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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

jueves, 7 de abril de 2016

Un grito reflexivo de rabia entre la enfermedad


Por Arash

La dinámica de los cambios coyunturales de las sociedades es probablemente una cuestión importante que debemos de graduar acorde a las exigencias y necesidades del momento, más o menos justa, pero no es una cuestión a tratar a través de las dimensiones de progresía y conservadurismo en el sentido en que lo hacemos con las grandes estructuras y formaciones socio-histórico-económicas, porque es dependiente de estas y está sujeta a los vaivenes, modulaciones y fluctuaciones a las que la determinan dentro del margen de respetabilidad para con ellas.

Es en aquellas grandes estructuras en donde podemos avistar, quizás no únicamente pero sí con más firmeza y claridad que en las coyunturas que dependen de ellas, un sentido en la historia del ser humano hacia "algún lugar".

En la pronta historia, los procesos de transformación social más recientes que han permitido hablar de los mismos como tales y que posibilitaron muchas coyunturas que favorecieron en gran medida a las clases oprimidas, gracias a la moderación (de la desigualdad, de la autoridad), que no desaparición, de los excesos de un sistema criminal, tuvieron como horizonte, e incluso llegaron a ponerla en práctica, la cooperación humana, en medio del caos darwinista al que el poder quiere condenarnos como especie.

En este sentido, a sabiendas de que el horizonte al que cada clase oprimida en la historia cree mirar no ha sido exactamente el mismo, y que a cada momento histórico le corresponde un testigo que los explotados han de llevar consigo y dárselo a las generaciones venideras de oprimidos, los cambios sociales se plantean como transformaciones que buscan y desean mejorar la vida de las sociedades, por mucho que estemos permanentemente sometidos a la infiltración de elementos que tratan de perturbar la orientación inherente de todo cambio social.

Desde que la razón comenzó su lucha contra el dogma, desde que la razón camina por su lado –el dogma lo hace, pues, por el suyo, a paso firme, muy firme—, el horizonte que vislumbramos es uno en el que la sociedad no se pisotea a sí misma y no existe en ella la opresión, que es justamente lo que ocurre en el presente. Las transformaciones sociales, pues, consisten en la dotación de otras formas históricas distintas a las existentes, consisten en re-formas de las estructuras sociales que acerquen a la humanidad hacia tal horizonte de justicia y libertad. Lo contrario es la conservación de las formas, el desistimiento del cambio social, es decir, la negación de la historia, que sólo una sociedad completamente enferma puede confirmar. Un supuesto proceso de cambio social puede tener voluntad tiránica, de poder prosistémico, de imposición de intereses de minorías o hasta particulares, pero habrá de presentarse, si desea hacerse pasar por racional y verdadero, en la ladera que los oprimidos sientan que conduce al horizonte que buscan.

¿Han existido fraudes de este tipo? Por supuesto que sí, a montones. Algunos han sido responsables de enormes genocidios contra la humanidad. Pero todos ellos, de triunfar, sólo logran re-formas en la ideología, en la cultura, en los sistemas políticos, en sus mecanismos electorales, en los dogmas... Hasta el arte está prostituido en la actualidad. Y por supuesto, en la filosofía y demás campos del conocimiento, en aquello que dicta lo que debe ser objeto de la misma y lo que no.

Nunca jamás han logrado estos fraudes cambios sociales, sin embargo, en las estructuras socio-histórico-económicas, porque nacieron para dinamitarlos, y porque sólo tenían la función, al contrario de lo que proclamaban, de conservar la desigualdad y la opresión. Por eso hicieron pasar por cambio social lo que sólo era un cambio cosmético, de la autoimágen de la sociedad de sí misma, que sólo pretendía una desorientación, ocultación, y reforzamiento de aquello que conservaban.

Quienes pensamos que los ciclos de contradicciones sociales alternan, antes de su explosión, entre ciclos más agudos y ciclos más tenues, y que los cambios sociales transcurren, si tienen pretensión de perdurar, a modo de "pequeños saltos", entendemos dos cosas: que la dinámica histórica se intensifica y a veces se acelera en determinados momentos, y que son estos los momentos en los que los oprimidos tienen la fuerza suficiente como para derribar las estructuras opresoras.

En los tiempos en los que las sociedades estaban directamente sometidas a las voluntades de individuos erigidos prácticamente en semidioses, bendecidos por la Iglesia, el aspecto primero que adoptó el cambio social fue el del sometimiento de los soberanos a la norma escrita, después el "cambio de titularidad" de la soberanía. En paralelo, y gracias a la voluntad existente en ellas, las sociedades progresaban con sus luchas internas hacia el horizonte que inauguró la independencia de la razón. Algunos desistieron del cambio social y, agotados, terminaron llamando a su estátus quo democracia.

Los verdaderos progresistas continuaron buscándola. Cogieron aire y continuaron el legado. Sabían que aunque estuviera escrito en un pedazo de papel que los seres humanos eran iguales, aún habían de escribir esa igualdad en la historia; que la democracia tenían que buscarla en la realidad más tangible, la que vivían, la que sufrían, y no en religiones ni instituciones. Y gracias a una mente prodigiosa, que inaugurara la teoría de la praxis, los progresistas aprendieron que la democracia tampoco había de resignarse a ser establecida en la filosofía y el saber.

Desde entonces el horizonte de las sociedades ha estado claro, siempre que excluyamos los momentos en que se han detenido en su camino por la historia. Los explotados comprendieron un día que este se llama socialismo o comunismo, y desde entonces todos los pensamientos que han servido para lograr transformaciones sociales han estado inspirados por él. No hay proyecto socio-histórico-económico más democrático que pueda orientar las luchas del presente.

Hasta que la sociedad volvió a enfangarse en un lodazal de neorreligiones, ilusiones infundadas y dogmas, tan propias de la derecha que no tiene más crisis ideológica alguna que elegir qué forma le conviene para lograr sus objetivos y que lidera, por el momento, los movimientos de la sociedad hacia ninguna parte, que buscan conservar las estructuras de explotación con regeneraciones políticas y morales, culturales, espirituales y nacionales, gracias a los idiotas y pasmaos' de la supuesta "izquierda", tanto la institucionalista, legalista, o su contrario, los fanáticos de las algaradas contra la policía y de las formas violentas, que creen estar todos ellos ante fenómenos de la reforma.

Aunque por el momento son pocos, afortunadamente hay quienes se ocuparon y ocupan pacientemente de pasarnos el testigo a los de hoy, quienes aprendemos de las luchas que ellos han comenzado de nuevo, como lo hacen todas las auténticas luchas en tiempos de crisis ideológica, en la teoría y en la reflexión. Y quizás, es probable, los de mi generación estemos en el otro barrio cuando ocurra, pero si logramos hacer el correspondiente traspaso que hicieron aquellos progresistas que nos inspiran y que jamás desistieron de luchar en cuerpo y alma, y además somos conscientes de tal logro, moriremos un poquito menos infelices, a sabiendas de que poco después la revolución social tumbará todo este orden de dominación de los capitalistas, los verdaderos responsables de la miseria humana de alambradas antipersona, de los guardias fronterizos, de la indiferencia con el género humano, de los que buscan consenso con los ejecutores de las víctimas a las que diluyen en ellos como si nada, de los incendios y derrumbes de fábricas infantiles de las neocolonias, del hambre; los verdaderos responsables de la miseria que sufrieron, sufren, y habrán de sufrir los verdaderos protagonistas de las protestas que, esta vez han estallado en Francia en los últimos días, a los que desean silenciar los culo-carpetas que buscan la transversalidad y la contaminación de sus luchas; los verdaderos responsables de la condición de los oprimidos, los que venden su tiempo por el pan: los culpables de lo que vive la clase trabajadora.

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