de la misma estructura social y productiva de los valores (economía, legislaciones, tradiciones arrastradas y nuevas inercias, etc) en lugar de la estéril contracultura, en la que podrían terminar ciertos ambientes de la izquierda que se están debatiendo entre el social-liberalismo y el liberalismo radical no facha, que no significa lo mismo que una opción comunista, democrática y revolucionaria.

Con el liberalismo radical no facha me refiero, a fecha de hoy, al de la parte de la clase media de formación universitaria, que es la parte aún nostálgica de alguna acampada: los otros liberales radicales, herederos de aquella escenificación mediática de 2011, son los que tienden a apoyar ya a individuos con tendencias psicopáticas como Milei, Trump o Bolsonaro, a Bukele o a Meloni. Al respecto de estos últimos, las versiones anarcocapitalistas y libertarianas más extremas y explícitas, nada que añadir.

En cuanto a aquellos primeros, los de la izquierda, diría por mi parte que ya tuvimos "suficiente" con la sociología constructivista y metafísica de la posmodernidad, y así lo atestiguan sus bazofias cada vez más intragables por sectores cada vez más amplios.

La actitud o el enfoque crítico, por su parte, es un camino que cada uno puede o no tomar en libertad. De momento.

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