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Espacio de producción propia, reproducción ajena y discusión de teoría analítica sobre estructura, relaciones y cambio sociales, y de difusión de iniciativas y convocatorias progresistas.

jueves, 6 de abril de 2017

De tu final reanudaré mi marcha




Por Arash


Cuando miro hacia el cielo, sea de día o antes de dormir,

y lo observo borroso, o claro como el agua de un riachuelo al fluir,
 algodón esponjoso o universo sin fin,

cuando aprecio lo enorme y lo eterno que es todo al perder la mirada en la nada,

que es cuando lamento no poder tocar nunca todas las notas de la canción que suena y sonará por siempre en mi alma,

que necesitan escapar arrastrándose entre los poros hasta que logran abandonarla,

recorriendo su camino de piel y acabando con todo al instante como el fuego caliente de una llama,

como si fuesen parte de una melodía que da brochazos al mundo y lo purifica dejando mi mente despejada,

entonces, siento estar esperando a alguien con quien encontrarme, con algo que solucione la deriva, mientras estoy expectante,

a la que navega el único compañero de mi razón en esta vida, y que en su dictado hacia algún lugar le ayuda en su guía,

pero la muerte nos llega a todos de negro vestida.



Tú, en mucho el mejor ejemplo que he tenido,

que intermediado por la persona a la que más marcaste jamás, nunca tuviste que aguantar mis tonterías,

y de quien tuve una mano puesta sobre mi hombro todos los días,

corazón de hierro, escoltado por la brisa salada del Cantábrico, y al que sin justicia tantas veces de mi tiempo excluí,

y por aquello, apenas sin darme cuenta, indestructible eslabón entre mi destino y mi existencia, mi ser y mi devenir,

te llevaste de mí más de lo que, sin sorprenderme, todavía puedo asumir.



Cuando después de chocar contra el agua revuelta, te posaste sobre el lecho de arena, y antes esquivaste los disparos de galerna,

los tuyos dejamos algo nuestro en la Margen Izquierda, como lo dejaste tu el día que desde el poder os dijeron que teníais que dejar de ser obreros:

abandonar vuestra vida, a vosotros mismos, a vuestros compañeros de acero,

ni grandes fortunas ni extensos imperios, lo que sí que pueden heredar los trabajadores, me di cuenta allí, es el mismo hambre y el mismo dolor que pesó en tu cuerpo entero,

aunque hoy desde todas partes me quieran vender que es posible o deseable que nosotros nos pisemos,

a los de nuestro alrededor para elevarnos por encima de, no junto con ellos, y de mentiras cubran la realidad con un velo,

pero esa mañana triste y nublada no nos dejaste tan sólo ese sentimiento,

pues lo que pasaste en más de ochenta años atestiguan nuestro inagotable orgullo y dignidad omnipresente en tu recuerdo.



Sólo queda cerrar el puño como entonces lo hiciste, portador hasta Bizkaia del suelo ennegrecido de la tierra asturleonesa que sudaste, sobre el que edificaste tus sentimientos que de nuevo hoy quedan sin completarse,

te hiciste del plomo pesado al que durante tanto tiempo asististe, rojizo como el óxido a la noche cuando te acostaste, gris tras amanecer, que siempre arropaba el valle cubriéndolo todo desde las laderas verdes de las montañas hasta el oscuro infinito azul del mar, el plomo con el que también tu conciencia forjaste.

Sólo queda apretar el puño, volver a la barricada que ayudaste a levantar junto a los hornos, prepararse para la batalla de la vida, y seguir adelante.


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