Por Arash
La dinámica de los cambios
coyunturales de las sociedades es probablemente una cuestión
importante que debemos de graduar acorde a las exigencias y
necesidades del momento, más o menos justa, pero no es una cuestión
a tratar a través de las dimensiones de progresía y
conservadurismo en el sentido en que lo hacemos con las
grandes estructuras y formaciones socio-histórico-económicas,
porque es dependiente de estas y está sujeta a los vaivenes,
modulaciones y fluctuaciones a las que la determinan dentro del
margen de respetabilidad para con ellas.
Es en aquellas grandes
estructuras en donde podemos avistar, quizás no únicamente pero sí con más
firmeza y claridad que en las coyunturas que dependen de ellas, un
sentido en la historia del ser humano hacia "algún lugar".
En la pronta historia, los
procesos de transformación social más recientes que han permitido
hablar de los mismos como tales y que posibilitaron muchas coyunturas
que favorecieron en gran medida a las clases oprimidas, gracias a la
moderación (de la desigualdad, de la autoridad), que no
desaparición, de los excesos de un sistema criminal, tuvieron como
horizonte, e incluso llegaron a ponerla en práctica, la cooperación humana, en medio del caos darwinista al que
el poder quiere condenarnos como especie.
En este sentido, a sabiendas
de que el horizonte al que cada clase oprimida en la historia cree
mirar no ha sido exactamente el mismo, y que a cada momento histórico
le corresponde un testigo que los explotados han de llevar consigo y
dárselo a las generaciones venideras de oprimidos, los cambios
sociales se plantean como transformaciones que buscan y desean
mejorar la vida de las sociedades, por mucho que estemos
permanentemente sometidos a la infiltración de elementos que tratan
de perturbar la orientación inherente de todo cambio social.
Desde que la razón comenzó
su lucha contra el dogma, desde que la razón camina por su lado –el
dogma lo hace, pues, por el suyo, a paso firme, muy firme—, el
horizonte que vislumbramos es uno en el que la sociedad no se pisotea
a sí misma y no existe en ella la opresión, que es justamente lo
que ocurre en el presente. Las transformaciones sociales, pues,
consisten en la dotación de otras formas históricas distintas a las
existentes, consisten en re-formas de las estructuras sociales que
acerquen a la humanidad hacia tal horizonte de justicia y libertad.
Lo contrario es la conservación de las formas, el desistimiento del
cambio social, es decir, la negación de la historia, que sólo una
sociedad completamente enferma puede confirmar. Un supuesto proceso de cambio
social puede tener voluntad tiránica, de poder prosistémico, de imposición de
intereses de minorías o hasta particulares, pero habrá de
presentarse, si desea hacerse pasar por racional y verdadero, en la ladera que
los oprimidos sientan que conduce al horizonte que buscan.
¿Han existido fraudes de
este tipo? Por supuesto que sí, a montones. Algunos han sido
responsables de enormes genocidios contra la humanidad. Pero todos
ellos, de triunfar, sólo logran re-formas en la ideología, en la cultura, en los sistemas políticos, en sus
mecanismos electorales, en los dogmas... Hasta el arte está
prostituido en la actualidad. Y por supuesto, en la filosofía y
demás campos del conocimiento, en aquello que dicta lo que debe ser
objeto de la misma y lo que no.
Nunca jamás han logrado
estos fraudes cambios sociales, sin embargo, en las estructuras
socio-histórico-económicas, porque nacieron para dinamitarlos, y
porque sólo tenían la función, al contrario de lo que proclamaban,
de conservar la desigualdad y la opresión. Por eso hicieron pasar
por cambio social lo que sólo era un cambio cosmético, de la
autoimágen de la sociedad de sí misma, que sólo pretendía una
desorientación, ocultación, y reforzamiento de aquello que
conservaban.
Quienes pensamos que los
ciclos de contradicciones sociales alternan, antes de su explosión,
entre ciclos más agudos y ciclos más tenues, y que los cambios
sociales transcurren, si tienen pretensión de perdurar, a modo de
"pequeños saltos", entendemos dos cosas: que la dinámica
histórica se intensifica y a veces se acelera en determinados
momentos, y que son estos los momentos en los que los oprimidos
tienen la fuerza suficiente como para derribar las estructuras
opresoras.
En los tiempos en los que
las sociedades estaban directamente sometidas a las voluntades de
individuos erigidos prácticamente en semidioses, bendecidos por la
Iglesia, el aspecto primero que adoptó el cambio social fue el del
sometimiento de los soberanos a la norma escrita, después el "cambio
de titularidad" de la soberanía. En paralelo, y gracias a la
voluntad existente en ellas, las sociedades progresaban con sus
luchas internas hacia el horizonte que inauguró la independencia de
la razón. Algunos desistieron del cambio social y, agotados,
terminaron llamando a su estátus quo democracia.
Los verdaderos progresistas
continuaron buscándola. Cogieron aire y continuaron el legado.
Sabían que aunque estuviera escrito en un pedazo de papel que los seres humanos eran
iguales, aún habían de escribir esa igualdad en la historia; que la
democracia tenían que buscarla en la realidad más tangible, la que
vivían, la que sufrían, y no en religiones ni instituciones. Y
gracias a una mente prodigiosa, que inaugurara la teoría de la praxis, los progresistas aprendieron que la democracia tampoco había de resignarse a ser establecida en la filosofía y el saber.
Desde entonces el horizonte
de las sociedades ha estado claro, siempre que excluyamos los
momentos en que se han detenido en su camino por la historia. Los
explotados comprendieron un día que este se llama socialismo o
comunismo, y desde entonces todos los pensamientos que han servido
para lograr transformaciones sociales han estado inspirados por él.
No hay proyecto socio-histórico-económico más democrático que
pueda orientar las luchas del presente.
Hasta que la sociedad volvió
a enfangarse en un lodazal de neorreligiones, ilusiones infundadas y
dogmas, tan propias de la derecha que no tiene más crisis ideológica
alguna que elegir qué forma le conviene para lograr sus objetivos y
que lidera, por el momento, los movimientos de la sociedad hacia
ninguna parte, que buscan conservar las estructuras de explotación
con regeneraciones políticas y morales, culturales, espirituales y nacionales,
gracias a los idiotas y pasmaos' de la supuesta "izquierda", tanto la
institucionalista, legalista, o su contrario, los fanáticos de las
algaradas contra la policía y de las formas violentas, que creen
estar todos ellos ante fenómenos de la reforma.
Aunque por el momento son
pocos, afortunadamente hay quienes se ocuparon y ocupan pacientemente de
pasarnos el testigo a los de hoy, quienes aprendemos de las luchas que ellos han comenzado de nuevo, como lo hacen todas las auténticas luchas en tiempos de crisis ideológica, en la teoría y en la reflexión. Y quizás, es probable, los de mi
generación estemos en el otro barrio cuando ocurra, pero si logramos
hacer el correspondiente traspaso que hicieron aquellos progresistas que nos inspiran y que jamás
desistieron de luchar en cuerpo y alma, y además somos conscientes
de tal logro, moriremos un poquito menos infelices, a sabiendas de que poco después la
revolución social tumbará todo este orden de dominación de los
capitalistas, los verdaderos responsables de la miseria humana de
alambradas antipersona, de los guardias fronterizos, de la
indiferencia con el género humano, de los que buscan consenso con los ejecutores de las víctimas a las que diluyen en ellos como si nada, de los incendios y derrumbes de
fábricas infantiles de las neocolonias, del hambre; los verdaderos responsables de la miseria que
sufrieron, sufren, y habrán de sufrir los verdaderos protagonistas
de las protestas que, esta vez han estallado en Francia en los últimos días, a los que desean
silenciar los culo-carpetas que buscan la transversalidad y la contaminación de sus luchas; los verdaderos responsables de la condición de los oprimidos, los que venden su tiempo por el pan: los culpables de lo que vive la clase trabajadora.
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